SECRETOS DE LA ADHESION DE LOS PORTEÑOS A CIERTOS CAFES

DE COMO ALGUNOS BOLICHES SE VUELVEN CONTAGIOSOS
Estrategias para estar a la moda en la noche de Buenos Aires: mientras un conocido bar regala a sus clientes los vasos en que consumieron bebidas, otros los invitan a "hacer rostros" o a probar sofisticados brebajes

Cafés de Buenos Aires
Probablemente, si uno tuviera que tentar a algún potencial turista norteamericano o europeo enumerándole los principales atractivos de Buenos Aires, no dudaría mucho por dónde empezar: lo haría refiriéndose a su rica, salpimentada vida nocturna. Porque, a diferencia de lo que ocurre en otras grandes capitales del mundo, la ciudad pareciera renacer con la finalización de cada jornada laboral: entonces, un verdadero aluvión de noctámbulos invade las calles porteñas y se da cita en una serie de bulliciosos —y otros no tanto— boliches céntricos: por lo general coquetos cafés en los cuales, por cierto, lo que menos se consume es la breve y oscura infusión tropical.
Claro que no todos estos sofisticados locales tienen igual suerte: por algún extraño motivo, la gente de la noche se concentra en uno de estos pocos lugares, e incluso descarta por completo a otros, en algunos casos mucho mejor decorados y atendidos. ¿Cuál es, entonces, el secreto del éxito de determinadas trague-rías en desmedro de otras? ¿A qué métodos recurren sus responsables, en definitiva, para ponerlas en onda? Para develar estas incógnitas, Siete Días realizó la semana pasada un recorrido por los más aceptados cafés capitalinos. Los que siguen son los testimonios que sacrificadamente, entre trago y trago, registraron sus redactores.

CRISTOBAL COLON, O DE COMO VENDER UN BUZON
"Nosotros logramos imponer el boliche porque tuvimos una serie de ideas muy originales, que no tardaron en atraer una enorme clientela —se ufanó Osvaldo Bardanca, un imaginativo publicista que regentea Cristóbal Colón, en la porteña avenida Las Heras al 2400—. Por ejemplo, servimos todos nuestros tragos en hermosísimas copas de cerámica, con diseños totalmente originales que mandamos hacer exclusivamente para nosotros. Entonces, la gente que pide el trago se puede llevar la copa por el valor de la bebida. A la salida del boliche, tenemos unas bolsitas especiales, con el escudo del local, para que los clientes se la puedan llevar más cómodamente." Por supuesto, cuando
se llevaron por primera vez a la práctica estas tentadoras, institucionalizadas expropiaciones, no faltaron momentos de embarazo: "Al principio, la gente se enloquecía con nuestras cerámicas —recordó OB—. Y, como no sabían que podían llevárselas a sus casas, se las robaban: las mujeres miraban a los cuatro costados hasta estar seguras de que nadie las observaba, y entonces se metían la copa a toda velocidad en la cartera. Yo me mataba de risa, y a la salida, cuando salían silbando o con cara de angelitos, les obsequiaba con toda gentileza una de nuestras bolsitas de nylon para que pudieran portarla con mayor facilidad. Más de una se quiso morir."
Ese hurto permitido no es el único encanto del lugar, sus paredes son aterciopeladas y están cubiertas de finos trabajos de ebanistería y mapas antiguos; todo bajo la iluminación de cálidos veladores de tipo medieval. Según otro de los capitostes del boliche, el experto en gastronomía Juan Manuel Superville, "la línea decorativa es española Isabelina. La elegimos así porque consideramos que le da un clima de mucha intimidad al lugar: buscamos crear un ambiente agradable, donde pudieran venir parejas y gozar de un clima poco menos que familiar. Creo que lo hemos logrado: en los 3 años que lleva funcionando Cristóbal Colón, jamás hubo una pelea o algo parecido. Aquí todos somos amigos, como si esto fuera una especie de club privado". Por cierto, no es para menos: en la puerta del local está apostado todas las noches, religiosamente, Maximiliano; un gigantón de dos metros de altura que oficia de portero y que, con sólo asomar parte de sus ampulosas espaldas sobre la entrada del boliche, hace olvidar sus iras a cualquier parroquiano algo subidito de ánimos.
Con todo, los ganchos del siempre repleto café no terminan allí: por apenas poco más de 30 pesos nuevos, los bar-men Orlando y Francisco seducen a los buenos bebedores con su copa Calypso (café con licor Tía María) y Miserable Bastardo Trago Largo (un brebaje de origen polinesio preparado a base de jugos, champagne y vodka, entre otros varios ingredientes que prefirieron ser guardados en secreto por sus creadores). Además, por si alguno de los asistentes todavía no ha saciado sus ansias de entretenimiento buceando en la cartilla que desglosa la composición de cada uno de los sofisticados tragos de la casa, existen otros, suplementarios recursos para amenizar la noche: por ejemplo, uno puede recorrer el amplio local para localizar a Gatsby, el mozo que así fuera bautizado por su asombroso parecido con el divo Robert Redford y que —de más está decirlo— debe atender los pedidos que se le hacen desde todos los rincones con el solo, solapado efecto de satisfacer las curiosidades femeninas.
"También disponemos de un correo propio en el boliche — se entusiasmó JMS—. Sobre una tarima ubicada en el salón posterior del local, dejamos diariamente varias tarjetas postales con el escudo de Cristóbal Colón, para que la gente las llene y las deposite en el buzón colocado al lado de la barra. Es decir, que cualquiera que desee escribirle a un amigo en otro país o en Buenos Aires mismo, puede hacerlo: nosotros le pagamos el estampillado y todas las mañanas recogemos los envíos para llevarlos al Correo Central. Como ven, son todas ideas que han convertido a Cristóbal Colón en lo que es: un lugar cálido, y original, en que todos se sienten como en su casa".

