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SEVERINO DI GIOVANNI ES RESCATADO DE LA CRONICA
POLICIAL EN UN LIBRO QUE CONSTITUYE EL MEJOR TESTIMONIO DE UNA ERA DE
TERROR SEVERINO DI GIOVANNI, EL IDEALISTA DE LA VIOLENCIA, por
Osvaldo Bayer, Editorial Galerna, 351 páginas.
"Cuando
Félix Luna me propuso hacer la nota de los 'anarquistas pistoleros'
para la revista que él dirige (Todo es Historia), no sentí la alegría
que tuve en otras oportunidades en que ya empezaba a gozar de antemano
de tal o cual tema", confiesa Osvaldo Bayer en las primeras líneas del
libro. Sin embargo, el posterior conocimiento de varios testigos y
algunos protagonistas de las actividades de Severino Di Giovanni
lograron una extraña trasformación. El personaje se adueñó de su
autor, y Bayer pasó largas horas en bibliotecas revisando diarios de
la época, conversando con viejos anarquistas, mateando tardes enteras
con veteranos policías para intentar lograr un dato más, una fecha, un
recuerdo que luego con minuciosidad se encargaba de corroborar en los
archivos. Se ha acostumbrado a que Di Giovanni representara la
imagen del pistolerismo de la década del 20 y hasta ahora nadie se
había preocupado por rescatar su imagen de la sordidez de las noticias
policiales o el sensacionalismo de la prensa amarilla; Bayer lo logra
admirablemente.
LA INMIGRACION ANARQUICA En enero de 1929,
Severino Di Giovanni había escrito con su pulcra, casi barroca, letra:
"Vivir monótonamente las horas mohosas de lo adocenado, de los
resignados de las conveniencias, no es vivir la vida, es solamente
vegetar y trasportar en forma ambulante una masa informe de carne y de
huesos. A la vida es necesario brindarle la elevación exquisita de la
rebelión del brazo y de la mente". A esas palabras, Di Giovanni
mantuvo una absoluta y obstinada fidelidad durante toda su vida.
Pensaba, de acuerdo con Bakunin y Kropoptkine, que todos los medios
son válidos cuando se trata de trasformar la sociedad y a esa labor se
consagró íntegramente desde que llegó a Buenos Aires, a mediados de
1923, huyendo del fascismo. En junio de 1925, en un acto preparado
por la embajada italiana para conmemorar el 25º aniversario del
advenimiento al trono de Víctor Manuel III, pese a la cerrada custodia
ejercida por los grupos de camisas negras de la colectividad, un
muchacho rubio de ojos celestes interrumpe los acordes del himno
peninsular al grito de Ladri!, Assassini!, Viva Matteotti! y comienza
a arrojar volantes desde el paraíso. Grupos de fascistas se acercan
para acallarlo, pero la sorpresa ha sido tan grande que Di Giovanni
tiene tiempo de continuar con su arenga hasta que finalmente es
reducido y conducido a la policía donde confiesa que desde hace cuatro
años milita en el anarquismo. La ejecución de Sacco y Vanzetti que
conmueve a toda la opinión pública mundial, convulsiona especialmente
a los anarquistas. Los grupos nativos de La Protesta y La Antorcha se
conforman con publicar severas editoriales, pero Di Giovanni prefiere
la acción. Sabe que está solo, pero su lema es "Demos fuego a la
dinamita vindicadora". El 24 de diciembre de 1927 Di Giovanni
comete su primer gran error: penetra en el National City Bank con una
pequeña valija, la deja cerca de la cabina telefónica y pocos segundos
después todo el edificio parece que salta por el aire. El saldo son
dos muertos inocentes y 23 heridos. Comienzan a caer no solo los
culpables de la estructura social sino también trabajadores, gente que
—quizá— también piensa que hay que trasformar al mundo. Pocos días
después, el mismo muchacho rubio, algo más gordo que en su primera
lucha con los camisas negras en el teatro Colón, penetra en el local
del consulado italiano. El artefacto es más poderoso que en el
atentado anterior y el resultado también: 9 muertos y 34 heridos.
