MEMORIAS DEL MEJOR FUTBOLISTA ARGENTINO DE TODOS LOS T(
HABIA UNA VEZ UN CHARRO CALAVERA...
Desvirtuando los rumores que presagiaban su decadencia física y económica, José Manuel Moreno exhibe, a los 55 años, todas las virtudes que lo convirtieron en ídolo nacional. Sus recuerdos constituyen un apasionante testimonio de una época que muchos consideran la más gloriosa del fútbol argentino

Charro Moreno futbolista
Hace algunas semanas, un insistente rumor circuló por los corrillos futbolísticos y ascendió, finalmente, a las páginas de deportes de los diarios porteños. "El Charro está en las últimas...", cuchicheaban no pocos aficionados; obviamente, se refería a José Manuel Moreno, el más grande exponente de talento futbolístico que transitó las canchas argentinas. Nadie, sin embargo, se encargó de confirmar o desmentir la especie; una tarea a la que se abocó un redactor de SIETE DIAS, quien luego de mucho rastrear el paradero del integrante de la casi mitológica Máquina de River Píate, logró entrevistarlo en un carrito de su propiedad, ubicado en la Costanera Norte de Buenos Aires. "Es mentira que esté en las últimas —protestó Moreno—, lo que pasa es que como yo soy una gloria del fútbol argentino, hablar de mí significa más venta de diarios". Es cierto; a los 55 años, convaleciente de una operación que el desgaste de su cadera derecha tornó inevitable, J.M.M. conserva aún todo el magnetismo que su personalidad trasmitió desde la gramilla de las canchas de fútbol o desde los trasnochados cabarets de la calle Corrientes. Una costumbre que muchos criticaron pero que alguien soslayó, definitivamente, con una sentencia terminante: "Moreno puede tener toda la noche del mundo, pero cuando aparece en una cancha de fútbol, junto a él sale el sol". Una virtud que comenzó a cimentarse un 31 de diciembre de hace 50 años, y que fue posible develar rastreando en la aún fértil memoria del Charro (un apodo que le endilgaron durante su largo transitar por las canchas mexicanas), quien, con esfuerzo recordó que una noche de Navidad, cuando recién sumaba 5 años, tuvo su primer contacto con una pelota de fútbol: "Desde entonces empecé a jugar; hasta que un día me di cuenta de que mi mejor amiga era redondita, picaba y con ella se podían hacer las piruetas más lindas de este mundo".

"DE BOCA ME ECHARON POR POBRE"
Curiosamente, José Manuel Moreno no recuerda cuál fue el último partido que vio; sin embargo retiene nítidamente en su memoria el primero: "Tenía 8 años cuando mi padre me llevó por primera vez a una cancha de fútbol: era la de Dock Sud, que ese día jugaba con Boca. Cuando los jugadores salieron al campo, mi viejo me pidió que eligiera una de las dos camisetas; yo señalé la de Boca". No podía ser de otra manera; es que J..M.M. nació "en un conventillo de la calle Olavarría, igual que en la milonga ¿viste?", en el corazón de la barriada xeneize. Claro que con el correr de los años aquel hincha de Boca terminó por convertirse en fanático simpatizante de River Plate. El Charro explica esa poco frecuente metamorfosis: "En 1932, cuando apenas tenía 16 años, me fui a probar a Boca, pero en aquel tiempo también funcionaba el acomodo. Cuando los delegados vieron entrar a la cancha a un chico con zapatos de fútbol nuevos, pantalones y camiseta auri-azul, lo prefirieron a él en lugar del otro pibe (en ese caso yo) que, en alpargatas, había convertido dos goles en veinte minutos". La discriminación no disgustó a sus padres, quienes pretendían que Josecito asumiera el rigor de una carrera militar. Claro que, "pese a los consejos del viejo (un tipo recto pero cariñoso y bueno, que alguna vez llegó a lucir orgulloso los galones de sargento de la Policía Federal), el indio futbolero que tenía adentro salió con la suya". Para que ello ocurriera debió mediar la influencia de un ex dirigente riverplatense que le permitió probarse en la quinta división millonaria. Luego de la segunda práctica, Moreno fichaba para el club de Núñez.
