|
El hambre y las ruinas de aquellos
días templaron su espíritu ciudadano, y hoy se yergue como un verdadero bastión del
mundo libre.
"¡Mis generales son unos imbéciles.'' Adolfo Hitler golpeaba obstinadamente
sus puños contra el escritorio y no podía disimular el jadeo de su respiración.
"Si no han sostenido la línea del Oder, es prueba de que no lo han querido hacer.
¡Cualquiera es capaz de organizar la defensa de un río'" La situación era
desesperante: el mariscal ruso Zukov había roto las líneas nazis al frente de cuatro mil
tanques, y se lanzaba sobre Berlín. Corría febrero de 1945, y la capital del otrora
orgulloso III Reich agonizaba.
El derrumbe alemán había comenzado un par de años antes, con la derrota de
Stalingrado; en esa coyuntura, la obstinación de Hitler por un lado y el invierno y la
tenacidad rusos por el otro, habían precipitado a la Wehrmacht a su peor desastre. Desde
entonces, las derrotas se sucedieron vertiginosamente: en mayo de 1943 capitularon las
fuerzas que habían luchado en el norte de África; en setiembre, los italianos firmaban
un armisticio por separado: a principios del año siguiente se abandonaban Francia y los
Balcanes. Pero lo peor vino después: El 20 de abril de 1945, mientras se celebraba el
cumpleaños del Führer, los norteamericanos se apoderaban de Nüremberg, la ciudad casi
sagrada que había asistido a las más estridentes manifestaciones del nacionalsocialismo,
durante los otrora gloriosos "Días del Partido".
El Führer estaba enfermo- Una parálisis progresiva hacia cada vez más
dificultosa su respiración; sin embargo, no cedía:
¿Cuántos cañones de
campaña producimos? preguntó a su ministro de Armamentos, Albert Speer.
Ciento sesenta, mein fuhrer.
¡Quiero que se produzcan novecientos! ¿Cuántos proyectiles antiaéreos?
Veinte mil.
¡Quiero dos millones! ¡Mi capital no caerá jamás en manos enemigas!
Pocos días después, el 2 de
mayo, quedaba claro que su actitud apenas había sido una cortina de humo: sus palabras
rebotaron inconsistentes contra las paredes de acero y concreto del refugio que se había
hecho construir en el patio de la Cancillería, a dieciséis metros bajo tierra. Afuera,
los soldados de Zukov demostraban al mundo que Berlín había dejado de ser nazi.
HUMO Y ESCOMBROS
En los días de agonía, Adolfo
Hitler era el único obstinado: casi todos sus generales habían perdido la fe en el
poderío de Alemania. Sólo confiaban los fanáticos, como su ministro de Propaganda,
Goebbels, quien refiriéndose al fallecimiento del presidente norteamericano Frankiin D.
Roosevelt (ocurrido una semana antes, a causa de un ataque apoplético), declaró que
"el cabecilla de la coalición enemiga ha sido fulminado por el destino, mientras
nuestro Führer, en medio de tantos muertos y heridos, sigue en pie para completar su
obra..., y será celebrado en la historia como jamás lo fue César alguno..."
Afuera del refugio, los acontecimientos seguían demostrando lo contrario: Berlín
era un montón de escombros. Los ataques aéreos habían sido persistentes, y las unidades
aéreas de la Luftwaffe (al mando del gordo y ya inútil Goering) habían perdido más de
veinte aviones en las acciones de la noche anterior. Hitler quiso reacondicionar los
aeródromos, pero el plan le volvió a fallar: los bombarderos ingleses no daban tregua.
Pero, mein Fuhrer
dijo -una de sus secretarias, ¿por qué no se ocupa personalmente de dirigir
sus tropas en vez de permanecer en este recoveco'.'
Es muy fácil de decir pero si me tornan prisionero me pueden convertir en
una atracción circense; no puedo correr el riesgo de caer vivo o muerto en manos del
enemigo.
Lo que Hitler no dijo era que su
parálisis lo tenia semipostrado, y que su ojo derecho estaba completamente ciego. Todo
estaba en ruinas.
Los fracasos alemanes empeoraban por otro motivo: la traición. Un día, Hermann
Goering entró en el despacho de Hitler:
¿No le gustaría abandonar
Berlín y refugiarse en la fortaleza de los Alpes?
Hitler no contestó. Clavo sus
ojos en los del jefe supremo de la Luftwaffe, y estrelló sus puños contra la mesa.
Después, dijo con furia.
Lo que usted quiere.
Goering es ponerse a salvo y nada más.
¡No, No, mein Führer. Hemos empezado juntos este viaje, y juntos hemos de
terminarlo. ..
Váyase, Goering. vayase..
