Espectáculos Foreman y su
primera película: No siempre triunfan los
vencedores Refinamientos:
Una formula para ganar enemigos Buñuel:
Antisemitismo en un parque francés Intrigas: Vida
póstuma de Sherlock Holmes Ocho y medio:
Juego de sociedad para sofisticados Parodias: Un
italiano que se burla de Antonioni
Foreman y su
primera película: No siempre triunfan los
vencedores "Dirigir mi
primera película a los cuarenta y ocho años fue
para mí una experiencia tan tensa y cargada de
temor como una luna de miel demasiado postergada."
El hombre que hace poco más de diez días se
expresaba así (cara redonda y apacible, boca
carnosa, anteojos, pelo que comienza a ralear) no
era, sin embargo, un recién llegado al cine. Está
vinculado con la industria fílmica desde la década
del 30 y su nombre se asoció, como libretista y
productor, con algunos de los títulos más célebres
de los últimos años: A la hora señalada, El puente
sobre el río Kwai y Los cañones de Navarone, entre
otros. El hombre es Carl
Foreman, y la película que ha dirigido y estrenado
hace poco en Londres y en Nueva York se llama The
Víctors (Los vencedores). La obra aparece, ante
todo, como la consolidación de una de las dos
corrientes por las que han discurrido hasta ahora
los colosos históricos: la que prefiere los cascos
de los soldados modernos a los de las legiones de
César. Es a partir de esta tendencia que Foreman
intenta estructurar, en Los vencedores, una
mitología y una filosofía que le pertenecen. "Hasta 1956 solamente
me preocupaba un tema básico: la lucha del
individuo contra su medio o, digamos, contra el
grupo, la masa o una autoridad hostil —declara
Foreman, y prosigue—: Desde 1956, sin embargo,
cada vez me preocupa más —y creo que a muchos nos
ocurre lo mismo— el problema de la guerra; y mi
preocupación nace del fracaso de las brillantes
promesas de la contienda pasada, y del temor a la
venidera". Este parece haber sido el objetivo
principal de El puente sobre el río Kwai, pero
Foreman entiende que el propósito se diluyó en la
versión definitiva del film, y por eso ha decidido
insistir sobre él. Al mismo tiempo "quería seguir
practicando la autopsia del miedo: en A la hora
señalada el protagonista conquistaba su miedo, lo
vencía; ahora me dediqué a analizar la otra cara
de la moneda, la rendición a la desesperanza". Desde 1951, Foreman fue
proscripto de los estudios de Hollywood por su
negativa a proporcionar nombres de' probables
comunistas al Comité de Actividades
Antinorteamericanas. La proscripción lo alcanzó en
su exilio europeo: la Organización Rank, que lo
había contratado en 1953, rompió el compromiso
debido a las presiones sufridas desde USA. En
1955, sir Alexander Korda le permitió volver al
cine, entre bambalinas; y en 1956, tras escribir
el guión de Kwai, Foreman fue rehabilitado y pudo
regresar a una actividad que no le seduce
particularmente: la de productor ("No sirvo para
eso: soy alérgico a los cigarros, al rummy y a la
sociabilidad en gran escala"). Su guión para Los
cañones de Navarone le parece el mejor que ha
escrito después del de A la hora señalada: "Lo que
resultó fue una especie de tour de force de cine
puro en el género de aventuras, lo bastante
universal en su atracción como para convertirse en
una de las diez películas económicamente más
rendidoras dentados los tiempos. Sin embargo, me
molesta que en los fragmentos heroicos todas mis
ironías hayan naufragado y hayan aparecido, a
veces, como poco más que pausas para un diálogo
ampuloso; algunas personas creen, sin duda, que yo
hice deliberadamente un film para glorificar la
guerra y ganar dinero". Pocos pensarán lo mismo
frente a Los vencedores. Lo que Foreman ha tratado
de demostrar aquí es que "la guerra, cualquier
guerra, grande o pequeña, justa o injusta, degrada
tanto a los vencedores como a los vencidos y lleva
en sí la simiente de otra guerra más". El film
dirige una mirada retrospectiva "a lo que
nosotros, los aliados y vencedores, ganamos y
perdimos hace diecisiete años, y enfoca también lo
que podemos ganar o perder en el futuro". El
método de filmación, dice el
autor-productor-director, "ha esquivado muchos
trucos y técnicas ahora populares que, según mi
anticuado modo de pensar, aparecen como tediosas,
triviales e incongruentes". Tras esta declaración
agresivamente contraria a los métodos más
renovados de narración cinematográfica, Foreman
reflexiona y añade: "Se me ha criticado por
comercializar mi película al contratar a Jeanne
Moreau, Melina Mercouri, Romy Schneider, Albert
Finney y muchos otros, que aparecen en pequeños
papeles. Me parece que eso es hipocresía y falta
de visión Si puedo conseguir los mejores talentos
para mí y para mi público, sería tonto no hacerlo.
