Biografía de una traición
Hace seis años, el escritor argentino Manuel Puig terminó la novela "La traición de Rita Hayworth". Despojada en 1965 de un premio en Barcelona, desde entonces fue sucesivamente rechazada por cuatro editoriales. Hoy es casi un best seller argentino y se publicará en fecha muy próxima en Francia

"¿Y quién es ese José L. Casals?", bramó el novelista peruano Mario Vargas Llosa, la noche del 20 de diciembre de 1965, una vez definido el concurso Biblioteca Breve que anualmente organiza la Editorial Seix Barral, de Barcelona. Jurado en representación de las letras latinoamericanas, la pregunta de Llosa reveló oscuros entretelones fraguados durante el concurso en perjuicio del escritor argentino Manuel Puig. El peruano Llosa tío había leído, ni siquiera hojeado, una de las dos obras que se disputaban el premio: José L. Casals era Toto, personaje fundamental de La traición de Rita Hayworth, de Manuel Puig.
Contra todos los reglamentos establecidos por Seix Barral, la elección de un ganador demandó, ese año, seis votaciones. La primera fue un empate en seis votos entre La traición de Rita Hayworth y Ultimas tardes de Teresa, del español Juan Marsé. En la segunda votación ambas novelas produjeron el mismo score. En la tercera ganó Rita Hayworth: 6-5. En la cuarta y quinta se reeditó la igualdad. Según establecían las bases, el premio debía entonces declararse desierto. Sin embargo se hizo un sexto plebiscito que benefició finalmente a Marsé. Teresa, con malas artes, venció así a Rita Hayworth. Según se interpretó posteriormente en las élites literarias argentinas, Llosa encontró en Teresa dos virtudes esenciales: 1) Su autor era español; 2) Relegada a segundo plano la obra de Puig, barría de su camino a un autor capaz de ensombrecer su carrera de "mejor y más joven narrador latinoamericano". De todos modos, la performance de La traición de Rita Hayworth fue inobjetable: los europeos —franceses aburridos por el nouvel román, españoles hastiados y hundidos en el sociologismo realista— que pretendían un inútil barroquismo de los latinoamericanos (esa prosa aluvional que recuerde a "los ríos de una tierra lejana y exótica") se frustraron. La traición no pertenece a esa raza de la literatura, es una novela que viene a quitar hojarasca a tanto libro fraguado a golpe de adjetivos. Instalada entre las cinco novelas de autor nacional más leídas en el país en lo que va del año, su crítica fue incluida en el número 64 de SIETE DIAS.

DIAS SIN HUELLA
Los iniciados argentinos que accedían cada tanto a la fenecida revista Mundo Nuevo, comenzaron a sentir los primeros cosquilleos de curiosidad cuándo Emir Rodríguez Monegal (pope de la crítica literaria, nacido en Uruguay y radicado en París, repudiado además por la izquierda latinoamericana) desplegó en esas páginas un monólogo del Toto, acompañado de esta sentencia: "La traición es una de las obras más originales que se hayan escrito recientemente en América".
Lo cierto es que Puig, como José L. Casals, es un desconocido: nació en General Villegas, provincia de Buenos Aires, un día de los Inocentes de 1932. Como Toto, Puig estudió en un colegio de Villegas y pasó sus primeros tres años de escuela secundaria como pupilo del colegio Ward. Lo asalta en plena adolescencia un repentino amor por los idiomas. Estudió entonces inglés, francés, italiano, "quizá porque la realidad me oprimía demasiado: era una forma de evadirme, pero, sobre todo, porque aprendía los idiomas del cine". Ese "pero" es una trampa, una manera de retorcer la tuerca al revés: porque en el principio de sus inquietudes, como patrón de gran parte de su vida, estuvo el cine. Más tarde trajinó unos cuantos pasillos universitarios. Logró acercarse al cine —después de husmear en Ingeniería, Arquitectura, Filosofía y Ciencias Exactas— como espectador de la filmación de Deshonra, una película de Daniel Tinayre. Esa época porteña fue para Puig sólo eso: el acecho permanente de las filmaciones, las recorridas de barrio a barrio dando clases de idioma, la contemplación de viejos films, "porque para mí el cine estaba fijado al Hollywood del 35 al 40". Eran las grandes emociones infantiles, "el ruido, la melancolía, la música de jazz, los tacos altos y los cabarets de lujo que fluían de la pantalla para penetrar en los días tranquilos y opacos de General Villegas. Por azar, por casualidad, como en el cine, conseguí una beca para estudiar en Italia. . .". Era el principio de la aventura del tímido profesor de inglés.

