Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

niños precoces
Y MAÑANA FUERON HOMBRES
Mejor que niños prodigios es llamarlos niños precoces. Ellos mismos lo reconocen. La semana pasada, Primera Plana se esforzó en cosechar las opiniones y el curriculum artístico de varias de estas ex promesas.
Pablo Codevilla tiene 13 años y va a rendir segundo año nacional libre, durante el próximo verano. “Está adelantado un año”, asestó su mamá, Doña Ana Marinello de Codevilla, y explica: “Nuestro apellido no tiene nada que ver con el del político Codovilla”. Él adolescente, pese a los roles de niñito con flequillo que le adjudican los directores cinematográficos y televisivos, exhibe una cara achatada y precoz y la voz atiplada propia de su edad.
Es, actualmente, el infante de Buenos Aires, título que lo alimenta desde sus tiernos nueve años. Un caso semejante al de tantos otros que cundieron por Buenos Aires y el mundo entero. Su ingreso en el arrabal del arte se produjo casualmente. Un amigo del padre inscribía toneladas de párvulos en las oficinas de LR4 Radio Splendid con el fin de seleccionar un protagonista infantil para la producción de
Carlos Rinaldi 'Al diablo con este cura', perpetrada en 1966 por Luis Sandrini. “Fui elegido para actuar en la película —asegura Pablito— pero no hice el trabajo”. Lo cierto es que su madre conoció en esas circunstancias a una “agente secreta”' del servicio de Jacinta Pichimahuida, el esperpento que con tanto éxito protagonizó la angelical Evangelina Salazar de Ortega. “La señora —recuerda doña Codevilla— buscaba extras para el programa y al nene le gustó más. Fue y lo aceptaron.”
Pero las andanzas artísticas del nene comenzaron años antes. Siempre actuó en las fiestas del colegio Pablo A. Pizzurno: Día de la Madre o del Padre, 25 de Mayo o 9 de Julio. “Para él, actuar es como un juguete —alardea la mamá—, si se le saca de las manos llora como un loco.” Más sobrio en sus decía, raciones, el nene asevera: “Actuar forma ya parte de mi vida. Me interesa muchísimo hacer lo que hago”. Prueba de su vocación, es el grave disgusto, decorado de llantos y pataleos de ira que tuvo cuando la Municipalidad le impidió continuar en Todo en el jardín, de Albee. dirigida por Stivel. La obra fue prohibida para menores y él protagonizaba a un hijo de Bárbara Mujica y Federico Luppi.
Después de Pichimahuida, participó en un rosario de programas televisivos. En Pacto con los brujos trabajó bajo la quisquillosa dirección del mefistofélico Narciso Ibáñez Menta; junto a Marilina Ross, en Cosa juzgada. Filmó una decena de largometrajes, y llegó a codearse con el cursi Rossano Brazzi.
El verano próximo, mientras sus coetáneos repartan el ocio de las vacaciones entre partidos de fútbol, citas con lolitas y domésticos bailecitos, el esforzado Pablito consumirá, íntegro, el programa de segundo año nacional. Los padres están contentos; quizá su precocidad es un buen negocio.

PANTALON CORTITO
No siempre la prematura elección de un camino, y menos aún cuando éste es el del arte, asegura el porvenir de un ser humano. “Regresé hace unos meses a la Argentina y me siento totalmente desubicada; tengo que reorganizar mi vida”, se propone Adriana Caputi de Kaufman, 25 años, casada con un químico atómico, y mamá inminente: se llamaba Adrianita. Aún no sabe si vincularse por segunda vez con el medio artístico de Buenos Aires o postularse nuevamente como ayudante de trabajos prácticos del departamento de Literatura Argentina, en la Facultad de Filosofía y Letras.
Mientras repasa su pelo rubio, con manos nerviosas, rememora: “Empecé a los 7 años. Fui como todos los niñitos que sus mamás emperifollan para que reciten poemas en el colegio. Entonces, una maestra, la señorita Menchaca —el nombre ya no lo recuerda—, incitó a mamá para que me hiciera aprender declamación”. Exactamente con la ampulosa Blanca de la Vega, una especie de hada promotora de talentos infantiles, estudió en el Conservatorio Beethoven hasta que la solicitaron para actuar en una matinée del Astral —Un angelito endiablado, junto a Fernando Siro, Eva Dongé y Fernando Heredia—: “Recité unos versitos y claro, yo tenia don natural para hacerlo; me tomaron de inmediato”. Corría el desgraciado año 1952, ubica la joven señora a PRIMERA PLANA. En el 53, Guthman, de Interamericana —productora con estudios en Mapol y competidora de Sono—, se interesó por un Angelito... y la llevó al cine. Fue su primera labor en un largometraje. Después vino La niña del gato, con su par de envidiables trencitas que las niñas y adolescentes de Buenos Aires se esforzaron en plagiar. “Fue una producción revolucionaria.