UN PERIPLO A TODO LUJO
Para Carlos Jardín, administrador de la suntuosa whiskería Periplo, en Marcelo T. de Alvear al 500, el secreto de imponer uno de estos locales consiste en saber apuntar hacia un determinado tipo de clientela: "Lo que mata a un boliche es la promiscuidad — enfatizó—. Nosotros, por eso, realizamos todo con el mayor lujo y clase posibles. El lugar tiene personalidad propia: Periplo, como usted se imaginará, viene del latín periplum, que es una palabra que los marinos utilizaban para decir "circum navegación". Entonces, todo aquí tiene sabor a mar: por ejemplo, los mozos están vestidos de marineros, y cada uno guarda el rango militar correspondiente al cargo que ocupa. Así, el cajero tiene tres bandas amarillas en la manga, el equivalente a un primer oficial; los mozos lucen dos bandas, como un segundo oficial y el ayudante de bar-man lleva las insignias correspondientes a un tercero de a bordo. Es decir, el servicio guarda las jerarquías que se merecen nuestros habitués y eso a ellos les encanta".
En realidad, no hace falta ser muy sagaz para advertir que la decoración del local está destinada a atraer a los turistas alojados en el Plaza Hotel, situado a muy pocos pasos de distancia. Sobre la puerta de entrada, un friso con banderas de todas las naciones da la bienvenida al cliente, y tanto la barra como toda la decoración del lugar —paredes de terciopelo colorado, mesas y sillas de mullido cuero negro, paredes cubiertas con botellas de más de 60 marcas diferentes de whisky— dan la sensación de un típico pub londinense. Un clima íntimo que, por supuesto, no tardó en captar a muchos sofisticados porteños enemigos del bullicio: en Periplo tienen cabida apenas 150 personas, y las mesas están dispuestas de tal manera que es prácticamente imposible escuchar diálogos vecinos.
Con todo, el exclusivísimo Pub tiene también su cuota de humor: en una cartilla escrita totalmente en inglés, y donde se aconseja probar los tragos Carrousell (jugo de frutilla, durazno, ananá, cognac y vodka) y Amanecer (ananá, durazno y ron blanco), la casa da a conocer un decálogo de reglas para el correcto uso de la misma. Las más ocurrentes: "Si quiere pedir agua, vaya hasta el primer piso" (allí está el WC) y, en lo que hace a las ladies, "Por favor tenga a bien abstenerse de apoyar sus atributos naturales sobre la barra".

