Libros
Los agentes en Amsterdam: literarios, pero también secretos
EDITORIALES: Y el siglo XXI será argentino
ANTROPOLOGIA: Los etruscos en los Andes
PRIMEROS AUXILIOS: El rescate de la democracia
CRONICAS: Las visiones del peregrino

Los agentes en Amsterdam: literarios, pero también secretos
La casa se refleja plácidamente en las aguas del Amstel, uno entre muchos edificios del siglo XVII que bordean, en filas impecables, los canales de Amsterdam. Pero el número 268 del canal Amstel tiene una historia y un presente distintos de sus vecinos. Antes de la Segunda Guerra Mundial, alojaba a la sede central del Partido Comunista de Holanda. Hoy, irónicamente, a la Fundación Aleksander Herzen.
Aleksander Herzen (1812-1870) fue el primer escritor ruso que eludió la censura, zarista en su tiempo, publicando en Occidente. La fundación que lleva su nombre comenzó a funcionar en 1969 y su propósito es concertar la publicación fuera de la Unión Soviética de manuscritos que la censura estatal impide llegar a la imprenta. (El monopolio estatal de los medios de impresión, distribución y venta del libro ha permitido a los escritores soviéticos circular en un auténtico underground, no en la coqueta marginalidad que pasa por clandestinidad en los Estados Unidos. El mimeógrafo, aun las copias mecanografiadas, reproducidas por sucesivos carbónicos, son la forma de 'samizdat' —autopublicación— en que circulan las novelas que critican algún aspecto del régimen, los documentos relacionados con los juicios políticos, las cartas de protesta.)
¿Quiénes dirigen la Fundación Aleksander Herzen? Jan Willem Bezemer, profesor de Historia de Rusia en la Universidad de Amsterdam; Peter Brian Reddaway, profesor de Historia de Rusia en la London School of Economics; Karl van het Reve, profesor de Literatura Rusa en la Universidad de Lei-den, cuyo domicilio es, precisamente, Amstel 268, Amsterdam.

MIGUEL STROGOFF CABALGA DE NUEVO. La Fundación es sólo uno de los muchos canales por los cuales se evade de la Unión Soviética la literatura clandestina. Existe, por ejemplo, la N. T. S. (iniciales en ruso de Alianza del Pueblo y Trabajadores), con sede en Frankfurt, organización regida por emigrados de los últimos veinte años. Pero la Fundación Aleksander Herzen es, quizá, la que ha enfrentado peligros más novelescos para obtener algunos textos famosos.
El profesor Van het Reve vivió algún tiempo en Moscú, como corresponsal del diario Het Patool (La palabra), de Amsterdam; en agosto de 1969, cuando partió de la Unión Soviética, había reunido casi 120 documentos clandestinos y un conocimiento de primera mano de lo que significa la disidencia en un monopolio estatal. Su primera jugada triunfal fue la publicación de Cartas y telegramas a Pavel M. Litvinov lograda antes de que la Fundación se estableciera.
Litvinov, nieto del famoso Maxim M. Litvinov que fue ministro de Relaciones Exteriores de la Unión Soviética, trascribió en 1968 el proceso al que fueron sometidos cuatro acusados de actividades antisoviéticas: Aleksei Dobrovolsky, Vera Lashkova, Yuri Galanskov, Aleksander Ginzburg. Hizo circular por distintas emisoras de radio extranjeras que son sintonizables en Rusia un texto A la opinión pública mundial, donde el juicio era considerado una burla de la justicia y que firmó con su nombre y dirección.
Litvinov, desde luego, fue juzgado en octubre de 1968. Agravado por su participación en demostraciones contra la ocupación soviética de Checoslovaquia, el caso tuvo el desenlace previsible: una condena a cinco años de trabajos forzados. Pero las cartas de todos los oyentes radiales de A la opinión pública mundial ya estaban en manos del profesor Van het Reve, quien discutió con un editor holandés su publicación en volumen mediante una comunicación telefónica desde Moscú. Por razones de prudencia, cada vez que era necesario mencionar el volumen se lo hacía como Cartas a Lenin. El precio que pidió el profesor por su trabajo de agente fue el simbólico mínimo que estipula la ley holandesa: un guilder (28 centavos de dólar).
