Pero no voy a hablar de economía,
sino del tema propuesto; de la forma en que la tilinguería impone sus pautas, y cómo
ellas están perturbando el desarrollo de la inteligencia nacional y sus impulsos
creadores.
Y ésta es cosa de que debe tomar cuenta también el político militante, si es que no
sabe que el comité ha muerto definitivamente. Porque los estados de opinión, entre los
cuales tiene importancia fundamental el slogan que surge de la cuestión de los status,
pesan mucho más que una recluta que sólo vale para las elecciones internas.
En el Espasa Calpe se lee tilingo: "Argentinismo: Insustancial, ligero, que habla
muchas tonterías". Segovia, en su Diccionario de Argentinismo", expresa:
"Dícese de la persona simple y ligera que suele hablar muchas tonterías".
Los paisanos, de un tipo así, dicen; "Hombre sin fundamento".
Don Hipólito -desde luego, Yrigoyen es el Hipólito por antonomasia- decía
"palangana". Supongo a esta expresión tradicional y fundada en la poca cosa y
mucho ruido de la enlosada al caer retumbante.
Usted lo conoce al tilingo. Y si no lo conoce, ahí lo tiene al lado, en esta mesa de un
café céntrico donde se han sentado cuatro o cinco tipos con portafolios.
Algún día habrá que escribir la historia del hombre del portafolio. Hubo la etapa de la
posguerra con los "ingenieri" italianos recién llegados que escondían bajo el
cuero -con una sugestión de planos y patentes de invención- el sandwich de milanesa del
almuerzo. Ahora es posible que el portafolio contenga la cuarenta y cinco persuasiva, o la
concluyente tartamuda portátil.
Pero esos que están en la mesa de al lado sólo llevan allí sueños, proyectos,
hipotéticas transacciones. Andan a la búsqueda de enganchar algo, intermediar en alguna
operación cualquiera para ganar una comisión, y muchas veces intermediando entre
intermediarios. Generalmente se ayudan con el teléfono de un amigo que tiene escritorio y
al que han pedido permiso para que les "dejen dicho". Ese teléfono, la mesa del
café y el portafolio constituyen su establecimiento comercial.
Mientras llega "el asunto", hablan de fútbol, de carreras, de política, de
economía.
Cuando tocan estos dos temas últimos, nunca faltará quien diga: "Lo que pasa es que
los obreros no producen". Ahí está el tilingo.
No se le ha ocurrido averiguar qué es lo que él produce y qué producen todos ellos,
puntas sueltas, mallas erradas en la enorme red de intermediación que es Buenos Aires.
Que un tipo que no produce diga, en una reunión de tipos que no producen, que no producen
los únicos que producen algo, es tilinguería. En esto de producir, tenemos muchos
productores rurales por el estilo que creen que la condición de productor la da la
propiedad de una estancia, unos breeches y unas botas de polo, que viven en la ciudad
-"porque mi señora dice que hay que educar a los chicos"- y dan una vuelta por
el campo cada quince días. Productores rurales son los que trabajan y producen en el
campo, que pueden ser patrones o peones, pero no los que no intervienen en la producción
sino como propietarios, y que son rentistas aunque no arrienden. Estos también son de los
que dicen que los "obreros" no producen. Y ya no desde la posición marginal del
tipo del portafolio, sino empinándose como "fuerza viva" sobre la que descansa
la economía del país.
Inevitablemente, éstos y otros representantes de la tilinguería son los que, ante la
menor dificultad, califican al país: "Este país . de m...", colocándose fuera
del mistao a los efectos de la adjetivación. Y la verdad es que el país lo único que
tiene de eso son ellos: los tilingos.
No corresponde aquí desentrañar las raíces económico-sociales de los dos hechos
históricos; ni siquiera la coincidencia con las dos guerras mundiales que nos aislaron de
los países arquetipos en una neutralidad intolerable para los tilingos, pero que dio las
bases para una consolidación propia.
