Toda infancia se presume de recuerdos, y una añorada lejanía. Más que nada hoy, cuando la inmediatez y aceleración son premisas sin descanso. Revolver tiene algunos placeres, pero también ciertas desventajas propias de esa acción. Y cuando de memoria se trata, no hay símil con aquel "agua y aceite no se mezclan". Aquí, en los recuerdos infantiles, hasta las sombras son de psicodélicos colores, lo demolido resucita como una cruza de miradas ignorantes de la realidad, y los relatos siempre están por escribirse. 
Tito demoron

 

o-o-o El tío Negro (los Corchito) o-o-o

Chito y la bestia

Tenía el viejo Corchito terreno de sobra, y como buen solterón que había resultado acostumbraba hablar hasta con los animales. No es que sea un don muy especial, después de todo, ¿quién no habla a los animales, no?. Pero al Corchito le contestaban en cristiano. Eso decía él, y yo era muy chico como para contrariar a los mayores; así las cosas, siempre le creí. Sí, sí, leíste bien "siempre", claro... porque a pesar del tiempo transcurrido nadie lo desmintió, "si, claro... claro Tito... todos lo saben, Corchito habla con los animales", me decían mientras me sonreían. Nunca entendí esa sonrisa. Corchito falleció antes que yo tuviera la edad suficiente como para comprobar por mis propios medios si hablaba o no con los animales, por lo que la certeza que otorgan los recuerdos es evidencia suficiente para mí. Hoy, todavía se escucha hablar de "¿Cuál Corchito? ¿El que hablaba con los animales o el otro?". Y es que en esos terrenos parece que todos tomaron el sobrenombre. Siempre hubo gallinero al fondo y siempre hubo un Corchito. Ahí cerquita de donde se alquilaba para cuando aparecían los circos o los parques con kermesse. Y todos los "corchitos" han vivido de vender huevos a sus vecinos, o de cambiarlos por otros alimentos (eso dicen).
- La pigmea nunca lo atendía al Chito. Mire Tito, esa andaba con todos los otros gallos pero al Chito nunca me lo atendía...
- Sí tío Negro
- ¿"Tío Negro"? jajaja... mire usted. Seguro que esa ha sido su abuela que le ha andado con cuentos. Es igual que la pigmea su abuela. Siempre habladora. Le va a pasar lo mismo que a la pigmea esa noche que se la vio fea con la bestia encima. A partir de ahí la cosa cambió en el gallinero, y a la pigmea no le quedó otra que reconocer la entereza de ese gallito ¿no es cierto Chito?
- Así fue, yo solo acabé con la bestia...
- Ve, cómo cacarea ahora el gallito ese jajaja... era tímido y enamoradizo. No cantaba siquiera. Y usted sabe Tito que las gallinas van con el que mejor canta. Esa noche hubo revuelo. Yo sentía ladrar pero no les daba importancia... ladran a las sombras, me dije. Hasta que la bataraza saltó a mi ventana y me hacía señas que abriera. No es gallina de andar escapándose. Ahí espié y veía que al fondo, la luz del gallinero se movía para todas partes, y viento no había. Abrí la puerta y hasta los pollos me señalaban el lugar. Viera usted Tito las de plumas que había por el caminito... "hi...hi... cimos lo que pu... pu... dimos... pero la pi... la pi... la pigmea..." me tartamudeó el cantor. Ese que murió el año pasado ¿se acuerda, no?. ¿No?, pero, cómo no se va a acordar...  Y usted se acuerda Chito?
- El Onofrio...?
- Ese mismo. El Onofrio era el primero todas las mañanas Tito. Pero cómo no se va acordar. Haga memoria. Gallo ancho, de buen plumaje, brillante siempre, con la cresta caída. Tartamudo, pobre. Pero cuando cantaba... ahí sí que suspiraban todas las gallinas. Si no me cree pregúntele después a su abuela que se debe acordar también. Era un buen gallo el Onofrio. El susto que tenía la bataraza esa noche. Blanca estaba la pobre, lloraba que ni Onofrio la podía consolar. Le pedí una linterna al Cuqui pero desde el patio igual nos tapaban los árboles... "no veo nada, me dijo el Cuqui...", pero qué iba a ver ese perro si ya tenía como setenta años. Igual no eran más que sombras las que se veían. Nos fuimos acercando despacito, yo agachado, casi al ras del piso, agarrándome del cogote de los perros para no tropezar. Las aves atrás nuestro todas abrazaditas. Y cuando ya dejamos los árboles atrás, entonces pudimos verlo. Ahí estaba el Chito. Arriba de la bestia. La pigmea arrinconada contra el alambrado, que no podía escaparse del lugar y el Chito... ahhh ese gallo... viera usted, Tito, se le subía al cogote, le saltaba por las orejas, bajaba y le daba por las patas y vuelta a subírsele. Y la bestia que movía la trompa para todas partes cerca de la pigmea. Hasta que el Chito dio un salto. Uno... dos metros, viera al gallito la altura que había tomado y cuando cayó, de un picotazo en el cogote... tumbó al animal. No quiera saber el desastre que hizo al tumbarse. Todas las cercas desparramadas. Era enorme. ¿No es cierto Chito?
- Así es Corchito, enorme bestia.
- Vaya... vaya Chito, que la pigmea lo va a retar si lo ve acá charlando.
- ¿Qué era, tío Negro?
- Shhhh... espere que esté lejos el Chito... no quiero que escuche. Era uno de los elefantes del circo que se había escapado y quiso tomar agua del bebedero. Los dueños lo durmieron con una de esas escopetas que tiran inyecciones. A la mañana vinieron y se lo llevaron. Me hicieron todo el gallinero nuevo. Pero esto que le digo es un secreto entre usted y yo. No se le escape ante el Chito. Todo el gallinero lo respeta ahora y ya tiene a su pigmea que no deja de atenderlo.

