Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

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La resurrección de los brujos
Ira Levin: La semilla del diablo (Rosemary's Baby) —
Los Padres de la Iglesia y los Escolásticos compusieron unos 690 tratados sobre el Diablo, según el censo de la Biblioteca Vaticana. Hasta hace tres siglos, los mártires del amor a Satán —legítimos o fraguados— proporcionaban, al menos, un par de espectáculos semanales en las hogueras de la Inquisición. Ahora, como advierte Giovanni Papini en su Demonología, los teólogos apenas se atreven a deslizar algunas frases sueltas sobre el Adversario.
Rosemary’s Baby (1967, dos millones y medio de ejemplares vendidos en los Estados Unidos) viene a salvar al Diablo de esa hibernación injusta. Para Ira Levin, 39, la apariencia del Gran Personaje es la de los Libros de Horas; “Ella —cuenta— vio sus ojos amarillos como hornos, olió azufre y raíz de tanis, advirtió que llevaba puesta una armadura de cuero áspero”. Ella, Rosemary Woodhouse, acaba de alquilar con su marido Guy un departamento de cuatro habitaciones en la casa Bramford, de Manhattan: es un edificio Victoriano, con gárgolas incrustradas en la cornisa, donde a principios de siglo murió acuchillado por la multitud el brujo Adrián Marcato, Sumo Sacerdote del Infierno y Vicario de Satán en la Tierra.
No parecen quedar rastros de esas hechicerías. Cuando Rosemary se instala, Minnie y Roman Castevet, sus atentos vecinos, la abruman de regalos y visitas: un relicario, un postre de chocolate, una recomendación para que el mejor obstétrico de Nueva York, el doctor Sapirstein, atienda el embarazo de la recién llegada poco menos que gratis. Algunas desviaciones del orden, sin embargo, sobresaltan a Rosemary; su marido Guy, actor de segundo orden, consigue un formidable papel dramático ante la repentina ceguera de Don Baumgart, el titular; por las noches, en el departamento de los Castevet, se oyen terribles salmos sobrenaturales, La clave final se la proporciona su amigo Hutch: Roman Castevet es un anagrama de Steven Marcato, hijo de Adrián.
La erudición teológica de Levin es la levadura de esta novela menor, que se parecería a cualquiera de los relatos que publica el Ladies’ Home Journal si no contuviera un acopio tan preciso de informaciones demonológicas. Que su autor sea Ira Levin, un experto en temas militares, es otra sorpresa: la fama de este neoyorquino, que trabajó durante cuatro años en el Cuerpo de Señales del Ejército, estaba basada sobre todo en una novela de amor doméstico, A Kiss Before Dying (1953), y en su edulcorada comedia No Time for Sergeant. El Diablo es el protector de Rosemary’s Baby: no hay otra explicación posible para los elogios de Truman Capote a los débiles hilvanes de su atmósfera, para su venta descomunal e incesante, para el triunfo de la película que Roman Polanski dirigió en 1968, plagiando los puntos y las comas de la novela y erigiendo, a pesar de ese servilismo, una obra cinematográfica de primer orden. No hay otra explicación, tampoco, para la forma en que Rosemary’s Baby se lee: desesperadamente, con la fruición de un adicto a las drogas (Grijalbo, Barcelona; 272 páginas, 1.100 pesos).
PRIMERA PLANA
7 de enero de 1969

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