Críticas de cine
Excepcional retrato de un santo cristiano
Una película para ver, sentir y respirar
El año mil bajo el fuego de la sátira
Vanessa Redgrave en delirante farsa
PASIONES TURBULENTAS
NO. . . CON MI MUJER NO
SEÑORAS. . . SEÑORES. . .
FUEGOS DE VERANO
FAHRENHEIT 451
LA CONDESA DE HONG KONG
POR DINERO, CASI TODO
CASINO ROYALE
críticas de películas
Excepcional retrato de un santo cristiano
Quienes presten demasiada atención a algunas inexactitudes históricas y a la aparente falta de intensidad religiosa que caracterizan la realización de Fred Zinnemann El hombre de dos reinos (en el original "Un hombre para todas las estaciones"), difícilmente perciban una desgarradora odisea espiritual que, por ocurrir en el inasible territorio del alma, solo puede ser asumida a nivel de las fibras y no con los típicos recursos racionales. Tomás Moro (acertadísima interpretación del actor Paul Scofield) es oficialmente un santo. Pero hace algo más de cuatro siglos fue un ser humano concreto, con los contratiempos comunes de la existencia cotidiana pero con la riqueza imponderable de la fe. "Ante todo soy súbdito de Dios", dice Moro antes de morir decapitado por elegir ser fiel a su Creador antes que al rey de Inglaterra, por preferir al que hace iguales a todos los seres antes que a un hombre endiosado por la mediocridad de la masa. Y con eso da a la historia un poderoso ejemplo de devoción, de libertad y de lealtad a sí mismo, aunque la mayoría de los súbditos de Su Majestad Enrique VIII prefiriera la sumisión, cómoda pero cobarde manera de eludir la responsabilidad.
El hombre de dos reinos —film técnicamente irreprochable— es un colosal tributo a ese crisol vital donde la conciencia humana y la fe arden fervientemente irradiando el sobrecogedor aliento de una riqueza espiritual que fundamenta la santidad. El artesano de esta obra excepcional, Zinnemann (A la hora señalada, De aquí a la eternidad) es un vienés que emigró a Estados Unidos huyendo del horror nazi. Este es un detalle que ayuda a captar el mensaje subsidiario de El hombre de dos reinos. Porque, si bien la acción comienza en 1523, el film fue realizado en 1966 en un país donde por fidelidad a todo lo que la Creación tiene de sagrado, numerosos hombres, quizá tan nobles de espíritu como Tomás Moro, también predican la "desobediencia civil" ante un gobernante que amenaza —según ellos— conducir a la nación al caos. Esta observación no es fruto de la imaginación del cronista, existe una vasta tradición de colosales desobedientes en la historia. El silencio de Moro es tan significativo como el trágico silencio del poeta Rimbaud, un silencio que alberga un inaudito acto de amor. La Academia ha acertado, esta vez, con sus premios.
Quien vea El hombre de dos reinos con el corazón y no con mente, hallará sin duda la clásica combinación que determina a los santos: un mudo bramido de dolor bajo la piel y una paz avasalladora en la mirada.


Una película para ver, sentir y respirar

Alguien dijo que Los caballos de fuego más que un film es una fiesta. Y no ha exagerado. La quinta obra del soviético Sergio Paradjanov sobrepasa todo lo que pueda imaginarse: "una mezcla de Bosch, Chagall y Brueghel en la pantalla". Basado en una novela, "La sombra de los antepasados olvidados", ha sido rodado en los Cárpatos, reducto donde montañeses ucranianos llamados "goutzoulis" viven manteniendo costumbres medievales. Esas creencias, conservadas aún hoy en forma primitiva, esa atadura al pasado, ha sido para ellos un modo de conservar intacta su dignidad humana. Un universo donde coexisten la realidad y la leyenda.
Pero Los caballos de fuego no es solo un inaudito documento etnológico obra de un cineasta que pinta con una cámara. Es también una versión de Romeo y Julieta, donde lo pagano y lo cristiano, lo folklórico y lo fantástico, se funden en un contexto de arte total. Es una película para "ver, sentir y respirar" y no para observar desde afuera.
El realizador pasó un año y medio entre ellos antes de iniciar el rodaje. "Admirábamos a los hombres como a la naturaleza, superficialmente, sin ver el fondo de sus ojos, ni comprender su alma." Pero un día vio bañarse en las aguas frías de un arroyo a una pareja anciana que se frotaba mutuamente con sus manos rústicas. Eso que Paradjanov llama "algo sagrado" fue para él una revelación. Solo entonces se animó a filmar, y para los sentidos, Los caballos de fuego es un delirio estético y vital donde arte y naturaleza se unifican. Bosques, crepúsculos, llamas, espuma, rebaños, hachas, sol. la armonía del hombre con su medio: tal la materia prima del film. Cosas concretas como un mercado, el carnaval, un casamiento o la cosecha, se entroncan con la belleza y el infinito sobre un incomparable muestrario de ritos y sacrificios donde santos y demonios son invocados por igual.
Los caballos de fuego, al margen de una trágica historia de amor, tiene otro protagonista: el tiempo. Un film que hay que ver para creer, una obra diáfana apta únicamente para espectadores capaces de experimentar el éxtasis.

