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crónicas del siglo pasado

REVISTERO

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LOS ULTIMOS DIAS DE EVA PERON
(1969)

 

Lo que sigue es algo más que la crónica fiel de un drama que sacudió a millones de argentinos y que posiblemente torció el rumbo de la Historia Nacional, hace exactamente 17 años; es la génesis de un fenómeno de innegable vigencia, analizado y debatido por intelectuales de todo el mundo: la muerte de Eva Perón, en efecto inauguró un cauce de opiniones opuestas que conduce rectamente a la instauración de uno de los más notables mitos contemporáneos. Durante un mes los redactores de Siete Dias, Otelo Borroni y Roberto Vacca, trabajaron en la reconstrucción de aquel trance, apoyados en declaraciones de sus principales testigos. Cumplían un objetivo: ofrecer sin distorsión y sin apasionamiento la radiografía de un momento clave para interpretar el Caso Evita.

 

 

"Aparento vivir en un sopor permanente para que supongan que ignoro el final... Es mi fin en este mundo y en mi patria, pero no en la memoria de los míos. Ellos siempre me tendrán presente, por la simple razón de que siempre habrá injusticias y regresarán a mi recuerdo todos los tristes desamparados de esta querida tierra.· Retóricas, casi solemnes, las últimas frases de María Eva Duarte de Perón -glosadas por el entonces ministro de Comunicaciones, Oscar Nicolini, uno de sus más fieles amigos, también extinto- arrojan algo de luz sobre las causas de una idolatría popular todavía vigente desde aquel 26 de julio de 1952 en que, siendo las 20.25 la Jefa Espiritual de la Nación entró en la inmortalidad", según rezó el comunicado oficial.
Elevada por sus fanáticos a la condición de creadora de una nueva era de justicia social, vituperada por la oposición -los "vendepatria" decía ella- como trepadora sin escrúpulos, capaz de instrumentar a todo un pueblo para satisfacer sus ambiciones personales, Evita fue bandera de lucha de la clase trabajadora argentina y se convirtió en una de las figuras femeninas más discutidas de la historia contemporánea. A 17 años de su muerte, sociólogos e historiadores investigan el fenómeno político que encarnó en busca de nuevas significaciones, y el testimonio de quienes la acompañaron en sus últimos días aporta informaciones y enfoques inéditos sobre su compleja, desconcertante personalidad.

EL MIEDO A LA VERDAD

"Eva se mató; siempre le escapó a los médicos, a pesar de las hemorragias, los tobillos hinchados y la fiebre tenaz", se lamenta Atilio Renzi (60, dos hijas, ex intendente de la residencia presidencial y secretario privado de Eva Perón). " Si se hubiera tratado a tiempo -conjetura hoy- se salvaba: el doctor Ivanissevich tenía razón."
Rompiendo todos los moldes que la tradición imponía a las esposas de los hombres públicos, Evita desarrolló una actividad política casi obsesiva. La primera señal de alarma fue el desmayo que la sorprendió el sofocante 9 de enero de 1950 (38 grados de calor), cuando inauguraba en el Puerto de Buenos Aires el local del Sindicato de Conductores de Taxis. "Operaciones, no!", ordenó esa misma tarde al ministro de Educación, Oscar Ivanissevich, su médico personal; pero la persuasión de Perón logró que tres días después se sometiera a una urgente intervención quirúrgica en el Instituto del Diagnóstico. La prensa informó oficialmente que se trataba de un caso de apendicitis, aunque Ivanissevich se animara a sugerir: "No es posible definir las causas de los dolores experimentados por la señora sobre las caderas, en la fosa ilíaca derecha, por lo que aconsejé realizar una histerectomía". eran los primero síntomas del mal incurable que Evita se negaba a aceptar. "Quieren inventarme enfermedades para sabotear mi gestión", fantaseaba. Pero el 8 de marzo del mismo año cae por segunda vez. Se informa que una angina gripal le impide realizar un viaje a la ciudad de Pergamino, en la provincia de Buenos Aires. Dos meses más tarde un sonoro carterazo estalló en la cara del atribulado cirujano, hasta entonces empecinado en suplicar: "Señora... ¡Déjese curar!". Ese mismo día, pese a las disculpas de Perón, el ministro renunció.
Allí nace un período de intenso trajín, durante el cual Evita descuidó totalmente el cáncer de matriz que ya estaba carcomiéndola. En abril de 1951 lee por primera vez los originales del ensayo La razón de mi vida -reescritos por el periodista español Manuel Penella Da Silva, fallecido recientemente en Brasil- ante un huésped ilustre: el príncipe Bernardo de Bélgica ("Es un libro conmovedor y sirve de ejemplo al pueblo", condescendió el visitante) en una de las pocas recepciones ofrecidas en la residencia de avenida del Libertador y Aguero, en Buenos Aires. Demacrada y enflaquecida, afectada por la inocultable preocupación general acerca del estado de su salud, el 22 de agosto enfrentó a una multitud de más de un millón de trabajadores convocados por la CGT para realizar el Cabildo Abierto del Justicialismo en la avenida 9 de Julio. Al grito de "¡Evita vice!" la muchedumbre trató de contrarrestar subrepticias presiones militares y prudentes consejos acerca de la improbable duración de su mandato; pero ella -quizás por primera vez- titubeó. Nueve días después anunció por radio "una decisión precisa e irrevocable, una decisión que he tomado por mí misma: la de renunciar al insigne cargo que me ha sido conferido". Y enfatizó: "No renuncio a mi obra; sólo rechazo los honores. Continuaré siendo la humilde siendo la humilde colaboradora del general Perón". Desde entonces, hasta el triunfo de la Revolución Libertadora (1955), ése fue el Día del Renunciamiento.

