Pocos tienen confianza en este optimismo radical.
Cuando el viernes 3 de marzo el radicalismo de La Plata proclamó al
Chino Balbín para seguir timoneando al partido se habían encendido
los fuegos de la división. Desde el corazón de la campiña bonaerense
se alzó la voz de los partidarios de Alfonsín: "Queremos sangre
nueva", clamaron retóricamente sus seguidores. "Demagogia barata",
replicaron los balbinistas. Más allá de estas palabras quedaban
embozadas en una u otra posición las verdaderas contradicciones.
Balbín y Alfonsín disputan sobre los límites del Gran Acuerdo
Nacional. Mientras Balbín juega sus cartas a la posibilidad de
que fecunde ese trato con tres socios eventuales (los militares, él
mismo y Perón), Alfonsín desconfía del futuro político de un partido
que asuma compromisos demasiado estridentes con una solución
continuista. Alfonsín fue decidido a batirse por sus aliados de
izquierda, menos trascendentes que sus punteros para los comicios,
pero más decididos para otear la dirección del viento político.
Balbín tuvo que dar la batalla que no quería, contra el adversario
que tampoco buscaba, su ex delfín. Apareció poco, solamente cuando
lo proclamaron en Avellaneda y en reuniones de amigos. El cacique de
Chascomús, en cambio, mostró la cara por todos los puntos del país
radical bonaerense, el pilar básico de la UCR. El gusto que
manifestaba Balbín en medio de sus conmilitones de La Hora del
Pueblo sirvió a los alfonsinistas para descerrajar a Balbín los
calificativos de "pactista" y "furgón de cola". El candidato número
1 de la lista 5 se defendió: "No entraremos en ninguna combinación
política". Indirectamente, además, Balbín reprochó a su ex discípulo
olvidarse de "lo que ayer había acompañado". Era cierto, en
parte, porque el alfonsinismo es un frente difuso donde la
intransigencia al estilo del radicalismo cordobés frente a La Hora
del Pueblo es una posición no compartida por todos y, entre éstos,
asumida por muchos a última hora. Fueron 123.650 afiliados los
convocados para definir la opción, pero fue apenas un poco más del
50 por ciento el que se hizo presente en la elección. Abiertas las
urnas, 42 mil correligionarios prefirieron a Balbín y 27 mil
cambiaron por Alfonsín. El ahora ex presidente del Comité Provincia
había logrado su objetivo: logró trepar al Comité Nacional por
sus medios, ubicó 8 de sus partidarios en el Comité Provincia (los
balbinistas llevan 16), y sobre todo ganó la independencia política
que le permite ahora tejer alianzas políticas con los cordobeses.
Las victorias en Saladillo y Avellaneda, amén de la lógica en
Chascomús, fueron las más celebradas por la oposición. El balbinismo
se contentó, en definitiva, con lo hecho. Don Ricardo será
nuevamente presidente del Comité Nacional, aunque ahora tendrá
frente a sí a un fiscal ansioso de fortalecerse.
UNA
CELEBRACION AUSTERA. En la vieja casona del 800 de la calle 49 en La
Plata, los años parecen no haber pasado. Como en cada opción
comicial interna, Ricardo Balbín se acollaró en compañía de
familiares y unos pocos amigos políticos. Se explicaba: la mayoría
cubría las estratégicas posiciones de las secciones electorales. Don
Ricardo, como siempre. Sin gestos extraños a esta actitud casi
fatalista que lo define. Mientras Marcos Diskin, de Panorama, se
constituía en el único periodista que dialogaba con el viejo
caudillo en la noche de su victoria, algunas chicas y muchachos
radicales monopolizaban el teléfono en búsqueda de cómputos y
copaban, joviales y rumorosos, la sala de la casa. Se negó como en
toda la campaña a señalar vencedores y vencidos. "Este espectáculo
que ha dado el radicalismo —sentenció con su voz ya un poco
desteñida— está demostrando en los hechos el deseo de participación
del pueblo. Hemos aportado un elemento valioso a da integración del
país." —¿Cómo se presenta la situación partidaria luego del
comicio? —Ha consolidado el proceso de institucionalización del
país. Ha robustecido la fe que necesita la República y ha permitido
a un gran sector de jóvenes ejercitar su derecho al voto. —¿Los
resultados suponen alguna definición frente a compromisos que han
sido solicitados al radicalismo por otras fuerzas políticas? —Por
ahora se trata solamente de da elección de la provincia de Buenos
Aires. Recién la suma de los resultados dará la pauta de la posición
partidaria. Nos quedaremos en La Hora del Pueblo, reiterando que es
una herramienta al servicio de la consolidación institucional con la
que hemos abierto gran parte del camino. No hemos de tomar ningún
otro compromiso político hasta que lo decidan el comité nacional y
la convención del partido. —¿Cuál estima entonces que será la
política que perfilarán ambos organismos? —La imagen futura del
radicalismo será esencialmente la que le dio contenido,
trascendencia e historia, que, actualizada en el tiempo no sólo en
virtud de nuestro país sino también de nuestra América latina
seguirá siendo la causa puesta al servicio de las más consolidadas
formas de la democracia con agudo contenido social. —¿Será en
definitiva la Convención la que determine la permanencia en La Hora?
