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crónicas del siglo pasado

REVISTERO

Estados Unidos: Qué verdes eran los campus
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Estudiantes alzando la bandera:200 millones
tirados por la ventana

(revista Primera Plana)
mayo 1969

 

 

Inmediatamente después de la Segunda Guerra, una serie de nuevos y anormales procederes entraron a conformar la vida norteamericana. En ese momento los vimos como aberraciones temporales. Pero se han quedado entre nosotros por más de veinte años: mis alumnos no conocieron jamás algo diferente. Creen que se trata de cosas normales. Creen que siempre hemos tenido un Pentágono, un gran Ejército, reclutamiento. Pero todas esas son cosas nuevas. GEORGE WALD. Biólogo de Harvard. Premio Nobel.

 

 

El año pasado, en Nueva York, las ventanas rotas costaron 1.200.000 dólares a las instituciones docentes; los primeros cuatro Meses de 1969 le arrancaron más de 200 millones de dólares a la Administración norteamericana. Concepto: daños a la propiedad. La suma, sin precedentes, justifica la mezcla de temor y cólera que agita a las autoridades; no alcanza, sin embargo, para demostrar la envergadura real de los disturbios y sus razones profundas.
Hace cinco años, en Berkeley, los activistas optaron por sentarse en el piso, para que se les permitiera hablar por un micrófono. Trece meses atrás, en Columbia, la misma táctica sirvió a los alumnos para "libertar" sus pabellones. Y hace menos de dos meses, en fin, a las cuatro de la tarde, las puertas de la Universidad de Cornell, en Ithaca, Nueva York, vomitaron un centenar de estudiantes negros: llegaron con 17 rifles, lanzas caseras y un pasmoso silencio.
"Cuando vi los rifles y las balas en las cananas -declara Lawrence Terkel, un adolescente blanco- se me vino el alma a los pies." Ese frío domingo de primavera se convirtió en una foto que recorrería el mundo y en el símbolo más agresivo de la juventud norteamericana. A esa altura, las autoridades escolares advirtieron que no había ya espacio para el diálogo pero que, al mismo tiempo, los bastones policiales ofrecían un arma formidable a los revoltosos.