"SANTA EVITA"

Mientras el general nacionalista Benjamín Menéndez preparaba su fallida rebelión -el primer golpe militar contra el régimen-, Eva se sometía por fuerza de las circunstancias a la extracción de tejidos para una tardía biopsia. El mismo día en que era reprimido el alzamiento -28 de septiembre-, la Subsecretaría de Informaciones mintió: "La enfermedad que aqueja a la señora de Perón es una anemia de regular intensidad, que está siendo tratada con transfusiones de sangre, absoluto reposo y medicación general". Esa misma noche, por la Cadena Nacional de Radiodifusión, se propaló un apasionado llamamiento. "Si el Ejército no lo quiere -desafiaba Evita en conversión con sus íntimos-, lo defenderá el pueblo", refiriéndose al presidente. Atilio Renzi fue testigo de su férrea decisión y vivió de cerca las alternativas de un proyecto que, de haberse concretado, pudo llegar a modificar de raíz el rumbo de la Historia Argentina. "Al día siguiente -memora hoy Renzi- convocó en secreto a José Espejo, Isaías Sentín y Florencio Soto (miembros del secretariado nacional de la CGT) y al ministro de Guerra, general José Humberto Sosa Molina, para ordenar la compra de cinco mil pistolas automáticas y mi quinientas ametralladoras destinadas a los cuadros obreros, Los fondos se obtendrían de la Fundación. Si uno analiza esa actitud puede llegar a pensar que Eva era izquierdista; y creo que lo fue." Desde su actual despacho de asesor de una cooperativa de vivienda, Florencio Soto (60, dos hijos) recuerda otros detalles del episodio: "Las armas fueron compradas al príncipe Bernardo, pero al morir ella se archivaron en el Arsenal Estaban de Luca y más tarde se entregaron a la Gendarmería Nacional. Con esa medida el gobierno limitó sus propias fuerzas".
El 17 de octubre de 1951, sostenida de la cintura por Perón, una debilitada Evita recibió la "Medalla de la Lealtad" otorgada por la CGT. Fueron necesarias varias dosis de calmantes -aplicadas por el nuevo ministro de Educación, doctor Raúl Mendé- para que pudiera pronunciar un breve discurso, a modo de testamento político: "Les agradezco todo lo que han rogado por mi salud; espero que Dios oiga a los humildes de mi patria para volver pronto a la lucha y poder seguir peleando hasta la muerte". El día siguiente fue declarado "Santa Evita".
A comienzos de noviembre de 1951 un comunicado oficial, redactado por el subsecretario de Informaciones de la Presidencia, Raúl Alejandro Apold, dio cuenta de la internación de Evita en el entonces llamado Policlínico Presidente Perón, de Avellaneda, dirigido por el profesor Ricardo Finochietto, para someterla a un tratamiento quirúrgico. Nada se dijo del fugaz viaje del cancerólogo norteamericano George Pack (10.000 dólares, unos 3.500.000 pesos actuales, por dos días de consulta), gestionado clandestinamente por la embajada argentina en Washington. Un allegado a la familia Duarte -que desde 1967 mantiene un pacto de silencio- lo esperó, junto con su hermano Juan, en el aeropuerto de Ezeiza. "Durante el viaje hasta la quinta de Olivos -deslizó a SIETE DIAS- tuvimos serios problemas, porque no sabíamos ni una palabra de inglés. Todos presentíamos el inevitable final. Seis meses antes, Erminda (una hermana de Evita) mostró una radiografía al doctor Guillermo Iacapraro. En la consulta intervino el doctor Mario Brea, que ratificó el diagnóstico."
El 11 de noviembre, a las 11.15, la señora de Perón depositó desde su cama de hospital uno de los 2.441.558 votos con que el electorado femenino (que sufragaba por primera vez en la Argentina) contribuyó a los 4.745.168 votos (62.5 por ciento) que permitieron la reelección de Perón por el período presidencial 1958-58, que no alcanzó a cumplir. El escritor David Viñas (42, soltero, por ese entonces fiscal de la Unión Cívica Radical) recuerda: "Llovía. Asqueado por la adulonería que encontré en torno de Eva Perón, me conmovió al salir la imagen de las mujeres que afuera, de rodillas, rezando en la vereda, tocaban la urna electoral y la besaban. Una escena alucinante, digna de un libro de Tolstoi". Tres días después, en una ambulancia donada a la Fundación por el presidente mexicano Lázaro Cárdenas, la trasladan a la residencia presidencial, cerca de plaza Francia, donde se instalaría en un dormitorio alejado del que compartía habitualmente con Perón. "No quiero molestarlo a Juan", repetía.