Contaba las peripecias de una niña ladrona. Los pobres deben robarle a los ricos, era el lema, inculcado por su padre. Claro —concluye Adrianita—, estábamos viviendo en plena época de las masas peronistas.”
A los trece, protagonizó 'El primer beso', en colores, dirigida por Carlos Borsani. Este trabajo le produjo una “ruptura”. Se le planteaba, crudamente en la ficción, lo que estaba viviendo en la realidad. Pese a todo siguió actuando en el cine, la radio y la televisión: Qué mundo de juguete, de Abel Santa Cruz, por Canal 7. Después se casó y emigró a Europa, donde estudió francés en La Sorbona; hizo ensayos en la radio y TV francesas y, por imperativos de su profesión de esposa, abandonó en 1970 una propuesta para perpetuarse en la televisión de ese país. “Seguí los pasos de mi marido, y —lamenta— París ha quedado atrás ...” Después del ansiado alumbramiento quizá la ex niña prodigio concrete su rentrée ante el público porteño.
Mientras algunos ex fenómenos pululan desorientados por Buenos Aires, otros no critican a sus inspirados padres por haberlos arrojado a las tablas o a las cámaras. Juan Carlos Barbieri (37, casado dos veces, divorciado dos veces, una hija, orgulloso de ser argentino) es uno de ellos. Atento, carilindo, elegante, de suaves modales y educación entalcada, confiesa que “jamás me enloquecí con mis triunfos —Barbieri así considera sus actuaciones—; siempre entendí que estaba cumpliendo con un trabajo, lo que me produjo muchos desvelos”. Actualmente se da el lujo de matizar sus actividades. “No me dedico full-time al arte, ni tampoco dependo de productoras, compañías o directores”. Es que, acepta, nunca lo acosó una exclusiva vocación artística. La asumió como un trabajo y la cumplió mientras completaba sus estudios primarios y durante todo el bachillerato. Cuando se desempeñaba ante las cámaras, como protagonista de Corazón, sobre el novelón lacrimógeno de Edmundo D’Amicis, vivía una vida normal “como corresponde a un niño de tierna edad”. A sus incursiones cinematográficas siguieron las teatrales, pese a que el calculador galán reconocía ya que el teatro no otorga tanta popularidad. Se inició en el quehacer artístico “porque sí”, porque su madre envió una foto a un concurso organizado por Radiolandia. Después aceptó vivir de esa profesión, Ahora amontona respetables ingresos como gentilhombre dedicado a guiar los primeros pasos en la compraventa de automotores, en una oficina de Lavalle al 1700, y como socio de una fábrica de tejidos, en Coghlan.
Un agobiante porcentaje de talentositos confiesa haberse iniciado en el métier a instancias de sus padres; la casi totalidad reconoce como trampolín a algún concurso selectivo. En general, recordar semejantes comienzos hace ruborizar a los entrevistados. En cambio, Bárbara Mujica —quien se ha convertido en tapa sexy de revistas y en una actriz excelente— se regodeó en lo singular de sus inicios. Enfundada en una colorida maxifalda a rayas verticales, puntualizó que su primera incursión por un set fue “para acompañar a mamá a una filmación”. Alba Mujica estaba rodando Para vestir santos, bajo la dirección de Torre Nilsson. Este informó “casi a los gritos” que su padre, Torres Ríos, necesitaba a una chica para protagonizar Edad difícil, junto a Oscar Rovito, después su primer marido. “De la mano de mamá me presenté a la prueba y fui elegida.”
Su destino profesional estaba signado por las leyes de la herencia. Era 1955. Después fue La casa del ángel (de Torre Nilsson). Entre suspiros aletargados recuerda: “Yo hacía la maldita, la que leía la Biblia con doble, o triple o qué sé yo cuántas intenciones”. La Mujica hija coincide con Marilina Ross en que este film es el primer trabajo que les interesó realizar en cine. También hizo radio, televisión y teatro. Actualmente, Bárbara tiene entre manos el ciclo Cosa Juzgada y un compromiso teatral para el 71, en el SHA.
