eva22.jpg (27909 bytes)

 

Muchas veces suele escucharse que "el periodismo es la primera versión de la historia". A veces algunas personas lo dicen con cierto aire de superioridad, como diciendo "somos el cuarto poder... nosotros hacemos la historia...nosotros tenemos la verdad". En lo que no suelen algunos hacer hincapié es en la palabra "versión". Palabra que es indicativo que no tiene por qué ser definitiva la crónica que un periodista escribe. Esta es una nota del año 1965 aparecida en la revista Panorama.

AQUI YACE EVA PERON
1955: Cesan los homenajes fúnebres. Mientras el gobierno vacila, el cadáver embalsamado desaparece

"Ustedes están locos, señores! -vociferó el profesor Pedro Ara sin salir de su indignación-. ¿Cómo pretenden que acepte desde ahora el encargo de embalsamarla? La señora todavía camina, respira. Es inaudito querer contratarme estando ella viva. Vengan a verme cuando haya dejado de existir". Ara despidió a los emisarios de Perón, encolerizado. Habían pretendido asegurarse anticipadamente sus servicios para embalsamar a la esposa del presidente de la Nación cuando muriese. Estaba ante el caso más inusitado de su larga carrera. Debía comprometerse a convertir en estatua para la inmortalidad a Eva Perón, cuya larga agonía había comenzado.
No tardó, sin embargo, el profesor Ara en medir las posibles consecuencias de su desaire. Sin demora preparó sus maletas y precipitadamente salió del país. Mientras el científico español viajaba por Europa, Eva Perón, devorada por un cáncer generalizado, se negaba a ser operada en Buenos Aires. "No me van a tocar -clamaba, hostigada por el dolor y la desesperación- ¡los doctores son instrumento de una oligarquía que me quiere eliminar!"
El primer día de mayo de 1952, destrozada por el mal, una Eva Perón consumida se asomó a los balcones de la Casa Rosada para gritar su último discurso. El general Perón la sostenía por la cintura. Y mientras ella lanzaba sus postreros denuestos contra la oligarquía, el presidente, compungido, lloroso, le instaba al oído ser breve. Notaba que su mujer tenía los miembros endurecidos, la boca crispada, y todo su cuerpo febril, tembloroso, se desplomaba. Su médico de cabecera, el doctor Ricardo Finochietto, le había administrado previamente tres inyecciones para que se pudiera mantener en pie. Pero era inútil: ya no le quedaban fuerzas, Juana Larrauri recuerda que al abandonar el balcón tenía cuarenta grados de fiebre.
Una sombra de tragedia recorrió la ciudad cuando poco más tarde Eva Perón 'entró en la inmortalidad' -al decir de la prensa oficialista-. Era el 26 de julio de 1952. Media hora después del fallecimiento, junto al peluquero Julio Alcaraz, trabajaba sobre el cadáver de Eva Perón un personaje activo y nervioso: Pedro Ara, que había finalmente aceptado acometer la empresa más importante de su carrera de embalsamador científico.
"Evita me había pedido -recuerda Julio Alcaraz- que yo la peinara aún después de muerta. al principio no podía teñirle las raíces del pelo, que era naturalmente negro. Tuve que ponerle tintura con amoníaco, porque no tomaba."
Ara instaló dos baños y varias enormes tinajas en el segundo piso de Azopardo e Independencia. Durante varias semanas el proceso se redujo a la inmersión del cuerpo en distintas substancias a temperaturas especiales, que lo fueron deshidratando. El sistema de ara es tan moderno que le permite embalsamar cualquier figura anatómica sin siquiera tocarla. El científico se limitó, para aplicar su método, a hacer
dos cortes: uno en la oreja derecha, otro en el pie izquierdo.
La entonces senadora Juanita Larrauri, presidenta de la comisión Pro-Monumento a Eva Perón, lo citaba para irle abonando mes a mes las cuotas de los cien mil dólares de honorarios. "La última cuota -memora Juanita- se la pagué en septiembre de 1955, cuando estalló la revolución. Yo quería dejar las cuentas claras.
Una fría tarde de octubre, Perón visitó al doctor Ara. vio el cuerpo de quien fuera su mujer colgando del techo con los brazos en cruz, y estuvo a punto de desmayarse. No regresó hasta meses después, ocasión en que tampoco pudo -al parecer- tolerar la visión del cadáver. No volvió jamás.
Corría diciembre cuanto ara descubrió que los baños químicos habían alterado sus graduaciones. El cuerpo estuvo a punto de descomponerse. Ara buscó desesperadamente la causa del desperfecto: un clip se había filtrado entre los cabellos de evita y ese cuerpo extraño en el fondo de una cuba casi malogró el proceso.
Cuando se cumplía un largo año de trabajo, el embalsamamiento entró en su etapa final: el cuerpo, deshidratado, fue impregnado de éteres, para hacerlo retomar volumen. Quedó depositado en la CGT, transformado en una muñeca del tamaño de una niña de doce años, ya que tanto la enfermedad de Eva, antes de su muerte, como los baños posteriores, habían encogido todo el cuerpo. La policía interna de la Central Obrera la custodiaba.

