¿El culto de la personalidad? La
expresión, que yo sepa, fue empleada por primera vez en 1956 en el XXº Congreso del
partido comunista de la U.R.S.S. y a propósito de Stalin. El culto de la personalidad
hacía de tal o cual dirigente un héroe, un taumaturgo" (Nikita Khruchtchev). Esta
denuncia coincidió en el tiempo con la revelación hecha por los propios comunistas sobre
los dramas que la Unión Soviética había vivido en la época de Stalin. De donde resulta
que, en nuestra mente, culto de la personalidad y dramas están estrechamente asociados.
Asociados en nosotros porque lo estuvieron en la realidad de la historia. Pero eso no
significa que no se pueda aislar el fenómeno del culto de la personalidad e intentar
estudiarlo separadamente. Porque, después de todo, si bien ese culto facilitó esos
dramas, puede imaginarse un culto sin dramas. Nos limitaremos, para nuestro objetivo, al
solo análisis del culto de la personalidad.
Este análisis no es posible sino como historiadores. No se trata, en efecto, de un
culto en sí, que pueda encararse fuera de aquel que fue su objeto, fuera del espacio y
del tiempo, fuera también de una forma económico-social determinada. Ese culto, era el
de Stalin. Se manifestó en la U.R.S.S., alrededor de 1934 a 1953 (alrededor, pues hubo
antecedentes, interrupciones y secuelas) y se observó en un país socialista. Tales los
datos.
Ante todo, ¿puede hablarse de culto? Sí, en la medida en que pueden registrarse
manifestaciones clásicas: atribución a un hombre de todas las virtudes de una política,
multiplicación de las estatuas, ritual de las ovaciones, homenajes, citas, etc. .. .
Convendría agregar que había culto porque también había asentimiento. No hay culto sin
fieles. Hubo fieles. Hubo fideísmo y en razón de la universalización del fenómeno
comunista ese fideísmo no quedó encerrado en las fronteras de la Unión Soviética.
¿Puede irse más lejos? ¿Hablar de idolatría, de deificación? No, aunque sea difícil
como siempre en ese dominio imaginar los sentimientos de aquel que, venido de lejos,
hacía cola para ir al mausoleo de la Plaza Roja. No había adoración, en el sentido
religioso de la palabra. También yo seguí un día a esa multitud, bajé la escalera de
mármol y pasé ante el cuerpo embalsamado de Lenin y de Stalin. Sé muy bien en qué
pensaba yo entonces: en el destino de la revolución soviética, en Lenin, que me era
familiar (pues sin contacto humano no es posible, como lo había intentado antes, escribir
un ensayo biográfico). Pensaba también en Stalin, que todavía planteaba para mí un
misterio (era poco después del XX congreso). ¿Y por qué no decirlo, si es verdad?
Pensaba también en la manera como yo había compartido y practicado ese fideísmo
contrario a una visión materialista y dialéctica de la historia y cómo yo también
había sido marcado por las consecuencias del culto de la personalidad. Pero, entre los
soviéticos que me acompañaban, no veía empero en el rostro y en el comportamiento nada
que evocara al peregrino o al suplicante. En cuanto al fideísmo, se presentaba bajo un
aspecto muy paradójico: era en cierto modo irracional en lo racional. ¿No se concedía a
un individuo el poder de ser el intérprete infalible (allí residía lo irracional) de
una doctrina que es la explicación racional del mundo? A decir verdad, hubo culto. Pero
era de la exaltación de un hombre de lo que se trataba, de un hombre del que se hacía un
superhombre y que aceptaba que se le considerara tal. Es lo que quiere expresar ese
término, extraño al principio, y no obstante muy exacto, de culto de la personalidad.
Que esta aberración se haya producido en el movimiento obrero, es algo
excepcional. Por sus condiciones de trabajo, que son colectivas, los obreros son más
sensibles al esfuerzo del grupo que al todo-poder del individuo. Sin duda hay militantes.
Si la palabra fue originariamente tomada del vocabulario teológico, fue radicalmente
laicizada. Por ese militante se siente afecto y reconocimiento. Sentimientos puramente
humanos que colocan a los hombres en un pie de igualdad. No hay culto. "Productores,
salvémonos nosotros mismos". La Internacional traduce muy bien ese comportamiento,
expulsando espalda con espalda a César y a Dios y recusando tanto al 'tribuno como al
salvador supremo.