El año mil bajo el fuego de la sátira
Basta citar La gran guerra o Los compañeros para situar el gran talento de Mario Monicelli, innegable pilar del moderno cine italiano. Sus obras siempre se refieren a los conflictos que hieren los sentimientos del hombre. Tanto en el drama (Un héroe de nuestro tiempo) como en la comedia (Los desconocidos de siempre) ha buscado sin pausa rescatar para el cine un fervor que la técnica inhibe a menudo. Su nuevo film, La armada Brancaleone, es todo eso y mucho más.
Concebido como una sátira del Medievo, La armada es una historia de aventuras donde las conocidas epopeyas del año 1000 son desplazadas por una sucesión de derrotas. Los héroes de la épica caballeresca dejan lugar a grotescos personajes sin armaduras bruñidas, sin rutilantes escudos de familia, sin palacios lujosos y sin otra esperanza que un interminable camino donde solo importa sobrevivir. La excelente ambientación y el magnífico trabajo en equipo de los actores convierten a La armada en una atrayente comedia que le sirve a Monicelli para sugerir que la gloria de los grandes feudos de esa época (y de otras) se alzó sobre la desgracia de pueblos famélicos y de aventureros nada heroicos.
Vittorio Gassman, Enrico María Salerno, Catherine Spaak y Folco Lulli aportan sus conocidos méritos para que La armada —en pulcro tecnicolor— sea una arrolladora comedia que también permite la reflexión.

Vanessa Redgrave en delirante farsa
En 1960, el film Todo comienza el sábado definió a Karel Reisz como a uno de los principales directores del "free cinema" inglés. No obstante, su segunda obra fue un fracaso, y vaciló mucho antes de realizar otra. Entretanto, fue productor de El llanto del ídolo: un éxito rotundo, Al fin, en una disparatada comedia de TV llamada Morgan encontró lo que buscaba. Eligió como protagonistas a dos jóvenes y valiosos artistas del teatro británico: David Warner y Vanessa Redgrave. El año pasado en Cannes —cosa poco frecuente— el público aplaudió Morgan, un caso clínico insistentemente durante su exhibición. Y la actriz —otra talentosa hija de sir Michael— fue laureada como la mejor del certamen.
Morgan es la historia de un pintor sin suerte casado con una muchacha "que lo hizo para lograr la inseguridad". Al poco tiempo ella lo abandona y el film consiste en la lucha de Morgan por reconquistarla. El venera también a su madre —tina anticuada comunista— y a las películas de Tarzán. Sin embargo, más allá de los notables "gags" cómicos y de las incesantes risas provocadas por el film, la fórmula "divertir y oprimir el corazón" de Reisz convierte a Morgan en un gigantesco acto de rebelión.
La óptima farsa es solo una pantalla tras la cual Morgan Delt —o cualquiera de los artistas indómitos y marginales de nuestro tiempo— reclama amor, tierna y desesperadamente. A su alrededor encuentra apenas un mundo de situaciones y seres deformados por las formas sociales. Su "locura" es —paradójicamente— su manera de conservar, sino la cordura, al menos su capacidad de sentir. Morgan, excelente relato de humor negro, es en el fondo un drama construido sobre una cálida y corrosiva pasión: la libertad.

Síntesis
Cine
-PASIONES TURBULENTAS — Una realización irregular de Daniel Petrie que tiene a su favor una buena estructura fílmica y un atormentado personaje interpretado óptimamente por Michael Parks. La veterana Jennifer Jones cumple su rol correctamente, pero excesivos detalles melodramáticos empañan este estudio del choque de dos generaciones que culmina en una tragedia verosímil y penosa.
-NO. . . CON MI MUJER NO — Excelente diversión donde Tony Curtís, George C. Scott y Virna Lisi rivalizan en todo instante consumando un triángulo amoroso enredado en aventuras con dinámicas acciones y muy buen humor. Un film que primero le ha dicho no al tedio.
-SEÑORAS. . . SEÑORES. . . — Despiadada sátira de costumbres apuntada a denunciar la corrupción que bajo un manto de honorabilidad caracteriza a la burguesía veneciana. Pietro Germi (Seducida y abandonada) no logra evitar cierta endeblez argumental compensada en parte por una constante invitación a la risa: vale como interesante documental sobre la hipocresía.
-FUEGOS DE VERANO — Desagradable traspié de Tony Richardson (Los seres queridos) que a pesar de una excelente fotografía y una impecable creación de Jeanne Moreau se derrumba hacia una gratuita morbosidad ideada por el discutido Jean Genet. Este intenta demostrar que la mujer es nefasta para el hombre, pero su visión de la degradada relación entre una maestra y un leñador yerra en casi todos sus planteos. Imposible negar lo que se desconoce.
-FAHRENHEIT 451 — Olvidando la novela de Ray Bradbury esta versión de F. Truffaut refleja netamente una sociedad donde leer libros es un crimen. La poesía del prosista ha sido reemplazada por la precisión del cineasta. La obra no llega a ser rotunda pero logra reflejar un mundo mecanizado y hostil con todo lo que signifique ternura y espontaneidad.
-LA CONDESA DE HONG KONG — Correcta realización de Chaplin que firmada por cualquier otro director no hubiera merecido tanto desdén por parte de los eruditos. Como intento para hacer sonreír, salvo algunos altibajos, cumple con su objetivo. Eso es todo lo que se propuso su realizador. El resto depende del cristal con que se mire.
-POR DINERO, CASI TODO — Billy Wilder (Irma la dulce) vuelve a aliarse con el eficaz Jack Lemmon, en una entretenida comedia por momentos monótona. La simpatía del protagonista y el buen trabajo de W. Matthau evitan el naufragio. Una golosina común que endulza un rato y luego se olvida.
-CASINO ROYALE — Desopilante y definitiva sátira del mito James Bond, donde todo vale para divertir.

Revista Panorama
08/1967

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