Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado


Enrique Cadícamo
Rescates
El frasco destapado

Enrique Cadícamo: POEMAS DEL BAJO FONDO (Viento que lleva y trae), Peña y Lillo Editor, 13 4 páginas, 110 pesos. — LA LUNA DEL BAJO FONDO y ABIERTO TODA LA NOCHE, Editorial Freeland, 88 páginas, 110 pesos. Buenos Aires, 1964.
Cadícamo era un conscripto del Regimiento 4 de Infantería cuando escribió Pompas de jabón, su primer tango; de aquí arranca un cuantioso aporte, que acabó por colocarlo entre los mejores letristas locales, entre quienes entendieron que el tango conforma un sólido medio de expresión, no un mero envoltorio musical, dentro del que deben caber algunas obligatorias palabras, más o menos rimadas.
Dicho de otro modo, Cadícamo advirtió que el tango es una forma poética, un vehículo poético tan eficaz —y de la misma procedencia— como las rapsodias o las trovas. Que haya intentado llegar hasta el libro de versos, símbolo todavía oficial de la poesía, parece confirmar aquel aserto. Dos de esos intentos se reeditan, ahora, junto con 13 composiciones, las de Abierto toda la noche, nunca integradas en volumen.
Viento que lleva y trae, su título original, apareció en 1947 y está dedicado a rememorar la Buenos Aires de los años 10 y 20, a través de sus suburbios, sus cafés, su lumpen; Cadícamo no pudo ser testigo de ese mundo sórdido y colorido (nació en Luján, en julio de 1910), pero ha conseguido reconstruirlo con plástica fidelidad, en líneas no siempre perfectas ni ortodoxas, aunque cargadas de gracia y comunicatividad.
"Como el viejo perfume de un frasco destapado” quiere Cadícamo que afloren sus imágenes. Es el más atinado comentario, porque hay en ellas un minucioso costumbrismo, una identificación con seres y cosas que supera la anécdota, el catálogo de exhumaciones en que a menudo cae este tipo de literatura. Una apacible nostalgia se desprende de los versos que añoran la milonga de la calle Chile, el Pibe Ernesto, Madame Blanch, el boliche La Blanqueada o el “histórico bodegón” de la Boca donde cantaron, “entre aplausos, vino y chopes”, Gardel y Razzano. En esa nostalgia —que detecta el prologuista Nicolás Olivari-— no sólo está el énfasis del libro: está, también, su razón de ser y trascender. No porque “todo tiempo pasado fue mejor”, sino porque en este tiempo pasado Cadícamo encuentra las raíces de su ciudad, es decir, las suyas propias.
La luna del bajo fondo, editado en 1938, comienza por pagar un tradicional tributo poético que no desdeñaron, desde Laforgue, algunos consagrados tañeliras. La luna de Cadícamo, en cambio, es una doméstica figura, “rea como ninguna”, “yiranta del espacio”. Después de cantarla, el autor se sumerge en otras pinturas cotidianas, a veces esclavas de la crónica (“Siluetas”), a veces vacilantes entre Carriego y Carlos de la Púa. Abierto toda la noche hace escalas en los mismos temas.
Entre estos dos grupos de poemas, distanciados por una década, hay una mayor espontaneidad en favor de La luna; allí, el lunfardo serpea con imaginación. En Viento, Cadícamo decanta su lenguaje, a costa de hacerle perder maleabilidad, mientras madura el estilo. En ninguno de los dos resalta la gracia de de la Púa, la dolorosa introspección de Celedonio Flores, la acidez de Discépolo. Sin embargo, Cadícamo es ineludible junto a ellos.
Revista Primera Plana
22.12.1964
 

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