Toda la policía de la Capital y de la provincia está tras Di Giovanni,
pero éste además de su labor terrorista se preocupa por publicar obras
de ideólogos anarquistas. Su meta es llegar a realizar una edición
masiva de las obras completas de Reclus y, mientras tanto, sigue
publicando su periódico Cúlmine, desde donde fustiga a sus compañeros
de La Antorcha y La Protesta.
El AMOR LIBERTARIO En 1928
comienza su apasionado amor con la jovencita América Josefina Scarfó,
hermana de Paulino, con quien vive una pasión que no acepta treguas ni
caídas. Las cartas obtenidas por Bayer y que contemplan el libro
prueban otro aspecto de la vida de Di Giovanni, su increíble ternura,
su ingenuidad, el fervor casi infantil con que le escribe a su
compañera. Pero además debe seguir huyendo de la policía, y
continuar colocando bombas; se atreve a asaltar a los pagadores de
Obras Sanitarias a pesar de que en el país se ha instaurado la Ley
Marcial al día siguiente de la revolución del 6 de setiembre de 1930.
Pero a Di Giovanni no lo asustan las proclamas. Más de una vez se ha
tenido que enfrentar "Cara a cara con el enemigo" y esta vez el botín
vale la pena: con él podrá poner la ansiada editorial anarquista. Sin
embargo, el fin está cercano. Estallan varias bembas en los andenes de
Retiro y Constitución y Matías Sánchez Sorondo da orden a la policía
de apretar el cerco sobre Di Giovanni, quien está viviendo en una
quinta de Burzaco con Paulino Scarfó y su hermana. Desesperado por
terminar el primer tomo de las obras de Reclus, aquel idealista que
había escrito: "El revolucionario que ejerce la expropiación para
hacerla servir a las necesidades de sus amigos puede tranquilamente y
sin resquemores dejarse calificar de ladrón; el hombre que mata
defendiendo la causa de los débiles es un asesino por motivos
valederos", descuida la guardia. Al salir de la imprenta donde
editaba las obras de Reclus, es reconocido por la policía y más de
cincuenta revólveres se ciernen sobre él. En el camino quedará una
niña de cinco años con un florón sobre la espalda de su vestido
blanco. Es otra muerte que le adjudicarán a Di Giovanni, aunque en
realidad ha sido acribillada por la policía. Al verse rodeado,
Severino se dispara el último tiro sobre el pecho, pero no muere.
Pocos días después, luego de un juicio sumarísimo, defendido por un
teniente primero al cual su alegato le cuesta el exilio, Severino Di
Giovanni cae acribillado por el pelotón de fusilamiento. Más de cien
personas se apiñan para poder ver de cerca la ejecución. Al día
siguiente las balas del pelotón acribillan a Paulino Scarfó. En pocos
meses, el último nombre ilustre del anarquismo violento, Tamayo
Gavilán, caía en una celada policial. Pero todo había terminado con el
fusilamiento de Di Giovanni, el 1º de febrero de 1931.
FIN DE
UN ROMANTICO Era el fin de un romántico, con algunos rasgos
psicopáticos. La quiebra de un sistema de violencia que solamente
había contribuido a exaltar las contradicciones de un régimen que
buscaba hacer un dogma de la paz social construida bajo la represión.
Sin ninguna relevancia política, las andanzas de Di Giovanni
representaban el último y desesperado esfuerzo de quienes creyeron que
la violencia, por sí misma, podía producir el cambio de una sociedad
en crisis. Más aún, las luchas internas que él libró contra otros
sectores del anarquismo, y que Bayer reconstruye con minuciosa
precisión, demuestran hasta qué punto su nihilismo romántico conspiró
hasta desbaratar la acción que con mejores posibilidades podían
cumplir las organizaciones sindicales. La muerte de Di Giovanni
constituye el simbólico epitafio de una extensa nómina de luchadores a
quienes la desesperación llevó, en muchos casos, a idealizar la
violencia como único instrumento capaz de construir una sociedad más
justa. El resto de los anarquistas expropiadores morirá en los
frentes españoles o será fusilado por los comunistas y los
franquistas. Un período de la historia había concluido. Deberían pasar
muchos años para que la violencia volviera a crecer en las calles de
Buenos Aires. DINAMIS • Nº 20 • MAYO DE 1970 |