Otros hallazgos de la estadía moscovita del intrépido académico fueron Mi testimonio, el relato de Anatoli Marchenko sobre sus seis años de encarcelamiento, y Viaje involuntario a Siberia, de Andrei Amalrik. Arrestado en 1969 por propagar "opiniones antisoviéticas", Amalrik es el autor del difundido ensayo ¿Sobrevivirá la Unión Soviética hasta 1984?, cuya publicación también patrocinó la Fundación Herzen, y de una colección de obras teatrales en un acto que aparecerán en el presente año.

DIEZ MIL DOLARES EN SUSPENSO.
"Nadie quiere escribir cuatrocientas páginas a máquina si lo que está copiando carece de un interés mínimo —apunta con lógica irrefutable Van het Reve— y en Rusia no es tan fácil disponer de mimeógrafos; fuera de las reparticiones oficiales, nadie ha visto una máquina tipo Xerox". De todos modos, los responsables de la Fundación declaran que les importa el sentido documental y literario de los originales que publican, no el punto de vista ideológico desde el cual pretenden hacerse oír.
Entre los originales que esperan turno de publicación están las minutas del proceso trascriptas por Litvinov: "Si esto fuera una tesis merecería un doctorado sin discusión —opina el profesor Van het Reve—: es una proeza académica. Si un testigo del juicio cita equivocadamente a Goethe, hay una nota a pie de página que corrige el error". Otro testimonio judicial pertenece al proceso de diez tártaros de Crimea, juzgados en Tashkent por actividades subversivas. "Si tuviéramos el dinero necesario, lo publicaríamos inmediatamente", suspira Van het Reve.
Es que la Fundación, aunque maneja sumas importantes, es pobre: los editores que publicarían originales en ruso son pocos, y pocas firmas comerciales se interesan en obras de documentación cuyo público se limita a menudo a eruditos en historia y sociología rusa. En la casa de Amstel 268 hay 10.000 dólares de derechos por las obras cuya publicación ha gestionado la Fundación Herzen, esperando el momento en que sus autores puedan cobrarlos; pero sus tres directores no cobran sueldo. "Ojalá nos quedemos pronto sin trabajo —suspira Van het Reve—. Significaría que no hay más censura en la Unión Soviética."
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EDITORIALES
Y el Siglo XXI será argentino
Arnaldo Orfila Reynal ha reiterado, como editor, una figura muy argentina de este siglo: la del apóstol que sembró en tierras lejanas. El Che, en la Revolución, Cortázar en la Literatura (todavía posible con L mayúscula, para él), anticiparon, acompañaron los logros de Orfila en la edición: Fondo de Cultura —la original— en México, luego Siglo XXI, como continuación libre de aquella semilla entorpecida por la burocracia ideológica. La noticia de que un viejo sueño de Orfila, el de dirigir una editorial argentina, está a punto de tomar cuerpo no puede menos que satisfacer.
"Se trata de la incorporación del grupo de la editorial Signos a una empresa en formación: Siglo XXI Argentina —informa, con una sonrisa generosa y esperanzada Enrique Tandeter, integrante junto a José Aricó y Juan Carlos Garavaglia del equipo que ha estado respaldando las ediciones de Signos, de las cuales Héctor Toto Schmucler es asesor—. Siglo XXI de México aporta a la empresa su local y su personal en la Argentina. Lo importante es la coordinación de planes con México y con España, donde Siglo XXI tiene sus otras ramas, de tal modo que, sin encimarse ni dejar lagunas, se crea un plan de publicaciones coherente y amplio para el idioma".
