Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Los Goytisolo: Escribir, pelear, viejas costumbres compartidas

Los Goytisolo son tres, y una hermana que no se dedica a la literatura, pero que "las malas lenguas dicen que escribe por los tres". El más chico de los Goytisolo es introvertido, los dos mayores, insolentes: "Los españoles escribimos con excrementos del lenguaje", fustigó Juan hace algunos años en la revista —primera época— L'Express; José Agustín comparó —a pesar de considerarlo un "mago del lenguaje"— a Lorca con Benavente: "esa obsesión de todas aquellas mujeres —La casa de Bernarda Alba— por un macho; son españoladas, como las de Benavente". La fama de Juan no incomoda a los otros y es evidente que hay razones de peso. Se los ve unidos por lazos más firmes que los meramente fraternales: se trata del sufrimiento compartido, de los vínculos que por allí aparece.
"Juan debe estar traducido a todos los idiomas, debe ser el escritor español más traducido", y el de mayor prestigio, junto con Ana María Matute, Luis Martín Santos y Jorge Semprun. Pero si bien el éxito ha mimado a Juan fuera de su patria, dentro de sus fronteras los tres hermanos se han llevado los premios más atractivos: el Adonais, Biblioteca Breve —de Seix Barral—, el Boscán —"cuando todavía era bueno"—, el Nadal. "Hay mucha gente que dice que tuvimos suerte porque a la primera cosa que escribimos nos dieron premios a los tres, y esto no es cierto: a la primera cosa que publicamos, sí, pero es distinto; habíamos escrito hasta cansarnos; Luis se había hartado de romper cosas, porque Luis —el menor, 35 años— es el más minucioso de los tres, y además el más lento: ahora recién está por terminar su tercera novela"; las otras dos son Las afueras y Las mismas palabras.
"Somos vascos rebotados porque mi bisabuelo se largó con la mujer del cónsul francés en San Sebastián —eran recién casados— y en aquella época en vez de irse a pasar un ratito con ella, se la tomaban un poco más en serio, a la tremenda. El hecho es que se fueron a vivir a Cuba donde la bisabuela tuvo veintiún partos, o sea que a mi bisabuelo le interesaba bastante la señora. Luego murió el marido de ella —parece que fue un gesto de cortesía— y se casaron. Así se legalizó la jugada y ahora somos una familia honorable."

CON SANGRE ENTRA. "En los veranos nos pasamos escribiendo", a pesar de que no había tradición de escritores en la familia: pero Juan tenía nueve años y ya escribía novelas en una libreta, "y las llamaba novelas"; José Agustín escribía cuentos y Luis era muy pequeño todavía. La madre leía bastante; revistas literarias, libros de Salinas y Lorca y "con eso de que no estaba, nos aferrábamos a las cosas de ella". El padre se enfermó y por eso tampoco podía ocuparse de los niños; además de su enfermedad, después de que ocurriera la tragedia, "tuvo una depresión nerviosa bastante tremenda". Así estuvo "dos o tres años que no nos hablaba; no hablaba con nadie, se paseaba". Le llamaban "El Trotsky": tenía una barba gris y el pelo blanco y usaba una chaqueta de cuero; era químico y quince años mayor que su mujer, Julia Gay. "Nos crió una mujer que se llamaba Eulalia y que hacía cuarenta años que servía en la casa; en realidad no se llamaba Eulalia, se llamaba Julia Santolario, pero mi padre le cambió el nombre, porque mi madre también se llamaba Julia y él nos tenía prácticamente prohibido, no se podía hablar de mi madre en presencia de él."
"Mi madre murió en un bombardeo durante la Guerra Civil; debía tener poco más de treinta años y yo debía tener nueve; yo me acuerdo muy bien de eso." Pasaban parte del año cerca de Barcelona, refugiados, "porque aquí venían los aviones alemanes a bombardear desde Mayorca y fue aquí donde se ensayaron los vuelos en picada que luego se usarían tanto durante la Segunda Guerra Mundial; ese día hubo dos mil y pico de muertos que para ese entonces era una cifra terrorífica. Fue en pleno centro, donde no había ningún objetivo militar, ni nada; se llamaban bombardeos de represión".
Estuvieron cuatro días sin saber de ella, hasta que su padre —el marido seguía enfermo— buscándola la encontró en el hospital de Clínicas, "donde la reconoció entre un montón de cadáveres". Ella había ido a la ciudad para comprar unos regalos: era San José, el santo de su hijo y de su marido: "Bajó un día por la mañana para volverse en la noche y a las doce del mediodía la pilló el bombardeo; parece que murió ahogada por la deflagración de la bomba".
El primer libro que publica José Agustín se llama El retorno y es justamente una especie de diálogo con una mujer, que no nombra en el libro, pero que es ella; una especie de diálogo explicando, mejor dicho preguntando: "¿qué carajo pasó?" Desde entonces recuerda a su hermano Juan escribiendo y a Luis que era muy chico y que "andaba mirando a ver qué pasaba". "Nos divertíamos escribiendo y la conexión con la literatura, me imagino yo, debió venir por esos libros de mi madre. Me imagino, porque de algún lado tenía que salir."