Pico y el Chito

- Vea Tito, el Pico era su caballo, dígale Chito
- No se va a acordar, apenas si fue el año pasado
- Pero cómo que no se va acordar, déjese de pavadas y cuéntele, va ver que se acuerda
- No le haga caso Tito, parece gruñón pero Corcho es un buen viejo. Sabe del sufrimiento y se conmueve, aunque la realidad parezca acapararlo. Vea Tito, el Pico estaba en el campito de al
lado, en lo del viejo Pacheco. Fue un buen compañero. Tenía en gran aprecio a este gallito, vea. No había mañana que no me pidiera que subiera a su lomo a rascarle, mientras se preparaba
para llamarlo a usted, con ese relincho alzado que me revoleaba las plumas. El Cuqui debe acordarse también. ¡Cuqui!... ¡Cuqui, venga!. Ya viene Tito, téngale paciencia, es un perro viejo y mal conservado, se hace el sordo pero estuvo escuchando seguro. Cuqui... cuéntele al Tito...
- Yo solía ir a ladrarlo un poco al Pico. No para asustarlo, tampoco porque le tuviera bronca. Era un buen caballo, pero uno tiene que cumplir con su deber en el mundo. El mío es ladrar y un caballo es tan bueno para eso como las ruedas de una bicicleta. Todas las mañanas Pico no hacía otra cosa que esperar que usted se despertara después de su relincho. Lo quería mucho Tito, y lo protegía también.
- Me protegía?
- No me lo traume al chico, Cuqui. No le ande contando cosas que es mejor...
- Pero qué se va a traumar. No diga pavadas hombre. Usted, Chito ¿se acuerda de la tarde que se soltó el puma de Pacheco?
- Claro. El Tito estaba jugando a la calle, cuando era de tierra y no pasaba un carromato por aquí. Después pusieron el club y nos arruinaron la siesta y la quietud. Agitación es lo que sobra ahora con este tránsito y el asfalto que calienta todo...
- Pero, ¿se acuerda o no se acuerda...?
- Déjeme contar... espere. El Pico dormía la siesta y yo ahí arriba con él, picoteándole los bichos que se le subían al lomo. Y cada tanto pispeaba para la calle.
- Yo le avisé del puma, tengo buen olfato...
- Qué va a avisar usted, perro dormilón si estaba ahí tirado mientras el Tito jugaba. Vi pasar al puma derechito para la calle. Y le di un picotazo al Pico. Enseguida entendió la situación y pegó un salto. Me aferré a las crines para que no me tirara. El puma nos llevaba bastante terreno, cuando vimos que se agazapó... "¡¡métale Pico!!" le grité, picándole el costado. Ese caballo tenía el corazón salvaje todavía. Apuró el tranco y saltamos el alambrado al mismo tiempo que el puma. El Tito quedó en medio de las patas delanteras del Pico, que con las traseras lo embocó al puma en pleno aire.
- Es cierto tío Negro?
- Y, Chito no sabe de mentiras. Es exagerado el pigmeo pero siempre cuenta la verdad.
- ¿Y el Pico?
- Cuando murió su abuelo lo remataron. Usted estaba muy triste porque se había pensado que le habían pegado un tiro...
- Era muy chico el Tito y ustedes hablan de una forma extraña para los pibes...
- Cállese perro, no me haga quedar mal. Vaya, vaya a dormir la siesta, vaya.
- Con este ruido en la cabeza como para dormir...