No veo que haya ninguna virtud especial en
trabajar con actores desconocidos o inexpertos
excepto con el único objeto de darle una
oportunidad." En Los vencedores, las
oportunidades han sido generosamente dispensa das.
Además de los conocidos George Hamilton, George
Peppard y Maurice Ronet, y de la semioscurecida
Rosanna Schiaffino, aparecen como protagonistas
los novatos Jim Mitchun y Peter Fonda (hijos de
Robert y Henry, respectivamente), la
superficialmente llamativa Elke Sommer y el
notorio Vincent Edwards, intérprete televisivo de
Ben Casey.
Refinamientos Una formula para ganar
enemigos Dos semanas atrás, el
realizador, la autora y los seis protagonistas de
Chateaux en Suéde (Castillos en Suecia) lanzaron
una nueva fórmula de invitación para el estreno de
ese film en Champs Elysées, París. El punto de
partida del sistema no es demasiado original: cada
invitante, esto es, Roger Vadim, Frangoise Sagan,
Monica Vitti, Jean-Claude Brialy, Jean-Louis
Trintignant, Françoise Hardy, Curd Jürgens y
Suzanne Flon, compuso una lista de 15 nombres. De
manera que fueron entregadas 8 listas con un total
de 120 invitados. La innovación consistió
en que con cada tarjeta de invitación iba adjunta
otra, en la cual constaba el nombre del elector.
Implícitamente, ese desplante indicaba que el
resto de los invitantes no habían juzgado
necesario incorporarlo a su lista. De ahí que el
estreno haya sido envuelto por un clima más bien
eléctrico. La única persona que
figuró en las ocho listas fue Michéle Morgan.
Inmediatamente después de ella, y por orden de
amistad, están Paul-Louis Weiller, Jean Marais (en
7 listas), Jacques Charon, Robert Hirsch y Robert
Manuel (en 6). El único realizador elegido fue
René Clair: lo habían postulado Monica Vitti y
Suzanne Flon. Resulta curiosa la
combinación que destacó a Michéle Morgan y a
Clair, dos representantes de la Vieja Ola, en el
estreno de un film de Vadim, el intelectual a
quien sus corifeos señalaron alguna vez como
cabeza de la Nueva Ola. Algún periodista intentó
comentar el episodio con una explicación
superficial: "Los extremos se tocan —dijo en un
artículo—. El cine no admite divisiones: es uno
solo". Sin embargo, más atinado es pensar que
Vadim, entregado ya a la fabricación comercial de
films, forma parte del engranaje de otro cine: el
calmo y sereno de la rutina. El mismo donde
Michéle Morgan y Clair brillan con luz propia.
Buñuel Antisemitismo en un
parque francés En el gran parque de
Milly-la-Fóret, cerca de París, una empalizada
medieval oculta dos viejas rampas de madera desde
las cuales podrían lanzarse piedras incendiarias.
De un lado de la empalizada discuten el capitán
Mauger y el señor Monteil; del otro, escucha la
criada Jeanne Moreau. Es la última escena de un
film irritante como pocos, sobre el que si pesasen
acusaciones de apostasía nadie tendría derecho de
sorprenderse; aunque no, los hombres de la prensa
especializada estiman que esta vez no se trata de
eso, sino de algo más explosivo aún: el
antisemitismo. Detrás de semejante conmoción hay
un hombre acostumbrado al escándalo y a las
imprecaciones: se llama Luis Buñuel y tiene 63
años. Su film adapta un melodrama francés de
Octave Mirbeau, Le journal d'un femme de chambre;
esto es, El diario de una criada. Buñuel parece estar
frenético ante las acusaciones de racismo que la
crítica lanza contra él en estos días: "De ninguna
manera El diario es una obra antisemita —dice—; se
trata de un gran fresco sobre la burguesía
territorial en los alrededores de 1930. Es la
época en que se lee la Action Française y en que
los mucamos se reúnen por las tardes con los
sacristanes para comentar los sueltos que hablan
de una Francia vendida al oro judío. Eso explica
que haya en el film personajes antisemitas; pero
que el film mismo lo sea, no, absolutamente no." La casa donde vive
Buñuel está allí, a un paso del parque —del mismo
parque donde tenía su casa el poeta Jean Cocteau—;
su habitación es un enorme salón desnudo, con las
paredes tapizadas de boiseries, una cama de
hierro, vulgar, y un sillón rodante de paralítico.