LA BATALLA SECRETA

Aunque el embalsamamiento propiamente dicho terminó en 1953, Ara siguió concurriendo periódicamente a la CGT: en su afán de perfección, nunca veía la obra terminada. Cada dos o tres meses le hacía un retoque para prever el más mínimo deterioro. Así hasta septiembre de 1955 cuando, una tarde, Ara escuchó por radio, reunido con diplomáticos españoles, la noticia de la caída de Perón.
Ante la mirada curiosa de sus amigos, Ara tembló y se encerró en un mutismo extraño. Lo corroía una preocupación intolerable: ¿Qué sería ahora de su obra maestra, de esa muñeca rubia y blanca, tendida sobre un catafalco de terciopelo azul en el segundo piso de la CGT?
"Ese cuerpo debe recibir cristiana sepultura", dijo el católico presidente Eduardo Lonardi, que no veía otro peligro que el de la idolatría pagana en la adoración que los peronistas profesaban a Eva Perón.
Perón, exiliado precipitadamente, no tardó en hacerse cargo del valor político del cuerpo de Evita; despachó un telegrama vía All American Cables al diario El Líder, de buenos Aires, en el que autorizaba a Elsa Chamorro, presidenta de la Comisión Pro-Recuperación de los restos de Eva Perón, a hacerse cargo de todos los derechos sobre el cadáver de Evita.
- En tiempos de Lonardi -recuerda el capitán Francisco Manrique, secretario general de la presidencia, bajo el gobierno de Aramburu- se llegó a un acuerdo de gabinete para sepultar a Eva Perón. Una comisión integrada por Nerio Rojas, Mario Amadeo, el general médico Torger y Francisco Elizalde determinó que el cuero era efectivamente el de Evita, cosa que yo, por aquel entonces no podía creer. Posteriormente renunció Lonardi, y el cuerpo seguía en la CGT. Yo la vi, acompañado del embalsamador, y cumpliendo órdenes del gobierno. Estaba tendida sobre un catafalco tapizado en terciopelo azul. Apenas cubierta por una sábana de trabajo. Todo me parecía impúdico; estaba maquillada irreverentemente. Parecía un maniquí.
Manrique, impactado por el episodio, informó al gobierno que el cuerpo se hallaba en la CGT con suficiente custodia como para que nadie pudiera retirarlo sin autorización.
Varios grupos peronistas proponían, mientras tanto, tomar por asalto el edificio de la CGT y llevarse el ataúd. Las pujas internas se intensificaban dentro del gobierno de la Revolución Libertadora. La Marina y los Comandos Civiles, en una posición intransigentemente antíperonista, trataban de desplazar a Lonardi, Amadeo y el grupo nacionalista que quería congeniar con la CGT. El coronel Manuel Raimundes, subsecretario de Trabajo, aseguraba que "Mi problema no son los obreros. Mi problema es eso que hay en el segundo piso. Me quita el sueño". El capitán de navío Alberto Patrón Laplacette, nombrado interventor de la CGT, introdujo la voz de la Marina; Carlos Eugenio Moore-Koenig, un teniente coronel con ideas originales, custodiaba oficialmente el cuerpo.
El 13 de noviembre cae Lonardi y con él Raimundes; Aramburu y Rojas asumen el poder y Moore-Koenig pasa a ser jefe del Servicio de Informaciones del Ejército, conservando su antiguo, siniestro, incómodo cargo.
La situación se hace difícil: grupos de marinos proponen hacer desaparecer el cadáver. El gobierno ha girado y comienza la persecución del peronismo, reciamente acorralado: se agita la resistencia obrera y la temperatura sube violentamente. "El cuerpo podía ser profanado o utilizado como bandera de una guerra civil -dice nervioso Moore-Koenig- y por eso llegué a la conclusión: había que sacarlo de la CGT, que estaba en manos de la Marina, y muy rápido".

