La figura del mes
Miguel Ángel Asturias
Leyenda: Un ídolo indígena: piel oscura, nariz
aguileña, frente muy ancha, ojos almendrados. Un metro ochenta y
cinco. Un corpachón, en forma de pera, que se desparrama al sentarse.
Voz apabullante y risa que semeja un torrente. Nació en Guatemala el
19 de octubre de 1900. Padre de familia española, juez, y madre
indígena, ambos muy católicos. Infancia y adolescencia bajo la
dictadura de Manuel Estrada Cabrera, que inspiraría su primera novela.
Abogado, diplomático. Poeta (dedicó a la Argentina un estupendo poema,
"Alto es el Sur", publicado en 1953), novelista y estudioso de las
culturas precolombinas.
Familia: Casado con Blanca Mora y
Araujo, argentina, en 1952. Dos hijos del primer matrimonio: Rodrigo,
28, casado en México, y Miguel, 23, casado en Buenos Aires. Un nieto,
Sandino. No consiguió que lo llamara papá como quería Asturias (no le
gusta parecer viejo).
Los trabajos y los días: 7 novelas
traducidas a 36 idiomas. Buenos Aires: 8 ediciones (8.000 ejemplares
cada una) de El señor presidente y 5 de otros títulos, totalmente
agotados. París: Su última obra traducida, Mulata de Tal (Albín
Michel), vendió 4.000 ejemplares Premios: Lenin 1966 (28.000 dólares)
y Nobel 1967 (60.000) otorgado justamente el día de su cumpleaños.
Las patrias chicas: Frecuentemente exiliado, reconoce como patrias
sustitutas e París y Buenos Aires. Francia: largas horas en "La
coupole" con César Vallejo. Buenos Aires: interminables caminatas,
especialmente por Corrientes, recorridas nocturnas por los remates y
puchero en El Tropezón. Reuniones internacionales en lo de Oliverio
Girondo. Adora el Tigre: se parece a su selva. Ahí escribió Mulata de
Tal y Week-end en Guatemala. En 1963 la policía lo detuvo durante ocho
días. Entonces resolvió abandonar la Argentina y se fue a Europa.
Desde 1966 es embajador en Francia.
Habilidades y debilidades:
Bailar vals y folklore. Cantar El día que me quieras y Uno bajo la
ducha. Comer dulces, aunque se lo prohíba el médico. Siestas de
duración provinciana: dos horas como mínimo. Compensa así las
levantadas a medianoche para conversar con su mujer o sus huéspedes,
tomando té hasta la madrugada. En 1959 su compañero de té y desvelo
era a menudo el Che Guevara en su despacho ministerial de La Habana.
Terribles periodos de alcoholismo en los que se volvía tan violento
que podía agarrar a palos a cualquiera. Lo superó con su casamiento.
Sus frases: "Antes morir que aburrirse". "Cuando escribo,
primero planto una selva y luego entro a talar, machete en mano".
Sobrenombres: El Buda. Sapo de bronce. Oso.
Variaciones
sobre el tema Asturias Premio Nobel Gloria Alcorta: "Es el
latinoamericano más leído en Europa". Estela Biondi (estudiante de
letras): "Se discute porque es de izquierda. Pero lo merece ... En la
facultad no ha preocupado demasiado el premio". Time: "No eligieron
como siempre un escritor en su crepúsculo, sino un fuerte
trabajador..." Leonor Borges: "¿No vio La Nación? Estoy de acuerdo con
lo que dice... Los premios se dan por razones políticas ..."
