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crónicas del siglo pasado

REVISTERO

LA AGONÍA DE BERLÍN

 

Revista Leoplan
mayo 1965

Una aporte de Héctor Alvarez

 

 

Hace veinte anos, entre abril y mayo de 1945, los ejércitos aliados acabaron con los restos del poderío nazi. Hubo muchas víctimas, de una y otra parte, pero tal vez ninguna como esta ciudad de Berlín, por la que se combatió encarnizadamente y aun hoy sigue siendo disputada.

 

 

El hambre y las ruinas de aquellos días templaron su espíritu ciudadano, y hoy se yergue como un verdadero bastión del mundo libre.
"¡Mis generales son unos imbéciles.'' Adolfo Hitler golpeaba obstinadamente sus puños contra el escritorio y no podía disimular el jadeo de su respiración. "Si no han sostenido la línea del Oder, es prueba de que no lo han querido hacer.
¡Cualquiera es capaz de organizar la defensa de un río'" La situación era desesperante: el mariscal ruso Zukov había roto las líneas nazis al frente de cuatro mil tanques, y se lanzaba sobre Berlín. Corría febrero de 1945, y la capital del otrora orgulloso III Reich agonizaba.

El derrumbe alemán había comenzado un par de años antes, con la derrota de Stalingrado; en esa coyuntura, la obstinación de Hitler por un lado y el invierno y la tenacidad rusos por el otro, habían precipitado a la Wehrmacht a su peor desastre. Desde entonces, las derrotas se sucedieron vertiginosamente: en mayo de 1943 capitularon las fuerzas que habían luchado en el norte de África; en setiembre, los italianos firmaban un armisticio por separado: a principios del año siguiente se abandonaban Francia y los Balcanes. Pero lo peor vino después: El 20 de abril de 1945, mientras se celebraba el cumpleaños del Führer, los norteamericanos se apoderaban de Nüremberg, la ciudad casi sagrada que había asistido a las más estridentes manifestaciones del nacionalsocialismo, durante los otrora gloriosos "Días del Partido".
El Führer estaba enfermo- Una parálisis progresiva hacia cada vez más dificultosa su respiración; sin embargo, no cedía:

—¿Cuántos cañones de campaña producimos? —preguntó a su ministro de Armamentos, Albert Speer.
—Ciento sesenta, mein fuhrer.
—¡Quiero que se produzcan novecientos! ¿Cuántos proyectiles antiaéreos?
—Veinte mil.
—¡Quiero dos millones! ¡Mi capital no caerá jamás en manos enemigas!

Pocos días después, el 2 de mayo, quedaba claro que su actitud apenas había sido una cortina de humo: sus palabras rebotaron inconsistentes contra las paredes de acero y concreto del refugio que se había hecho construir en el patio de la Cancillería, a dieciséis metros bajo tierra. Afuera, los soldados de Zukov demostraban al mundo que Berlín había dejado de ser nazi.

HUMO Y ESCOMBROS

En los días de agonía, Adolfo Hitler era el único obstinado: casi todos sus generales habían perdido la fe en el poderío de Alemania. Sólo confiaban los fanáticos, como su ministro de Propaganda, Goebbels, quien refiriéndose al fallecimiento del presidente norteamericano Frankiin D. Roosevelt (ocurrido una semana antes, a causa de un ataque apoplético), declaró que "el cabecilla de la coalición enemiga ha sido fulminado por el destino, mientras nuestro Führer, en medio de tantos muertos y heridos, sigue en pie para completar su obra..., y será celebrado en la historia como jamás lo fue César alguno..."
Afuera del refugio, los acontecimientos seguían demostrando lo contrario: Berlín era un montón de escombros. Los ataques aéreos habían sido persistentes, y las unidades aéreas de la Luftwaffe (al mando del gordo y ya inútil Goering) habían perdido más de veinte aviones en las acciones de la noche anterior. Hitler quiso reacondicionar los aeródromos, pero el plan le volvió a fallar: los bombarderos ingleses no daban tregua.

—Pero, mein Fuhrer —dijo -una de sus secretarias—, ¿por qué no se ocupa personalmente de dirigir sus tropas en vez de permanecer en este recoveco'.'
—Es muy fácil de decir pero si me tornan prisionero me pueden convertir en una atracción circense; no puedo correr el riesgo de caer vivo o muerto en manos del enemigo.

Lo que Hitler no dijo era que su parálisis lo tenia semipostrado, y que su ojo derecho estaba completamente ciego. Todo estaba en ruinas.
Los fracasos alemanes empeoraban por otro motivo: la traición. Un día, Hermann Goering entró en el despacho de Hitler:

—¿No le gustaría abandonar Berlín y refugiarse en la fortaleza de los Alpes?

Hitler no contestó. Clavo sus ojos en los del jefe supremo de la Luftwaffe, y estrelló sus puños contra la mesa. Después, dijo con furia.

—Lo que usted quiere. Goering es ponerse a salvo y nada más.
—¡No, No, mein Führer. Hemos empezado juntos este viaje, y juntos hemos de terminarlo. ..
—Váyase, Goering. vayase..