El pato Zabala

-¿y ese qué es?
- un pollo, tío negro
- muy bien Tito, ¿y al lado?
- una gallina
- bien Tito, ¿y el que está apoyado en el poste?
- un pato
- ¿está seguro Tito? ¿como sabe?
- porque camina así...
- jajaja... pero qué muchacho este; venga Tito, siéntese en su banquito. Ese no es un pato, es mitad gallito ¿no le vio los ojos? tiene la mirada audaz. ¿No es cierto Chito?
- Es verdad lo que dice Corchito, Tito. Zabala es medio gallito. Lo crió el viejo Onofrio, Dios lo guarde.
- Un gallo piadoso, si los hubo. Pero le salió matón el entenado. La bataraza había dejado de poner huevos cuando pasó lo de la bestia. ¿Se acuerda que le conté lo de la bestia, Tito?. Bueno, del susto la gallina no solo se puso blanca sino que dejó de poner huevos. El Onofrio anduvo pensando y pensando toda una semana cómo devolverle las ganas. Es que se le había entristecido la dama y sufría el buen gallo al verla con la cresta gacha y lagrimeando. Ya las otras batarazas empezaban a molestarla y chismosear.
- Las mujeres son todas...
- Peeero Chito, no siga, quiere. No le haga caso Tito. Estaban preocupados en el gallinero. Mucho trabajo y cuando falta una tienen que poner mas huevos ¿entiende?. Entonces al Onofrio se le ocurrió incentivarla. Le llevaba flores. Le acicalaba las plumas. Le cantaba sus mejores versos: "... quiso el gallo en una flor dejar sentada presencia..."
- Linda milonga Corchito, y cómo la cantaba!
- Es cierto. Pero no tuvo suerte y la bataraza no ponía.
- Hasta que le robó el huevo a la pata.
- Mire si le va a robar. Justo el Onofrio. Déjese de pavadas gallo. Vaya, vaya a meter las gallinas que se le hace tarde. No le robó nada Tito. En el campito encontró al huevo que había puesto una pata, de muy mala fama, que se había escapado de apuradas. Vaya uno a saber hacia que rumbos y con quién desconocido se fue. La cosa que Onofrio se apiadó y lo salvó al Zabala ya de huevo que era, sino se iba a secar ahí guacho en el campito o se lo iba a comer alguna lumbriz. Y aprovechó para ponerlo, a la noche, debajo de la bataraza, que lo empolló y lo crió como propio. Lástima que le salió matón.
- Mala cruza.
- Todavía está acá? Vaya... hágame el favor. No me lo confunda mas al Tito.
La Cautiva

- ¿Por qué no vuela la Cautiva, tío Negro?
- ¿La cotorra dice usted, Tito?
- ¿Qué otra va a ser Corchito?
- Cállese Chito, que el Tito me está preguntando a mí... ésa no vuela porque la tenemos de prisionera Tito. Le cortamos las alas.
- ¿Por qué tío Negro?
- Por la cicatriz en la mano que tiene Corchito... es un héroe.
- No le haga caso al Chito, Tito, agranda las cosas el gallo este. Esas cosas no se cuentan.
- Cuéntele... cuéntele, si usted le salvó la vida al viejo Castillo. ¿O no?.
- Casualidades, Chito... casualidades.
- No es cierto, Tito. Castillo, el que vende la leña... usted lo conoce Tito, el que le regala los media hora, cuando va a comprar con su abuela. Era muy amigo de Corchito. Después una mujer...
- Déjese de zonceras gallo...
- Pero ¿iban o no iban a cortar leña juntos?
- Íbamos...
- En el monte. Allá donde los caldenes espinudos crecen hasta tocar las nubes, Tito, está plagado de cotorras salvajes. Bravas y feroces. Nunca se acerque allá Tito. Es muy peligroso.
Castillo y Corchito se habían hecho medio amigos y no los molestaban a ellos. Pero un día por error, Castillo subió a un caldén y empezó a hachar una rama que tenía nido de cotorras. Las cotorras salían mareadas del nido, atontadas. Así...
- Déjese de hacer eses Chito, parece Castillo cuanto toma...
- Ahhh... le picó lo de...
- No diga cosas gallo, que seguro la abuela de Tito está escuchando atrás del tapial.
- Tito, escuche, cuando la bandada de cotorras del monte se acercaron, pensaron lo peor. Imagínese, Corchito y Castillo con dos enormes hachas filosas y las cotorras del nido a los tumbos por la tierra. La bandada salvaje se armó hasta los dientes, y atacaba con vuelos en picada. Nuestros dos amigos defendiéndose como podían. A los ponchazos, arpillera en mano.
En una de esas, la cotorra mayor, que maneja los asuntos de la guerra contra los hacheros, extrajo un arco y flechas del hueco de un árbol. Castillo estaba rodeado y ahuyentando las aves con la arpillera. La cotorra mayor tensó el arco, apuntó. Corchito, rápido como un rayo estiró el brazo gritándole "¡alto canejo!". Pero la flecha ya había salido. La mano de Corchito detuvo la flecha que sino el desagradecido de Castillo no cuenta el cuento.
- Y en la escapada, nos trajimos a la Cautiva de prisionera, para que no nos molesten. ¿No vio que aquí no vienen las cotorras en bandada, Tito?
- Sí, tío Negro.