sigue

 

eva21.jpg (36085 bytes)

OPERACIÓN COMANDO
Comienza la odisea: un misterioso itinerario de dos años oculta el paradero de los restos de Eva Perón

La noche del 22 de noviembre de 1955, la tensión llegó a un peligroso nivel. Moore-Koenig se reunió en un café, ahora demolido, que estaba frente a la Fundación Eva Perón, actual Facultad de Ingeniería, con tres oficiales del Ejército. Las noticias eran alarmantes: el interventor de la CGT estaba en Tucumán cumpliendo una misión relacionada con los gremios azucareros. El edificio de la central obrera, en Azopardo e Independencia, había quedado a cargo de diez infantes de Marina comandados por los capitanes Alemán, Gorten, Lupano y el teniente de navío Fagre.
A las diez de la noche, un camión de transporte del Ejército se aproximó lentamente a Azopardo e Independencia. Lo manejaba el capitán del Ejército Rodolfo Fráscoli; en el interior, crispados, silenciosos, viajaban como en trance Moore-Koenig, el mayor Arandia y el capitán Arroyo. Los juramentados estaban vestidos de civil, pero armados con ametralladoras.
Al bajar, Moore levantó la vista y atisbó el cielo estrellado. Una brisa caliente, trágica, soplaba frente al portón de la central obrera. Sin titubear, los cuatro militares empuñaron sus armas y entraron.
- Obedecemos una orden del presidente provisional -dijo Moore-Koenig. Los marinos, perplejos, abrieron paso. El profesor Ara estaba presente: se le permitió ingresar al salón donde estaba el cuerpo para seguir perfeccionando su obra. Al ver los rostros tensos de los militares presintió que todo su trabajo sería destruido en minutos.
Una puerta barnizada chirrió y el grupo entró al gran salón. en un rincón estaba el catafalco. Por toda la habitación, brillaban colgadas las ocho mil cintas de coronas ofrendadas a Eva Perón. Moore se irguió en medio del salón y, con voz que sonó como eco metálico, preguntó:
-¿hay algún obrero en el edificio?
Ubicaron a cuatro trabajadores. el coronel quiso que fueran ellos quienes colocaran el pequeño cuerpo en un ataúd de bóveda. Entre aterrorizados y conmovidos, los cuatro obreros escucharon decir a Koenig:
-Vamos a retirar el cadáver de Evita para darle cristiana sepultura. Esto no es un acto político. Queremos evitar atropellos, profanaciones o violencias. Lo hacemos con todo el respeto que merece un muerto, sea quien sea.
Se exigió a los obreros que guardaran silencio sobre el episodio por el resto de sus días. Fráscoli cubrió el cuerpo con un sudario. El rosario obsequiado por Pío XII cubría las blancas manos cruzadas de Evita. El famoso pectoral de oro y brillantes que la CGT había dado a Eva Perón ya no estaba allí; Ara se lo había entregado a Koenig y este al secretario de Guerra, General Ossorio Arana, bajo recibo.
Después que el ataúd fue cargado en el camión Moore-Koenig insistió: "Nos vamos tranquilos -dijo- porque actuamos correctamente y pondremos los restos a buen recaudo. Nadie podrá profanarla". Fráscoli apretó el acelerador y el vehículo militar se alejó por la desierta calle Antártida Argentina y se perdió en la noche.
Conviene recapitular sobre el sentido de esta operación comando protagonizada por el Ejército, bajo órdenes de Aramburu. Mario Amadeo, consultado por un redactor de PANORAMA, recordó que "estuve presente en la reunión de gabinete en la que el equipo de Lonardi decidió dar cristiana sepultura a Eva Perón. La decisión era entregarla a su madre, Juana Ibarguren. Días después -puntualizó- cayó el gobierno y todo cambió". Manrique y el propio Moore atestiguan que la intención oficial no era hacer desaparecer el cuerpo, sino sepultarlo. La incertidumbre en torno al destino del cadáver recién comenzaba, y habría de prolongarse por meses como una siniestra burla, como un juego de brujas donde la bullente situación política hacía olvidar a los hombres que ese pequeño muñeco de color crema era Eva Perón.

eva23.jpg (26963 bytes)
Eva Duarte: Un pasado que finalmente quedó muy lejos