POETAS
Un borrador para Mister Eliot


Casi seguramente no es el mejor poema en lengua inglesa de este siglo, pero sin ninguna duda es el más célebre. Desde 1922, cuando Thomas Stearns Eliot —su autor— dio el imprimatur a la primera edición, The Waste Land (La Tierra Baldía), agota tiradas en su idioma original, y en las no siempre pulcras traducciones que la han difundido por todo el mundo. Veinte años después, Eliot culminaría su obra poética con la publicación de Four Quartets (Cuatro Cuartetos), un libro mayor donde se resolvían más de tres décadas de investigación destinadas a renovar la totalidad de la versificación inglesa. Tanto sus preocupaciones métricas y rítmicas, como la incorporación del lenguaje coloquial para el tratamiento de abstrusos planteos místicos y metafísicos, están allí solucionados con mayor elegancia y fluidez que en 'La Tierra', parecen menos una summa teórica —las notas a The Waste, más vastas que el poema mismo, siguen siendo fuente de discusiones que el propio autor no pudo zanjar en años de controversias desde las páginas de The Criterion, la revista que fundó y dirigió durante 17 años— que la madura expresión de una poética que ya no necesitaba de la erudición para ser autosuficiente.
Sin embargo, ni los Cuartetos, ni su obra crítica, ni su (fracasado) intento de volver a la vida el drama isabelino, ni la obtención del Premio Nobel, en 1948, consiguieron derrotar a La Tierra como corazón de la obra de Eliot ante la opinión pública. Ese empecinamiento de la fama no es único. Dos poetas menores que él, en lengua española, bastarían para ejemplificarlo: Federico García Lorca, cuyo Romancero gitano ha obnubilado páginas más afortunadas, y el Chileno Pablo Neruda, atado al millón de copias que llevan vendidos sus Veinte poemas de amor y una canción desesperada.
En todos los casos, la repentina gloria que se abate sobre un libro de poemas (género impopular por excelencia) tiene que ver con factores extraestéticos que convulsionan el momento de su aparición (y el resto lo hace la tradición oral: esa madre prolífica que sigue sirviendo para elegir regalos de cumpleaños). The Waste es un poema de desesperanzas, un amargo reto teológico, la sospecha de que el mundo ha perdido la alegría a causa del conocimiento, y el futuro es un osario agusanado (a menos que Dios acepte no confundir a los hombres con Su gloria, sino alentarlos con la imagen de Su propia precariedad). En la Europa de la primera posguerra, esa filosofía se parecía demasiado a la verdad como para no ser un éxito. El poema era excelente, por otra parte, y aunque ese termómetro no suele funcionar muy a menudo, el hecho es que colaboró a que una súbita fama internacional cayese sobre los hombros de un tímido gentleman de 34 años, que no había conseguido vender quinientas copias de 'Prufrock and Other Observations', un bello preludio a la agonía publicado un lustro antes de su espaldarazo.
Cerrada y cepillada por el tiempo, ascendida a una presunta inmortalidad por la muerte de Eliot (el 4 de enero de 1965), la historia de The Waste Land ("la Divina Comedia de las generaciones pre-Ginsberg", la llamó hace poco un agudo crítico americano) parecía dueña ya de su inconmovible panteón. El mes pasado, sin embargo, un acontecimiento imprevisto sacó sus huesos a la superficie.

II miglior fabbro
John Quinn, un abogado neoyorquino inclinado al mecenazgo, compró alguna vez —nunca se sabrá cuándo: se conjetura que debió ser en uno de sus viajes a Europa, en la década del treinta— un manuscrito ilustre, al cual hasta el propio autor consideraba perdido. Muerto Quinn, sus numerosas posesiones se repartieron entre
sus deudos y varias instituciones de bien público; a la Biblioteca de Nueva York le tocó el manuscrito, que no era otro que la versión original de La Tierra Baldía.
Eliot imaginó siempre que ese documento se había extraviado en algún viaje, y no parecía lamentarlo: ahora se sabe que más bien es posible que se alegrara del accidente. Porque la lectura del original pone en evidencia que Ezra Pound —a quien está dedicado— fue algo más que su exasperado corrector, una deuda que Eliot siempre aceptó aunque no se detuviera a ofrecer precisiones.
Il miglior fabbro ("el mejor artesano", como se nombra a Pound en la dedicatoria) había llegado a Europa en 1907, cuando tenía 22 años. Si no fuese el mayor poeta de habla inglesa de este siglo, la tarea que desarrolló como editor bastaría para inmortalizarlo: bajo su severa vigilancia pasaron no sólo los originales de Eliot, sino muchos de Hemingway, y hasta el Ulises de James Joyce. Nunca hubo, sin embargo, un testimonio de la medida de esa vigilancia: el documento de la Biblioteca Pública de Nueva York puede darlo ahora.
La vastedad de The Waste (434 versos, en su versión conocida) es apenas un resumen de la que alcanzó originariamente: sobre 57 páginas, las tachaduras y sugerencias de Ole Ez —como firmaba Pound para sus amigos— invalidan un total de 42. Algo que explica la correspondencia entre los dos poetas, ciando Pound sugería a su amigo reducir por lo menos a la mitad lo que él llamaba, con su extravagante y deliberada inexactitud, "the longest poem in the English langwidge". Dogaral (de 'doggerel': coplas de ciego) anotó zumbonamente Pound al margen de varias zonas de construcción rítmica elemental; en el comienzo de "A Game of Chess" ("Una partida de ajedrez"), el maestro señala las cacofonías con una coqueta línea musical que informa too-tum-te-tum (una onomatopeya que equivaldría a tachín-tachín para fingir una música como la de las marceas circenses.
Esos rigores parece que se extendieron hasta el título; He Do the Pólice in Different Voices (literalmente: Él hace la policía en diferentes voces) era la desafortunada primera versión de The Waste. Se ignora la clave significativa de ese titulo (acaso un anticipo subliminal de los teoremas teológicos pobre el principio de autoridad que yacen en el poema), pero lo que parece cierto es que difícilmente hubiese capturado al público desde ese punto de partida.
Para setiembre del ano próximo —cuando lo autorice la viuda del poeta, Valerie Eliot, y el erudito Donald Gallup, de la Universidad de Yale, haya finalizado su trabajo— se publicará una edición crítica del manuscrito: puede ser una labor inútil, de todos modos, para sondear las intimidades de un poema cuyos significados han desbordado la anécdota y pertenecen, 45 años después de esas reyertas, a la memoria de todos.

3 de diciembre de 1968
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Pound
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