Prudencio y el lagarto

- Dígame Tito ¿Usted sabe por qué el Prudencio levanta la cola cuando lo acaricia?
- No, tío Negro.
- Pues, para avisarle que ya terminó. ¿No es cierto Chito?
- Los gatos tienen esa costumbre Corchito. Le gusta que le acaricien el lomo así le sacan toda la electricidad que tienen y se tranquilizan.
- Sí, pero Prudencio no tiene electricidad, ya está viejo y manso... vive esperando al lagarto overo... ¿se acuerda del lagarto, Chito?
- ¿El ladrón de huevos?
- Ese, claro. Hace unos años el Prudencio tuvo un entrevero con el lagarto, Tito, por unos huevos. Y ahora vive esperando que...
- Hable bajito que ahí viene...
- ¿No lo saluda al Tito, gato? ¿Para dónde va, Prudencio?
- Usted sabe. A la orilla del río, a ver si viene el ladrón de huevos. Chau Tito, no le haga caso a los cuentos de Corchito...
- Chau Purdencio.
- ¿Purdencio? ¿Purdencio? jajaja este Tito. ¿ Qué río?. Zanja querrá decir... ¿No lleva los lentes?
- No lo haga sentir mal Corchito. Cualquiera puede confundirse...
- Tito, el Prudencio pasa todos los días por el pasillo a descansar al costado de la zanja. Desde que se aquerenció, hace siempre el mismo camino. Y siempre con ese caminar que de tan descansado, fastidia. Antes se tiraba a revolcarse las pulgas en la tierra a la hora de la siesta.
Si uno lo espiaba podía ver como se entrenaba con las mojarritas intentando agarrar alguna. Era como que de chico presintiera que iba a tener su encontronazo en ese lugar. Pero no fue con un pez.
- Fue con un lagarto, Tito. De esos de doble lengua y rojos ojos saltones.
- Calle gallo... no invente. ¿Le cuenta usted o le cuento yo?. La noche anterior Chito había dejado la puerta del gallinero abierta... El gallo es el que debe cuidar donde ponen huevos las gallinas y usted estaría distraído con su pigmea seguramente esa noche.
- No diga así que las plumíferas escuchan...
- Bueno. Que la bataraza, siempre distraída y enamorada de su cantor, dejó caer los huevos entre el pajonal de cerca de la zanja. Con tanta mala suerte que se mezclaron con uno de lagarto. Y Prudencio, que cuida el frente, de cualquier alimaña que quiera meterse, esa mañana creyó que todos eran huevos nuestros, y cuando llegó el lagarto overo...
- Los gatos saben de aves pero no saben de huevos...
- Así es Chito. Viera Tito las de coletazos que recibió Prudencio defendiendo el frente. Le quedaron los ojos negros de tantos golpes. Por eso se le cambió el color de los pelos de la cara. Pero defendió la zona con hidalguía. El lagarto en el apuro por zafarse de Prudencio, se llevó los huevos equivocados y nos quedó a nosotros la lagartija que está en el fondo comiéndose cuanto bicho aparezca. Nos mantiene limpio el lugar. Prudencio dice que cuando devuelva los pollos le devuelve al lagarto chico, pero vio como son lo gatos, Tito, se encariñan.
- Si tío Negro.
- No sé si se va a animar a devolverlo.