Por su parte, coreado por las ruidosas rotativas de la empresa de artes gráficas que pertenece a la familia Rovito (Rotype), el ahora barbado Oscar Ricardo (29, casado con Bárbara Mujica, dos hijos; reincidente con la docente Lidia Calb, una hija) desentierra glorias y recuerdos. “En 1952 leía Billiken, Un día decidí llenar un cupón de un concurso organizado por Toddy. Buscaban al niño capaz de interpretar al justiciero Tarzanito, en Radio Splendid. Me probaron y el resultado fue lógico —se jacta—: salí contratado. Les gane a 150 chicos”. Admite que nada tuvo que ver la vocación “en todo esto”. Trabajó por inercia. “El arte no era mi camino, pero le fui tomando el gusto poco a poco”. Más tarde protagonizó la trilogía La edad difícil, o el despertar del amor adolescente (con la que obtuvo el premio al mejor actor en el Festival Internacional de Manila, en 1956), Demasiado jóvenes (1957), el noviazgo adolescente, y Los que verán a Dios, en el 60. Paralelamente, se desempeñó en teatro. Más tarde hizo televisión, y ahora reparte sus actividades entre la industria y el arte. Así prepara su próximo papel para el largometraje en que Juan Carlos Gene debutará como autor cinematográfico.
Entre sorbos de café, Tarzanito descubre que lo más importante en su carrera fue La edad difícil. Tenía sólo quince años, le faltaba madurez profesional y “de alguna manera” estaba viviendo el papel que le encomendaran, lo que le producía un cierto rechazo de la cosa.

SEGUN PASAN LOS AÑOS
Algunos reniegan de su aureola de niños precoces, pero la mayoría de los que lo fueron acepta, casi con gusto, el enrarecido mote.
“De pequeña me obligaron a decir versitos en las reuniones como a casi todas las niñitas, pero yo lo hacía con placer.” Marilina Ross, pese a sus “ganas”, reconoce que “todo me jorobó mucho”, especialmente su temprana incursión interpretativa. “Hay que ver lo que es estar a los 14 años de vedette y enfrentarse con la vida, bruscamente, para que nos golpee bien. Una es una nena prodigio, sale como un cohete a vivir y se pega contra la pared”, se rebeló el viernes pasado entre las paredes de su departamento de Arroyo al 900, que comparte con Emilio Alfaro. Pero hasta 1970 no hizo nada que realmente la subyugara. Sus periplos televisivos no tienen mucho de recomendables hasta que se sumerge con el resto del Clan en Cosa Juzgada. “En este ciclo veo desarrolladas en mí misma mis mayores posibilidades; el resto —condena— me facilitó el éxito rápido, el conocimiento del público.” Muy especialmente, la vapuleada escena del film Primero yo, cuando Alberto de Mendoza le descubre el torso. Su impudicia le valió un juicio y la consiguiente mención de “procesada por exhibiciones obscenas”, en el prontuario.
“Filmé como ochenta películas”, espeta Semillita (Juan Ricardo Bertelegni, 48, casado, una hija de 16), mientras se remueve en la silla de un bar. La última fue Blum, con Darío Vittori. Y actualmente está trabajando junto a María Vaner en un remake de El canillita, y la dama, bautizada como No estoy enamorada pero te quiero, o “algo parecido”. “De mis películas me han gustado casi todas”, asegura el conformista Juancito. Pero la nostalgia le hace preferir el pasado, “la época extraordinaria de mis comienzos en el cine”.
Interrogado sobre su opinión del mundo y sus expresiones actuales, Semillita se desborda en elogios para los supermercados, alude con gracia a la importancia de la mujer de hoy, mientras las venitas que adornan su cara se contraen por el frío de la mañana y el alcohol ingerido durante la charla.
De 22 años, casado, un hijo de 24 días, Oscar Orlegui, otro de los elegidos por la fortuna, también en una selección organizada por Sono Film, no necesita esforzarse mucho para hilvanar una historia de su carrera. Filmó 16 largos y actualmente participa en algunos programas unitarios de televisión.
Una de las excepciones que abdican del título de niños precoces es Nelly Hering (alrededor de los 40, iniciada con la infaltable Blanca de la Vega a los cinco años, y debutante a los 9 en la compañía de Mecha Ortiz). Trabajó infatigablemente en radio y hoy sustenta un microprograma (Bueno, a usted que le importa, LR6) de crítica social. Dos años atrás se embarcó en una patriada, el doblaje de series y largos para la TV argentina, un buen método. “Es una labor más que anónima —reconoce—, pero sirve para abrir nuevas fuentes de trabajo.”
PRIMERA PLANA
29/IX/70
 







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