comentarios sobre libros
Marcuse
Simak
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A LA MANERA DE MARCUSSE
MARCUSE: UTOPIA Y RAZON, por
Antonio Escohotado; Madrid, Alianza Editorial, 1969; 195 páginas, 4
pesos. LECTURA DE MARCUSE, por J. M. Castellet; Barcelona, Editorial
Seix Barral, 1969, 148 páginas, 3,75 peses.
Me gusta imaginar qué hubiera dicho Juan de Mairena en
nuestros días. Es Herbert Marcuse —hablaría Mairena a sus alumnos—
un filósofo inteligente y batallador, licenciado en Friburgo bajo la
dirección de Heidegger en 1921, justo dos años después de haberse
desencantado de la política activa a raíz del asesinato de Rosa
Luxemburgo y Karl Liebcknecht. Dejó su 'Land' cuando despuntaba la
orgía hitleriana, y terminó por recalar en las universidades de
Brandeis, primero, y de la Jolla, luego, desde donde se me antoja un
forúnculo bastante molesto en el rostro ya no tan saludable (¿alguna
vez lo fue?) de los Estados Unidos. Si bien proclama como sus
maestros a Marx y Freud (los mismos de Levy-Strauss, un francés que
no se chupa el dedo), Marcuse para mí es un perfecto hegeliano, por
la impresionante confianza en la verdad de lo universal al que un
hecho solito verificaría definitivamente. Pero, a diferencia de sus
compadres, carece don Herberto de la ironía de don Carlos y de la
claridad expositiva de don Sigmundo.
Para Castellet, no puede entenderse a Marcuse sin el
componente utópico proveniente del mesianismo judío que, circulando
sobre vías racionalistas, desemboca en la consideración de los
estadios finales del mundo o de la historia humana —esto es,
escatología—, pero la imposibilidad de realizar el proyecto utópico
provoca el pesimismo y la desesperación. Sin embargo, Castellet no
indaga en Leith, quien trató muy bien del optimismo marxista a
partir del Antiguo Testamento, y se limita a hilvanar citas del
propio Marcuse a fin de hacer inteligibles al lector medio, anuncia,
los pasajes más áridos del germano. Resulta así el librito
relativamente útil, pues por adoptar el estilo del estudiado,
Castellet hecha en saco roto los ejemplos vivos: el lector medio que
lo pueda entender podría entenderlo también a Marcuse. (Pues "lector
medio", supongo, no ha de tener la mitad de inteligencia.) Expositor
fino y nada latoso, Escohotado, profesor en Madrid, tomó uno por uno
los libros decisivos, explicitándolos y muniéndolos de notas
críticas, y sólo cabe lamentar que no tuviera en cuenta los primeros
trabajos de Marcuse, como 'Contribuciones para una fenomenología del
materialismo histórico' (1928), título formidable si los hay. Del
libro de Escohotado, cuatro conclusiones marcusianas quedan claras:
1) Se ha paralizado toda posibilidad de verdadero cambio, el
cualitativo, en nuestro mundo industrializado. La economía libre y
la planificada, el pluralismo político y la reificación soviética
del Estado.
son todos instrumentos del terror tecnológico; 2) La noción
de totalitarismo se ha alterado, pues no ya los Estados aislados
sino la sociedad altamente industrializada es enteramente
totalitaria; 3) Practica esta sociedad lo que Marcuse llama
"desublimación represiva" —observad la palabreja—, esto es, una
liberación y explosión de la sexualidad, una separación entre el
pensamiento y el placer. Pero estas libertades son mitigatorias y
sirven en el fondo al aparato de dominación, pues se viven como
transgresiones culposas en día festivo; 4) El verdadero enemigo de
esta sociedad no es el capitalismo ni el comunismo, sino el espectro
de la verdadera liberación, la posibilidad del "Gran No" gritado al
unísono por estudiantes, artistas out-siders, minorías étnicas,
partidarios de la desobediencia civil; y callado a coro por el
proletariado, la gran esperanza marxista, ahora ahíto y aburguesado
en ambos lados. Pide Marcuse una revolución espontaneísta y "hasta
anárquica", que concrete la aspiración de la muchachada negra:
"Seremos libres para pensar en lo que haremos". Tras su pulcra
clase, se zambulle Escohotado en una erudita y enredada crítica: "La
reflexión de Marcuse —dice finalmente— señala la tarea del pensador
en el tiempo presente".