Al poco tiempo, en un impulso de
ingenua suficiencia, el Reichmarschall Goering tomó en serio el decreto que lo consagraba
sucesor de Hitler y envió a) cuartel general de Berlín un telegrama donde señalaba su
temor sobre la seguridad de su Führer. e informaba que. de no mediar orden contraria,
asumiría la conducción del Reich. "Traición.". dictaminó Hitler, influido
por su ayudante especial, Martin Bormann. quien, a su vez, también soñaba con apropiarse
de la herencia de Hitler. Una herencia que en ese momento, consistía en escombros y
muerte.
El mismo Bormann ordenó el arresto del antiguo gran visir, y Hitler decretó que
el hereje fuera relevado de sus cargos y quitadas sus condecoraciones. Fue un regimiento
de Servicios de Aviación leales a su antiguo jefe que impidió su seguro fusilamiento.
Y la traición se extiende; el fidelísimo Heinrich Himmker, Reichführer de las
temibles S.S. y ministro del Interior, también cae tentado con la posibilidad de jugar un
papel en la Alemania posthitlerista. El alemán más odiado del mundo (Himmler fue el
creador de los "campos de la muerte", donde se eliminaron 7.000.000 de cautivos)
pensaba que podía negociar con los aliados..
Mientras las noticias de traiciones y fracasos se sucedían en la Cámara de los
Mapas del "bunker" de la Cancillería, su titular todavía confiaba en salvar a
Berlín. En esos últimos días de abril de 1945, se hablaba de Wenck; se confiaba en
Wenck; se esperaba a Wenck. Este era el comandante de un grupo de fuerzas pomposamente
denominado "ejército", que había recibido la orden directa del Führer de
alcanzar la capital alemana a toda marcha para organizar su defensa. Pero las esperanzas
eran vanas: los rusos ya habían previsto la maniobra y establecieron una cuña que
dividió a las tropas de Wenck. El final era cuestión de horas.
BODA SANGRIENTA
El 29 de abril de 1945, el imperio de Hitler había quedado
reducido a unos pocos metros cúbicos bajo tierra. En su último refugio lo acompañaban
su amiga y amante, Eva Braun, y el doctor Joseph Goebbels, quien gozaba del discutible
privilegio de contar con toda su confianza. Aunque él la supo retribuir: los nombres de
sus seis hijos comenzaban con "h", en homenaje al Führer. Y otro rasgo de
amistad: había prometido matar a sus hijos y suicidarse después junto a su esposa antes
que el "bunker" cayera en manos soviéticas; y pudo cumplirlo.
Sin embargo, la pareja vivió para ser testigo del matrimonio más insólito:
Adolfo Hitler se casaba con Eva Braun. En el momento de estampar su firma en el acta
matrimonial, Eva estaba tan nerviosa que comenzó a escribir su flamante apellido con
"b". El juez civil Wagner debió borrar esa letra y ayudarle a escribir
"Hitler, nacida Braun".
El acontecimiento se celebró con champagne, y mientras los mayores forzaban una
sonrisa al levantar sus copas, los chicos se divertían contando los impactos de las
bombas que asolaban la ciudad. Su juego sonaba como un sollozo en el reducido ambiente de
la cámara:
¡El que adivine cuántas caen sobre el refugio en la
próxima media hora. gana!
La mañana del 30 de abril llegó
con la muerte de la mano. Los rusos habían alcanzado la Potsdammerplatz. Hitler,
finalmente convencido de que todo había acabado, hizo matar a Blondi, su perro pastor.
Después dictó sus últimas voluntades: el almirante Doenitz lo sucedería como Jefe del
estado y Goebbels seria el futuro canciller del Reich. Más tarde se encerró en su
habitación con su esposa, y enseguida se escuchó un disparo. Cuando los presentes
forzaron la puerta, encontraron el cadáver de Hitler tendido sobre su cama (se había
pegado un tiro en la sien) y el de Eva Braun echado sobre una mesa, donde resaltaban los
restos de una cápsula que había contenido veneno.
Este fue el fin; al caer la noche se suicidaron Goebbels y su mujer, después de
haber hecho envenenar a sus hijos con unas inyecciones. Cuarenta y ocho horas más tarde
se padeció la humillación postrera: Berlín se rendía; rendición incondicional,. El
totalitarismo nazi había caído. Hace de eso, veinte años. E.J.A.
7 de mayo
todo está concluido
|
Berlín, 20 de mayo de 1945. El ejército Rojo desfila ante la
puerta de Brandemburgo
21 de febrero. Se arranca de la tierra cuanto sea comestible
Niños y ancianos son evacuados
El asalto aliado es inminente
9 de abril La situación se hace crítica para el pueblo alemán
en la ciudad el hambre hace crisis
se hurgan los residuos
se carnean caballos y mulas del ejército
13 de abril ante la violencia del ataque
aliado los civiles abandonan sus hogares
La ciudad acosada por los rusos queda sin
servicios
el coronel Gustav Jodl firma la rendición incondicional de la
Wehrmacht
|