LA RONDA DE LOS ENGAÑOS

Desde entonces una sorda trama de ocultamientos y disimulos se tejió cotidianamente en torno de la enferma. El reducido círculo de médicos, funcionarios, amigos y familiares conocedores de la verdadera situación, representaba una diaria parodia cuyo único objetivo era distraer a Evita. Ella, intuyendo su muerte, aceptaba las reglas del juego y simulaba una completa ignorancia. El aparato oficial de prensa, por su parte, se encargó de mantener viva la expectativa popular deformando los partes médicos.
"No me gustaba su pérdida permanente de peso -recuerda Renzi-, pero tratábamos de hacerle creer que mejoraba. Todos los días trabajaba sobre la balanza, dándole dos o tres vueltas de rosca para alterar el registro. A veces se me iba la mano y ella se ponía contenta porque había aumentado varios kilos. Se empeñó en seguir recibiendo a los representantes gremiales hasta una semana antes de fallecer."

 

sigue

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consumida insistía no obstante en presidir agotadoras ceremonias oficiales


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a pesar de las manifestaciones de sus "descamisados" Eva rechaza la vicepresidencia

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dos millones de personas presenciaron su traslado desde el Congreso hasta la sede central de la CGT

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los últimos meses, preanuncio del fin

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La razón de mi vida
Editorial Peuser -  septiembre 1951

La habitación de Eva, en el primer piso de la señorial casona, tenía dos ventanales orientados hacia los jardines que daban sobre la avenida del Libertador. En el interior, la luz se filtraba a través de un espeso cortinado de voile blanco y terciopelo rojo. Las visitas se sentaban en un amplio sofá tapizado en rosa Francia o a los pies de la acolchada cama Luis XV que ocupaba la enferma.
El cuarto era amplio, y sobre una de las paredes un Cristo del Corcovado, repujado en plata negra, reforzaba el dolorido clima reinante. Una verdadera competencia por adelantarse en la tarea de prodigar cuidados a la enferma se desató entre el núcleo de allegados. El doctor Mendé recomendó a su colega Jorge Malenquini para que se ocupara de la radioterapia. "No se tuvieron con la enferma los cuidados necesarios -se lamenta Renzi-; un chambón le aplicó rayos con tanto descuido e incompetencia que la quemó hasta carbonizarle la piel de la nuca. Esa herida le hizo padecer más que el cáncer. La señora Blanca, su hermana, conservó trozos de piel carbonizada."
Así, llagada y con intensos dolores, Evita asistió al acto central del 1º de Mayo de 1952 y habló por última vez a sus descamisados frente a la plaza de Mayo. Ese mismo día, a propuesta del diputado peronista Hector Cámpora, se impuso su nombre al correspondiente período legislativo. Ya había abandonado definitivamente el despacho en el Ministerio de Trabajo y Previsión (en Perú y Alsina, ex Consejo Deliberante) y pasaba la mayor parte del día en cama, en el cuarto de vestir próximo al dormitorio de Perón, donde había sido trasladada. Tenía una sola ventana, decorada como el resto de la casa, con paredes gris claro. "Un pequeño tocador, con un espejo ovalado en un rincón, y dos pequeñas sillas con fundas claras decoraban la habitación", evoca Delia Parodi (51, viuda, dos hijos, ex diputada y presidenta del Partido Peronista Femenino). Varias mesitas y vitrinas con remedios completaban el mobiliario.