Como modesto maestro de sofística —epilogaría Mairena—, no
puedo dejar de admirar la penetración del adalid y sus difusores,
pero advierto al tiempo que en esta acefalía del mundo pedida por
Marcuse no queda claro cómo se haría ese cambio sin gobernalle.
Huelo cierto tufillo al solus ipse del gran obispo Berkeley, al
"ande yo caliente", etcétera, del refranero.
"Nada hay más autoritario que una revolución": confieso mi
perplejidad ante esta frase de Engels, porque va cargada de razones
históricas y porque también los antípodas de Engels podrían
suscribirla; pero si se quiere entender la teoría de la revolución
de Marcuse debe vérsela como una discusión silenciosa contra dicha
frase. En cuanto al desnudismo —era Mairena algo chapado a la
antigua—, siempre me pareció que tiene su lugar insuperable en el
amor y en la pintura, mas no en el teatro, que debe recrear y no
mostrar. Vislumbro una ola de marcusianismo aplicado a nuestra pobre
realidad nacional (en las palabrejas enseguida lo detectaréis) para
escándalo de demócratas y jolgorio de libreros. Y la tecnología no
ha de aterraros: recordad que el pánico al diluvio universal comenzó
por los peces, C. F. Q
PERISCOPIO N? 23 • 24/11/70
FICCIONES
EL PROFETA DE LA RECONCILIACIÓN
MAXWELL AL CUADRADO, por Clifford D. Simak; Editorial
Pomaire, 1969; 221 páginas, 9 pesos nuevos.
En su número de agosto de 1969, dedicado a la Ciencia-ficción,
'Magazine Littéraire' lo coloca entre los "15 grandes" del género,
al lado de Paoul Anderson, Isaac Asimov, Ray Bradbury, Theodore
Sturgeon, Arthur C. Clarke y otros no menos notables,
Al mismo tiempo, el crítico Francis Lacassin, en un breve artículo,
se preocupa por delimitar la originalidad de Clifford D. Simak
dentro del contexto de la Fanta-ciencia actual y termina su artículo
afirmando: "Provista ya de fabulista, de teólogo, sociólogo e
historiador, en la persona de Ray Bradbury, C. S. Lewis, Isaac
Asimov, Paoul Anderson, la Ciencia-ficción ha encontrado en Simak un
moralista".
CIERTA NOSTALGIA
Es cierto, la utilización de mitos a manera de ejemplos: su
persistente canto de amor a la naturaleza y su dolor sin patetismo
por la destrucción que alimenta su tiempo lo delatan como tal.
Nacido en una granja en la cual transcurrió una "feliz" infancia, su
obra reitera una y otra vez el paisaje de los bosques, los tonos del
atardecer sobre las colinas, el canto de los pájaros. Su temática
está penetrada por esa nostalgia, por un cierto pesimismo heredado
de H. G. Wells y por la confianza ciega en la visión profética
aprendida en la desmesura de Julio Verne, sus dos autores
preferidos.
Así, en Las flores púrpuras, la naturaleza se transforma en el
personaje principal a través de una aberración vegetal. En 'Estación
de tránsito', la trama gira alrededor de una tierra desértica
relegada al rango de una estación planetaria de paso. Su paisaje,
poco a poco, se va poblando, y en la que los críticos especializados
consideran su obra maestra, 'Mañana los perros', la Tierra vacía de
pronto deja al descubierto un movimiento fascinante. La
civilización, reducida a una dispersión rural, es asumida por la
raza canina, la cual es asistida por robots, a 5.000 años de la
desaparición del hombre.