TABAC Y LA BIELA: TRADICION Y SELECCION
El público que asiste a Tabac, en avenida del Libertador al 2300, tiene, sin duda, un deporte favorito: hacer rostro; una actividad que en círculos más especializados suele denominarse la pasarela, y que consiste en algo así como caminar entre las mesas con el ceño fruncido, la vista en el infinito, y como buscando a algún hipotético amigo que — por supuesto— no está presente en ese momento. Claro que semejante caminata tiene sus explicaciones: en Tabac aterrizan todas las madrugadas los más encumbrados astros del ambiente artístico local, y nunca viene mal estar enterado con quién está saliendo o dejando de salir determinada figurita. Por lo demás, uno puede tener la suerte de toparse con una amiga de infancia —es un decir, claro— y terminar enfilando por Libertador derechito hacia los locales bailables de Olivos. "Pero nosotros tratamos de evitar a toda costa que los jóvenes se acerquen a las mesas donde hay damas solas —explicó Dello Verón, uno de los encargados del ajetreado café—. Es por la reputación de la casa, sabe...".
En verdad, la buena estrella de Tabac puede motivarse en razones estratégicas: ubicado en el principal acceso a la zona céntrica, el local se ha convertido en un obligado prólogo o epílogo de la noche porteña. Así, en las horas de la madrugada suelen acudir los que vienen de la función trasnoche del cine o salen de las bienudas boîtes de la zona.
Según el testimonio de DV, la casa siempre ha sostenido la necesidad de seleccionar la clientela: "No dejamos entrar melenudos, gente mal vestida o mujeres de dudosa moralidad —enfatizó—. Y, al mismo tiempo, le damos al cliente una especie de sensación de privilegiado: para eso pusimos un guardacoches en la vereda, que da una imagen de confianza y seriedad a la casa, o bien tenemos el teléfono en la barra, a la vista de todo el mundo, para que lo utilicen quienes quieran. Son detalles ínfimos, pero que hacen a que el clima de Tabac sea de lo más selecto".
Otro privilegio al que sólo tienen acceso los habitués del boliche: acercarse a la caja y dejarle al cajero de turno las llaves del coche, para retirarlas luego, al salir del local. Algo que a primera vista carece de mayor sentido —es dudoso que alguien no posea bolsillo alguno en su indumentaria o que no quiera tenerlas en la mano— pero que es inútil tratar de explicarlo: al fin y al cabo, ¿cuántas de estas caprichosas prácticas noctámbulas lo tienen?
La Biela, en Quintana al 500, es por excelencia, el boliche de La Recoleta. Los motivos de su encumbrado sitial se deben, como en el caso de Tabac, a que está enclavada en un punto clave de Buenos Aires. Y, también, a sus claros, ya tradicionales orígenes tuercas: allí terminaban las famosas picadas que algunos años atrás asombraran a Buenos Aires.
No todos los parroquianos que asisten a La Biela son, por cierto, aficionados a los fierros: a mediodía, especialmente en verano, la vereda del local se convierte en una especie de playa donde toman sol y engullen sándwiches de lomito algunas de las más hermosas exponentes del barrio Norte. "Esto de día parece la sucursal de Mar del Plata — bromeó Juan Riaño, el conductor de La Biela—. Pero con sol o sin él, yo creo que hemos llegado a ser uno de los lugares tradicionales de Buenos Aires, y eso es lo que nos mantiene en el candelero sin necesidad de gastar fortunas en costosas decoraciones o publicidades".

TOKOS, ¿TOCO EN LA TECLA?
De todas las opiniones consultadas, pocas resultaron tan matemáticamente precisas como la que descerrajó Arnaldo Kon, el propietario de Tokos (Arenales 837) y responsable de la futura boîte Banana, en pleno corazón de Palermo y que mejorará la edición que ya posee en Mar del Plata. En efecto, Kon aportó una fundamentación estrictamente económico-financiera al enigma del éxito de los boliches: "La receta consiste en construir y terminar un local sin deber un peso a nadie —sentenció—. De esta manera, podés darte el lujo de seleccionar a la clientela: no dejás entrar a quienes te pueden arruinar el ambiente. Entonces, puede ser que tengas durante dos meses el local vacío, pero en el tercero va a comenzar a caer gente que descubrió un lugar selecto y esa gente va a traer, a su vez, a muchos clientes más. En cambio, si tenés deudas, no te queda otro remedio que dejar entrar a cualquiera con tal de que consuma, y así arruinas toda posibilidad de darle un buen clima a la casa".
Un período de ablande que el muy preciso empresario reforzó con su exclusivo Café Irlandés (café con whisky, azúcar y crema), y su Trago Larao Tokos (Granadina, whisky, naranja y pomelo), y que le dio, al parecer, bastante buenos resultados: "En poco tiempo logré que mi local se atestara todas las noches hasta no dar más abasto —culminó—. Eso, simplemente, dándole tiempo al tiempo y café irlandés al cliente".
Andrés Oppenheimer
Revista Siete Días Ilustrados
25.11.1974
 

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