Se calcula el monto necesario para iniciar las actividades de la nueva empresa en unos 100 millones de pesos viejos. De ellos, unos 55 serían aportados por Siglo XXI mexicana1, y por Signos; el resto corresponderá a una emisión de acciones para las que se han comprometido algunos nombres prestigiosos en distintos ámbitos de la inteligentzia progresista: José Luis Romero, Jorge Tognery, Albero Ure, Enrique Pichón Riviére, Enrique Rotzait, Ernesto Deira, Américo Castilla.
En este momento hay unos veinte títulos en prensa con el pie editorial de Signos. Entre ellos los hay tan excepcionales como los Elementos fundamentales para la crítica de la economía política, únicos textos donde la teoría marxista del capitalismo, desde los orígenes hasta el derrumbe, aparece en su integridad, y el famoso capítulo VI del libro I El Capital, inédito. Este último texto, anunciado por Signos desde hace un año, no mereció una sola mención en la prensa local, aunque esta misma se ocupó reiteradamente, hace dos semanas, de la publicación de la edición francesa, según un cable de France Presse poblado de inexactitudes. La versión en castellano aparecerá la semana próxima en las librerías porteñas.
Como un presagio de la fusión, a partir de este mes, Siglo XXI, por primera vez en su vida editorial, distribuye exclusivamente los títulos de Signos en la Argentina y en México. Para Siglo XXI argentina, se anuncia un promedio de cien títulos para el primer año de vida. El mismo Orfila Reynal vendrá en abril para anunciarlos debidamente.
Una posibilidad, que nadie confirma por el momento, es la que muchos argentinos, huéspedes de Chile durante el reciente verano, escucharon en los ambientes intelectuales del efervescente país vecino: el triángulo de Siglo XXI podría convertirse en cuadrilátero, si un grupo vinculado a la Universidad Católica de Chile —autores, casi todos, de los dos volúmenes sobre la realidad chilena, publicados por Signos— se nuclea para formar, en torno a Orfila, el sueño que Salvador Allende le confió al margen de las ceremonias oficiales que acompañaron su asunción: el de formar una editora nacional, iniciativa que el presidente chileno querría ver animada por el propulsor del legendario Fondo y no por otros editores locales que se le aproximaron obsecuentemente en tal ocasión. Evidentemente, Siglo XXI será argentina, y también latinoamericana si su crecimiento prosigue.
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ANTROPOLOGIA
Los etruscos en los Andes
América, cuarta dimensión, por Natalia Rosi de Tariffi, Caracas, Monte Avila, 1970. 218 págs.
Los investigadores se desvelaron y siguen desvelándose por precisar el origen de los etruscos y descifrar su lengua. Aquellos hombres legendarios, de cuya cultura han quedado impresionantes monumentos, no sólo fueron pobladores de la península itálica sino que vivieron en toda la vasta unidad euro-asiática. Ya en la antigüedad griega, Herodoto afirmaba que los habitantes de Etruria llegaron a la península provenientes del Asia Menor, conducidos por su jefe Tirreno. En la época romana, el griego Dionisio de Halicarnaso refutó a Herodoto sosteniendo que los etruscos fueron originarios de la antigua Italia y que nada tenían que ver con las tradiciones culturales de pueblos del Asia Menor. Otros señalaron en el siglo XVIII que habían descendido de los Alpes para establecerse en Italia en sucesivas migraciones.
Inmigrantes o autóctonos, la oscuridad que rodea su existencia se fue volviendo cada vez más inquietante. Han trascurrido dos mil años de incógnitas y de investigaciones sobre la lengua etrusca. Las hipótesis teñidas de subjetividad desembocaron en esta conclusión dramática: la lengua etrusca fue declarada de origen desconocido. El pueblo que existió y dejó sus huellas, el que habló y creó, quedaba igualmente entre sombras, irremisiblemente perdida su cultura viva.