—Si es necesario hacerlo, así se hará. La Hora es el resguardo del
proceso institucionalizador. Su existencia, reitero, no desvirtúa en
absoluto da personalidad de la UCR. —¿Y cómo mira la propuesta de
Perón de constituir el Frente Cívico? —Está dicho ya: la posición
del partido ha de darla la Convención en todos los aspectos
vinculados al proceso electoral y a la definición y respuesta a
todos los problemas que tiene el país. —¿No le parece que
comienza a ser hora de dar nombres? —Esos nombres serán dados de
acuerdo a lo que determina la Carta Orgánica del partido. Y allí
dice que el programa y los candidatos deberán ser, exclusivamente,
radicales. —¿Y su opinión personal? —Creo tener algo radical.
Mi punto de vista personal ha sido siempre el del partido. Así que
estoy con lo que dice la Carta Orgánica. —¿Qué significa esta
victoria para usted? —Vigoriza mi confianza en el destino futuro
del país. Pienso que el pueblo será consultado y se respetarán los
resultados de la consulta. No hay otra posibilidad argentina de
construir en paz. —¿Se respetarán en cualquier instancia? —Ese
es mi pensamiento. Se respetará cualquier resultado. No hay otra
alternativa. Ni tampoco se puede admitir otra cosa si hemos de jugar
limpio a la democracia. Aquí el caudillo calló. Apenas una leve
sonrisa le cortaba la cara. Atendió a las efusiones de los allegados
y adictos, estrechó la mano al periodista de Panorama y dijo: "Me
voy a dormir. Mañana comienza una larga vigilia". + PANORAMA,
MAYO 11, 1972 _______________________
Julián Sancerni Giménez: También los
políticos saben mandar Allá donde Palermo se
torna gris, con casas bajas y almacenes, lejos del verdor de los
jardines que se pierden en los cuarteles y corralones, vive Julián
Sancerni Giménez. Don Julián es vecino de la calle Bonpland al 2300
desde su infancia; conoce a los hombres y a las mujeres del barrio
como a los adoquines de las calles que recorrió sin apuro, sabe
quién es rico y quién es pobre, sabe quién es radical y quién es
peronista.
Contiguo al zaguán tiene su escritorio repleto de papeles; se
advierten fotografías de veteranos esplendores radicales y una de
ellas dice: "Los muertos mandan". Se trata de la cabeza de Hipólito
Yrigoyen en el ataúd. En la calle, los chicos juegan a la pelota y
de vez en cuando pegan saltos para mirar a don Julián a través de la
ventana sin cortinas. A él no lo molestan porque habla y oye lo que
dice, con esa voz grave, rotunda; tampoco parece molestarle que
suene el teléfono azul y blanco, que entren y salgan las mucamas. El
jueves 4, don Julián conversó más de dos horas con Panorama;
interesaba conocer su opinión sobre "la interna" del radicalismo,
realizada el domingo 7, y también sobre la marcha del proceso
político, los militares, Alejandro Lanusse y Juan Perón. Como la
lista de temas era amplia, fue él quien preguntó: —¿Por dónde
empezamos? —Por los radicales, si le parece. ¿Gana Balbín o
Alfonsín? —Yo creo que gana Balbín. Pero entre Balbín y Alfonsín
no hay diferencias de fondo. Alfonsín ofrece a los sectores jóvenes
del partido una alternativa saludable, pero que Balbín no hable de
los problemas de fondo no quiere decir que los olvide; sencillamente
espera que se constituyan los organismos partidarios. No hay
evasión; hay respeto por la opinión de sus correligionarios. —Hay
quienes dicen que Alfonsín podría llegar a plantear la escisión en
el radicalismo, así como hace años la planteó Arturo Frondizi.