¿El gordo aquél sacó un premio? No me diga... Yo le arreglé las
ventanas de la casa. Escribía siempre debajo de los árboles. Hablaba
poco. Me regaló un libro que nunca leí..." El hombre era de San
Fernando, trabajaba en Tigre y esperaba la lancha en la misma isla
donde Asturias escribió gran parte de su obra. "El gordo aquel"
entrará dentro de diez días en la academia sueca para recibir el
Premio Nobel de literatura otorgado por primera vez a un novelista
latinoamericano. Fue el comentario más indiferente que escuchamos al
tratar de descubrir al hombre Asturias entre los recuerdos de los que
lo conocieron en Buenos Aires. "Quería mucho a la gente, aunque
fuera como uno.. ." es la versión que da Teresa Bruzzone, dueña de un
almacén en el Delta, donde Asturias hacía sus compras y charlaba
interminablemente con su suegro. "Fíjese cómo era... Siempre nos
escribe para fin de año (hace cuatro que se fue) y cuando llegó al
lugar donde nació el viejito le mandó una postal. ("Querido abuelo: no
lo olvidamos. La ausencia es larga. Cuídese mucho. Estamos en su
ciudad, Siena...") Y parecía tan hosco, un criollo serio, siempre con
su poncho". Su manía epistolar no es nueva. Cuando su hijo Miguel
era chico, las cartas que le mandaba eran cuentos de graciosas
dedicatorias para "su duendecito". Estos cuentos forman hoy parte de
"El alhajadito". Miguel guarda los originales junto con los cuadernos
donde su padre apunta las ideas que se le ocurren. Unas increíbles
libretas con papelitos de colores, recortes de diarios, fotos de
Chaplin, chicas sexy en traje de baño, reproducciones de Picasso y de
cerámicas mayas. "Miguel Ángel parece una montaña. Pero tiene algo
más... Siempre recuerdo —confiesa María Rosa Oliver— que mi madre le
ponía la proa a los amigos que yo traía a casa: demasiado poco
convencionales o mal vestidos, según su gusto... Cuando lo conoció, me
dijo: 'Por fin uno de los que a mí ñor'." (textual en la revista)
Desde un cuadro, su perfil de cacique domina el living donde tías y
cuñadas juegan a las cartas. Ausente, sigue siendo el sultán que les
ha deparado un triunfo que todas sienten como si les perteneciera en
parte. Una sale apurada a buscar la revista que habla de él. Otra
muestra sus fotografías y Lila Mora asegura que si estuviera en Buenos
Aires seguramente alguna estaría parada junto al fuego revolviendo el
dulce de leche que Asturias comería luego golosa y lentamente. Pero
el cacique pasa a menudo de dominador a dominado. Blanca, su mujer,
activísima secretaria y promotora de su obra (gracias a ella ha
seguido escribiendo y en parte le ha conseguido también el premio) es
la encargada de disciplinar su vida diaria. Lo acompaña a todos lados,
y Asturias acepta, porque necesita este andamiaje, en la medida en que
es un poco abúlico y algo infantil. Se desquita de la disciplina con
la ironía. Para desafiar una prohibición que excedía los cuidados
relativos a comida y sueño, colgó en el comedor un dibujo con esta
frase: "No se puede discutir sobre Jean Paul Belmondo, Los amantes (el
film) y Frondizi. A Blanca no le gusta". Era feliz en las épocas de
las vacas flacas, cuando tuvo que aceptar la invitación del príncipe
Doria y vivir en su palacio de Génova. "Hacía tanto frío —recuerda el
poeta paraguayo Elvio Romero, que lo acompañaba— que no nos levantamos
de la cama en seis meses. Soñábamos con tallarines porque era lo único
que comíamos. El se divertía muchísimo..." "Un ser entusiastamente
ritual" es para Mónica, la nuera que lo bautizó Don Oso y que no
escapa a su fascinación. 'Hablemos de la boda', gritaba con su
vozarrón todas las mañanas. Nos casamos en París porque él quería
estar presente. Y se ponía a organizar todo: el vestido blanco (sin
eso no era un casamiento), la ceremonia. "Al levantarse pasaba
horas junto a la cama del hijo para decirle cosas cariñosas, chistes,
enterarse de sus proyectos. Y me ordenaba: 'Chula, haga el desayuno'.
"Después de explicarle mil veces que estudiaba ingeniería electrónica
— comenta Miguel— dijo todo al revés en las entrevistas cuando le
preguntaron por mi..." Izquierdista declarado, profundamente
religioso, en él se enredan magia, afán de justicia, dioses mayas y
catolicismo. "¿En dónde oíste misa hoy?, le gritaban riendo sus
amigos, en Roma, sorprendidos por su costumbre de interrumpir los
paseos y entrar en la primera iglesia que encontraba. Gonzalo
Lozada, su editor porteño, rechaza las opiniones que lo hacen aparecer
claudicando ante el dinero. "Miguel Ángel siempre enfrentó la pobreza
con dignidad, sin aflojar. Se lo aseguro yo, que manejaba sus derechos
de autor. Había dado la orden de que se los entregara a su familia y
ni siquiera en los momentos que me consta que pasaba hambre reclamó un
peso para él. Un poco brujo, este Miguel Ángel... capaz de irse en la
mitad de una charla y dejar solamente la cara." Revista Panorama
diciembre de 1967 |