Pero lo sorprendente es la vuelta de tuerca que Simak da a la idea
de Dios, cuando en el atardecer de esa historia, al calor del fuego,
coyotes sabios escuchan la leyenda del hombre, dios mítico y
bondadoso.
En el prefacio de este libro, dedicado a su perro Nathanaël, con
toda sencillez, Simak deja al descubierto su pensamiento: "Esta
serie fue escrita en reacción al crimen masivo y la guerra. Y
también como una suerte de realización de mis aspiraciones
personales. Allí creaba un mundo que hubiera deseado verdadero. Un
mundo lleno de la dulzura, la bondad y el coraje que yo estimo
necesarios en el Universo. Yo hice los perros y los robots, al
estilo de la gente con la cual hubiera querido vivir. Son perros y
robots porque nunca los humanos serán esa clase de gente".
A pesar de esta rotunda y aparentemente definida certeza, 'Maxwell
al cuadrado' es una revisión de esa postura. Obra cargada de
esperanza, profundamente humanista, su intento es reconciliar al
hombre con sus posibilidades.
El profesor Pete Maxwell, habitante de la Tierra en un inubicable
futuro, regresa a ésta luego de seis semanas de ausencia. En ese
tiempo, la Tierra ya se ha convertido en una gran Universidad
intergaláctica en la cual conviven sin repulsión y sin asombro seres
de otros mundos (reptiles, personajes de aspecto estrafalario, todas
las criaturas de las fábulas y la imaginación rescatadas del tiempo,
desde los gnomos hasta las hadas, desde el hombre de Neanderthal
hasta el fantasma de William Shakespeare y éste en persona) con el
hombre. El único ser que no ha sido recuperado del pasado es el
dragón.
Maxwell, siguiendo una falsa información, se dirige a buscarlo a un
planeta de una galaxia lejana. En el camino, la "onda" por la que
viaja es desviada hacia otro planeta y al volver a la Tierra
comprueba que un "doble" suyo ya lo había hecho por él, que había
sido asesinado hacía tres semanas y, por tanto, se lo daba por
muerto.
A partir de este momento, el hilo de la historia se quiebra.
Hábilmente, Simak volverá la investigación de Maxwell un paso más en
una vasta telaraña de sucesos. A través de ellos, éste va
comprendiendo que podrá recuperarse, olvidarse de su "otro" en el
momento en que sea capaz de elaborar una afirmación en la cual se
reconcilien los mundos de la inteligencia y de la imaginación.
ENCONTRARSE
Una lectura atenta del texto permite palpar claramente la intención
de Simak; la instauración de un mito en el cual la Tierra aparece
como el territorio de la 'Gran reconciliación' se vuelve un
boomerang que golpea la suficiencia ignorante del siglo XX. Este se
presenta, por su negación de lo sobrenatural y por la castración que
opera el culto de la razón sobre toda imaginería, como otra estación
de tránsito. Al fijar los límites de su pensamiento, el hombre sólo
ha logrado perderse a sí mismo, centralizarse en un punto. Cegado en
la creencia de que sólo aquello que es probable es verdadero, ha
operado consigo una fatal división. Creyente sin reparos en su
autonomía, el hombre no comprende que su identidad será completada
fuera de sí mismo cuando sea capaz de restituir a la vida toda la
furia y la maravilla de la imaginación.
Eso persigue Pete Maxwell buscando al dragón (una criatura del
principio del tiempo), conviviendo con los "goblins" (especie de
enanos casi gnomos), esperando agazapado el baile de las hadas,
peleando contra los resentidos "rodadores", maravillándose por el
crepitar acogedor del fuego, el olor de las hojas secas y el color
violáceo de los árboles en los atardeceres del otoño.
Esa es también la esperanza de Simak. Su imagen del hombre moral es
la de la criatura reconciliada con la creación y el mundo de sus
sueños, esos polos en los que podrá encontrar, al fin, su verdadero
rostro.
24/02/70 • PERISCOPIO Nº 23 • 37 |
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