Hace 30 años robar un auto era lo mismo que
intentar llevarse un Boeing del aeropuerto de Ezeiza. Hoy, en la
Argentina, la actividad de los levantadores se ha centuplicado, y
hacen desaparecer uno cada cuatro horas, promedio que se acrecienta
en verano. Su actividad al margen de la ley alcanza ya una precisión
casi científica. Para desesperación de las compañías de seguros, que
pierden casi mil millones de pesos por año. Pero la policía no se
cruza de brazos, y combate a los ladrones de autos con su arma más
poderosa: la astucia. El que sigue es el testimonio —casi una
novela— de un oficial perteneciente a la sección "Sustracción de
Automotores" de la Policía Federal, que se infiltró entre los
delincuentes para poder desarticular su organización. Lo publica
ahora SIETE DIAS, con exclusividad absoluta.
TRAMPA EN "LA
BIELA" El oficial Desnos está al acecho en una mesa de la vereda
del café La Biela, conversando con ladrones y compradores de autos
robados. Se ha infiltrado entre ellos como es su costumbre. Sabe que
Julio Katzman, un muchachito de veinte años, va a llegar dentro de
poco con el "barquito" robado. "¿Por qué un Kaiser Carabela?
—monologa Desnos—. Ya debe estar pedido. A éste lo que le gusta es
levantar alemanes (Mercedes) o cajoncitos (Jeeps), como aquella vez
que fuimos juntos a llevarnos la zapatilla (una Coupé)". Y Desnos ve
ahora en su pantalla mental al coche estacionado a mitad de cuadra
donde empieza Beruti; abre el portafolios y saca los dos
destornilladores de cromo vanadio; mira la hora en la esfera
luminosa de su reloj: las 23.10. Mientras le pone los
destornilladores en la mano trata de mirarle los ojos a Julito.
Recuerda dos pequeños lagos azules como dos gotas de mar en la
nieve. Ahora Julito mete el largo por el burlete de goma, levanta,
mete el curvo y alza el pestillo de la aleta. Con la izquierda saca
las herramientas mientras con la derecha abre el ventílete. Mete el
brazo flexionado y abre el seguro de la puerta y el cierre del
capot. Se ve a sí mismo sacando el chicote y alcanzándoselo. Julito
hace el puente con el cable y pone en marcha el motor. "¿Cuánto
tardé?" pregunta Katzman y, mientras suben al coche, Desnos mira el
reloj: las 23.10 y 50 segundos. "Cincuenta", dice. Doblan en Larra
hacia los plátanos de oro de la plaza. "Cobró 80 esa noche y me tiró
20 nada más que para hacerme un beneficio. Corazón de oro... ajeno".
Y ahora está esperándolo que vuelva con el "barquito" para meterlo
preso. "No necesitó documentación esta vez —piensa—; total se lo va
a vender a uno de éstos". Miró el cielo de grasa escarchada y
tajeada por lentos relámpagos y se dijo que, en un rato más, iba a
empezar a llover. También se dijo que estaba perdiendo el tiempo:
éstos no son 'El Funebrero' Domizi ni 'Los Mellizos' Leguizamón y ni
siquiera 'El Tano' Taricco o 'El Tierno' Rodríguez. Estos trabajan
por su cuenta y por eso es fácil meter la mano en la pecera y
sacarlos. Afuera se ahogan porque no está el 'Capo' que los devuelva
al agua". Miró la magnolia gigantesca de la placita de enfrente y
por su campo visual pasó un "Super" Chevrolet como una ráfaga de
acero rojo. Frenó con ruido y estacionó de culata contra el cordón
del árbol que ya cobijaba a otros quince coches. "Pispeó" hacia la
mesa del lado donde estaban los tres oficiales, vestidos de
particular, de la sección "Sustracción de Automotores" que lo iban a
ayudar en el procedimiento. Del "Super" bajó Julito con su camisa a
rayas rojas y azules y el cuello abierto. Desnos pensó: "No
consiguió el 'barquito' y se vino con un 'Super'; sabe que lo
encajará lo mismo. No es 'encargue' de los grandes". Cuando Katzman
llegó a la mesa puso el portafolios al lado de la silla de Desnos y
le dijo: "Gracias. . ., laburo fácil. Ni usé la sopapa. Puse las
ventosas (y mostró las manos con las palmas hacia adelante) y el
vidrio bajó como si estuviese enjabonado". Desnos le devolvió
como comentario una sonrisa delgada, miró otro pomposo relámpago
desparramarse y morir sobre las nubes blancas, y preguntó: "¿Le vas
a hacer lavar la cara?" (los "levantadores" suelen entregar el coche
al "pasador" que los lleva al "taller" o a otra "mano" donde le
"lavan la cara" pintándolos de nuevo o agregándoles y quitándoles
"bollos". También les cambian el tapizado y el "regrabador" borra
los números del motor cambiándolos por otros nuevos. Los "dúplex"
son dos automóviles que circulan con las mismas características y
numeración, las que han sido conseguidas robándolas de la guantera
de cualquier automóvil o comprando coches destrozados o incendiados
como chatarra). Desnos sabía que Julito no lo iba a llevar a ningún
"taller", y también sabía que prefería agarrar 300 "lucardas" de un
golpe en vez de las 70 que pagaban los "grandes". Sintió lástima por
ese muchachito infatuado al que, no sabía por qué, había comenzado a
estimar.