ROMA, CIUDAD ABIERTA
El susto de amanecer en Roma se mezcla con los trajines en el Centro Experimental del Cine. Corre el año 1956: "Era el de los últimos estertores del neorrealismo —recuerda Puig— y se estrenaba el famoso film Il tetto, de De Sica. Mientras espolvorea recuerdos, Puig remite —como un tic— su propia cronología a la historia del cine. Pero estaba escrito que tampoco finalizaría los cursos de dirección, "porque hacía el ridículo; siempre proponía historias descabelladas o demasiado imaginativas, grandes dramas". Recorre entonces la ciudad en busca de trabajo y recala como traductor en L'Osservatore Romano.
"Como me pagaban por página, aumentaba el texto mechando muletillas: todos los sustantivos estaban acompañados de a la sazón, en resumidas cuentas o indiscutiblemente", dice hoy, sin notar que esas peleas con el papel se anticipaban a su biografía: cuando escribe 'La traición' es capaz de acollarar, como pocos, las muletillas ridículas que se amontonan y apuntalan el lenguaje hablado, descubriendo sus costados más ridículos o patéticos. Porque la obra de Puig —desmitificadora, hundida en el lenguaje coloquial— conserva los rastros de sus sucesivos pasajes por otros idiomas, por otros países.
El viaje a Francia, que hace en el verano del 57, lo lleva nuevamente al origen de sus depresiones: allí también los films de vanguardia hacían la obligada reverencia al neorrealismo; entonces "tomé conciencia de que hay cosas que no se dejan atrás mágicamente". De todas maneras, olvidó sus problemas: el contacto con gente de Cahiers du Cinema lo revitalizó; tres películas diarias condujeron a Puig al paraíso. Los cines son sus puertos y fueron ellos quienes lo recibieron nuevamente en Roma, luego del ciclo parisiense. Pero no ancló en ellos. También atrajeron a Puig las salas de Grecia y Londres. Los mozos del restaurante donde él trabajó de lavacopas eran actores desocupados. Se conecta entonces con el director de estudios de una escuela de cine. La visa inglesa de turista lo obliga a partir de Londres y le pide al director un certificado de estudio. "Me lo dio —reconoce hoy—, pero exigió que le pagara el curso".
Con su nueva profesión a cuestas y un sello en el pasaporte que estigmatizaba diskare (lavacopas) llega hasta Suecia. "No pude ver películas suecas porque no estaban traducidas a cualquiera de los idiomas que conozco." Ya tenía un guión (Baile cancelado), drama romántico que él mismo define como "una rara cruza entre El amor nunca muere —de Norma Sheaner— y Té y simpatía, con Deborah Kerr". Al volver a Londres comete "una monstruosidad": escribe otro guión, ¡en inglés! El título: Verano entre paredes. Tenía esquemas de comedia sofisticada que alentaba el ingenioso diálogo de los años 30. El desliz no le trajo, por supuesto, ninguna tranquilidad. "Ese no era ni siquiera — confiesa— el inglés que yo había visto en Londres, sino el idioma enrarecido de los films de veinte años atrás. Seguía siempre en la misma onda neurótica." En 1959 vuelve a Buenos Aires por ocho meses: trabaja como asistente de diálogo en 'Casi al fin del mundo' y 'Una americana en Buenos Aires'. Tiene problemas con los productores —cuándo no— y retorna a Europa.

