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crónicas del siglo pasado

REVISTERO

¿Hay quorum?
ERNESTO SABATO

(Revista Leoplan)
1964

 

 

Gisella R. de Real, maestra en la escuela Nº 33, de Ciudadela, me escribe diciéndome: "Uso el voseo con mi marido y mi hijo, y ese mismo tratamiento lo empleamos entre las maestras. Soy lectora de buena literatura argentina, y verifico que en tos diálogos de Lynch, de Güiraldes, de Arlt, de Marechal, de Cortázar y de usted mismo se emplea sistemáticamente igual modalidad. Ahora, como consecuencia sin duda de su campaña, la Academia Argentina de Letras, por iniciativa de Arturo Marasso, ha recomendado firmemente que se extirpe de nuestras escuelas. Soy, por un lado, una maestra que intenta cumplir honestamente con sus obligaciones; pero, por otra parte, pienso que debemos ser auténticos y no empezar por mentirles a los alumnos desde el mismo tratamiento, incurriendo en una mistificación que contribuye a pervertir, por lo tanto, el espíritu de los educandos. Estimo a don Arturo Marasso y a otros miembros de nuestra Academia, pero esa resolución me sume en la mayor perplejidad. ¿Que debo hacer? ¿Violar mis convicciones profundas, mentir y hacer mentir a mis alumnos, para cumplir con nuestra más alta autoridad lingüística? ¿O proceder de acuerdo con nuestra auténtica modalidad idiomática?".

 

 

He transcrito in-extenso el planteo de esta profesora porque expresa, en forma ejemplar, el dilema de miles de maestras, seguramente las mejores; porque con delicadeza unida al coraje revela el absurdo problema en que las sume nuestra Academia. Le respondo lo siguiente:
Como usted, señora, estimo a don Arturo Marasso, de quien recuerdo sus clases en la Facultad de Humanidades de La Plata. También estimo, de modo particularísimo, a don Rafael Alberto Arrieta, que fue mi gran profesor de literatura en el colegio secundario. Y no tengo nada contra otros miembros de la Academia. Pero, como escritor que lucha por una expresión genuina de nuestra comunidad, tengo el derecho y hasta el deber de pasar por encima,,de esos sentimientos personales para levantarme contra imposiciones que juzgo perniciosas para el presente y futuro de nuestro idioma. Y espero que los argumentos, en ocasiones ásperos, que me veré obligado a emplear no sean considerados como menospreciativos contra personas tan dignas como las nombradas.
Desde ya (portuguesismo repudiado por los gramáticos) le puedo decir que toda la lingüística moderna, tanto la sociologista de Saussure como la espiritualista de Vossier, quitan toda autoridad a los famosos cánones cristalizados en las gramáticas. En artículos posteriores me referiré al cómo y al porqué de esa desestimación.
Mientras tanto, señora, quédese tranquila en su voseo, y entre la verdad idiomática y la mistificación no dude un solo instante: tal como lo hacen los buenos escritores (que son los que, en definitiva, constituyen el modelo de la lengua en cada nación), elija la verdad. piense que la Academia no ha servido nunca para nada; pues su trabajo de guardián de cementerios consiste en que los cadáveres no se muevan, actividad notoriamente inútil, ya que ios cadáveres tienen decidida tendencia a permanecer en su lugar: no son (como diría uno de esos escritores que confunden la calidad del lenguaje con la cursilería) semovientes. Recuerde, además, que la Academia Francesa, modelo de sus congéneres, se fundó en 1635, y que la Real Academia se creó en 1733, y recapacite que antes de esas suntuosas fechas existieron algunos considerables escritores huérfanos de legislación idiomática: Montaigne y Rabelais, en Francia; Cervantes, Quevedo, Lope, Calderón y Góngora, en España.
Si esos curiosos establecimientos fueran lo que pretenden, si gracias a ellos la lengua se mantiene aseada, esplendorosa y rica. ¿cómo explicar la existencia de esos genios literarios? Ninguno de ellos (como tampoco Platón, Cicerón, Virgilio, Hornero, Eurípides, Sófocles, Esquilo, Píndaro, Horacio, Chaucer o Shakespeare) gozaron de los beneficios de una academia; lo que quizá explique la enormidad de errores gramaticales que cometían y que los profesores tienen la precaución se señalarnos: tal vez con el deseo de que no se repitan.

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ERNESTO SABATO


En cuanto a los ingleses, que tanto en filosofía como en política o lingüística, son empiristas, y que han tomado para sí todo lo que se les puso delante (países o vocablos), no tuvieron nunca un código regular ni una Academia, y a juzgar por los resultados no les fue del todo mal: lograron redondear uno de los mejores imperios de todos los tiempos y una de las lenguas más ilustres, como lo prueban su poesía lírica, su dramaturgia y su novelística.
Deje pues, que sus chicos se manejen sin la Academia. ¿Quién le dice que no salga un Cervantes en Ciudadela?

 

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