Luisa Valenzuela entrevista a Luisa Mercedes Levinson en Punta del Este
dos escritoras frente a frente

LV: —Luisa Mercedes Levinson, sabemos de primerísima mano que usted veranea todos los años en Punta del Este y debemos confesar que nos asombra porque también sabemos, siempre de muy buena fuente, que usted se considera una mujer de la noche, amiga de las brujas, los gatos, los búhos, de todos los merodeadores oscuros y
nocturnos. Entonces ¿qué hace en esta ciudad de sol, esta península diurna, disfrutando del mar y de la playa?
LML: —¿Cómo, qué hago? Disfruto del mar y de la playa, ya lo dijo usted. Pero el tiempo es tan estigmático (enigmático) que tanto da el día o la noche. Eso sí, prefiero la noche porque es cuando el tiempo no puede verla a una, es cuando me encuentro con los gatos y les narro mis historias. Además, prefiero la noche porque no soy muy sociable: en mi último viaje a España la pasé tan bien con la pintora Elke Widmayer y sus amigos bohemios en el "Café de Gijón" como en los paseos oficiales. En los que, entre otras cosas, fuimos a visitar a Vicente Aleixandre, a saludarlo por su flamante premio Nobel, y resultó un hombre interesantísimo.
(Es cierto, es cierto: al llegar a Punta la encontramos a LML rondando las calles como un propio personaje en busca de su amiga la perrita negra y a lo largo de un almuerzo estuvo guardando pan para las gaviotas. También es cierto esta otra de sus claves: para ella el tiempo es estigma tico, basta para comprobarlo con conseguir su último libro de cuentos recientemente publicado en Barcelona).

LA MUERTE, ESE INVENTO
LV: —Este libro que todavía, para desgracia de sus lectores, no ha llegado a las librerías argentinas, se titula "El estigma del tiempo". ¿Por qué precisamente el estigma?
LML: —Para usted el tiempo todavía no será un estigma, pero espere un poquito y verá. . . De todos modos no hay que tenerle tanto respeto al tiempo, ni tomárselo demasiado en serio: el tiempo no es una creación de Dios, es un invento de los hombres. En la eternidad no hay tiempo. Es como ese otro invento de los hombres, la muerte. LV: —Últimamente se está hablando mucho de la vida después de la muerte, hasta se han publicado serios trabajos científicos. Pero nosotros sabemos que usted siempre habló de la vida después de la muerte, creyó en ella antes de que se pusiera de moda.
LML: —No tengo idea de lo que ocurre últimamente, nunca me guío por modas y menos en materia de arte o de conceptos profundos. Lo que sé lo sé por intuiciones, visiones casi. Y la vida después de la muerte la vislumbré hace algunos años, a algunos kilómetros de aquí, en "La Esmeralda": me estaba bañando sola en el mar al atardecer y de golpe supe lo que significa perder el yo para entrar en consonancia con el Todo. Creo que si no me llamaban hubiera seguido nadando mar afuera, llevada por una enorme felicidad resplandeciente. Y hay otra historia, distinta, otra entre tantas. Apareció en una carta de lectores de La Nación. El pintor Castagna cuenta que, teniendo que ilustrar un cuento mío llamado "Con pasión", pensó de inmediato en un gran dibujante amigo de él, de París, Hans Bellmer. Buscó de inmediato libros de Bellmer para inspirarse, e hizo un dibujo al estilo de. . . A los pocos días recibió la noticia de que Bellmer había muerto. Castagna sólo contó esta historia, pero yo creo que Bellmer se valió de mi cuento para poder despedirse de su amigo.

CARCAJADAS JUNTO A BORGES
LV: —Como aquella vieja anécdota de Borges. ¿cómo era?
LML: —Ah, sí. Un escritor llega a una reunión y cuenta a todos que esa misma noche había soñado que una antigua novia suya iba a despedirlo largamente, adiós, adiós, y a la mañana se había enterado de que la novia acababa de morir. Todos estaban bastante impresionados con la historia cuando en eso se oyó la voz de Borges que decía "Caramba, atenta la moza. . ."
LV: —El sentido del humor de Borges y el suyo pueden llegar a ser muy afines, lo sé de buenísima fuente. Sé también que en un, tiempo se divertían en grande componiendo cuartetas medio picaras, como chiquitines. Eso no me lo puede negar, y no me importa que lo niegue. De todos modos de ese período de complicidad queda el testimonio de un cuento muy divertido escrito en colaboración: La hermana de Eloisa. Sé de las carcajadas que largaban mientras iban lentamente armando el cuento, de la gracia que les causaba disparates tales como poner un busto ecuestre en el jardín de la protagonista. ¿Cuál es el saldo de ese trabajo en colaboración?
LML: —Borges me enseñó el arte de la corrección, el que yo ahora más aprecio. Antes yo era puro atropello, pura velocidad, porque se me ocurren millones de historias para narrar, vivo inventando historias. Pero en el momento de tomar la pluma me asalta la cálamofobia y me cuesta mucho empezar un trabajo nuevo. Después el gran goce viene con la corrección, cuando uno va viendo cómo se aclara la idea. Trato de decir las cosas en la forma más sintética y más clara. Es una maravilla cuando se lo logra.