COMO NACIO LA TRAICION
Otra vez en Roma escribió un tercer guión: La tajada. Era de ambiente argentino y contaba la historia de una actriz que, durante el peronismo, se hace amiga de un diputado para cumplir cierta venganza personal. "Fue un desastre —pregona Puig—; yo no conocía a ninguna actriz argentina ni viví el peronismo." Un día, un amigo leyó La tajada y encontró cierto valor en los diálogos. "Me aconsejó que escribiese algo de lo que yo había conocido. Pensé en una historia de amoríos adolescentes y me largué al nuevo guión. Me dije que primero iba a hacer un bosquejo de cada personaje para explicármelo a mí mismo. Ahí fue cuando me sentí libre. Ya no tuve necesidad de cuidar la sintaxis ni de rendir examen ante nadie. Antes estaba comprimido: la monstruosa experiencia de escribir en otro idioma, para darle el gusto a algún productor, me había asfixiado."
Seguramente, Manuel Puig sintió entonces que no había por qué traicionarse y nació así La traición de Rita Hayworth, para demostrar que la casualidad es una modestia suya, que cada escena, cada personaje, cada rasgo, estaban desde antes en él. Si lo que estalla en la novela es el lenguaje, la aprehensión a través del lenguaje de los sentimientos de la gente, las cartas ya estaban echadas: liberarse del inglés, del italiano y el francés para retornar al idioma nativo significó para Puig recuperar su infancia y su adolescencia (aunque las primeras veinte páginas de lo que quería ser un guión y fue el anticipo de una novela hayan ido a parar al canasto). "Los primeros capítulos los rompí porque a medida que escribía iba encontrando mi veta", afirma. En 1963 viaja a Nueva York, trabaja durante cuatro años en Air France como recepcionista en el aeropuerto: se había redimido del cine, su nuevo vicio era la novela. "Terminarla me llevó dos años, quedé agotado", se acuerda, alegre. Después sobrevino la travesía de La traición, la peregrinación en busca de una tipografía que parecía improbable.

EN EL LABERINTO
Los originales de la novela llegaron antes que a ningún lugar a la Argentina. Algunos entendidos la espiaron y dieron su veredicto: mediocre. Alguien propuso que lo mejor que se podía hacer con ella era quemarla. A pesar de juicios tan desfavorables, Puig insiste: manda algunos capítulos a un amigo francés que establece contactos con Severo Sarduy, lector-asesor de Editions du Seuil, y con Luis Goytisolo, de Gallimard. Sarduy la aprueba, intenta publicarla, pero surgen inconvenientes. La toma entonces Goytisolo, que la contrata para su editorial y la lleva a España (él mismo sería jurado en el concurso Biblioteca Breve), donde Carlos Barral se muestra interesado. Quiere publicarla, pero advierte: "Habrá problemas con la censura. Mejor se la pasamos a Mortiz, la editorial mexicana". Joaquín Mortiz recibe los originales. La lee su asesor, el novelista Vicente Leñero, y la recomienda. Se firma un nuevo contrato. Por esos días, la Editorial Sudamericana, de la Argentina, le hace llegar a Puig una proposición. Enterados, los de Mortiz rescinden el contrato y Sudamericana, meses más tarde, decide — "por desacuerdos internos"— no continuar con la impresión de la novela. Pasados seis años de terminada la obra Puig firma el cuarto y último contrato, con Jorge Álvarez: "Entonces se acabaron mis problemas".
Posiblemente, cuando a fines de este año Gallimard publique La traición —volcada al francés por Laure Bataillon, traductora de Rayuela—, su autor ya no se acuerde de que la escribió. Tiene preparado un folletín, Boquitas pintadas, y otra novela para la que está pensando un título. Todavía sorprendido por las buenas críticas que recibió La traición de Rita Hayworth, repite obstinadamente, como para convencerse, que no quiere hacer cosas difíciles, que lo asusta imaginar que puedan no entenderlo, que no sabe todavía cómo se ha convertido en escritor.
Revista Siete Días Ilustrados
07.10.1968

Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 

Manuel Puig
Manuel Puig