¿Puede ser? —No lo creo. A Frondizi se le planteó una oportunidad
muy especial y la aprovechó, pero él no dividió al partido, porque
si lo hubiese dividido hoy tendría apoyo de radicales. El hizo el
negocio con Perón. Alfonsín no puede estar en eso. —¿Frondizi
puede volver a ser radical? —Alguna vez se lo propusieron, pero
no quiso. El sabrá lo que hace. —Usted dice que Frondizi hizo el
negocio con Perón; ¿acaso ese negocio podrían hacerlo Balbín,
Alfonsín o el mismo partido Radical? —Ante todo no hay negocio
posible con Perón. Los radicales queremos que si los peronistas
ganan las elecciones se les entregue el poder, porque la vida
política civilizada exige que no se hagan trampas. Ahora, si el
radicalismo y el peronismo pueden llegar a un entendimiento mínimo
para el cogobierno, eso lo tendrán que decidir las convenciones
partidarias por encima de lo que quieren los dirigentes. En
síntesis, la mayoría del radicalismo decidirá si hay acuerdo para
trabajar con el peronismo. —¿Y qué es entonces La Hora del
Pueblo? —Bueno, ahí está el ejemplo. ¿O usted cree que Perón no
sabe que La Hora del Pueblo fue el primer paso para la
institucionalización del peronismo? Más que eso: Perón sabe que los
radicales le dimos al peronismo el escalón para que los militares lo
mirasen con otros ojos. Después de todo, como es inteligente, Perón
sabe por dónde hay que caminar. Lo que sucede es que a Perón se lo
trata como a un rey o como a un leproso. Y no es ni una cosa ni
otra. Hay que andar con mucha delicadeza con Perón. —¿Y usted
sabría tratarlo? —Vea, Perón vivía en esta parroquia. ¿Ve ahí en
esa casa de enfrente? Allí vivió Aurelia Tizón, la 'Potota', que fue
su primera mujer. Una chica extraordinaria. Fue compañera de colegio
y tengo varias fotos de ella. Me acuerdo cuando se casó Perón con la
Potota. Eran tan coquetones que se quitaron años. Daban vueltas por
aquí cerca, por Zapata, por Godoy Cruz. Eran de familias radicales
de Palermo, y usted sabe que yo en eso no me equivoco. —¿Qué
haría con Perón? —Lo único que se puede hacer: hablar en el
idioma que él entiende, porque es un político. Él también es
militar, pero el partido militar es endeble y habla otro idioma.
Rojas Silveyra, por ejemplo, no conoce el idioma de Perón. Entonces
todo gira en un círculo vicioso y terminan hablando de perros y
manzanas. Fíjese que las cosas están para cambiar rápido. —¿Y eso
no lo sabe el gobierno? —Hay generales ilustrados y personas que
conocen bien el libreto. Pero a mí no me han llamado para que les
diga cómo se hace el diálogo. —¿Quién puede ser el hombre?
—Hay varios hombres. Civiles y militares. No quiero decirlo, no me
haga decir cosas que no quiero. Yo no puedo enseñar política. Yo
hago política y entiendo que hay que dejar cancha a los que saben.
Hay que dejarse de embromar. —¿Perón puede ser candidato?