Nada de culto para Marx ni Lenin
Jamás mientras vivieron, Marx y
Lenin fueron objeto de un culto tal. Para Marx, "el gran hombre" no actúa sino
en función de ciertos datos históricos. Temía (y es lo que combatió en Bakunin, por
ejemplo) la exaltación de la personalidad. En una carta de 1877, de la que Nikita
Khruchtchev dio lectura en su informe "secreto" de 1956. Marx destacaba "su
hostilidad al culto" y declaraba que si Engels y él habían adherido a la Liga de
los Comunistas era "planteando como condición que fuese quitado de los estatutos
todo lo que pudiera favorecer el culto de la autoridad". Se me opondrá que Marx no
fue el dirigente de un Estado. Exacto. Pero Lenin lo fue durante siete años y en
circunstancias tan trágicas como las que conoció la Unión Soviética en tiempo de
Stalin, y no hubo culto de Lenin. ¿Tal vez su compañera Nadejda Krupskaia temía un
culto póstumo, puesto que se oponía al embalsamamiento y al mausoleo? "No exijáis
decía. monumentos o palacios que lleven su nombre, no organicéis
solemnidades para celebrar su memoria." En efecto, Lenin se apoyaba siempre en el
partido en tanto que expresión colectiva de una vanguardia Para él, como lo recordaba el
18 de marzo de 1919 en las exequias de Sverdlov, "las grandes revoluciones sacaban a
la luz grandes hombres y hacían florecer talentos que, hasta entonces, parecían
imposibles". Pero, agregaba, siempre se puede "poner en el lugar de los grandes
talentos desaparecidos grupos de hombres que continuarán su obra". ¿Cómo apareció
pues el culto de la personalidad a propósito de Stalin y cómo se puede intentar
explicarlo?
El culto no se instaló sino muy progresivamente. Es por un proceso muy lento como
el mito de la persona prevalece sobre la concepción marxista de las masas creadoras, y
también sobre la teoría marxista del partido. Ya en 1929, con motivo del cincuentenario
de Stalin, Piravda señala lo cual no estaba en la tradición bolchevique que
se debía a la iniciativa personal de Stalin el paso a la construcción del socialismo en
la agricultura (lo que era, el historiador debe observarlo, rigurosamente cierto), pero lo
nuevo era el atribuir a una personalidad una decisión que habría debido ser colectiva.
La oposición misma contribuyó a personalizar el poder soviético al dirigir sus ataques
ante todo contra Stalin. En enero de 1934, cuando el XVII congreso del partido, hay por
primera vez algo anormal en la multiplicación y la forma de los homenajes a Stalin. Ya el
epíteto "staliniano" va obligatoriamente unido a toda iniciativa no sólo del
poder soviético, sino hasta del pueblo soviético: constitución staliniana, literatura
staliniana, estrategia staliniana, etc. (Se sabe lo que Marx pensaba de los marxistas y
que en vida de Lenin no hubo jamás leninismo.) Staliniano substituía progresivamente a
bolchevique, a comunista y a soviético. En el XVIII congreso (marzo 1939), Jdanov hace
aclamar "el genio, el cerebro, el corazón del partido bolchevique, del pueblo
soviético entero, de toda la humanidad progresista y avanzada, ¡nuestro Stalin!"
Razones del culto de Stalin
¿Para qué insistir? Aunque,
para ir al fondo de las cosas y definir ese culto, convendría analizar de cerca todas las
manifestaciones, aunque sólo fuera para hacer la distinción entre lo que fue espontáneo
y lo que fue organizado.
Lo esencial, empero, no está en la descripción, sino en la explicación.
De seguro, la personalidad del hombre puede aparecer como una primera explicación
del culto que le fue rendido. Sabemos hasta qué punto Stalin fue autoritario, personal.
Lenin no había previsto el culto, pero había puesto en guardia a su partido contra el
peligro que había en confiar a Stalin un poder muy grande.
Empero, tengo la impresión de que, sobre todo en la U.R.S.S., se da una
importancia demasiado grande al papel que el carácter de Stalin desempeñó en el
establecimiento del culto. Por lo demás, del lado occidental se vino en socorro, ¡y
llegado el caso se movilizó a Nerón, Tácito y Shakespeare! Hasta sucede que para
.ciertos comunistas hay como un culto de la personalidad invertido en que se atribuya a un
solo hombre toda la carga de los errores y los crímenes. ¡Ayer era "Dios", hoy
es "Satanás"! En ambos casos hay culto. El historiógrafo soviético parece
substraerse difícilmente a esa suerte de obsesión. El temperamento de Stalin favoreció
el establecimiento del culto, pero no es la explicación final.
