Comentarios sobre libros
JOHN STEINBECK: "Viajando con mi perro"
FRANCISCO LUIS BERNARDEZ: "La copa de agua"
PIERRE FLOTTES: "Péguy"

Libros
Rocinante vuelve al camino
JOHN STEINBECK: "Viajando con mi perro" Ediciones Selectas, Buenos Aires, 1964; 319 páginas, 258 pesos.
En 1940, Henry Miller, que había vivido un decenio en Europa, decidió conocer a fondo su país, los Estados Unidos; montó en un automóvil con su amigo Abe Rattner, devoró distancias y regresó con un testimonio sobrecogedor: Pesadilla de aire acondicionado (PRIMERA PLANA, Nº 37). Veinte años más tarde, su compatriota John Steinbeck, "un norteamericano que escribía sobre Norteamérica", observó que lo hacía "de memoria". Y repitió la empresa de Miller.
Se agenció una pick-up, que albergaba una cabina parecida a la de un yate, la llenó de provisiones, le pintó el nombre Rocinante y partió con Carlitos, su perro, a recorrer los Estados Unidos; salió de su choza de pesca en Long Island, Nueva York, y concluyó la marcha 16.000 kilómetros después, en Abingdon, Virginia. Había pasado por 34 estados. El resultado de esta travesía se publica, ahora, en una áspera y descuidada traducción de Federico López Cruz.
Steinbeck (nacido en Salinas, California, febrero de 1902) es uno de los más conspicuos novelistas que USA dio en este siglo, posición que se consolidó en 1962 cuando Suecia le concedió el Premio Nobel. Autor de vasta popularidad en la Unión Soviética, que visitó hace unos meses, sería superfluo ubicarlo en la categoría de los escritores sociales, a pesar de que su máxima conquista, Viñas de ira (1939), un ilustre documento sobre la depresión norteamericana, intente sugerirlo.
La literatura de Steinbeck, siempre atenta a la realidad de su tierra, ha buscado desde sus orígenes (Cup of Gold, 1929) ser una expresión típicamente humanística. Literatura de personajes, no de acontecimientos; de hombres y de mujeres a quienes el Mal somete a prueba. Steinbeck tiene fe en el triunfo de esos hombres y mujeres sobre el Mal, porque investiga en ellos, extrae a la luz, un ecuménico depósito de bondad.
Esta línea, presente ya en Of Mice and Men (La fuerza bruta, 1937), se afianzó en la más reciente producción de Steinbeck; Viajando con mi perro también la comparte, la esclarece en las aguas del reportaje, la crónica de costumbres, la divagación humorística.
Según el autor, la gente no hace viajes, los viajes hacen a la gente. El fue otra víctima de esta premisa, tanto que su itinerario, como señala, terminó antes dé llegar a su hogar, perdido en el tráfago neoyorquino. Estaba saturado, comprendió que nada podía, en pocos meses, contra ese "monstruo" que es el territorio norteamericano.
Comprendió, al mismo tiempo, que había descubierto la verdad que perseguía: los Estados Unidos son un monstruo, un prisma erizado de diferencias raciales, ideológicas, geográficas, idiomáticas, económicas, sociológicas. Pero esas diferencias —anotadas por Steinbeck con objetividad— son las que sustentan la personalidad del país, las que acaban uniéndose y le otorgan su rostro contrastado, pujante, erguido hacia el porvenir.

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Miscelánea
El agua, a veces, desborda la copa
FRANCISCO LUIS BERNARDEZ: "La copa de agua". Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 196S; 284 páginas, 240 pesos.
"¿Qué forma hubiera podido ser más apta que la de la copa (tan clara en su cristalina constitución como simple y universal en su arquitectura hemisférica) para traducir hasta el fondo de su poder significativo los valores implícitas en la materia del agua, y para convertirla, mediante esa traducción, en la criatura viva y hermosa que los ojos no se cansan de contemplar y admirar?"
Con esta frase bastaría para explicar en qué consiste la "estética de la copa de agua", propuesta por Bernárdez (nacido en Buenos Aires, octubre de 1900) como una parábola de la identificación entre el creador y su creación. Bastaría, además, para ejemplificar la prosa académica en que vuelca sus reflexiones el autor.
En las seis partes del volumen, Bernárdez —ex periodista y hoy miembro del servicio exterior de la Nación— traza evocaciones definibles como religioso-melancólicas, tono de sus más recientes poesías, que se refieren a los temas más variados: los animales
malignos y litúrgicos; Buenos Aires, a cuyo descubrimiento iba, cuando joven, en largas caminatas con Borges; algunos santos, anécdotas y leyendas cordobesas, estampas de España y de Portugal, recuerdos de autores y de lecturas.
Lo más apreciable de La copa de agua está en el primer capítulo, ''Bestiario sentimental"; allí, Bernárdez pierde retórica en favor de una mayor pasión, de una desembozada carnalidad. Lo menos apreciable reside en la sección "Temas ibéricos" donde el retrato de almas y paisajes sucumbe ante una florida construcción literaria. El resto del libro oscila entre el discurso empalagoso y la observación lírica.
Desde que Eduardo Mallea la reinvindicó en sus dos tomos de Las travesías, la literatura miscelánica no ha dejado de subyugar a los escritores argentinos. Pero en Las travesías, Mallea destilaba la voluntad de mostrarse a sí mismo, aunque fuera encubiertamente. La copa de agua no se beneficia de esa actitud: es la crónica de un testigo interesado más en escribir que en ver, en ejercitar su estilo que en comprometerse.

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Monografías
Vida y obra de Charles Péguy
PIERRE FLOTTES: "Péguy" Editorial Columba, Buenos Aires.
1964; 88 páginas, 90 pesos.
"Parto coma soldado de la república, para el desarme general y la última de las guerras", escribía el teniente francés Charles Péguy, en vísperas de su entrada en la primera contienda mundial. Poco después, el 5 de setiembre de 1914, la metralla austrohúngara segaba su vida: tenía 41 años.
Cuarenta y un años polémicos, bebidos por una febril creación literaria y una pelea mística que el catedrático Pierre Flottes desmenuza en esta admirable monografía, Péguy necesitó de la posteridad para surgir como una de las mayores figuras del intelecto francés; en 1929, un crítico aseguraba: "Péguy no ha sido comprendido". La incomprensión aún se mantiene; los libros de este hijo de Orleáns están aún bajo la lupa de los estudiosos. Medio siglo después de su desaparición, esos libros todavía muestran vetas sin explotar.
El trabajo de Flottes traza un contrapunto entre la biografía de Péguy y su producción literaria, desde el socialista inflamado de 1890 hasta el editor fracasado de 1900, desde el enérgico defensor de Dreyfus hasta el luchador solitario que rompe con su partido y se convierte en un ferviente católico; el mismo poeta y prosista que, imbuido de nacionalismo, toma las armas para defender a su país.
Más que en sus obras, o antes que en sus obras, la estatura de Péguy nacía de sus impulsos, de sus violencias gratuitas y de sus reflexiones filosóficas. El derrotero que apuró, como lo subraya Flottes, no provenía de la veleidad, sino del respeto y la fidelidad para consigo mismo, dos actitudes alejadas del orgullo, enraizadas en su capacidad para hacer de las ideas algo más que una vestidura o una pose: una aproximación a la verdad, a la dignidad, al futuro, a la unión de los hombres.
PRIMERA PLANA
31 de marzo de 1964

 

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