Una lingüista toscana, Natalia Rosi de Tariffi, nacida en 1907 en Barberino di Mugello, se puso en la tarea de descifrar el enigma. Comenzó por poner en cuestión el determinismo dogmático que signaba los viejos paradigmas de investigación; tomó distancia de etruscólogos y lingüistas contemporáneos fijados al criterio de predominio de la raza aria, según el cual "las principales lenguas del mundo occidental derivan del sánscrito". Comprobó que las conclusiones llevaban a suponer que en Italia había existido una zona lingüística prehistórica mucho más antigua que la que habló las lenguas euroasiáticas. ¿Dónde se originaba esa lengua? ¿De dónde venía ese pueblo? ¿Qué era ese mundo preetrusco y etrusco cuya; lengua no es indoeuropea?
La revelación se va dejando sentir suavemente. La autora tiene un método de exposición fascinador: va enumerando incógnitas y sinsalidas, pareciera hilvanar los fracasos de la ciencia. Lo que fundamentalmente quiere decir aparece en el discurso como una escueta información que no tiene en cuenta la perplejidad que puede provocar en el lector: "Los etruscos salieron de los Andes. Llegaron a las vírgenes riberas del Arno desde el continente americano, en el cual habían permanecido milenios formando parte de una civilización megalítica cuyos restos arqueológicos, que llevan el nombre de Tihuanaco, Sacsahuaman, Machu Pichu, Ancón, Pisaj, etcétera, son demasiado conocidos para que ameriten párrafos explicativos". El método que emplea, llamado léxico-genético, consiste en recuperar los "genes" lingüísticos en familias de palabras, rescatando los significados remotos y las motivaciones de esas palabras matrices.
Cuando el hombre pasa de la vida animal a la vida de la razón, sus conceptos son simples y las palabras fundamentales: casa, fuego, sangre, sudor. La autora se remonta de su valor semántico actual a los conceptos que debieron generarlas. El hombre primitivo creó la palabra casa para designar la caverna natural, una hendidura en la roca. En kechwa kasa significa rendija, hendidura, entrada.
La aventura intelectual que propone la lingüista tiene apoyo en la documentación más estricta. Pero los ejemplos de que se vale, además de ceñirse a un riguroso estudio de las lenguas, van creando una suerte de relato subterráneo en el que puede leerse la historia del hombre y la evolución de su lenguaje.
Las coincidencias curiosas sobreabundan en el texto. Lo que se va esbozando es una milagrosa red de relaciones cuyos núcleos más densos se aprecian en lo que concierne a la lengua etrusca y su origen kechwa-aymará.
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PRIMEROS AUXILIOS
El rescate de la democracia
Cómo controlar a los militares, por John K. Gatbraith. Buenos Aires, Granica Editor, 1970. 84 páginas.
Cuando empezó este trabajo, un complemento de El Nuevo Estado Industrial, Galbraith conjeturó que así como la guerra de Vietnam había sido la causa del ocaso de Johnson, el poder militar podía obrar el mismo efecto en el destino de Nixon. La salvedad en favor de este último, un consumado custodio de su carrera política, no excluye un posible gambito que reduzca y domine ese control. Por cierto que el liberal Galbraith no es sospechoso de ternura hacia el derechista presidente actual, pero, realista al fin, acepta que el objetivo se logre a través de quien sea.
Pese a las apariencias, no se trata de un problema sectorial. Los acuerdos constitucionales más antiguos de los Estados Unidos, que todavía se enseñan en las escuelas sin ahorro de solemnidad, suponen que la autoridad final, la soberanía final, reside en el pueblo. En el plano político el pueblo elige a sus representantes, en el plano privado instruye mediante su compra a los productores acerca de lo que les conviene mandar al mercado. Pero lo que ahora ha cambiado absolutamente son los términos fundamentales de esa filosofía. Ahora las fuerzas armadas y las corporaciones que los proveen toman las decisiones, dirigen al Congreso y el pueblo se limita a asentir calladamente a lo que ya se ha resuelto y a pagar la cuenta.
