Casino; nueve años en pantalla y una
vuelta al mundo ¡Vamos!! sonrían! ¡muestren los
marfiles!
Por quinta vez el
público ensayó las risas y aplausos. Voy a
grabar —advirtió el director. Los cincuenta extras
volvieron a reírse, y Mila, una locutora
platinada, anunció con énfasis: "Y ahora canta
para ustedes ¡Diana María". El público se retiró.
Un minuto después el estudio quedó a oscuras. Se
habían grabado 30 segundos más de un rompecabezas
que, armado, pulido y revisado, se conoce como
Casino, acaso el show más importante de nuestra
televisión. En su camarín, Diana María, la
cantante nacida el día de la música, deshacía su
peinado: "Con los tapes trabajamos más tranquilos
—confesó— pero todo resulta muy frío. A veces
vienen artistas importantes y recién nos enteramos
al ver el programa.
¡Truco! ¡quiero
retruco! ¡Quiero vale cuatro! Las bailarinas,
entre tules y encajes tiraban barajas sobre una
silla. Más allá, cuatro muchachos de barba y
melena arrastraban 280 kilos de amplificadores.
Eran Rocky, Gustavo, Guillermo y Kike, Los
Náufragos, que aun confían en que la música beat
consiga pagarles los dos millones ochocientos mil
pesos gastados en equipo sonoro y los otros dos
millones que les costaron los instrumentos.
Las luces del estudio volvieron a encenderse.
Ahora ensayaba el ballet. Una de las chicas se
movió desacompasadamente. "Mabel, sáquese el
corcho de la cabeza —protestó el coreógrafo.
Entretanto, Juan Pablo, el peluquero, balanceaba
los brazos fatigado: había peinado diez cabezas y
quince pelucas en tres horas.
El mundo
oculto de la televisión se había puesto en marcha.
El iluminador gritaba a sus ayudantes, que,
trepados como monos, hacían malabarismos en la
parrilla de luces. "Va el ocho, te mando el tres".
Carlos Sandor, director del programa, paseaba
por el estudio con una tranquilidad pasmosa "Para
hacer buena televisión no son necesarias las
crisis nerviosas —explicó con buen humor— aquí
todos venimos a pasarla bien. Escuchamos buena
música y alternamos con grandes figuras. Los
histéricos, los pretenciosos y los prepotentes se
desinflan cuando llegan a CASINO".
En nueve
años ininterrumpidos de emisión, las cámaras del
programa trasmitieron desde Mar del Plata, el Lago
San Roque, Valparaíso y Viña del Mar. Asistieron,
en vivo y directo, a la vendimia mendocina y al
carnaval correntino, y las 10 toneladas del
camión de exteriores se pasearon por el río Paraná
haciendo equilibrios en una balsa facilitada por
el ejército argentino.
En 1965, el montaje
de una opereta fastuosa (South Pacific) rompió el
fuego del derroche. El set se transformó en una
playa donde muchos ejecutivos exigentes hubieran
deseado pasar sus vacaciones. En menos de una
semana se construyó una piscina en la que se
sumergió María Magdalena y su ballet. El programa
costó seis millones de pesos.
De ahí en
adelante, Casino se paseó por París, Nápoles,
Capri y Roma. Sus cámaras recorrieron Venecia en
una góndola, descubrieron el misterio de la Semana
Santa en Sevilla, y se atrevieron por los pasillos
del Vaticano. Mantener el 33 de rating
(aproximadamente un millón y medio de
espectadores) cuesta a Casino 220 millones de
pesos anuales (aproximadamente cinco por
programa). Los presupuestos pueden llegar a lo
inaudito: un solo tango de Aníbal Troilo, por
ejemplo, llegó a pagarse un millón de pesos.
Un whisky, dos cafés y los cogñaques . .
¿cómo? ¿que en este canal no tiene bar? —protestó
el marido de Lola Flores. ¡Pero hombre! No podemos
salir a cantar en seco.
Ochenta faroles de
mil wattios iluminaron el estudio. Antonio Prieto
se cerró el saco: "Tengo que bajar mis buenos
siete kilos —comentó— luego sonrió y esperó que la
lucecita roja le avisara el momento de comenzar a
cantar. Unos metros más allá, Chela Prieto, su
hermana, levantaba gigantescos carteles en los que
aparecía con letras enormes el texto de la
canción. "Acérquenlos más —pidió— que este chicato
no ve un elefante en una pieza". Sin embargo,
rio necesita ser un lince: hace casi nueve años,
exactamente el 31 de enero de 1961, confesó en
cámaras que estaba sin un centavo y que iba a
estrenar una canción que era la última Pataleada
del ahorcado, y cantó La Novia.
—Este
programa destila hielo por los cuatro costados
—bromeó Garaycochea—. Está todo demasiado medido.
—¿Todos Listos? ¡Vamos a grabar! dijo una voz
salida de alguna parte. El público, bien
adiestrado volvió a aplaudir. Están muy bien
vestidos —comentó Garaycochea— pero tienen una
cara de extras que mata". Los aplausos taparon
sus palabras. El nuevo y dimensional Casino
estalló otra vez. Revista Semana Gráfica
5/12/1969
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Doscientos millones de pesos
anuales, estrellas internacionales,
luz a raudales y un equipo viajero
hicieron la maravilla: Casino, un
programa que se arma como un
rompecabezas, cumplió nueve años en el
aire y treinta y tres de rating
CARA Y CRUZ DE LA MISMA MEDALLA Una
escenografía que se pierde en el
infinito, bailarinas ululantes, y
muchos extras dispuestos a reírse
tantas veces como pida el libreto.
Arriba, Donald tirita en una rampa
frente a un mar de cables, micrófonos
y copas vacías. En el camarín las
cosas son menos formales: Truco,
postizos, rulos pintados y alguna
chica durmiendo. "Lo más lindo de
fulana es el ombligo" —ironizó uno—.
Callate, que los maridos andan sueltos
por todas partes— dijo Garaycochea...
COQUETERIA Y HUMOR EN EL ENSAYO
"Cuanto más demoremos ante el espejo,
más larga será nuestra carrera",
sentenció una de las coristas. Mila
(arriba), una locutora encantadora que
no quiso confesar su edad, somete su
cabeza al fatigado Juan Pablo. Nunca
recuerdo el libreto —confesó Antonio
Prieto (abajo): "Una vez presenté a
Sandie Shaw, "la condesa de los pies
descalzos", como la princesa de los
juanetes. "Tengo mala memoria", dije.
Sí, pero muy buena vista —respondió
ella.
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