"ESCRÍBALE UN POEMA A LAS VISITAS"
LV: —No lo niegue: sabemos muy bien que usted se pasa la mayor parte del tiempo en la cama. ¿No se aburre?
LML: —Yo nunca me aburro. Cuando no estoy andando de un lado para el otro, me quedo en la cama. Sé que es una muy mala posición para escribir, pero es la única que conozco. Nunca estoy
sentada en una silla. Me puedo pasar horas en la cama, contándome historias de las que no siempre —muy pocas veces, en realidad— soy la protagonista. Es como mis sueños, tengo maravillosos sueños en colores que muchas veces llevé al cuento. A mi primera novela, ya lo sabe, la soñé de cabo a rabo. Y no me impresioné para nada con esa historia tremenda de pasiones, traiciones y muertes porque mientras soñaba sabía muy bien que estaba de alguna forma escribiendo mi novela. Se llamó "La casa de los Felipes".
LV: —Imaginativa desde chiquita, tengo entendido. . .
LML: —Sí. Compuse poemas antes de aprender a escribir. Después los recitaba en la mesa. Hasta que empezaron a pedirme que le hiciera un poema a cada visita que venía. Fue horrible, ahí aprendí a callarme la boca.
LV: —Quizá por eso cuando comenzó a publicar se escondió tras el seudónimo de "Lisa Lenson". El estigma (del tiempo) le quedó: muchos siguen llamándola Lisa hoy día.
LML: —Sí, me llaman Lisa y a mí me gusta. Pero usé el seudónimo para que no me identificaran: tenía miedo de estar escribiendo bodrios que podían avergonzar a mi familia. Eran otros tiempos, y por parte de mi madre una familia catalana muy cerrada. Ahora me siento orgullosa de que "Seix Barral", justamente una gran editorial catalana, haya publicado mi libro. Me siento muy cerca de esa rama materna en la que hubo contrabandistas de añil y grandes
poetas.

AVENTURAS EN ESPAÑA
LV: —Entonces volvamos a España, de donde usted acaba de llegar, muy contenta por cierto, y a donde usted piensa regresar en abril. LML: —Sí, volvamos al café de Gijón que tanto me hacía pensar en mi maestro Valle-Inclán, en Unamuno, en don Pío de Baraja a quien llegué a conocer poco antes de su muerte. Un hombre genial, de muchísima chispa. Recuerdo que le pregunté cómo había sido la condesa de Pardo Bazán y él me respondió: "¡Gorda!" Pero esta vez fui por otras razones: gracias a nuestra gran actriz Susana Mara se empezó a filmar la serie para televisión "Escrito en América", con cuentos de escritores nuestros. Argentinos fuimos Borges, Mujica Lainez, Sábato y yo. Fue algo de mucha jerarquía. Además me invitaran a los principales programas de TV: "A fondo" "Gente", "300 millones". Pero lo que más recuerdo —aparte del café de Gijón, claro— fue cuando llegué a Zaragoza y Paquita Ors me esperaba en la estación con unos maños que cantaron jotas en mi honor "La Lisa Levinsóooon/ ha llegado a Aragóooon,\ Esas cosas. Una gente magnífica, con una casa magnífica llena de rosas.
Dos mil quinientas variedades, para ser exacta, porque Palzón, el marido de Paquita, las cultiva y las injerta. Ahora, si la mezcla de San Francisco con Erotika da bien, se llamará la rosa Levinson.
LV: —¿Una Pálida Rosa, como su cuento?
LML: —No se. Porque si bien la San Francisco es pálida, la Erotika es bien roja, como corresponde.

LOS NAIPES SOBRE LA MESA
LV: —Yo sé que usted querría hablar de 'A la sombra del búho', su novela favorita, su hijo dilecto, pero yo quiero que hable de teatro. No sólo porque usted tiene alma de actriz (sí, a los tres años ya hacía su pequeño show privado: se tiraba al suelo y oía la voz imaginaria de su niñera que le decía "Levántate (sí, así, tratándola de tú) perezosa". Y usted no se levantaba porque estaba muerta. . .) Creo recordar que en el '63 ganó el premio Municipal San Martín por su obra Tiempo de Federica. Y más adelante le construyeron especialmente un teatro bajo el antiguo Puente Trasbordador del Riachuelo para representar su magia canyengue titulada Julio Riestra ha muerto. ¿Por qué ha abandonado el teatro?
LML: —Porque me va muy bien en el jardín de la literatura. Para escribir teatro hay que entregarse por entero a él. Pero creo que el cuento, que es el género que más me interesa, tiene mucho de teatro. Me encanta escribir diálogo, escribir canciones. Ahora les pongo canciones a los cuentos. Le puse letra al baile de San Vito. . .
LV: —¡Pero el baile de San Vito es una enfermedad, no un ritmo! Usted es una irreverente. . . No respeta ni las palabras. Con
razón torturaba a su pobre hija pidiéndole el teléfono, por ejemplo, cuando en realidad quería una cuchara, y cosas por el estilo. Y lo peor es que su hija la entendía.
LML: —Y claro que me entendía ¿no es cierto? Para eso está la comunicación. . . porque hay que darle una apertura a las palabras, abrirles nuevos caminos, brindarles mayor perspectiva. Como en España, en el café de Gijón. . .
LV: —Claro que sí, como en el café de Gijón. Creo que ya lo hemos mencionado. Lo que no hemos dicho todavía, LML, es
que yo la considero la persona más original y vital (perdón por la cacofonía) que he conocido en mi vida.
LML: —Bueno. Yo también creo que usted es una persona muy interesante y una muy buena escritora. Además, este es el reportaje más informado y medular que me han hecho, por eso quisiera aprovechar la oportunidad para pedirle a la revista GENTE que publique más notas suyas.
LV: —Muchas gracias, mamá.
LML: —No hay de qué, hija.
LUISA VALENZUELA
Fotos: GUILLERMO GRUBEN


Ir Arriba