Buñuel explica que ese elemento no tiene nada de
extraño: "Sueño con treparme a él para hacer un
travelling". A las 2 de la tarde,
después de un almuerzo interminable, el realizador
empieza su jornada de filmación. La figura central
de la escena es una muchachita cuyo pelo le cae
sobre los hombros en aéreos tirabuzones. Frente a
ella, un jardinero despliega un, diario repleto de
caracoles. Luego, los introduce uno por uno en una
cesta, cuidadosamente, y se los ofrece a la
muchacha. —Este no es un film
político. Como ven, se trata de la historia de
Caperucita Roja —dice Buñuel, ahogado por la risa. Y volviéndose hacia la
chiquilla, le susurra entre los tirabuzones: -—Toma un caracol,
míralo, y después vete a jugar con él. La muchacha se resiste
un poco, asegura que eso le produce asco. —¿Por qué debo hacerlo?
—pregunta. —Hay que interesar al
público —explica Buñuel—. Golpearlo de cualquier
manera. De modo que esperas hasta que el caracol
salga de su cáscara. Entonces, le acaricias los
cuernos. La escena se ensaya
tres veces y se repite unas 9 ó 10 en filmación.
Nunca Buñuel hizo despaciosamente una obra. Constantemente procura
explicar el porqué de sus órdenes a los actores, a
los reflectoristas, al maquillador. Se mueve por
todo el campo de trabajo como un afanoso rey que
vigila, husmea, convence. A las 4 de la tarde pone
punto final. Jeanne Moreau, que ha esperado todo
el tiempo para trabajar, y finalmente no lo ha
hecho, se desploma rendida sobre la hierba del
parque. A Buñuel le brillan sus ojos adormilados,
"¿Has visto, Jeanne —le dice—. Soy un tipo
fastidioso." "Eres uno de los pocos
seres humanos que sabe lo que quiere", contesta
Jeanne, sin mirarlo.
Intrigas Vida póstuma de
Sherlock Holmes El gran golpe de este
otoño en Hollywood acaba de darlo Billy Wilder (57
años), el realizador de Irma la douce: en un
escueto y explosivo comunicado de prensa informó
que ha puesto en marcha "el film que me hará
inmortal. La Mirisch (una de las más poderosas
productoras independientes americanas) aceptó mi
plan para realizar Las vidas privadas de Sherlock
Holmes. Comenzaré el primero de diciembre". Desde fines de agosto,
Wilder estaba trabajando con I. A. L. Diamond, el
libretista de sus cinco últimas obras, en el guión
de esta caricaturización de Holmes. El personaje
clave será encarnado por Peter O'Toole (Lawrence
de Arabia) y el doctor Watson, por Peter Sellers.
Wilder resolvió elaborar en Venecia todas las
escenas de exteriores. Hasta el viernes pasado no
sabía si podría empezar su faena en la fecha
indicada, porque O'Toole había contraído dos
importantes compromisos teatrales en Londres y le
era difícil desprenderse de ellos. Si la postergación es
definitiva, Wilder iniciará en Navidad una comedia
con Dean Martin y Jack Lemmon como protagonistas:
Dazziing Hour (Hora deslumbrante).