EL FIN DE LA ESPERANZA

El día de Eva Perón era tan agitado como se lo permitía su declinante salud. A las 7 se despertaba y era atendida por las hermanas María Eugenia y Marta Rita Alvarez, diplomadas en la Escuela de Enfermeras de la Fundación. A las 8 llegaba el peinador Julio Alcaraz, quien permanecía junto a ella mientras Irma Cabrera de Ferrari, su mucama personal, servía el frugal desayuno y preparaba la habitación para las primeras audiencias, en general dedicadas a delegaciones gremiales. Perón la visitaba tres veces por día: antes de salir hacia la Casa Rosada, cuando regresaba y para despedirla antes de dormir. Los familiares sólo en las últimas semanas se fijaron turno para atenderla. Renzi pasaba prácticamente todo el día a su lado: a medianoche era reemplazado por Nicolini, Apold o algún otro funcionario amigo. Tres veces por semana un chofer de la Presidencia traía a su manicura personal. A pesar de sus insistentes pedidos le eran retaceados diarios y revistas: apenas le llegaba, puntualmente el semanario de historietas El Tony.
Pero Evita no se resignaba a su prematuro rol de monumento histórico y quería enterarse de cada medida importante del régimen. Prueba de ello fue la conversación telefónica que mantuvo con Apold (63, casado), el25 de mayo de 1952, dos meses antes de morir.
- En los actos oficiales se va a aburrir; venga a charlar conmigo.
- No puedo, señora; yo tengo que estar presente por razones de protocolo
- No importa. Lo espero a almorzar. Voy a contarle algo muy interesante.
"Cuando llegué -relata Apold-, se alegró de verme. Estaba con su hermano Juan y el doctor Raúl Mendé, quienes, como yo, faltaron a las ceremonias. Ese día Eva estaba con buen apetito. Recuerdo que almorzó chauchas y pollo asado. Nosotros comimos en una mesita que nos instalaron al pie de la cama. A los postres nos contó un sueño: 'Yo me moría; Raúl llamaba a los diarios ordenando grandes titulares'. Según Juan Duarte, el sueño era un invento, una estratagema para observar nuestras reacciones:'Cuidado -me dijo-; te está semblanteando."
En su cómodo departamento del barrio Congreso Apold reflexionó ante Siete Dias: "Nosotros percibíamos la gravedad de Eva por su rostro demacrado y los continuos dolores en la nuca y los tobillos. Ya en esa época comenzó a regalar efectos personales. Al doctor Alberto Taquini le obsequió un reloj de oro (Ojalá le marque sólo horas felices, le dijo); a veces me llamaba de madrugada para leerme capítulos de 'Mi mensaje', un libro que no pudo terminar de escribir".
El 7 de mayo cumplió 33 años. Sólo pesaba 37 kilos. Fue el único día de actividad oficial en que no cambió de vestido desde la mañana hasta la noche. La enorme cantidad de fotografías tomadas ese día permite suponer que todos querían sacarse "su última foto junto a Evita". Al día siguiente, asistió como madrina al casamiento del cantante de boleros Daniel Adamo con Emma Chocha Nicolini, hija del ministro. Fue su última fiesta y en su transcurso sufrió un desmayo.

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en el Policlínico Presidente Perón