PROCESO AL CINE ARGENTINO

Nuestro cine se halla paralizado por falta de créditos y de una adecuada política de promoción. En 1942 se produjeron 56 películas. El año pasado, tan sólo 22. Mientras tanto, numerosos directores jóvenes sobreviven haciendo films publicitarios para la televisión.
Otros prefieren exiliarse. Urge una reestructuración

Cine Argentino
Arte o industria? ¿Gran negocio o calidad artística? La polémica consumió toneladas de papel impreso, desató interminable? mesas redondas y arrojó siempre el mismo resultado: nadie lograba convencer a nadie. Era previsible, dada la falsedad de la opción. Desde los tiempos heroicos de Viento norte (1937) y La guerra gaucha (1942) —pasando por Las aguas bajan turbias (1952)— hasta los más recientes de El jefe (1958) y Crónica de un niño solo (1965), el cine argentino ha demostrado que la calidad artística no está reñida con el éxito comercial. Hoy, sin embargo, nuestra cinematografía sólo parece tener una meta: la taquilla, el éxito fácil.
En estos momentos hay apenas una película en plena filmación: Villa Cariño, de Julio Saraceni. Con leves variantes, este film engrosará el exitoso desfile de las cigarras, los bichos y los hoteles que en los dos últimos años inundaron la producción local. Por su parte, Enrique Carreras —el único director argentino que filma sin solución de continuidad— se apresta a brindar otra prueba de su inagotable talento comercial: rodará en breve 'Matrimonio a la argentina', su enésimo film.
El resto es silencio. Un silencio poblado de proyectos cuidadosamente encarpetados. O durmiendo el sueño eterno de las latas, como numerosos films ya filmados y no estrenados: Héroes de hoy, de Enrique Dawi; Racconto, de Ricardo Bacher; Buenos Aires, verano de 1912, de Oscar Kantor; Taita Cristo, de Guillermo Fernández Jurado; Los venerables todos, de Manuel Antín; Así o de otra manera, de Kohon.
Mientras tanto, Fernando Birri continúa sin poder concretar su sueño dorado: filmar Mal de América, sobre libro de Vasco Pratolini, que debía rodarse en escenarios naturales de Santa Fe y la provincia de Buenos Aires. Tal vez en Italia, —donde reside actualmente— logre mejor suerte el hombre que, con Los inundados, ganó por primera vez para la Argentina el premio Opera Prima, en el Festival de Venecia.
Ramiro Tamayo es otro de los condenados al ostracismo. Tras haberse revelado como inquieto director con Bazán, un original cortometraje, debe resignar indefinidamente su ambiciosa Capanga, una vigorosa radiografía de Corrientes. Entretanto, Tamayo empeña su talento en films publicitarios. "Un artículo sobre mi obra podría llamarse Ramiro Tamayo: de Bazán a La Lechuguita", comentaba sarcásticamente el joven realizador, aludiendo a un popular aviso con Zulma Faiad del que es autor.
Pero quizá el testimonio más dramático lo ofrezca Leonardo Favio, cuyo azaroso proyecto Juan Moreira parece entrelazarse patéticamente con su propia vida.
En todos los casos, un común denominador: falta de fondos. Y una primera conclusión: cuanto mayor sea la calidad artística de una película, menor será su posibilidad de concreción.

LA SOMBRA DE UN GIGANTE
Cincuenta y seis películas en 1942. Veintidós en 1966. En un cuarto de siglo, la industria cinematográfica local contrajo su producción a niveles inferiores al cincuenta por ciento.
Hacia 1942, el cine argentino había logrado conquistar la adhesión masiva de la población y llevaba las riendas del mercado latinoamericano. Sus características eran las de una sólida empresa industrial, con estudios bien equipados y un nivel de realización que culminaría con La guerra gaucha.
Sorpresivamente, el cine argentino torció el rumbo. Al perder su acento, perdió automáticamente sus mercados, interno y externo. Fueron los años de Safo, Los tres mosqueteros, Madame Bovary, Casa de muñecas, La piel de zapa y otros films increíbles que denotaban una clara línea extranjerizante. ¿Imposición o capricho? En todo caso, ¿por qué se estranguló al cine argentino? Hay quienes sostienen que la actitud favoritista de Estados Unidos hacia México —aliado declarado en la guerra— impulsó a nuestro cine a adoptar peculiaridades aztecas, con la esperanza ingenua de recibir también aquellos beneficios. Esto explicaría el aluvión de folletines lacrimógenos que comenzó a brotar de los sets locales: La maestrita de los obreros, Todo un hombre, La novela de un joven pobre, El juego del amor y del azar.
Sea como fuere, el hecho es que en 1956 nuestro cine carecía de público. El mercado latinoamericano estaba copado por México. Con sus equipos sin renovar, la cinematografía local era una industria en quiebra.

