BIOGRAFIAS
HERMOSA Y CONDENADA
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"Toda biografía de Zelda Sayre lo es, también, de Francis Scott
Fitzgerald, dos vidas que no lograría separar el más astuto de los
investigadores. Es lo que ocurre con Zelda: A Biography, de Nancy
Milford (Haper & Row, Nueva York, 383 páginas, 10 dólares); la única
diferencia con el excelente trabajo que Andrew Turnbull dedicó al
novelista en 1962, reside en que ahora su esposa ocupa la delantera
del escenario.
Ambos estudios coinciden en apagar la leyenda según la cual
Zelda destruyó a Scott. "Nos arruinamos a nosotros mismos —él le
escribió alguna vez—. Nunca pensé honestamente que cada uno arruinó
al otro." En verdad, Zelda fue una ayuda incomparable para su
marido, un modelo sin precio que le sirvió para forjar la Gloria de
The Beauliful and Damned (nunca traducida al español) y la Nicole
Diver de Tierna es la noche, así como a centenares de rubias,
inaccesibles, aromáticas y sibilinas mujeres que pueblan sus
relatos. Un modelo tan definitivo que cuando Scott se ligó a Sheilah
Graham en sus tiempos de Hollywood, Zelda —internada en un
manicomio— intuyó esa relación al conocer los rasgos de la heroína
de The Last Tycoon.
Hay otros aportes: fue Zelda quien aconsejó al autor la
elección del título para su admirable The Great Gatsby; ella quien
dibujó a Gatsby, hasta que le dolieron los dedos, para que
Fitzgerald viese a fondo a su protagonista; ella quien redactó un
buen número de cuentos firmados por Scott, y varias cartas y trozos
de Diarios que el marido incluyó en sus obras. "Me suelo preguntar
si Zelda no será un personaje creado por mí", dijo a un amigo.
Si no la inventó, debe reconocerse que los dos se
complementaban en una alianza superior a ellos mismos. Hija del
Establishment sureño —el padre era Juez de la Corte Suprema de
Alaba-ma—, es una rebelde desde la niñez (nació en 1900). Los
residentes de Montgomery se extrañan de sus coloridos trajes de bajo
o de que se bañe sin ningún traje. Uno de sus novios de entonces ha
explicado: "Vivía en la crema al tope de lo botella". En ese momento
conoce a Scott, estacionado en una base militar cerca de Montgomery.
Dos años después, en 1920, luego de un tórrido idilio postal,
se casan. Mucho antes de que el término fuese acuñado, Zelda y
Francis se transforman en "la bella gente", astros ebrios de la
posguerra en una Europa vertiginosa y dispuesta a olvidar sus
espantosas heridas. Zelda se enamora de un aviador francés, y Scott
anota entonces: "Lo que ha sucedido nunca podrá ser reparado". Sin
embargo, continúan juntos, bailando encima de las mesas, borrachos
perdidos, o gritándose insultos hasta que entra la mañana.
Zelda intenta desembarazarse de la sombra de Scott y aprende
ballet a los 27 años. Fanática, ignora todos los límites: así, en la
primavera de 1930, cae vencida por la esquizofrenia; no se curaría
jamás, pero su derrumbe —y el de Francis— quedaron inmortalizados en
'Tierna es la noche'. Pese a una orden médica de no beber para
desacostumbrar a Zelda, Scott sigue bebiendo. Necesitan (y aman) el
poder destructor que hay en ellos.
Se reunieron después en Baltimore, sólo por dos años; él
marchó a Hollywood —donde murió en 1940— y ella a un sanatorio en
Carolina del Norte. Allí pereció a fines de 1947, durante un
incendio, luego de haber regresado a Montgomery, en busca de una paz
que le estaba negada.
30/VI/70 • PERISCOPIO Nº 41 • 51 |
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