COMPUTADORAS CONTRA LADRONES "El comisario Rojas
no va a estar muy contento —piensa—. Nada que hacer. Pescado chico.
Hace 30 años robar un auto era lo mismo que tratar de llevarse un
Boeing de Ezeiza. Hace veinte ya levantaban uno cada diez días.
Ahora, uno cada 4 horas. Menos que en Francia, donde se roban uno
cada tres cuarto de hora. Los 'fiocas' franchutes cambiaron de
oficio y en vez de levantar minas levantan coches. Lógico; rinde más
un coche, aunque sea viejo, que una mina, aunque sea nueva. ¿Cuántos
somos en sustracción? Vamos a ver: el "comi" Rojas, 2 sub, los
oficiales (que somos 19), los 37 suboficiales y agentes y las nueve
sub, mujeres, que escriben los papelitos...; no alcanza para nada,
aunque nos den cursitos de capacitación para descubrir los numeritos
del motor estampados de nuevo. Las compañías de seguros pierden casi
mil millones por año..." Recuerda la conversación que sostuvo con el
doctor Emilio Precedo, presidente de la comisión Pro-Recuperación de
Automóviles Robados, dependiente del Instituto Nacional de
Reaseguros: "Los perjudicados somos nosotros, oficial. Estamos
perdiendo el 80 por ciento de cada unidad robada. Hay que hacer
algo". Y Precedo lo hizo: pidió computadoras electrónicas y la ayuda
de la Comisión Nacional de Energía Atómica. "Cuando me lo contaron
casi me muero — piensa Desnos—. Creí que querían tirarle una bombita
atómica a cada chorro, pero era para usar el Panar (sistema de
computación que registra no sólo los coches robados con todas sus
características sino hasta la forma en que fue robado), y Precedo
déle decirme su tesis de que es una sola gran banda con todos los
adelantos técnicos que tienen ellos...; hasta me dijo que no le
sorprendería que se consiguiesen ellos también las computadoras. Les
inventás una y te contestan con otra."
CELULAS, GITANOS Y
MELLIZOS "Están organizados en células — monologó Desnos—, como
los terroristas políticos. Se conocen nada más que entre dos o tres.
Los encargues vienen por teléfono. El pescado grande siempre está
escondido detrás de una tapia de aire. Tira sus 70 migas en la
pecera para que los pescaditos vayan viviendo... aunque algunos
'levantan' hasta tres por día, lo que hace . . . siete por tres
veintiuno, doscientos diez mil diarios. No puede ser que ganen seis
millones por mes, cuentos de las computadoras, pero que un
'levantador' se traga medio millón mensuales, me dejo cortar la
cabeza . . ." Después de otro relámpago ancho y sin ruidos
comenzó a gotear. Miró a los otros tres con los que había esperado
que llegara Katzman (Roberto Oscar Soto, el "gayego" Raúl Allo Posse
y Pedro Osvaldo Chinni) y dijo: "Entremos que nos hacemos sopa".
Había que esperar que llegara Jorge Borges, que no era precisamente
el poeta, sino Jorge Héctor Oscar Borges, un pibe de 21 años que
corrió con el fierro contra el piso el Gran Premio Turismo de
Carretera con un coche robado. "No se van a resistir —pensó Desnos—.
Nunca llevan un arma. No sé para qué mandaron otros tres. Yo solo me
los llevaba a todos." Miró a Posse y su cara le hizo acordarse del
jefe de los gitanos 'levantadores' de autos. Mario Castillo se
llamaba, e iba siempre pegado a una inmensa nariz. Quizá por eso le
habían puesto "El Oreja", para disimular. Desnos se hizo asesorar
por "El Poeta" Alfredo Goethe, preso por su empecinamiento en
trabajar solo. "No sé qué relación puede haber entre los ladrones de
autos y los escritores —pensó Desnos—, pero que la hay, la hay.
Borges, Goethe ..., lo único que falta es que agarre a un Faulkner
levantando un coche. Esos apellidos tienen propensión a salir en los
diarios." Se disfrazó de gitano y se infiltró en la tribu que
ocupaba un inmenso campo cerca de Wilde. Pero ellos no "trabajaban"
allí. Mandaban grupos de levantadores al norte del país. Desnos se
"enchufó" en uno de esos grupos y cierta vez, en Santa Fe, la
policía lo metió preso por vagancia junto con otros tres. "Ahora
—siguió Desnos dándole a la matraca de su cerebro—, cuando le pidan
los documentos del coche a Julito, no sé la cara que va a poner...