Al poco tiempo, en un impulso de ingenua suficiencia, el Reichmarschall Goering tomó en serio el decreto que lo consagraba sucesor de Hitler y envió a) cuartel general de Berlín un telegrama donde señalaba su temor sobre la seguridad de su Führer. e informaba que. de no mediar orden contraria, asumiría la conducción del Reich. "Traición.". dictaminó Hitler, influido por su ayudante especial, Martin Bormann. quien, a su vez, también soñaba con apropiarse de la herencia de Hitler. Una herencia que en ese momento, consistía en escombros y muerte.
El mismo Bormann ordenó el arresto del antiguo gran visir, y Hitler decretó que el hereje fuera relevado de sus cargos y quitadas sus condecoraciones. Fue un regimiento de Servicios de Aviación leales a su antiguo jefe que impidió su seguro fusilamiento.
Y la traición se extiende; el fidelísimo Heinrich Himmker, Reichführer de las temibles S.S. y ministro del Interior, también cae tentado con la posibilidad de jugar un papel en la Alemania posthitlerista. El alemán más odiado del mundo (Himmler fue el creador de los "campos de la muerte", donde se eliminaron 7.000.000 de cautivos) pensaba que podía negociar con los aliados..
Mientras las noticias de traiciones y fracasos se sucedían en la Cámara de los Mapas del "bunker" de la Cancillería, su titular todavía confiaba en salvar a Berlín. En esos últimos días de abril de 1945, se hablaba de Wenck; se confiaba en Wenck; se esperaba a Wenck. Este era el comandante de un grupo de fuerzas pomposamente denominado "ejército", que había recibido la orden directa del Führer de alcanzar la capital alemana a toda marcha para organizar su defensa. Pero las esperanzas eran vanas: los rusos ya habían previsto la maniobra y establecieron una cuña que dividió a las tropas de Wenck. El final era cuestión de horas.

BODA SANGRIENTA

El 29 de abril de 1945, el imperio de Hitler había quedado reducido a unos pocos metros cúbicos bajo tierra. En su último refugio lo acompañaban su amiga y amante, Eva Braun, y el doctor Joseph Goebbels, quien gozaba del discutible privilegio de contar con toda su confianza. Aunque él la supo retribuir: los nombres de sus seis hijos comenzaban con "h", en homenaje al Führer. Y otro rasgo de amistad: había prometido matar a sus hijos y suicidarse después junto a su esposa antes que el "bunker" cayera en manos soviéticas; y pudo cumplirlo.
Sin embargo, la pareja vivió para ser testigo del matrimonio más insólito: Adolfo Hitler se casaba con Eva Braun. En el momento de estampar su firma en el acta matrimonial, Eva estaba tan nerviosa que comenzó a escribir su flamante apellido con "b". El juez civil Wagner debió borrar esa letra y ayudarle a escribir "Hitler, nacida Braun".
El acontecimiento se celebró con champagne, y mientras los mayores forzaban una sonrisa al levantar sus copas, los chicos se divertían contando los impactos de las bombas que asolaban la ciudad. Su juego sonaba como un sollozo en el reducido ambiente de la cámara:

—¡El que adivine cuántas caen sobre el refugio en la próxima media hora. gana!

La mañana del 30 de abril llegó con la muerte de la mano. Los rusos habían alcanzado la Potsdammerplatz. Hitler, finalmente convencido de que todo había acabado, hizo matar a Blondi, su perro pastor. Después dictó sus últimas voluntades: el almirante Doenitz lo sucedería como Jefe del estado y Goebbels seria el futuro canciller del Reich. Más tarde se encerró en su habitación con su esposa, y enseguida se escuchó un disparo. Cuando los presentes forzaron la puerta, encontraron el cadáver de Hitler tendido sobre su cama (se había pegado un tiro en la sien) y el de Eva Braun echado sobre una mesa, donde resaltaban los restos de una cápsula que había contenido veneno.
Este fue el fin; al caer la noche se suicidaron Goebbels y su mujer, después de haber hecho envenenar a sus hijos con unas inyecciones. Cuarenta y ocho horas más tarde se padeció la humillación postrera: Berlín se rendía; rendición incondicional,. El totalitarismo nazi había caído. Hace de eso, veinte años. E.J.A.

7 de mayo
todo está concluido



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Berlín, 20 de mayo de 1945. El ejército Rojo desfila ante la puerta de Brandemburgo

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21 de febrero. Se arranca de la tierra cuanto sea comestible

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Niños y ancianos son evacuados
El asalto aliado es inminente

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9 de abril La situación se hace crítica para el pueblo alemán

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en la ciudad el hambre hace crisis

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se hurgan los residuos

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se carnean caballos y mulas del ejército

13 de abril ante la violencia del ataque aliado los civiles abandonan sus hogares
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La ciudad acosada por los rusos queda sin
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el coronel Gustav Jodl firma la rendición incondicional de la Wehrmacht

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