A partir de entonces comienza a cimentarse una popularidad que se consolidaría dos años más tarde, cuando el técnico de River Plate. Américo Hirschs, lo convocó para integrar el equipo que realizaría una gira por Brasil: "Jugué seis partidos y desde el vamos embocaba goles como loco. Imagínese lo que era para mí, a los 17 años, después de haber salido de un barrio como la Boca, viajar en un barco de lujo, jugar en Río de Janeiro y, a la noche, meterme en el casino carioca. Se me subieron los humos a la cabeza; menos mal que los monstruos de aquella época (como Carlitos Peucelle, Pepe Minella y Bernabé Ferreyra) me aconsejaron y me encaminaron por la buena senda".
—Sin embargo, usted tiene fama de haber sido un personaje de la noche, afecto a las pendencias.
-—-Mire, a mí siempre me gustó salir de noche a bailar y tomar alguna copa, es cierto. También tuve algunas peleas, pero de ahí a ser pendenciero hay mucha diferencia. Para que se dé cuenta de lo que le digo le voy a contar una anécdota: una vez, cuando yo era pibe, en la calle Pedro de Mendoza hubo un asalto. Mi padre, que entonces prestaba servicio en la seccional 24, persiguió a dos de los ladrones; yo iba detrás de él, por supuesto. Alcanzó a uno y se trenzaron en una de esas peleas a cuchillo y revólver que se estilaban antes; cuando el chorro se vio vencido quiso tirar el cuchillo al río, pero yo lo alcancé a agarrar y se lo entregué a mi padre. El se apenó mucho y me dijo que me fuera, pero antes me dio un consejo: "Nunca busqués pelea, y mucho menos te metás cuando no te pidan ayuda". Desde entonces, siempre traté de evitar los pleitos y nunca me trencé en ninguno que no haya sido el mío.
—¿En qué año debutó oficialmente en la primera división de River Plate?
—En 1935, al regresar de Brasil. Fue en la cancha de Chacarita Juniors, contra Gimnasia y Esgrima de La Plata. Ese día convertí dos goles y creo que terminamos ganando tres a dos.
—¿Y en la selección nacional?
—Un año después, al lado del Chueco García. Fue contra un combinado uruguayo, ganamos tres a dos (no estoy muy seguro) y yo convertí el primer tanto.

MEXICO, LOS AMIGOS, LA REVANCHA
Ese mismo año (1936) J.M.M. se consagró por primera vez campeón nacional al finalizar el torneo con River Plate encaramado al tope de la tabla de posiciones. Algo que se repetiría en 1937, 41 y 42. En 1944, tentado por la oferta de un empresario azteca, se incorporó al club España de México. Merced a los buenos servicios de Moreno, esa institución llegó a encabezar, por primera vez en su historia, la tabla de valores del campeonato local. El Charro se convirtió entonces en una especie de ídolo nacional: condición que le permitió alternar con las más encumbradas personalidades, no sólo futbolísticas, sino también artísticas y políticas mexicanas. De esa época data su amistad con el actual secretario de la OEA, Galo Plaza: "Hasta ese momento yo no sabía que existía ese hombre. Nunca estuve muy seguro de las funciones que Galo cumplía en México, lo cierto es que lo conocí casi a la fuerza. Una noche estaba en una boite charlando con la actriz María Félix cuando se me aparece un chamaco y me dice que un tal Galo Plaza me esperaba en su residencia. Yo, al principio, me resistía a visitarlo porque no sabía quién era, pero como siempre fui un caballero, finalmente acepté. Cuando llegué a la mansión me quería morir: habían tendido una mesa a todo trapo y había cualquier cantidad de botellas con toda clase de vinos. Eso me dio más ánimos, y entré el comedor pisando fuerte. Allí me presentaron a mi anfitrión: un tipo grandote y bueno que hasta me pidió disculpas por no haber hecho la invitación con más formalidad".