LAS CATACUMBAS. José Agustín hizo su carrera de abogado en Madrid; sus hermanos la hicieron —sin terminarla— en Barcelona. En Madrid conoció al poeta nicaragüense Ernesto Cardenal —"qué va, todavía no era cura, era un putero tremendo". Como abogado intervino una sola vez para defender a un soldado como él, pero "la defensa fue tan disparatada que estuvieron a punto de mandarme a la cárcel". Antes de recibirse Juan, "se cargó bajo el brazo Duelo en el paraíso y Juegos de manos y se fue a París; luego vendrían El Circo, La Chanca y Campos de Nijar, y después de varios años, cerca de siete en los que anduvo "descorazonado con la novelística española": Señas de identidad y La traición del conde don Julián.
"El exilio de Juan fue voluntario, así que entraba y salía, nos veíamos; Juan era muy joven entonces —José Agustín ya había publicado su segundo libro: Salmos al viento—, debía tener veintitrés años y las cosas andaban aquí bastante peor: le habían prohibido algunos libros, por eso se fue. Después el apellido empezó a tener mala prensa, cuando Luis cayó preso". Estuvo seis meses en la cárcel de Carabanchel y después de una huelga de hambre —21 días—, terminó con un principio de tuberculosis.
Ninguno de los tres había tenido militancia política hasta llegar a la universidad: "odiábamos cualquier cosa que representara autoritarismo, porque justamente los alemanes eran los que provocaron con el bombardeo en que mi madre murió". Luego, al llegar a la universidad, ese sentimiento oscuro se aclararía, tomaría formas más racionales. "Es una época muy difícil de describir; aquí había entonces una censura feroz; se pasaban copias manuscritas o dactilografiadas de Neruda o de Vallejo; se sabía que Miguel Hernández había muerto en la cárcel, pero no había manera de encontrar los poemas. Lo de Lorca se sabía también, por supuesto,, pero era muy difícil encontrar cosas de Lorca; hasta mucho después no fue permitido.
Bueno, en esa época todo funcionaba a nivel de catacumbas y lo único que se podía hacer era leer literatura francesa; Juan devoraba a Proust y yo andaba leyendo las primeras cosas que llegaron aquí de Pavese, de Quasimodo, de Montale; recién después vendrían Vallejo y Neruda que conseguí a través de algunos amigos latinoamericanos. Aquí la cosa era francamente dura, durísima; aquí se estuvo fusilando gente muchos años, hasta que se dejó de pensar que Alemania iba a ganar la guerra. Después Franco, con habilidad, al ver cómo cambiaban las cosas, fue "elegantizando" el régimen, dándole apariencias de salón.
Así, después que Luis salió de la cárcel, vino un comandante de la Guardia Civil a explicar que ellos no tenían nada que ver con lo del hermano; tampoco con de de Lorca; de todas formas, a pesar de las galanterías, siempre estuvieron las citaciones a declarar por firmas en petitorios, por actos de protestas, como encerrarse en el convento Monserrat, —cosa que es la segunda vez que hacen los intelectuales catalanes, "porque problemas aquí hemos tenido siempre, aquí todo el mundo ha tenido problemas".
F. U.
PANORAMA, ENERO 26, 1971

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