Ocho y medio Juego de sociedad para
sofisticados Un sofisticado juego de
sociedad, el ocho y medio, ha empezado a inundar
Buenos Aires desde mediados de noviembre: consiste
en descubrir puntos de coincidencia entre el film
homónimo de Federico Fellini y la Divina Comedia o
en advertir los embozados homenajes que el
realizador italiano rinde a terceros (en clave,
ciertamente) dentro de su obra. Los competidores
sólo están obligados a usar la versión original
del poema, a probar terminantemente la validez de
sus hallazgos y a no repetir, cuando les toca el
turno, ninguna de las claves diseminadas en las
cinco revistas de Francia, Italia, Estados Unidos
y Argentina, que comentaron Ocho y medio a través
de puzzles. Estos son algunos de
los datos más notables revelados por el nuevo
juego: • El título original,
Otto e mezzo, contendría un disimulado tributo a
El pagador de promesas, de Anselmo Duarte: de su
anagrama surgen tres palabras, tótem, zoo y Zé,
que corresponden exactamente a la macumba, al
burro y al inmolado protagonista de esa obra
brasileña. • Habría dos alusiones
admirativas a Charles Chaplin; la primera es
puesta en boca de una periodista americana durante
la conferencia de prensa incluida hacia el final
de la obra: la periodista dice entonces a sus
colegas: Stop the chat, please (Paren la charla,
por favor), de manera que el sonido de las dos
últimas palabras evoca inmediatamente el apellido
de Chaplin. La segunda es una pequeña inscripción
con tiza que se lee sobre el redondel donde
desfilan, en la última escena, todos los
personajes del film: Ciao, Plinio.. • En la conferencia de
prensa habría otros dos nítidos homenajes al poeta
Rimbaud y al cineasta Resnais. Aquél es disparado
por un crítico, en apariencia inglés, quien en
medio de la barahúnda de preguntas comenta,
señalando a Guido Anselmi, el protagonista: He's
like a rainbow (Es como un arco iris). El otro
está contenido en la borroneada frase que un
asistente de producción (probablemente) anota al
pasar sobre su carpeta: Res non verba (Hechos, no
palabras). Ambas coincidencias son, otra vez,
eufónicas. Los escépticos
recuerdan en estos días, sin embargo, las últimas
declaraciones de Fellini a una excelente revista
inglesa: "Ocho y medio debe ser analizado
literalmente. Es un film sin claves. Por lo demás,
detesto a los clásicos. Y a Dante más que a
nadie".
Parodias Un italiano que se
burla de Antonioni Desde que el francés
Jacques Baratier se mofó de cierto cine
contemporáneo en su película Dragées au poivre
(Grageas a la pimienta) y obtuvo con ella un
resonante triunfo en el último festival de
Venecia, el ejemplo ha cundido. En estos momentos,
cuatro realizadores italianos trabajan en la
parodia de algunos films recientes: Elio Petri,
Franco Rossi, Mario Monicelli y Luciano Salce
dirigen Alta infidelta (Alta infidelidad), y los
temas de sus episodios están de moda: la
inestabilidad sentimental de la pareja, la
traición marital. El productor Gianni
Hecht, sin embargo, no quiso recurrir al tono de
sainete con el que el propio cine italiano suele
burlarse de personajes y obras actuales. La mejor
prueba que pudo ofrecer fue, precisamente, la
contratación de los directores. En todo caso,
quien opera más cómodo es Salce, un fabricante de
comedias que oscila entre lo bueno y lo malo, sin
decidirse por ninguno. Pero a Salce se le ha
confiado uno de los sketches más difíciles, el que
tiene por protagonista a Monica Vitti, la actriz
preferida de Michelangelo Antonioni. Monichelli (La gran
guerra) se encarga del único episodio de
extracción literaria: una trasposición a los
tiempos presentes de "La herencia", de Guy de
Maupassant, corrosiva visión de la sociedad de su
época. Rossi (Muerte de un amigo) pone en escena
una historia escabrosa, la de una evasión conyugal
que desemboca en un problema de homosexualidad.
Pero el más riesgoso de los cuatro segmentos está
en manos de Petri, un ex periodista y novelista, a
quien le toca satirizar el sofisticado
intelectualismo que ahoga a un sector del cine de
hoy. Basta ver filmar a
Petri, entre los cubos de vidrio y cemento de un
edificio romano, para descubrir que en el fondo se
divierte con su parodia de El eclipse, de
Antonioni. He aquí una de las secuencias: Claire
Bloom camina a lo largo de una reja interminable,
luego por la acera de una calle; lleva consigo un
vaso con peces rojos y la sigue Charles Aznavour,
con el rostro angustiado de quien no consigue
entablar comunicación. Curiosamente, Petri
llega al humorismo luego de dos desesperadas
inmersiones en la realidad: El asesino y Los días
contados, que le valieron el reconocimiento casi
unánime de la crítica de su país y del exterior.
La realidad, desde que ayudó a Zavattini en la
encuesta de Roma a las 11, y la visión
comprometida de sus recovecos parecían el único
campo que hechizaba a Petri. Claire Bloom, a menudo
atada a películas lacrimosas y suspirantes, tiene
ahora una oportunidad incalculable. Sólo la
disgusta participar de una broma a su más admirado
director: Antonioni. Para Aznavour, el episodio de
Alta infidelidad es también una prueba: "Los
productores —confesó— carecen de elasticidad
mental. Como mis canciones son trágicas, me
asignan papeles trágicos. Creo que es en el plaño
cómico donde puedo rendir más; mi ojo está siempre
atento a la realidad, y cuando se mira desde fuera
el mundo es más grotesco que dramático".