Poco después, nuevamente contratado por River Píate, regresó a Buenos Aires para concluir su campaña millonaria en la arrasadora Máquina, conquistando el campeonato de 1947. Desde entonces, hasta 1950, luciendo sucesivamente las casacas de Universidad Católica e Independiente de Medellín transita por las canchas de Chile y Colombia. Ya en el ocaso de su carrera, Moreno puede realizar, por fin, un sueño de adolescente1: jugar en Boca Juniors. "Yo estaba en la U cuando cayó un representante de Boca para tratar de interesarme; la oferta era buena y agarré viaje en seguida".
Sin embargo, no tuvo demasiada suerte: al finalizar ese año decidió regresar a Chile hasta que en 1953, Ferro Carril Oeste requirió los servicios del Charro para su equipo superior. Unos años más tarde, Moreno vuelve a traspirar la camiseta de Independiente del Medellín, cumpliendo dos funciones: técnico y jugador. Allí consuma una especie de postergada revancha: "En 1960 —recuerda— Independiente recibió la visita de Boca Juniors. Apenas iban 20 minutos del primer tiempo y ya nos ganaban 2 a 0. Estaba en el banco, como técnico, y no podía soportar que mi equipo perdiera sin que yo hiciera nada. Entonces me decidí a entrar como jugador. Terminamos ganando 5 a 2 y yo convertí dos de los goles de mi equipo; entonces me di cuenta de que debía dejar de jugar al fútbol".
—¿Por qué?
—Porque ese día comprendí que me había convertido en la censura de la pelota.
—¿Cómo es eso?
—Claro, yo era la vedette y todos los demás jugadores las figuritas. Entonces todas las pelotas, forzosamente, pasaban por mi; pero ya no tenía los reflejos ni la velocidad de antaño y no hacía otra cosa que perjudicar al equipo; por eso dije basta. Pero me di el gustazo de terminar mi campaña ganándole al club que me había echado aquella vez.
—A partir de entonces, ¿qué hizo?
—Lo primero fue volver a Buenos Aires e inscribirme en los cursos de director técnico que dicta la A.F.A. Me recibí en 1962 (tengo el carnet con el número 45 bis) y me dediqué a orientar técnicamente a varios equipos. Boca Juniors, River Plate, la selección nacional y All Boys fueron algunos de los planteles que dirigí. Finalmente, una dolencia en la cadera (que se agravó a comienzos de este año) me obligó a alejarme un poco del fútbol.
—Usted alguna vez dijo que le hubiera gustado ser actor. ¿Qué tipo de personajes habría preferido representar?
—Bueno, yo fui actor; no se olvide que en 1943 me casé con una actriz, Pola Alonso (ahora estoy divorciado), y al lado de ella incursioné en varios radioteatros. En cuanto a los personajes que me hubiera gustado representar, creo que prefiero a los tipos humanos, buenos. Pero no tuve mucha suerte, siempre me tocó hacer de villano; tal vez por la pinta, no sé. También filmé una película (El crack) con Jorge Salcedo y Aída Luz; claro, ahí hacia el papel de un futbolista.
—¿Cómo conoció a su mujer?
—No me acuerdo, supongo que habrá sido en algún cabaret.
—¿Por qué se divorciaron?
—Y qué sé yo; porque nos llevábamos mal. Es que los dos éramos famosos, teníamos mucho trabajo y casi no nos veíamos nunca. Además, yo era un poquito calavera. Pero, por favor, no me haga hablar de esto, no me gusta. Charlemos de fútbol.

"LA POLITICA MATO AL FUTBOL"
Es cierto, a José Manuel Moreno lo único que lo apasiona es el fútbol. No tiene televisor, no va al cine ni al teatro, no lee. La única excepción a esa regla casi obsesiva radica en la música; especialmente los temas tangueros. Varios long plays de Aníbal Troilo, Julio Sosa y Carlos Gardel revelan esa debilidad.
—¿Qué significaba, en su época, jugar al fútbol?
—Para el que le gustaba, todo; ¿qué otra cosa puedo decirle?