Cosecha roja

Hace apenas dos semanas, una batalla con piedras y gases lacrimógenos desbarató las calles de Madison, Wisconsin. El germen de la pelea fue un conato de manifestación, frenado por falta de permiso policial. El 5 de mayo, a mediodía, Richard Flacks, un negro de 31 años que es profesor adjunto de Sociología en la Universidad de Chicago, compartió con 75 colegas una vigilia silenciosa frente al Club de la Facultad. Protestaban por la expulsión de doce líderes estudiantiles. A la una y media, luego de almorzar frugalmente, Flacks regresó a su oficina, en el quinto piso de la Biblioteca Harper. Ellen Bogulub, 20, una de sus discípulas, lo encontró des horas después, tumbado sobre el escritorio. La sangre formaba un cascarón de lava alrededor de su cabeza; el cráneo estaba fracturado y la muñeca izquierda asomaba casi segregada del antebrazo.
Ahora, desde la sala de terapia intensiva del Hospital de Billings, Flacks trata de recordar lo que pasó. "Vino un joven blanco -narra-, de corbata y saco, a mi despacho. Dijo que era periodista de un diario de Saint Louis. Puso un grabador sobre mi escritorio y preguntó: «¿Cómo puede explicar lo que está ocurriendo en los campus universitarios?» Después de eso, no recuerdo nada más."
La Universidad ofreció diez mil dólares a quien descubra al autor del atentado. Pero nadie ha entregado ni una pista.
La policía, que no encontró armas, presume que Flacks fue golpeado con un objeto romo, tal vez un martillo. En el campus, la depresión de los jóvenes desarmaba la transparencia de la primavera. "Dentro de poco, nadie podrá decir lo que piensa de la sociedad sin que le partan la cabeza", comentó Gerry Lipsch, presidente del Centro de Estudiantes de Chicago.
A pesar de su importancia, el atentado contra Flacks logró pasar casi inadvertido: hechos más graves sucedían al mismo tiempo. Cuarenta estudiantes de Darmouth fueron sentenciados a un mes de prisión y a una multa de cien dólares por negarse a abandonar el edificio universitario, que habían ocupado contrariando una orden de la Corte.
En Harvard, los agentes federales dispararon cartuchos lacrimógenos en los dormitorios y arrestaron a veinte alumnos en seis edificios. Los detenidos se justificaron; "Queríamos elaborar planes de estudio aptos para la comunidad negra". De cualquier manera, todos los disturbios palidecieron ante el batifondo del CCNY (City Coltege of New York), una institución fundada hace 112 años y cuyo acrisolado prestigio entre la clase media judía parecía inconmovible.
Allí, un grupo incendió el Centro de Estudiantes; los negros, que intentaban mantener el campus cerrado (un modo de exigir más asientos para los alumnos de su raza), tuvieron que enfrentar a sus camaradas blancos, que peleaban por entrar a clase. La tensión desarmó al Rector, Buell Gallagher, y lo obligó a renunciar. "Un hombre de paz debe mantenerse aparte por un tiempo y esperar a que la cordura retorne", gimió.Pero no cree que la cordura esté cercana.
Además de una educación óptima, el CCNY confería a los graduados credenciales para ser maestros, empleados públicos o contadores. Si bien en 1930 el College tenía cierta reputación de revoltoso, hoy la aplastante mayoría de sus alumnos está más interesada en adaptarse al Sistema que en desafiarlo. "Entrar, pasar y salir" es el lema aparente de los conformistas.
Un estudiante definió ese espíritu: "Se podría arrojar una bomba atómica sobre el College, y al otro día la gente seguiría yendo a clase". El clima apacible persistió hasta que el CCNY lanzó un programa especial para atraer a discípulos de todas las gamas.
La tormenta se desató entonces: los negros y portorriqueños que acababan de ingresar pidieron un régimen separado, con profesores expertos en historia de las minorías, "aptos para formar maestros que luego ejercerán en los ghettos". Pretendieron también que su sector estuviera representado en proporción idéntica a la de los demás hígh-schools neoyorquinos. Esa fue la clave del problema: 40 por ciento es la tasa de admisión generalizada en Nueva York para tales grupos; en el CCNY, la mayoría (65 por ciento) es de extracción israelita; los negros y portorriqueños son poco más de 2.500 sobre una población de 20 mil estudiantes. Los blancos se quejan: "Si el College acata esas peticiones, el prestigio de la institución decaerá sin remedio".
El CCNY es apenas uno de los ocho campus de la Universidad de Nueva York. Cuando el Consejo Superior que la rige aceptó la renuncia (segunda en un mes) de Gallagher, ya la violencia era incontenible en lo que hasta 1967 había sido el más pacífico (o indiferente) de los centros universitarios de USA.
Una docena de negros quebró el statu quo invadiendo la biblioteca y desalojando a los lectores; otros, vagaron por el campus empuñando palos de golf y trozos de madera; algunos corrieron hasta la clase de Inglés del profesor Nathan Beralle y lo agredieron a sillazos. Robert Hennion, un colega de Beralle que quiso ayudarlo, fue atacado por seis muchachos, quienes lo derribaron y le tajearon la cara. Gallagher renunció entonces por primera vez. Empezaba febrero, frío y amenazante.
Le quedaba mucho camino por recorrer: al día siguiente de aquel disturbio, doscientos blancos, encolerizados, contraatacaron al grito de "Queremos un colegio abierto". Veinticinco negros les salieron al paso, y, luego de una pelea feroz, los batieron en retirada. Siete blancos quedaron tendidos, con la cara surcada a navajazos; a un octavo le arrancaron la nariz. Gallagher recurrió a la Policía de la ciudad.
Cuando los agentes llegaron, la trifulca era apocalíptica y los profesores parecían sumidos en un terror indescriptible. "Una atmósfera general de hostigamiento prevalecía", construyó Gallagher. Mientras la Policía disgregaba a los revoltosos, una chica negra enfrentó al inspector que dirigía el operativo: "Estas son nuestras calles, mister. Para nosotros, esto es Harlem".
Según Gallagher, que llegó al CCNY luego de dirigir el Talladeya, un colegio negro de Alabama, 'lo que se pretendía era "imponer cambios que respondieran a las exigencias de las minorías; la inercia institucional no nos permitió lograrles. Por otro lado, la presión de una esperanza diferida durante tanto tiempo no permite que las reformas sean lentas y meditadas".