JUEGOS PROHIBIDOS
En 1961 ocurrió el milagro. Fue el año de Tres veces Ana, Los jóvenes viejos, Alias Gardelito, Dar la cara, La mano en la trampa, Los inundados. Fue también la época en que el cortometraje alcanzó niveles de brillo inusitado. Era el delirio. Nuestras películas se aplaudían en los festivales internacionales y hasta cosechaban trofeos.
Se lo llamó "Nuevo Cine Argentino", así, con mayúsculas. Un movimiento apoyado con entusiasmo por la crítica, las revistas especializadas y el infatigable "cineclubismo". También —justo es reconocerlo— por el vapuleado Instituto Nacional de Cinematografía (administración Goti Aguilar). Sus protagonistas: Leopoldo Torre Nilsson, Rodolfo Kuhn, David José Kohon, Lautaro Murúa, Fernando Birri, Simón Feldman, José Martínez Suárez, Manuel Antín. No todos eran jóvenes ni "primerizos". Pero los animaba el mismo espíritu de rebeldía, de compromiso.
Sin embargo, la generación del 61 naufragó. Los quijotes del "nuevo cine" no supieron manejar sus lanzas y las volvieron contra ellos mismos. Cada uno creyó ser el centro único del movimiento, rechazando la idea de formar una productora común para hacer frente a la hostilidad del cine tradicional, que finalmente los devoró.
¿Qué hace hoy la "nouvelle vague" argentina?
TORRE NILSSON: Optó por trabajar en el extranjero. Sus dos últimos films los realizó en Puerto Rico: La chica del lunes y Los traidores de San Ángel. Prepara una próxima película: Trampa de arena, a rodarse en Punta del Este. Como las anteriores, producida con capitales norteamericanos. RODOLFO KUHN: Sobrevive haciendo films publicitarios. Dirigió el año pasado un episodio para la coproducción El ABC del amor (basado en el cuento "Noche terrible", de Roberto Arlt). Aun no fue estrenado. DAVID JOSE KOHON: Inactivo desde 1964, en que dirigió Así o de otra manera, todavía sin estrenarse. También vive del cine publicitario. LAUTARO MURUA: Dedicado con exclusividad al teatro. SIMON FELDMAN: Ganador, como Lautaro Murúa, del Jano de Oro en Santa Margherita Ligure. Fue director de El negoción y Los de la mesa diez. Ahora retornó al cortometraje. JOSE MARTINEZ SUAREZ: (El crack y Dar la cara): Vive en Chile haciendo films publicitarios. MANUEL ANTIN: Se dedica a la TV.
El balance no puede ser menos auspicioso. Sin embargo, no todo se ha perdido. Las obras de la "generación del 61" están allí, y son un logro irreversible. Leopoldo Torre Nilsson, acérrimo defensor de la corriente que el mismo iniciara, solía criticar a veces la desubicación de algunos jóvenes directores, empeñados en una guerra absurda. "No hay que olvidar que yo hice La casa del ángel y El secuestrador con Atilio Mentasti, y aunque nos separan criterios dispares, no veo el impedimento para tener una relación humana con él. Muchos de esos jóvenes —recuerda Nilsson— fueron llamados por Mentasti para proponerles trabajo, y rechazaron la proposición con actitudes altivas".
El dilema es de hierro. ¿Qué es preferible? ¿Integrarse a una industria, hacerse profesional y, mientras se espera la obra maestra, filmar dignos productos comerciales? ¿O resignarse a empuñar la cámara para engendrar jingles, sin pena ni gloria?
Luis Berlanga, el talentoso realizador español, refería durante su reciente estadía en Buenos Aires que los jóvenes directores de su país habían cambiado de táctica. "El cine tradicional español es como una línea Maginot: inexpugnable. Entonces, los jóvenes y yo decidimos entrar por la puerta lateral. Les vamos a demostrar a los viejos que sabemos hacer los films comerciales mejor que ellos. Cuando los hayamos echado a todos, empezaremos a mandar nosotros..." Formidable estrategia.
De todas maneras, la crisis de nuestra cinematografía requiere soluciones a nivel nacional.
En diez años de existencia, el Instituto Nacional de Cinematografía tuvo 7 presidentes o interventores: ninguno alcanzó a completar el mandato de 3 años. Con escasas y honrosas excepciones (el nombrado Goti Aguilar, Alfredo Grassi) todos se han caracterizado por su ineptitud. Influenciados por productores todopoderosos, ninguno de ellos logró atacar dos problemas básicos:
1)La creación de una empresa al estilo Pel Mex, que obtenga mercados compradores para nuestras películas.
2)Enfrentar con decisión la política crudamente mercantilista de los exhibidores, que favorecen el drenaje constante de divisas mediante la importación indiscriminada de films extranjeros.
Mientras estos dos problemas permanezcan insolubles, nuestro cine seguirá agonizando.
Revista Siete Días Ilustrados
25.07.1967
cine argentino

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