Cuqui y el peludo

- ¿Sabe por qué no hay luz esta noche, Tito?
- No, tío Negro.
- Porque sopló un viento loco en la luna y la apagó ¿qué dice usted Cuqui, es verdad o no?
- Mire a quien le pregunta...
- Calle gallo, usted que sabe de lunas.
- Pero si está medio sordo el perro, Don Corchito, ¿no se acuerda de la pelea que tuvimos con el linyera?
- Aramos dijo el gallito...
- Yo hice lo mío.
- Tiene razón Chito, pero el que llevó las de perder fue el Cuqui. La noche estaba cerrada como hoy, Tito... ¿Usted lo conoce al linyera, no?
- No, tío Negro.
- Pero, ¿cómo que no lo conoce?. Es el peludo que a veces lo saluda cuando vamos a cerrar la puerta del gallinero. El que hace cuevas en el campito del fondo. Pero cómo no se va a acordar, sí que se acuerda... tiene orejas como mulita, Tito; una caparazón grande llena de pelos duros, los ojos saltones, así... ¿vió? y la cara alargada de tanto tomar mate... bueno, ya se va a acordar. No es un bicho lindo.
- Y tiene garras afiladas...
- Ahhh... se despertó Cuqui. Le nombran al peludo y ya se pone alerta el perro. Esa noche, Tito, salimos a peludiar con el Cuqui y Chito. Ya le dije que el Cuqui tenía buen olfato de joven...
- Tengo...
- Duerma perro, duerma. Hay que espantar a los peludos porque hacen muchos pozos, Tito, y nos pueden tapar a los pollitos y ahogarlos ¿sabe?, y hay que sentar el ejemplo atrapando alguno para estaquiarlo y así los otros bichos lo ven y aprenden que no tienen que hacer pozos. El Cuqui iba adelante, contra el viento que ya había apagado a la luna y bajaba para guiarnos. Cuando no hay luna, Tito, hay que sentir de dónde viene el viento y el perro es un experto. Por ahí el Cuqui olfateó uno, y se lanzó a cortarle la retirada para que no entrara a la cueva. El Chito atrás picándole la cola. Viera cómo corre el gallito este en el medio del campo. Por ahí el Cuqui llega a la puerta de la cueva y el peludo que se le pone en dos patas y le tira un manotazo al hocico. ¡La sangre que salía de ahí, Tito!. El Chito que se enoja y se le prende a los pelos del caparazón y empieza a picotearlo para controlarlo, pero no puede evitar que otro manotazo le corte la oreja al Cuqui.
"Esto no anda bien, me dije". Apenas veía yo, imagínese estos pobres animales. Tenía que iluminarlos, porque no había luna y llevábamos la de perder. Entonces saco mi cuchillo de la faja, siempre afilado y reluciente. ¿Vió que yo siempre le saco lustre, Tito?. Miro fijo al cielo y con la hoja empiezo a buscar para reflejar el brillo de alguna estrella, y por ahí emboco una, muy brillante. Mire cómo será Tito que hasta el peludo se dió vuelta, cuando sintió en su espalda, el calor de la luz que lanzaba la hoja de mi cuchillo. Y ése fue su error. Quedó encandilado por el reflejo, Tito, y el Cuqui con sus fauces lo atrapó. Las patitas le colgaban, al peludo, y ya no podía zafar de nosotros.
Me voy acercando, cuchillo en mano; el bicho estaba como hipnotizado. Le tiro la cabeza para atrás. Le miro el cogote. El peludo mira el filo de mi cuchillo. Se dio cuenta que ya estaba vencido. Aflojó las piernas, bajó la cola y se encomendó al de arriba...
Entonces sentimos un cuchicheo, nos miramos con el Chito, sorprendidos cuando vimos que debajo de las patas del Cuqui salieron cuatro crías de peluditos estirando las manitas hacia el peludo... Nos apiadamos Tito, ¿entiende?.
- Si tío Negro.
- Nos prometió no hacer pozos cerca del gallinero y lo soltamos.
- Había peliado por los suyos, Corchito.
- Así es Chito.

