Cóndores "No hacemos política,
pero... ¡Viva Perón!"
En Ushuaia, Cabo dijo: "No
nos mueve ninguna ideología". Sin embargo, en la
última cena sus compañeros cantaron la marcha
peronista Albert Clifton —el único lechero de
las Islas Malvinas, más conocido como Pinocho, en
atención a su prominente nariz— fue el primero que
lo vio: el gran DC-4 de Aerolíneas Argentinas se
había desplomado sobre al hipódromo de Port
Stanley, entre una cortina rojiza de agua y barro.
Eran las 8,51 del miércoles 28 de setiembre. Ni
Pinocho, ni siquiera sir Edwin Arrowsmith, el
perplejo gobernador inglés de las Malvinas, podían
comprender eso de que Port Stanley se llamara
Puerto Rivero. Ni siquiera imaginaron que esa
tarde los vespertinos porteños conmoverían al
mundo con un impactante titular: "OCUPARON LAS
MALVINAS". Sin embargo, el pequeño trasmisor
portátil, alimentado con la claudicante batería
del DC-4, hacía concretas referencias a la
soberanía argentina. Todo parecía una broma. Pero
dentro del avión había 20 hombres y una mujer que
pensaban lo contrario. Todo fue muy fugaz: hubo
rebeldía, juicio, cárcel, traslados. La semana
pasada transcurría el último acto: 14 integrantes
del grupo Cóndor recobraban la libertad. Sin
embargo, Dardo Manuel Cabo, —el jefe visible— en
la cárcel de Ushuaia, recibía a nuestro enviado
especial Manuel Caldeiro con una convencida
afirmación: "El operativo Cóndor no ha concluido.
Finalizará cuando las Malvinas sean argentinas".
A pesar de ello, el miércoles a la mañana, un gran
regocijo había invadido a los integrantes del
grupo Cóndor: un imperturbable empleado del
juzgado les comunicó la libertad. Al salir, los
sorprendió una mañana insólitamente templada.
Vieron el lago, flaqueado por los picos helados.
Andrés Castillo, miembro del operativo, dijo a
SIETE DIAS ILUSTRADOS: "Lo primero que se me
ocurrió al recobrar la libertad fue correr". Todos
lo imitaron. A los pocos minutos, se les unió un
grupo de mirones, donde predominaba la
indiferencia. Durante una hora hubo vítores,
abrazos, felicitaciones y reparto de banderines
(unos 200) publicitando la Operación Cóndor.
Dardo Cabo —que queda detenido— afirmó
enfáticamente que la operación "no respondió a
ninguna ideología. Fue idealismo puro". Sin
embargo, durante la noche, los liberados
festejaban ruidosamente el acontecimiento en el
Hotel Castelar, luego de entonar "Los muchachos
peronistas" y entrechocar los vasos en un
entusiasmado brindis "por la patria y por Perón".
Se guitarreó, se intercambiaron anécdotas de la
vida carcelaria ("9 meses en la cárcel más austral
del mundo") y se pidió 3 nuestro fotógrafo Frías
que no tomara escenas de la fiesta ("Por los tres
que quedan en cana, ¿sabés?"). A las tres de la
mañana terminaba todo. Y el más completo silencio
envolvía la noche fueguina. El jueves hubo
abrazos, despedidas y lágrimas. Pedro Tursi y
Fernando Lisardo, dos de los que se quedan
recibieron la despedida más efusiva. María
Cristina Verrier se quedaba voluntariamente,
acompañando a Dardo Cabo, su marido. Las siete
obras teatrales que estrenó, su mansión en
Belgrano, el Teatro del Altillo, parecen quedar
muy lejos. Está en su habitación, una oficina que
ostenta un cartel: Dirección Judicial. La celda
fue trasformada en un atelier: hay un escritorio,
un hogar a leña, un retrato de San Martín y una
cruz que ella misma hizo con maderas de la región.
Casi sonríe cuando le preguntamos por qué quiere a
Cabo: "Porque es mío y es integro", responde
velozmente. "Sin embargo, en Buenos Aires apareció
un señor que dice ser su primer marido", le
decimos. Su mirada se endurece: "Eso no es
cierto", dice escuetamente. Volvemos a la carga:
"¿Pero qué motivos puede haber para que un señor
diga eso? "No sé. pregúnteselo a él". Junto a
los liberados, el doctor Fernando Torres, uno de
los abogados del grupo defensor, se embarcaba en
el vuelo 189 de LADE, rumbo a Río Gallegos: "Me
alegro de que los chicos estén en libertad. Pero
estoy enojado porque no me avisaron del operativo.
Me hubiera ido con ellos", dijo a SIETE DIAS
ILUSTRADOS. La pequeña capital austral despidió
a los cóndores con bastante afecto: el taxi no les
cobró para llevarlos al aeropuerto. Los
comerciantes tampoco cobraron las cosas que ellos
compraron. Tras el avión, quedaron algunos brazos
en alto y algún pañuelo. Y el recuerdo de lo que
para algunos es una patriótica aventura juvenil y
para otros un misterioso operativo de comando,
dirigido por nombres insospechables y
rigurosamente secretos. En la lluviosa noche del
jueves, un avión que aterrizaba en el aeroparque,
cerraba la historia comenzada nueve meses atrás:
traía a los catorce muchachos que volvieron del
frío. Revista Siete Días Ilustrados
04.07.1967
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del sitio
Desde su liberación hasta su
regreso a Buenos Aires, el grupo
Cóndor fue entrevistado por los
enviados especiales de SIETE DIAS,
Manuel Caloleiro y Eduardo Frías.
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