—Como poder, puede. La cuestión es saber si quiere. Pero en esa
cuestión hay que dejarlo tranquilo. Hay peronistas que les hacen el
juego a sus enemigos. ¿O acaso los enemigos del peronismo no están
deseando que Perón se proclame candidato? —¿Puede ganar el
peronismo. las elecciones? —En la provincia de Buenos Aires puede
ganarnos, pero en la Capital ganamos nosotros. En las provincias
ganarán y perderán, pero allí donde ganen hay que entregarles el
poder y ya nos pondremos de acuerdo. —¿De qué manera? —Hay
muchas maneras, mi amigo. Compartiendo el gobierno, con un gabinete
de coalición. Pero el primer paso es la elección limpia. Así
llegaremos al plano que alcanzó la República con Yrigoyen y Alvear;
éramos los primeros de América, no había cordillera de los Andes y
Brasil estaba lejos. No se olvide que hay que mirar otra vez hacia
el Pacífico, porque allí tenemos aliados. —¿Y el fantasma de la
izquierda? —No hay fantasmas. Con la izquierda hay que hablar. A
la izquierda hay que respetarla y lograr que se institucionalice
como el peronismo. No se puede gobernar con la luz apagada. —¿Y
la guerrilla? —No tengo experiencia sobre guerrilleros. Durante
los gobiernos radicales no hubo guerrilla. Creo que es cuestión de
conversar con algunos muchachos, pero ya le digo que no tengo
experiencia. —¿Qué piensa de Agustín Tosco? —Que es un buen
dirigente y que no hay razón para tenerlo preso. Este gobierno, el
de Lanusse, tuvo aciertos inconmensurables. Uno: le entregó a Perón
el cadáver de Evita y se acabó esa porquería de tenerlo escondido:
Otro: reconoció a los partidos políticos y a La Hora del Pueblo, que
son los pilares de la salida normalizadora. Un tercer acierto podría
ser la liberación de Tosco. —¿Cómo lo ve a Lanusse? —Mire:
Lanusse no es "un libertador", porque eso fueron San Martín y
Bolívar, pero yo lo considero "un liberador". Antes se sospechó que
yo andaba patrocinando su candidatura, pero ni él pidió algo de eso
ni yo me ocupé del asunto. Lanusse puede tener la carta de triunfo,
pero eso no quiere decir que lo vea como candidato o como futuro
presidente constitucional. El cumplirá con el país si aquí hay
elecciones limpias y se entrega el poder al que gane. Los militares
no pueden seguir sentados en las bayonetas. —¿Aceptarían los
radicales un candidato militar? —Eso lo tendrá que decidir el
partido. Ahora, si el militar es radical, las cosas podrían caminar.
—¿Hay militares radicales? —¿Y cómo no puede haberlos? Los hay, y
muy ilustrados. —¿En actividad? —En actividad y retiro. —¿Y
por qué perdieron el poder en 1966? —Vea, ése es un tema muy
complicado. Lo dejamos para otra oportunidad. —¿Se hará la
reforma de la Constitución? —Es otro tema bravito. A mi juicio,
la solución estaría en dejar planteada la reforma para el futuro
Congreso. —¿Cuál fue su mayor satisfacción política? —Tengo
casi 70 años y estoy en el radicalismo desde 1919, siempre en la
parroquia 17. Lo dije en una asamblea: tengo todo porque no aspiro a
nada. ¿Mi mayor satisfacción? Haber sido presidente del comité de la
Capital en el 53. Pero vea, a mí me gusta la política, me gusta
hablar con la gente, es mi vida. —¿Qué les recomendaría a los
militares? —Dos cosas fundamentales: que den elecciones limpias y
respeten al que gane; después hay que integrar un gobierno de
coalición nacional. No se olvide que los argentinos somos
democráticos. El ejemplo que dan los brasileños no nos conviene.
Tenemos que volver a nuestro libreto. Jorge Lozano PANORAMA,
MAYO 11, 1972
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"Es como dijo don Hipólito: todo taller de forja
es como un mundo que se derrumba", se exaltó un veterano
radical platense en el crepúsculo del domingo 7 de mayo.
Un par de horas atrás había finalizado el enfrentamiento
electoral entre Ricardo Balbín y Raúl Alfonsín, y ya se
conocía la victoria del máximo 'boss' partidario. En ese
pensamiento de neta cepa yrigoyeniana resumía su
convicción: aunque por afuera el radicalismo parece
desarmarse, en realidad se consolida por dentro.
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