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crónicas del siglo pasado

REVISTERO

Un sueño Misterioso
(Dibujos de Athos Cozzi)

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(Ayuda Social - María Eva Duarte de Perón)
un aporte de Pablo Aguiar

 

Ricardo y Manuela eran un matrimonio de humilde condición que habitaba uno de los suburbios de Buenos Aires. Ricardo trabajaba de obre en una fábrica de las cercanías y todas las madrugadas, antes de salir el sol, se levantaba para encaminarse a su diaria labor que duraba todo el día con muy pocas horas de descanso. La pobre mujer ayudaba a su marido, no sólo con sus quehaceres domésticos, sino lavando ropa para afuera, a fin de aumentar las exiguas ganancias de Ricardo, y cuidaba también del pequeño hijo de ambos, llamado Raúl, de seis años de edad, único rayo de sol en aquel hogar desamparado y triste.

 

 

Una noche en que el padre había llegado cansado de su trabajo, se sentaron ante la mesa frugal y Manuela observó un dejo de amargura en el rostro del esposo.

—¿Qué te pasa, Ricardo? —le preguntó.

—Hoy he cobrado la quincena — respondió éste tristemente —, son cien pesos, pues me han sacado veinte, pretextando llegadas a deshora. Así, ¡no es posible vivir! Aquí tienes la plata, ¡es desesperante!

La pobre mujer sólo supo enjugarse una lágrima.

—¿Por qué lloras, mamita? — le preguntó Raúl. Y la madre no atinó sino a contestarle abrazándolo. El hombre continuaba hablando con amargura:

—¡Pobres de nosotros los humildes, los que no tenemos a quién acudir y sólo podemos rogar a Dios para pasar mejores días! Ya lo ves... no somos más que "cosas" para el patrón que se enriquece con nuestro esfuerzo. ¡No tenemos derecho a vivir mejor, ni a ver a nuestros hijos sonreír ante un juguete, ni a salir de este cuarto en el que el frío penetra sin piedad!

 

Raulito había escuchado azorado las palabras del padre: nada comprendía su inocente cabecita, pero lo impresionaba su tristeza. Y, pronto, al terminar la escasa comida, se fue a la cama, no sin antes rezar por la felicidad de todos.
A medianoche, cuando cantan los gallos y brillan más las estrellas en la bóveda del cielo, el niño tuvo un sueño extraño: vio nuevamente el rostro dolorido de sus padres y escuchó a lo lejos el silbato de la sirena llamando a los obreros al trabajo ... Pero, entre fantásticas nubes , rosadas y de color azul y blanco, divisó a un hombre vestido de militar que se acercaba a su lecho y lo acariciaba amorosamente. Raulito quiso incorporarse pero algo le impedía mover sus piernitas.

—No te alarmes, hijo mío — le dijo la extraña aparición —; vengo sólo a comunicarte que muy pronto tus queridos padres serán felices; ¡tendrán muchas cosas que necesitan, y tú gozarás ante juguetes lindos y vistosos! Duerme y espera... — y la sombra del sueño se desvaneció dejando al pequeño asombrado y temeroso.

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Raúl a la mañana siguiente, contó, como es natural, todo a sus padres; ellos sonriendo lo acariciaron y el pobre descamisado exclamó:

—Chiquito mío... lo que viste desgraciadamente no es más que un sueño. Los pobres estamos sentenciados a soportar la injusticia sin que nadie nos ampare.

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Pasaron muchos meses.
El pueblo de Buenos Aires encontró a un hombre justo a quien eligió por líder de sus demandas. En el horizonte, hasta entonces pleno de sombras, comenzaba a dibujarse el sol de la justicia social.
Y llegó el 4 de Junio.
Y llegó el histórico 17 de Octubre, día en que el pueblo salió a la calle exigiendo la libertad de su ídolo.
Los oprimidos conocieron luego la felicidad.
Y una tarde en que el obrero Ricardo había llevado a su hogar un gran retrato del Coronel Perón para colgarlo orgullosamente en la mejor pared de su humilde vivienda, el pequeño Raúl, al contemplar la fotografía del hacedor de la Nueva Argentina, gritó entusiasmado, señalándolo:

—¡Papá! Sí . . . , ¡ése es!, ¡ése es!

—¿Quién? — preguntó el trabajador.

—¡Ese es el que se me apareció en sueños hace poco! ¡Ese es el que me prometió la felicidad!


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