El puño en alto

Para no ser menos que sus pares franceses, los revoltosos de USA también recurrieron al mes de mayo. Como declaró un profesor de Harvard: "El primer día de ese mes es rojo para los revolucionarios de todo el mundo". Pero en los Estados Unidos -gracias a una proclama emitida en 1958 por Dwight Eisenhower- la fecha es oficialmente conocida como Día de la Ley.
El Presidente Nixon no quiso desmentir el calificativo y exhortó a los funcionarios académicos a demostrar su fuerza e intimidar a los rebeldes. No menos de cuatro comités del Congreso planifican una investigación de los disturbios. El Senador por Utah, Wallace Bennet, auguró: "Los desórdenes 'pueden ser el primer paso de una revolución. Hace falta mantener el puño levantado".
No parece necesario tanto rigor, al menos por ahora. Las guerrillas de los campus norteamericanos no tienden a fundar un Poder Estudiantil -como en París, hace un año-, carecen de un ideólogo que las unifique (como Herbert Marcuse) y ni siquiera se visten con ese esplendor folklórico que nacía en medio de la violencia, dentro de la Sorbona o de Nanterre: en vez de graffiti, fluyen las navajas y la sangre; la búsqueda de una mayor participación estudiantil en el gobierno universitario es usada, en Columbia o en Harvard, para ventilar rencillas sectarias. En el mejor de los casos, los usufructuarios de la rebelión son los agitadores del Poder Negro.
Trescientos de ellos ocuparon un edificio de 'la Universidad de Stanford, a fines de abril. Las autoridades de la institución decidieron recurrir a la Policía, por primera vez en 84 años. En Columbia, medio millar de estudiantes del mismo grupo instalaron su ciudadela en dos campus. Los agentes lograron desalojarlos esgrimiendo órdenes de arresto, por desacato. Todo parece indicar que quienes se quedarán con los mejores platos del banquete son los burgueses amantes del orden, que componen la mayoría de la población norteamericana, cerca o lejos de los territorios universitarios. Piden que el Gobierno ponga fin a los desmanes, y la Administración Nixon tiene buenas razones para escucharlos: de la experiencia gaullista aprendieron que la tolerancia es mala consejera.
El 1º de mayo no gozó de ningún festejo especial. Sólo en Cornell, los insurgentes dieron a conocer una declaración de diez puntos -similar a la del Gobierno- en la qué presagiaban: "La desorganización y las tácticas de terror oficiales encontrarán una firme y apropiada respuesta". Harvard también aportó su cuota: logró que 173 estudiantes fueran arrestados; a 169 de ellos se les impuso 20 dólares de multa.
La confusión cunde. Los blancos salen a pelear por los derechos de los negros cuando éstos se mantienen al margen; los negros se arman, "por las dudas", para rechazar ataques blancos, o son efectivamente agredidos por las mayorías conservadoras que temen un cambio en el sistema educacional desfavorable para sus privilegios. Bayar Rustin, un líder de color, contribuyó al caos urgiendo a las Universidades a "no seguir capitulando ante las estúpidas demandas de los estudiantes negros y ocuparse, en cambio, de darles la disciplina curativa que precisan".
Para más de un Senador, los sediciosos están embarcados en "un complot contra la Nación". "Hay una conspiración activa y agresiva -deliró Gordon Allot, representante por Colorado-. Se intenta destruir la paz y la dignidad de las comunidades académicas por medio de la violencia."
Pero la violencia esperó al 2 de mayo para desatarse briosamente; el campus de la Universidad dé Brooklyn fue despejado luego de una ráfaga de disparos, y el Queens College cerró, tras padecer el destrozo total de la biblioteca y conatos de incendio en tres edificios.
Fueron las armas empleadas por los estudiantes de Cornell las que sacaron de su marasmo a los legisladores menos preocupados. Los 17 rifles y escopetas de caza con que se presentaron los estudiantes negros, hace dos meses, y la ametralladora que se descubrió en un aula el 2 de mayo, llevaron la tensión a su tope. También sirvió para que los alumnos de color lograran algunas concesiones. "Cornell -declaró un profesor de Michigan- es un caso especial, una escuela situada en un lugar del campo, donde la caza es una diversión corriente, y, por lo tanto, abundan las balas, las escopetas y los cuchillos."
Un colega de Cornell replicó: "Cuando llega el caso las armas aparecen en cualquier parte, y sirven lo mismo para cualquier fin". Quienes más desconfianza sintieron por ellas fueron los militantes blancos de! SDS, quienes habían resuelto formar un perímetro de defensa para proteger a los negros (y a la vez, protegerse) de cualquier ataque policial. Entre los muchachos del SDS, eran muy pocos los que decían "Qué lindo es esto!". La mayoría reconoció que la ostentación de pertrechos bélicos por parte de los negros los había desorientado. Y ése, precisamente, es el sentimiento que abrazó a todo el país.