Se han propuesto razones más pertinentes. Ninguna debe descartarse. El fenómeno
fue demasiado complejo como para captarlo fuera de un haz de causas diversas y a veces
contradictorias. En un documento del 30 de junio de 1956, el partido comunista de la
U.R.S.S. recordó algunos factores objetivos cuya presión fue cierta: construcción del
socialismo en un país relativamente atrasado, cerco capitalista que creaba un peligro
permanente de agresión y hacía plausibles todos los complots, necesidad de una
centralización estricta de la dirección, limitaciones de la democracia hechas necesarias
por las condiciones de lucha. Todo eso merece ser reflexionado y el clima de ciudad
asediada siempre favoreció el nacimiento de cultos y mitos.
Pero esto no basta para dar cuenta de esa suerte de excrecencia que brotó sobre el
socialismo. En efecto, lo sorprendente no es la aparición de un culto de la personalidad.
Hubo muchos otros en la historia. La novedad reside en el hecho de que esa manifestación
se haya producido en las condiciones de una sociedad socialista que por su esencia, sus
principios y sus objetivos aparece como totalmente refractaria a la formación de un
culto.
¿Convendría quizá orientarse hacia la búsqueda de dos tipos de causas: causas
generales y causas particulares?
La causa general esencial reside en la relación que es menester establecer entre
el culto y el socialismo. El socialismo está en el extremo opuesto del culto y, a su
juicio, es falso decir que el socialismo lleve en sus flancos la necesidad del culto.
Empero, hay en un mundo que construye el socialismo elementos contradictorios: unos llevan
a una democratización real (y no formal como en las condiciones de una sociedad
burguesa). Los otros crean la tentación de la centralización del poder. Cuando se
acumulan algunos de los factores que hemos evocado (clima "obsidional",
imperativo de una dirección de conjunto, temperamento del dirigente), entonces el
equilibrio democracia-centralismo puede bascular en provecho del centralismo. El poder de
Estado que encarna esta centralización exagerada puede aparecer como exterior a los
hombres, como trascendente con relación a ellos. Si ese Estado es entonces dirigido por
un hombre solo, será este hombre quien se beneficie de la trascendencia.
Esta personalidad se torna el Estado mismo con sus propiedades, su poder permanente
e ilimitado de intervención
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Estatua de Stalin
Mao
antes y después de la destalinización
El Aga Khan sentado en una balanza para recibir su peso en
diamantes
El desarrollo de la
burocracia no sólo crea un grupo de hombres interesados en el mantenimiento del culto
(pues la centralización extrema facilita su tarea de ejecutantes) sino que, además, la
existencia misma de tal burocracia contribuye a disociar más al Estado del pueblo. Así
puede surgir la mitología del héroe político, jefe de Estado y guía genial de los
pueblos. Este héroe personaliza la acción del Estado al tiempo que expresa la teoría
que justifica la acción y de la cual se torna el intérprete único e infalible.
Debemos agregar que esta época fue la de los grandes progresos técnicos en la
U.R.S.S. De la hada se hicieron surgir gigantescas fábricas. No fue cosa del azar que el
culto comenzara después del primer plan quinquenal Se produjo una suerte de sublimación
de la técnica y de la planificación. Pero si, en su base, el esfuerzo de los hombres
había sido decisivo, las órdenes venían demasiado a menudo de arriba por intermedio de
todo un aparato en cuya cúspide se hallaba Stalin. Aparecía como el amo de esas fuerzas
técnicas tanto más sorprendentes cuanto que surgían en un país dominado hasta entonces
por viejas prácticas agrícolas. El hombre que disponía de tal poder ¿cómo podía no
aparecer a la vez como omnisciente, omnicompetente y omnipotente?