Sé que un fulano se ha gastado
15 millones de pesos en un departamento de la Avenida del Libertador. Nos encontramos y le
adivino la intención de informarme de su compra, como corresponde al guarango. Pero yo
quiero saber si está frustrado como tal y lo madrugo diciéndole antes de que me dé la
noticia:
-Estoy muy afligido por un amigo que se ha gastado más de 10 millones en un departamento
de la Avenida del Libertador...
-¿Y por qué se aflige? -me pregunta inquieto. Le contesto:
-Y... porque la Avenida del Libertador no es "bien"...
-Pero entonces..., ¿qué es "bien"? -pregunta desesperado.
-"Bien" es de la plaza San Martín hasta la Recoleta, de Santa Fe al Bajo. Y
dentro de ese radio. "bien", "muy bien", el codo aristocrático de
Arroyo, como dice Mallea: Juncal, Guido, Parera. . .
Le veo en la cara al hombre que está desesperado. Y entonces, lo remato:
-La Avenida del Libertador es como tener un leopardo de tapicería sobre el respaldo del
asiento trasero del coche.
El leopardo lo tiró a la vuelta. Del departamento no sé.
Pienso que lo hecho es una crueldad, pero la investigación "científica" es
así.. ., cruel como la vivisección.
Yo quería saber si el hombre era un burgués con toda la barba o un tímido burguesito en
camino de terminar en tilingo. El que es verdaderamente burgués sigue adelante, cumple su
gusto, se realiza con la arrogancia del vencedor y compra en la Avenida del Libertador,
precisamente porque es caro, porque acredita su victoria y la prestigia ante los
burgueses. Si quiere barrio, compra; y si quiere apellido y mujer distinguida, compra
también. Podría citar casos. Pero no se achica, se disminuye; no se acomoda a los
esquemas y limitaciones de los tilingos.
De aquí que mientras en Europa y en Estados Unidos un banquero o un industrial miran a un
ganadero como un "juntabosta", aquí el ganadero lo mira por arriba del hombro
al empresario. Y el empresario, que quiere ser "bien", se ve obligado a comprar
estancia, a tener cabaña -así sea de perros-, porque sólo por la Rural, y tal vez por
el Kennel Club, puede lograr ascenso social que apetece.
Lógicamente esta burguesía, desde que imita a la vieja clase, se somete a todas sus
normas y, por consecuencia, también en política.
Ese sometimiento y esa adhesión a las viejas clases -incongruente económicamente- no
sólo se ejerce verticalmente. También horizontalmente, cuando contemplamos la geografía
social del país.
Así, los titulares de los intereses vitivinícolas de Cuyo y los tabacaleros, azucareros
y fruticultores del Norte, que necesitan un mercado interno de alto poder de compra -es
decir, que el Litoral desarrolle una política de alto nivel de vida-, están ligados
políticamente a los conservadores del Litoral, gobernados por cabañeros e invernadores
cuya tendencia es producir a bajo costo en un mercado de poco poder adquisitivo para
cumplir la función asignada en la división internacional del trabajo como abastecedores
ultramarinos de las metrópolis. Esta incongruencia es difícil de explicar, pero no son
ajenos a ella el prestigio social del Litoral y la incapacidad burguesa de los del
interior en los respectivos grupos patronales. Esta gente de Cuyo y del Norte es muchas
veces portadora de apellidos españoles de abolengo arribeño, de mucho mayor cotización
histórica que los abajeños del puerto. Pero queriendo asimilarse a la alta clase del
puerto se han sometido a las normas políticas e ideológicas de los principales. De
"bien" provincianos, quieren ser "bien" en la Capital. ¿Cómo
extrañar entonces que los guarangos frustrados del Litoral se hagan tilingos, si la misma
tilinguería la padecen muchos aristocráticos descendientes de la Conquista por el Perú?
La tilinguería cotiza una marca de vino, un tabaco, un pomelo, o una palta, muy por
debajo de un toro lleno de medallas. Se entra muy bien en la alta sociedad llevando de la
rienda al toro, pero es difícil mostrando una botella de vino por lujosa que sea la
etiqueta, por más sugestiones de chateau que evoque, tanto en la presentación como en la
exquisita calidad del producto.