—¿Y ahora?
—No sé, evidentemente los tiempos han cambiado. Cuando yo actuaba, los jugadores no querían salir nunca del equipo, ni aun estando lesionados. En cambio ahora, cuando alguno ve que no anda bien lo primero que hace es tirarse al suelo para que lo crean lastimado y lo reemplacen.
—¿Por qué piensa que el gobierno apela a un slogan futbolística para referirse al Gran Acuerdo Nacional?
—Porque el fútbol es la pasión del pueblo, porque hablándole de fútbol al pueblo se lo puede convencer de cualquier cosa.
—¿Esa pasión puede llegar a ser usada por los gobernantes para soslayar algunos problemas que atraviesa el país?
—Claro, ésa es la contra. La gente habla toda la semana del fútbol; de lunes a jueves del partido pasado y del viernes hasta el domingo del partido que vendrá. Yo no quiero ni pensar de los embrollos que se destaparían si de pronto la gente se dejara de interesar por este deporte.
La pasión futbolística de Moreno no le impide comprender que cada vez hay menos gente que se interesa por ese deporte. "El culpable —arguye— es el progreso y el barretón de los pibes de hoy que prefieren una guitarra eléctrica a una pelota de fútbol. Sin ir más lejos, el otro día me agarré una bronca bárbara: pasé por el Velódromo Municipal y como escuché un barullo padre quise averiguar de qué se trataba. Había como 300 purretes aporreando guitarras y aullando de una manera impresionante. No entendía cómo podía gustarles más eso que darle a una número cinco. En fin, los tiempos cambian. Claro que no en todo: los que hoy van a las canchas son iguales a los de todas las épocas: gritan, agitan banderas y hasta son capaces de agarrarse a patadas igual que antes."
—Usted jugó en River y en Boca, ¿cuál de las dos hinchadas es más apasionada?
—Las dos son iguales. Lo que pasa es que, por la característica de los estadios, la de Boca parece más gritona. Pero deje que River gane un campeonato y va a ver que no hay diferencias; ahora está un poco acobardada.
—¿A qué atribuye la frustración de River? Me refiero a los casi quince años que no gana un campeonato.
—Justamente a eso, a que no puede ganar un campeonato. En el fútbol, como en cualquier otra actividad, existen rachas, y a River le tocó una bastante fulera.
—En las tribunas suele comentarse que los jugadores de River se achican cuando deben disputar partidos decisivos; ¿qué piensa al respecto?
—Mire, yo no creo que un jugador de fútbol se achique nunca. Lo que pasa es que los futbolistas de ahora piensan más, les importa lo que la tribuna pueda decir o pensar de ellos. En una palabra, cuando tienen una racha adversa se traumatizan. Además, está el problema dinero; ahora ganar un campeonato, para los dirigentes, es sacarse la lotería, ya que pueden intervenir en otros torneos (Copa Libertadores de América, por ejemplo) que, a veces, los salvan económicamente. Entonces ofrecen a los jugadores millones de pesos por un triunfo y éstos, para no perder el premio, se olvidan de jugar al fútbol y hacen todo al revés.
—Usted, como jugador y técnico, habrá tenido charlas con futbolistas de antes y de ahora, ¿cuáles son las diferencias que ha notado?
—No hay grandes diferencias; pienso que puede haber un poco más de profesionalismo en los futbolistas actuales, que se preocupan más por mantener su estado atlético, pero también se interesan por otras cosas que nada tienen que ver con el fútbol. Usted sabe que entre los futbolistas profesionales de 1971 hay médicos, abogados, estudiantes... Antes no, todos éramos bastante ignorantes y no nos interesaba ninguna otra cosa que no fuera el fútbol. Claro que entonces uno podía ir a la cancha tranquilo, con la seguridad de que iba a ver un gran espectáculo y los hinchas estaban siempre contentos.
—¿Alguna vez tuvo altercados con los hinchas?