CATEDRÁTICOS: ¿POR QUE?

"Use cualquier fuerza, pero sofoque la insurrección", clamaron, impacientes, algunos vecinos de Long Island. James Perkins, Rector de Cornell (una de las Universidades convulsionadas), meneó la cabeza: "Todo el mundo parece tener soluciones -dijo-, pero ninguna es la correcta".
Cada vez más consternados o rabiosos, los adultos exigen el empleo de la violencia oficial para aplacar a los estudiantes. Han comenzado a acosar a las autoridades con una obstinación casi análoga a la de los revoltosos. La comunidad académica de los Estados Unidos, situada entre el fusil y la pared, ha establecido tácitas alianzas entre sus dirigentes, para buscar en común una salida. Hace dos semanas, Newsweek -revista asociada a Primera Plana- efectuó una compulsa de opiniones para averiguar el estado de esa alianza. Obtuvo estas respuestas:

De Haroíd Taylor
ex Rector del Sarah Laurence College

"Lo que ocurrió en Harvard, Cornell y Columbia marca un promisorio futuro para la universidad liberal. En Harvard, por ejemplo, se discutieron problemas que jamás habían sido sometidos al juicio colectivo. Fue como poner un zorro en el gallinero: hizo que todo el mundo se arremolinara un poco. Más todavía: logró que el profesorado encarara problemas a los que habitualmente hubiera dado la espalda, y hasta revitalizó la Universidad. Ahora se percibe una seria toma de conciencia."

De Georges Wald
biólogo de Harvard, Premio Nobel

"La gente se pregunta por qué los estudiantes se rebelan contra !a Universidad. Muy simple: porque está ahí. Quizá sea necesario deshacerse de ellos. Pero tenemos un espectro amplio de estudiantes, y los que intentan clausurar la casa no hacen más que cerrarse las puertas a sí mismos. Los alumnos eligieron las instituciones más liberales para desatar sus protestas por una razón simplísima: creen en ellas. Esperan que Berkeley o la Universidad de San Francisco respondan a sus reclamos; es decir, que ejerciten de una vez por todas su presunta liberalidad. La gente joven con la que hablo está cada vez más harta de tropezar contra pequeños problemas. Al no poder resolver el problema principal (servicio militar) se vuelven contra la Universidad."