El primer punto que se debe determinar con precisión es la localización del culpable. Más que el inveterado capitalista gordo y frío, el mal reside, a juicio de Galbraith, en la preeminencia del poder militar. Esto no implica que el elegante profesor de Harvard se complazca en producir inocentadas y rechace la posibilidad de que el capitalista soborne. si le conviene, a dóciles militares.
Oigamos un pasaje típico de su estilo irónico: "Sería vano suponer que los oficiales que están actualmente en servicio activo —por ejemplo los asignados a las plantas de defensa— nunca ven aumentados sus ingresos por la generosidad de los contratistas con quienes trabajan, o que rechazan todos los favores, se entretienen a sí mismos y duermen austeramente solos".
Sin embargo un esquema guiado por la psicología de la conspiración fundado en un sistema de corrupciones tiene el conocido defecto de ser ahistórico y conducir en la práctica a ineficientes comisiones investigadoras. Por otra parte, el "complejo militar-industrial" denunciado por Eisenhower, es decir, la interacción de fuerzas armadas y contratistas, es mucho más estrecho que la noción de poder militar que maneja Galbraith. Este incluye, además, los servicios de inteligencia, los planteles de científicos y las comisiones de Fuerzas Armadas del Senado y la Cámara de Representantes.
Más inteligente es analizar las causas que llevaron a la general admisión de este fabuloso incremento de poder. Galbraith enumera "el peligro comunista" sumado a la ignorancia sobre el poderío militar soviético, el silencio de los sectores políticos, la consiguiente debilidad de los escépticos, el prestigio de los militares de la Segunda Guerra, la relativa sencillez de los problemas internos. Ahora bien, casi todos esos factores se han debilitado o han pasado al olvido. Por de pronto es un hecho que el liberal Kennedy se veía obligado a enfatizar el peligro comunista con acentos más afligidos que los que hoy emplea el conservador Nixon. En ninguno de ambos casos la actitud responde a preferencias personales; refleja el cambio operado en la opinión pública.
Los generales de la Segunda Guerra han ido desapareciendo. Los soviéticos demuestran un evidente terror por la generalización de un conflicto. Los problemas internos de los Estados Unidos requieren porciones cada vez más grandes del presupuesto. Después de veinte años de carrera armamentista, el pueblo tiene la impresión de que la seguridad ha decrecido. La guerra de Vietnam recluta opositores en anchos y gravitantes planos, ayer indiferentes, de la sociedad. Por último los militares han perdido el monopolio de los conocimientos científicos hasta en temas relativos a la seguridad nacional. Todavía insistirán en que el peligro comunista o la ignorancia general de los aspectos técnicos de la guerra convierte en sospechoso a quien los quiera controlar.
Este es, a juicio de Galbraith, la debilidad constitutiva de las burocracias: son incapaces de responder con eficacia cuando se las ataca. Son, según su metáfora, fortalezas de murallas anchas y cañones fijos. Mientras disparan sobre blancos anacrónicos hay que intentar el rescate de la democracia.
E. de O.
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CRONICAS
Las visiones del peregrino
Cartas del yagé, por William Burroughs y Allen Ginsberg. Ediciones Signos, Buenos Aires, 1971. 84 páginas.
"Lo estimulante es ver las cosas desde un ángulo especial. Lo estimulante es la libertad momentánea de los reclamos de la declinante, cautelosa, rencorosa, temerosa carne. Tal vez encuentre en el yagé lo que buscaba en la droga, la hierba y la coca. El yagé puede ser lo definitivo". Con esa promesa anhelante se cerraba la sórdida, apasionante primera novela —autobiográfica— de Burroughs, Junkie, publicada en 1953 con el seudónimo de William Lee. La promesa, al menos, no fue pronunciada en vano. Ese año, el padre más notorio de la beat generation, nacido en Saint-Louis, Missouri, en 1914, llegaba a Panamá, primera escala de su peregrinación hacia la selva de Colombia, donde yace, entremezclada con lianas inofensivas, la poderosa droga alucinógena que preside —y guía— los ritos mágicos (iniciáticos o medicinales) de la jungla colombiana y peruana.