—Una vez, jugando para River contra Gimnasia, allá en La Plata. Faltaban pocos minutos para terminar el partido y estábamos cero a cero; en una de ésas, el referee (Luis Pradaude) sanciona un penal favorable a nosotros, pero como todos los jugadores de Gimnasia se le fueron al humo, vaciló y no sabía qué hacer. Entonces yo me le acerqué y le dije que se mantuviera en su decisión, que nosotros lo defenderíamos. Cobró el penal, convertimos el gol y cuando marcó el centro de la cancha se armó: empezó a ceder el alambrado y los monos a entrar a la cancha para cascar al árbitro. Yo me puse al lado de él y empecé a repartir piñas hasta que el pobre Pradaude se pudo tirar en palomita dentro del túnel.
—¿Considera que realmente hubo una época gloriosa en el fútbol argentino, o se la magnifica?
—Claro que la hubo; sin embargo yo creo que fue en la década del '50 (muchos dicen que fue la anterior) cuando se produjo el mejor fútbol argentino. Es que entonces, sin hacer política, el deporte estaba protegido y apoyado por el gobierno, y esa tranquilidad se traducía en la calidad de los espectáculos.
—¿La inestabilidad política es, entonces, la que mató al fútbol?
—Exacto.
—Los planteos defensivos que aparecieron una década después, ¿no tuvieron nada que ver?
—No. Yo pienso que cuando un equipo es peor que otro no tiene más remedio que defenderse. Además, ¿sabe usted cuál fue el primer cuadro que jugó defensivamente? El River que dirigió el húngaro Américo Hirschs en 1932. Mire si no es cierto: Santamaría, Juárez, Cuello y Batique formaban la línea de cuatro. Yo y el uruguayo Lago bajábamos para tapar, mientras que Pepe Minella, más atrasado que nosotros, hacía algo que ahora llamarían jugar de libero. Adelante, esperando el pelotazo, quedaban Peucelle, Bernabé Ferreyra y Dorado. Claro que cuando atacábamos, nos íbamos todos adelante.

EL VINO ES MEJOR OUE LA LECHE
Jugar al fútbol nunca fue impedimento para que el Charro Moreno dejara de transitar los más famosos cabarets de la calle Corrientes: una costumbre que le dio fama, también, de bailarín y borracho. El lo explica así: "A mí siempre me gustó la noche y como mi físico aguantaba, me daba el gusto; pero nunca fui borracho, aunque siempre me gustó tomar una copita; es más, me hacía bien. Una sola vez me comprometí a no tomar una gota de alcohol y estuve toda una semana a leche. Cuando llegó el domingo y entré a jugar, a los 15 minutos ya estaba sin aire; la hinchada me quería matar, y para colmo perdimos (el partido era con Independiente) tres a uno. Me suspendieron por bajo rendimiento. Mis compañeros, solidarios conmigo, hicieron huelga; entró a jugar la reserva e hizo un campañón; además, casi nos rajan a todos. Desde entonces, al que me dice que la leche es mejor que el vino lo miro torcido".
A los 55 años, Moreno aún se cree capaz de ejecutar, con la misma precisión de antaño, un pase de 30 metros y hasta de bailar, "rengo y todo", un tango con cortes y quebradas. Claro que para eso deberá esperar que cicatrice la herida de la reciente operación que alguien asoció con la decadencia física y económica del crack. Nada más errado: la popularidad que J.M.M. cosechó a través de su extensa campaña futbolística supo capitalizarla. Además del chalet que posee en la bonaerense localidad de Merlo, ha invertido en tierras varios millones de pesos que le reditúan jugosos beneficios. Si a esto se agrega un carrito (El Toro que llora) que regentea en sociedad con un sobrino en la Costanera Norte de Buenos Aires, y la posibilidad siempre' latente de incorporarse a la dirección técnica del equipo profesional de algún club, el panorama del Charro no podría presentarse más optimista. Algo que motivó el comentario de un curioso vecino que seguramente nunca vio a Moreno en una cancha de fútbol: "¿Cómo hará este tipo para gambetear a los inspectores de la Dirección General Impositiva?" 31
ANGEL LEALE
revista Siete Días Ilustrados
13.12.1971

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