De Douglas Knight
Rector de la Universidad de Duke

"A los administradores de los colleges les están serruchando el piso. Hace poco, un militante negro me tildó de cerdo. Si hubiese respondido con la violencia que me exigen algunos, no hubiera oído las cosas razonables que me dijeron esa tarde. Por suerte, comprendí que los muchachos necesitaban desahogarse antes de que nos sentáramos a charlar como seres humanos. Debemos entender que trabajamos en comunidad. Si no lo vemos de ese modo, nunca llegaremos a la raíz del problema. Esto no es una fábrica estructurada verticalmente: es un sitio donde la gente debe dialogar. Si los estudiantes no aceptan las reglas del juego, los controles parlamentarios o de la Casa Blanca tomarán la Universidad. Al principio lo harán para mantener la disciplina. Pero, poco a poco, esa intromisión se convertirá en algo permanente."

De Zbigniev Brzezinski
profesor de Ciencias Políticas en Columbia

"La Universidad no se transformó al mismo ritmo que el país. Pero, aparte de ese hecho, el problema básico consiste en distinguir si las casas de estudio deben recibir a estudiantes desapasionados o bien ser la expresión irracional de los deseos personales de la gente. Lejos de reflejar un estado de revolución política, estos brotes violentos son las señales de humo de una generación frustrada y alienada, sin ganas de someterse a pruebas sistemáticas. Hasta los más extremistas reconocen que, históricamente, son obsoletos. En la sociedad tecnocrática hay lugar para el idealismo pero nunca para las doctrinas utópicas. Pese a todo, la emoción y el éxtasis se extenderán como un virus durante un lapso más o menos prolongado. No se puede pedir una revolución más barata. Cuando hay peligro, los estudiantes lloran pidiendo amnistía. Y siempre las Universidades están dispuestas a concedérsela."

De David Riesman
profesor de Ciencias Sociales en Harvard

"A medida que la democracia se afianzaba en los Estados Unidos, la Universidad iba perdiendo poder. Ahora el poder está desparramado por todas partes. Sostengo, desde 1964, que la fusión de los militantes blancos con los negros acabará por entronizar a un republicano en el Gobierno. Mi profecía ya se ha cumplido. Ahora temo una ola de represión. He visto las cualidades admirables de los estudiantes: su idealismo, su corazón, la forma en que se preocupan por los problemas del país. Frente al sarcasmo de la sociedad (y, de algún modo, frente al sarcasmo de la Universidad), esas virtudes se están convirtiendo en una desesperanza amarga. Eso ayuda sólo a crear una sociedad inmóvil."

De Douglas Dowd
profesor de Ciencias Económicas en Cornell

"Estos chicos están podridos y tienen poco respeto por la Universidad en general. La autoridad les importa un comino. La consideran ilegítima desde el momento en que sostiene una sociedad racista y corrupta. Perkins (el Rector de Cornell) los amenazó: «El que haga algo será suspendido de inmediato». Fue la mejor manera de decirles: adelante.
"Por lo demás, nadie puede tomar en serio a los estudiantes negros. Primero porque son jóvenes; y luego, porque son negros. Todos tememos a los jóvenes. A ningún adulto le gusta el pelo de los jóvenes ni su cultura. Es que ellos tienen muy poco interés en ser como nosotros,"

De Sidney Hook
profesor de Filosofía de la Universidad
de Nueva York

"Aquí la gente viene en son de consulta; viene a pensar, a estudiar, a enseñar y aprender. Debería ser considerado un suelo sacro. Cualquiera que lo profane con su violencia o sus amenazas debe recibir la repulsa -también violenta- de la sociedad. Si la Universidad se niega a gobernarse a sí misma, otros deberán hacerlo."

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