Lenin parece haber presentido esos peligros. En sus últimos días, pone
obstinadamente el acento sobre la necesidad de los "contrapesos": la autoridad
del Estado y del partido es el contrapeso necesario de la anarquía que nacería de la
espontaneidad, pero el contralor de las masas debe intervenir como contrapeso de una
exasperación burocrática del Estado. Extraigo de un borrador de un discurso que Lenin no
pudo pronunciar a causa de su enfermedad, esta frase, muy característica: "Con
frecuencia, no es que este aparato nos pertenezca; somos nosotros los que le
pertenecemos." Fuera de estas causas de orden general, habría que reflexionar
también en la intervención de causas más particulares. Cada país hereda de su pasado
cierto número de tradiciones. La revolución de 1917 trastornó, podría decirse que en
un santiamén, la estructura económica, social y política de la vieja Rusia. "Se
puede lograr, decía Lenin, romper una institución de un solo golpe." Pero queda en
cada habitante "el hombre viejo". Ese hombre viejo tiene la vida más dura de lo
que se pensaba. No se hace surgir el hombre nuevo tan fácilmente como los altos hornos de
Magnitogorsk. ¿De qué estaba hecho ese hombre viejo? ¿En qué medida el hábito de
atribuirlo todo al zar (para exaltarlo o condenarlo) actuó en favor del culto de la
personalidad? ¿En qué medida la herencia de las creencias arraigadas en el mundo
campesino formó un terreno favorable? ¿En qué medida la inexperiencia de los primeros
cuadros facilitó la sumisión a un hombre cuya superioridad era innegable? ¿En qué
medida es menester en este orden de ideas tener en cuenta el hecho de que muchos hombres
de "elite" capaces de formar una dirección colegiada habían desaparecido a
causa del desgaste precoz, de las guerras y también de la represión a partir de 1934?
Hacemos las preguntas. No tenemos aún ni la audacia ni los medios de responder. Pues en
ultimo análisis el culto fue tolerado, aceptado, alentado por Stalin. No fue impuesto por
él. Stalin exigía por todos los medios la obediencia a sus órdenes de todos los que lo
rodeaban y que formaban bajo él la dirección del Estado y del partido. Más, por
extraño que pueda parecer se habían establecido lazos afectivos entre Stalin y un pueblo
cuya masa no había tenido conciencia de las dimensiones de la represión. "Es
nuestra culpa, todos nosotros hicimos el monumento." ¡Cuan dramática y
característica esta frase citada por Emmanuel d'Astier!
Hubo más espontaneidad de lo que se cree en esa admiración por Stalin, que había
terminado por tomar el carácter de un culto. Sin duda esta admiración fue organizada si
no siempre (en apariencia) por el mismo Stalin, al menos por la burocracia que manifestaba
así su sumisión al jefe del Estado. Pero lo esencial es que a ojos del pueblo Stalin
encarnó el régimen con todo lo que éste había aportado de liberación real a un masa
sometida. ¿No era él quien, a partir de las indicaciones de Lenin, había desarrollado
la idea de que el socialismo podía realizarse en un solo país, que los pueblos
soviéticos no necesitaban para lograrlo esperar a que el socialismo triunfara en el mundo
entero? Y si, a causa de la Segunda Guerra mundial, el culto tomó un carácter más
sistemático es porque durante esta guerra Stalin (¡con razón o sin ella, poco importa
en el asunto!) había encarnado la resistencia y la victoria. Después de la guerra, las
masas soviéticas veían en Stalin la garantía de la paz.
Una prueba de todo nos la proporciona el hecho de que el movimiento de
desestalinización (es decir la liberación de cada individuo con relación al culto de la
personalidad) fue más lento de lo que se pensaba. ¿Quién podría afirmar que ha
terminado? Las estatuas de Stalin no han sido derribadas de un solo golpe en el país.
Aquí y allá, debe de haber alguna en alguna plaza, en algún parque. Se ha reprochado a
veces a Khruchtchev la brutalidad de sus revelaciones. A distancia y con la cabeza fría
se puede hoy pensar que Khruchtchev dio pruebas en sus denuncias de un simplismo que el
historiador no podría admitir. Pero es porque había efectivamente culto por lo que se
imponía una suerte de traumatismo. Sólo un choque brutal podía quebrantar el mito del
héroe y hacer del objeto del culto y de sus consecuencias un movimiento irreversible.
Apartado el culto, se podrá llegar a una apreciación más lúcida, más serena, más
científica del lugar ocupado por Stalin en la historia de la Unión Soviética y del
movimiento comunista internacional.
En todo caso no se puede, para comprender cómo en un mundo socialista fue posible
tal culto, contentarse con justificaciones superficiales. parciales y, por lo tanto,
insuficientes y hasta erróneas. Comienzan a acumularse los documentos que constituirán
el fundamento de la explicación histórica. No es todo. Habrá que aplicar al estudio de
ese hecho los métodos rigurosos de la investigación sociológica. Sólo en esas
condiciones desembocarán los marxistas en lo que para ellos es lo esencial: la
explicación racional de un fenómeno irracional. |