Cine
EL NIÑO ES NUESTRO
¿QUE PASA, BARBRA?
A 300 KILOMETROS POR HORA

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EL NIÑO ES NUESTRO
(España. Con: María Isabel Álvarez, Francisco Villa, Francisco Summers. Director: Manuel Summers. Cines: Atlas y Lorca.)
Adiós, cigüeña, adiós, del mismo director español, fue uno de los mayores éxitos de taquilla del año pasado. Con indudable habilidad comercial, el sutil Summers supo compaginar un tema arriesgado con la posibilidad de que lo viera todo el público sin discriminaciones de edad. Si a ello se agrega que la película provenía de España, con su rígida censura, el hecho no dejó de llamar la atención. El niño es nuestro constituye la secuela de aquélla, su estricta continuación. Si en la primera se planteaba y describía el amor de dos adolescentes y su íntima relación que culminaba con la maternidad, en ésta se asume al recién nacido y se lo sigue en sus primeras aventuras, que formalmente asumen los mayores.
Dentro de ese enmarcamiento —de pareja fórmula en ambas obras—, Summers, explotando la gracia inmediata de los chiquilines que protagonizan sus películas, propone, por un lado, un porcentaje de diversión: los niños "alimentando al bebé, los niños integrados en una pandilla, protegiendo con desprejuiciada inocencia su precoz derecho a la paternidad frente al condicionado mundo de los mayores; los niños animando un episodio de secuestro de la criatura, cuya custodia está a cargo de monjas de un convento. Sin ahondar peligrosamente en el tema, Summers apunta —sobre todo en la primera de sus películas— a una crítica» precisamente, al orden castrador de los adultos. Dentro de las limitaciones apuntadas, la adecuación y concesiones son palpables.
El niño es nuestro, al prolongar un planteo semiagotado en su primera instancia, paga tributo a reiteraciones que trascienden la anécdota. El pormenor es algo diferente —por lo pronto el niño está más grande— pero los latiguillos, las ansiedades, las "gracias" están estereotipadas y se siente el sinsabor de algo premasticado. Lo dicho no priva admitir la repercusión jocosa en una platea sin mayores exigencias, complacida con el espectáculo "blanco".

¿QUE PASA, BARBRA?
(Estados Unidos. Con: Barbra Streisand, David Selby, Ariana Heller y Vassily Laanbrinos. Director: Irvin Kershner. Cines: Ambassador, Premier.)
Dos significativas imágenes abren y cierran esta atractiva, contradictoria película. En la apertura priva la imagen maternal de la protagonista junto a sus dos hijitos, en la de clausura es el padre con los chicos. El cuerpo de la obra es una reflexión dramática, de buena factura formal y notable ritmo, sobre la condición de la mujer de clase media, en el mundo contemporáneo.
En una primera aproximación critica, se puede establecer que ¿Qué pasa, Barbra? se despliega en dos planos. El inmediato es descriptivo. El segundo plano es de cuestionamiento, allí donde alientan las hipotéticas, discutibles posiciones frente al primero. Para ello se han valido del tan conocido como legítimo recurso del mundo subjetivo de la protagonista: sus ensoñaciones, sus secretos pensamientos que —normalmente— nunca conocen la luz y documentan lo que realmente piensa de la sociedad circundante. El mundo circundante —para esa mujer, para la mujer de ese nivel— es, en amplia medida, un orbe de trabas, prejuicios y límites que impiden la plena realización de su personalidad, su madura realización como ente social. ¡Los autores han contado a su favor con la inefable presencia de la extraordinaria actriz Barbra Streisand, cuya ductilidad dramática expresa idealmente los padecimientos, la impotencia y las dudas de su situación.
Disconformista en cuanto a la actual situación de la mujer, el panorama ideológico de la protagonista no postula soluciones plausibles; algún ajuste aislado con respecto a un concreto problema, quizás una romántica apelación al "amor", olvidando la clave elemental: en cuanto expresión importante, aunque parcial, de fenómenos orgánicos, armónicos e íntimamente trabados, el estado de deformación y sometimiento que padece aún la mujer no se va a arreglar con paños tibios.

A 300 KILOMETROS POR HORA
(Brasil. Con: Roberto Carlos y Erasmo Carlos. Director: Roberto Farías. Cines: Libertador, Paramount, Ritz.)
Pese al protagonista —el cantante popular Roberto Carlos— esta película brasileña no es de carácter musical. Pese al título —de inmediatas connotaciones automovilísticas— y al escenario —el circuito Interlagos—, no se trata de una película deportiva. Es una
historieta románticoide, que devanea en torno de este segundo aspecto, pero se demora, hasta el hartazgo del lugar común, en las ensoñaciones escapistas de un modesto mecánico que aspira —lo logra mediante un subterfugio inverosímil— al estrellato automovilístico, invistiendo los colores nacionales. Además hay lindas muchachas, amores posibles, amores imposibles, miradas incendiarias, palabras sugestivas y graciosos que no tienen gracia.
A 300 kilómetros por hora es una muestra menor de una cinematografía que tiene artistas-creadores mayores, como Glauber Rocha. En cuanto a Roberto Carlos es mucho mejor oírlo y verlo cantar; su incursión interpretativa es desentonada.
Héctor Grossi

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Revista Siete Días Ilustrados
17/12/1973
 

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