Cartas del yagé encierra, en su parte inicial, y más extensa, las cartas que Burroughs envió a Ginsberg en diversos descansos de su viaje a Panamá, Bogotá, Pasto, Lima. Esta peregrinación esconde una parábola secreta: un pasaje de la utilización relativamente indiscriminada de drogas (signada por el submundo de Junkie, donde reina la desesperación de los adictos y la opresiva presencia de los traficantes) a una experiencia mística de la droga. Ya no se trata de librarse de los reclamos de la carne sino de satisfacer la necesidad de apertura de la conciencia: allí está el carácter definitivo del yagé, o aya-huasca. Apertura que signaría su obra
futura, y le otorgaría esa forma peculiar de discurso desintegrado, debido a la trasposición de la técnica pictórica del recorte —cut-up— y del collage a la literatura, sugerida por su amigo y colaborador, el pintor inglés Brion Gysin. El primer texto —que llamó "rutinas"— de los que formarían parte de Naked Lunch, lo escribió en mayo de 1953 y lo envió a Ginsberg con una carta.
Pero Burroughs no cree en la posibilidad de trasmitir literalmente las experiencias de la droga: en cambio, esa experiencia es el residuo convulsivo y desintegrador con que combatirá el discurso formal. Por esta razón, sus cartas a Ginsberg casi no traen referencias de los efectos del yagé. Hace minuciosas descripciones del aspecto y preparación del ayahuasca, de las interminables dificultades de su viaje, de su disgusto por las incomodidades del sub de sarro-lio, relata peripecias en tugurios perdidos en el tiempo, que le recuerdan los de su adolescencia, y en esas pequeñas ciudades enclavadas en la selva, pero narra apenas la entraña del viaje.
La segunda parte de Cartas del yagé es, en este sentido, totalmente opuesta. Se trata de una larga carta enviada a Burroughs por Allen Ginsberg, en junio de 1960, desde Pucallpa, Perú, y de la respuesta del destinatario. En su carta, Ginsberg, nacido en Paterson, New Jersey, en 1926, autor ya en ese momento de Empty Mirrors y Howl, intentó — entre muchas otras veces, antes y después— una tarea imposible, sino vana: describir los efectos de una droga, hasta con dibujos. Un año antes, en 1959, en su poema "Mescalina", había escrito: Oh señor más allá de mi ojo / la senda debe llevar a algún lado / la senda / la senda, y culmina: No tiene sentido escribir cuando el espíritu no guía. En la carta reaparece ese temor a la apertura, a la pérdida de toda atadura: "Yo no sé si me estoy volviendo loco o no y es difícil enfrentar más —aunque supongo que seré capaz de protegerme tratando a esa conciencia como una ilusión temporal y de volver a la conciencia normal temporal cuando él efecto pase". Burroughs le dispara, desde Londres: "¿Tu conciencia ayahuasca es más válida que la 'conciencia normal'? ¿La conciencia normal de quién? ¿Para qué volver a ella?".
A pesar de ciertas ingenuidades —¿cómo describir, real o anormalmente, la vorágine del ayahuasca?—, la carta de Ginsberg encierra momentos memorables, donde se atisba —como una hendidura de colores, de luz, de horror— la cosmogonía mítica que despierta esa droga. La descripción de El Gran Ser —"que se aproximaba a mi mente como una gran vagina húmeda"— y la de El Vomitador, él mismo sintiéndose figura, alucinación, imagen mítica del hombre, encierran momentos de acelerada prosa, que rescatan mínimamente el esplendor iniciático del yagé, y testimonian otro momento definitivo de otro peregrino en los paraísos artificiales.
M. P. R.
PANORAMA. MARZO 23. 1971

 

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