El vasco
- No Tito, el vasco no saluda porque tuvimos un altercado allá en el boliche El Tropezón, derecho por la catorce. Los dos pretendíamos a la misma mujer. Pero no le cuente a nadie Tito, que el vasco se avergüenza... y tiene familia.
- Sí, tío Negro
- Ya anduvo su abuela diciéndole que me llame así.
- Y cómo lo va a llamar si usted y la abuela...
- Cállese perro, que el Tito es chico y no entiende de esas cosas
- Ya tiene edad...
- Qué va a tener, ¡si se duerme en cualquier parte!. Mire, perro, no me tiente que busco la cuchilla y le hago lo mismo que al vasco...
- Ni se le ocurra. El Chito me defiende a los picotazos, me debe unas cuantas gauchadas.
- A ese gallo ya ni pico le queda, lo desplumo de un navajazo y lo hago puchero.
- No tío Negro. Al Chito no.
- Ve lo que logra, ya lo puso triste al Tito, como puso triste a la novia del vasco. A usted le gustaba la polaca.
- No le voy a decir que no. Anduve merodeando, pero no me ayudó el peinado.
- También con esos pirinchos.
- Lo que faltaba, apareció el gallo que lo iba a defender. Mire. Estábamos hablando de comer puchero, Chito.
- No cuente conmigo Corchito. ¿Qué le contaba al Tito?
- Y... que bueno, que si hubiera tenido pelo ondulado y rubio como el vasco en una de esas la polaca era su tía, Tito jajaja. Pero ella estaba todo el día con el padre en el boliche hablando del pelo del vasco. Y a un enamorado, Tito, no hay peor cosa para hacerle que le hable de otro hombre la que uno pretende. ¿No es cierto Chito?
- Dígame a mi, que la bataraza me tuvo con el cantor alabándolo noche y día.
- Vio lo que dice el Chito, Tito? Son así. Más le hablan del otro, más engrana uno y más altanero se pone el alabado. Y no somos de fierro. Así que cuando esa tarde en El Tropezón el vasco entró a alardear delante de la polaca, mientras le convidaba en la boca queso fresco, no me pude contener. 
- Apure que el Tito se duerme
- Mire perro. Yo soy lento para algunas cosas.
- Se le nota... se le escaparon varias...
- No diga así Chito. Cuente Corchito. Que el Tito ya se durmió.
- A eso iba. Me acerqué al mostrador, le quité la boina y con la cuchilla de cortar el queso lo chusié al vasco hasta cortarle todo el pelo del que hacía alaraca.
- Y la polaca que hizo...?
- ¿Ve esta herida Chito?. Yo les digo que es de la operación del apéndice, pero es el tenedor que me clavó la polaca.
- Pero... mire si será....
Fin
- Chito ¿Dónde está el Tito?
- Oiga diga, Corchito... póngase los anteojos de lejos. ¿No lo ve?. Está a la puerta del gallinero con Zabala y los otros.
- ¿Y qué hace que no lo vigila usted gallo?
- Vengo de ahí Corchito. Estan jugando al chinchón...
- ¿Con el pato Zabala? Peeero... hágame el favor, vaya igual. Que ese pato es medio tramposo y lo va a dejar sin monedas al Tito... vaya...
- Pero si va ganando ...
- ¿Va ganando? Ahhh...¡Tito viejo y peludo!... 
Mire como me saluda contento. Lo va a pelar al pato ese.
...
- ¡Corchito...Corchito! ¿qué pasa que no me lo manda al Tito con la docena de huevos que le pedí?
- Ya va María... ya se lo mando. Vaya gallo tráigalo.
- Siempre yo...
- Bahhh... gallo rezongón... ¡Tito! ¡Tito! ¿traiga las monedas que le dio su abuela y llévele los huevos que pidió...
- Me parece que...
- Calle gallo... ¿qué pasa Tito?
- Tito viejo y peludo no tene nada...
- Pero... si será... Ese pato lo desplumó Tito. 
- Bueno, vaya, llévele igual los huevos a su abuel. No le diga nada de las monedas. Vaya m’hijo... vaya
- Se descuidó con alguna carta el Tito...
- Seguramente...

 

Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 

CRÓNICAS NACIONALES

Ernesto Sábato: mis apuntes de viaje (Alemania  1967)
Atucha: cuna de la bomba atómica argentina
Alfredo Palacios: requiem para un político apasionado
CGT: Los dos sindicalismos
Izquierda, Políticos

El "pardo" Meneses ("Meneses Jefe de la Policía, el pueblo lo pide")
Los violentos años 70

 

 

 
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