A un cuarto de siglo de la entrada del país al capitalismo, debemos recordar que el
capitalismo naciente en la Argentina fue ajeno en sus hombres al hecho histórico que lo
provocaba, produciéndose la paradoja de que le correspondiese a la clase obrera abrir la
etapa del desarrollo económico burgués. Más aún: la nueva burguesía sigue aún
incapacitada para jugar su papel, y es precisamente porque en la medida que asciende,
pierde conciencia de su propia realidad para hacer suya la imagen de importancia que le
presenta el tilingo. Se queda en el "medio pelo" y, rechazando el triunfo
burgués, se adecúa al remedo, a la imitación de la alta clase con la que cree tomar
contacto cuando se acomoda a la imagen de alta sociedad que le brindan los declasados.
Hubo un tiempo en que los venidos a menos económica y socialmente se jactaban de ser un
pequeño sector domiciliado en el "Palacio de los Patos" de la calle Ugarteche.
Ahora se han multiplicado. desde detrás de la Recoleta hasta San Fernando, a lo largo de
las vías del Central Argentino. (Lo designo así porque la nueva nominación ferroviaria
es completamente tilinga, aunque la hayan hecho los guarangos, lo que prueba que, en esta
materia, todos tenemos tejado de vidrio.)
Landrú ha identificado perfectamente los personajes describiendo en el "gordi"
y el "mersa" la oposición tilinguería-guaranguería. El botellero próspero,
con su Valiant resplandeciente, es feliz echándole soda al vino de marca, ocupando las
mesas de los restaurantes caros, hablando fuerte de lo que dijo-"su señora",
mientras "cena". Está en el camino de constituir una burguesía. Todavía no
tiene conciencia de que constituye un sector de la sociedad correspondiente a una etapa de
la economía, y no ha alcanzado a comprender la correspondencia de sus intereses
personales con los intereses de su grupo. Hijo de sus aptitudes capitalistas -aunque
muchas veces también más de la inflación que de su capacidad, o de equívocas
actividades comerciales-, está en el camino de constituir una burguesía. Pero en el
momento de definirse como burgués y adquirir la psicología correspondiente, nota el
contraste de sus gustos y normas con lo que es "bien". Desde que se ha mudado al
barrio Norte, desde Gerli o Quilmes, y la "señora" ha olvidado la batea
deslumbrada por la máquina de lavar, ha hecho nuevos contactos que le dan la idea de una
meta social que tiene que alcanzar. Comienza él también a añorar la época en que
"el servicio daba gusto" y en que el obrero -el "negro"- se mantenía
"donde debe estar". Olvida de inmediato que es precisamente ese cambio el padre
de su prosperidad y de su posibilidad de acceso a niveles más altos. Más aún. que el
mantenimiento de ese cambio y su profundización es su única garantía. Quiere dejar de
ser "mersa" y sólo logra ser "gordi". E inmediatamente tiene el
complejo político del "gordi", a quien comienza a imitar.
Y comienza a imitar a una imitación, tomando por modelo las malas copias. Porque la
tilinguería constituida por las "gordis" no es ni remotamente la alta clase a
la que cree aproximarse.
Desde la época en que los declasados se refugiaban en la calle Ugarteche, todo el
"Norte" liminar se ha llenado de falsos declasados. Se ha constituido un sector
social entero que vive en la convención de que "todo tiempo pasado fue mejor"
en aquella "Jauja" retrospectiva -"cuando la tía Leonor tenía
Lando"-; de miles de familias que se aterran al recuerdo de un ascendiente que
figuró algo en la segunda y la tercera línea de los amanuenses de la oligarquía,
Descendientes de militares -un oficio generalmente despreciado por la alta clase-, de
secretarios de juzgados, directores de oficinas, bancarios pueblerinos y hasta de
conscriptos de Curu-malal, se han construido imaginativamente un pasado señoril que
tratan de revivir en una vida forzada que absorbe casi todos sus recursos en gastos de
representación.
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