Me dijo que no era un afano para los 'grandes', que él siempre
trabaja solo. Lo levantaba y se lo daba a uno de éstos por 300
palos, como hizo con Borges. Si fuera para los 'capos' ya estaría
patentado en una de las municipalidades de las provincias. En Cruz
del Eje, allá en Córdoba, donde son todos bacanes..., 30.000
cordobeses y 30.000 coches registrados, aunque, además de coche, por
lo menos 25.000 tienen un burrito. Lo que pasa es que los capitostes
te falsifican cualquier documento ... Si hasta tienen imprentas,
sellos municipales del año que les pidan o de escribanos que nunca
nacieron, y hasta sellos nacionales para patentar coches de otros
años. Y después quieren que nosotros con sesenta tipos, nueve
mujeres y un ordenanza podamos pararlos a ellos, que deben ser cinco
mil y que hasta deben tener computadoras de bolsillo"; y Desnos
sonrió ante su último pensamiento. "Y encima la policía cuando
agarra a cuatro, resulta que una quinta parte, yo, es de ellos. Sí,
me agarraron a mí, pero lo dejaron escapar al 'Horacito', que se
disfrazó de su hermano y se les fue por debajo de la barba". (Se
llamaba Luis Horacio Tust Leguizamón. Lo metieron preso en Rosario
secuestrándole vehículos robados por valor de 70 millones de pesos.
Tenía que salir de la cárcel para solucionar un problema y, claro,
como tenía unas rejas de por medio, no podía hacerlo. Llegó el
hermano mellizo con una remera azul y oro que parecía la camiseta de
Boca Juniors. Cuando Luis Horacio salió con la remera auriazul de su
hermano, la policía creyó que el que salía era el que había
entrado.)
EL "FUNEBRERO" DOMIZI Desnos se prepara para ver
cómo los tres oficiales van a detener a Julito y a los otros
"runflas" y sigue machacando sus pensamientos. Se ve ahora dentro de
un furgón fúnebre cuyo dueño era Alfredo Domizi (El Funebrero), de
Beccar. En lugar de un cadáver "acompañan" una radio trasmisora.
Desde allí indican a la "central" en la calle Mosconi el sitio del
coche elegido. Cuatro "levantadores" hacen los trabajos. Había seis
personas más en la organización. Les iba todo a las mil maravillas
juntando millones "hasta que caí yo y les arruiné el pastel. Igual
que voy a hacer con éstos, aunque yo también me voy a tener que
pasar una noche en el calabozo con ellos". "Borges ya no viene.
Se la debe haber olido", pensó Desnos y volteó su vaso de cerveza,
que era la señal para que sus colegas detuviesen a Katzman y los
otros. Pero los otros se tomaron su tiempo. Tenían una botella de
cerveza recién pedida y, total, qué apuro había ... "Claro, pensó
Desnos, la solución no puede ser manotear mosquitos. Habría que
agarrar a las arañas..., o traer rápido el invento del franchute (un
ingeniero francés ha inventado un aparato electrónico numerado del
cero al nueve, como la combinación de una caja fuerte. Si usted no
sabe la combinación, cuando pone en marcha el coche suena una
sirena, se traban los frenos, se corta el paso de la nafta, se
"ahoga" el motor) o, por lo menos, llevar el Registro de Propiedad
del Automotor a todo el país (por ahora funciona solamente en la
Capital, el Gran Buenos Aires, Formosa y Neuquén. Cada propietario
tendrá su título y, para cada trasferencia, el dueño deberá ser
previamente individualizado. Algo así como el Registro de Propiedad
de los Inmuebles)".
DOS ESPEJOS Finalmente los tres
oficiales de civil se levantaron y se acercaron a Desnos. El oficial
Molinas le preguntó a Julito: "¿Es suyo aquel coche?" y se lo mostró
por la ventana. "No te ensartés —pensó Desnos—, decí que no..., que
lo agarraste para pasear un rato ... Te van a pedir documentos, y no
tenés." "Sí" dijo Julito. "Te mataste", pensó Desnos.
"¿Documentos?", pidió Molinas. Y Julito los sacó. Estaban todos en
orden, patentados en Cruz del Eje. Molinas miró a Desnos,
sorprendido. ¿Y ahora qué? Desnos miró los ojos de Julito, pero fue
como mirarse en un espejo azul. Entonces se identificó, porque no
era cuestión de dejarlo irse después de tanto trabajo: "Soy el
oficial Desnos —dijo—; él acaba de robar ese coche. Yo mismo le di
el portafolio". Entonces le tocó el turno a Julito de contemplarse,
con las dos gotitas azules de sus ojos, en el espejo negro de la
mirada de Desnos, pero la nieve donde estaban incrustadas las dos
gotas de mar de los ojos de Julito pareció empezar a derretirse.
Estaba llorando, y le hubiera sido muy difícil a él mismo averiguar
si lloraba la traición de su amigo o la suya propia.
Revista
Siete Días Ilustrados 26.12.1967
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"Estos trabajan por su cuenta",
pensó el oficial Desnos mientras esperaba en la cuerda
floja el instante de desenmascarar a los delincuentes.
¿Qué pasaría?
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