RETORNOS
El canto, para ser gigante
Dora Davis
En el departamento del Barrio Norte "aunque soy de Montserrat y me crié en Boedo", que habita Dora Davis, no refulgen, a simple vista, los testimonios de una trayectoria artística que en los años treinta la empinó a una popularidad excepcional. Pero, dentro de una señorial vitrina, un facón de plata y un diminuto micrófono de oro retrotraen al recuerdo de Azucena Maizani. Son objetos que pertenecieron a la Ñata Gaucha; el facón lo usaba cuando salía a los escenarios vestida de paisano. La rememoración introduce en una época bien delimitada, a partir de una advertencia de la orgullosa beneficiaría de esos regalos de la Maizani: "Para hablar de aquellos tiempos —dice—, tengamos en cuenta que Azucena era un capítulo aparte, mayúscula; después estábamos nosotras".
El "nosotras" la abarca en una lista que incluye a Mercedes Simone, Libertad Lamarque, Tania, Sofía Bozán y Ada Falcón. En tren evocativo, Dora Davis vuelve a ser la Dorita dicharachera de los buenos tiempos y recobra la imagen de ídolo familiar que ayer la aureoló. "Soy una enciclopedia" exclama graciosamente, y explicita: "Enciclopedia de aquellos días de la radio; me gustaría ser escritora para escribirla, no imaginan el anecdotario precioso que tengo en la memoria". A la vez, sin pretensión de disimular el paso de la curva de los sesenta, hace gala de una juventud increíble, aumentada por una noticia de rigurosa actualidad: en un mes estará en las disquerías su longplay ya grabado (no una antología de registros antiguos), que lanzará el sello Microfón.
Acaso la famosa cancionista no ubica ese anticipo en sus proporciones. Acaso le hará justicia y la rescatará para la posteridad, ya que, por desgracia, son escasísimas las grabaciones pretéritas de Dorita Davis: unas pocas placas de 78 r.p.m. para Odeón y Víctor, en algunas de las cuales la acompañó Roberto Firpo. "Yo llegué después del 30, cuando la radio estaba matando al disco y grabar no me fue una necesidad imperiosa", se justifica.
El longplay —con un conjunto dirigido por Osvaldo Requena, con el bandoneón de Leopoldo Federico y las guitarras de Ricardo Domínguez, Kelo Palacios, Norberto Pereyra y Domingo Láinez, entre otros instrumentistas— incluye seis tangos: Muchacho, Lo han visto con otra, Mi barrio reo, Pregonera, Quiero verte una vez más y Vida mía. El resto anda por el vals y la milonga: Tu olvido, Tu vieja ventana, Yo tan sólo 20 años tenía, Bien criolla y bien porteña, Puentecito de tu río, Milonga del aguatero. En esos predios preferidos, la ex estrella de las emisoras Prieto, Argentina, El Mundo y Belgrano ("unos 20 años de casi 10 meses de trabajo tupido cada uno", precisa) retoma su estilo con una voz "adulta, no descuidada en estas dos décadas de mutis". ¿Cuál era y es su estilo? Es posible contraponer su índole de soprano ligera a la de contralto de Mercedes Simone o la de tiple de Libertad Lamarque, pero la Davis prefiere precisar el distingo sin apelaciones técnicas: "Cada una tenía una personalidad propia, intransferible; de ahí que la rivalidad fuera relativa".

PERSONAJE DE LEYENDA. En perspectiva, no omite la influencia del repertorio de cada una en esa modalidad peculiar: Azucena y Mercedes hacían el tango fuerte, Tania era la musa de Discepolín, la Falcón capitalizaba a Canaro. Los tangos de Dorita fueron suaves y poéticos, no lunfardescos, con descripciones o historias en tercera persona. Por otra parte, el misterio de la radio la rodeó de un nimbo etéreo, que suscitó el delirio del público en las presentaciones personales. Comprobación curiosa, además de grabar poco, Dorita espació actuaciones en teatro (el Maipo, el Broadway, el Nacional), desdeñó el cine (a pesar de que asomó en Ídolos de la radio y El alma del bandoneón, en 1934/35) y nunca cruzó las fronteras. Esto último en estricto sentido artístico, en contraposición a la afición viajera que en los últimos tiempos la lleva a España como a Francia, a Brasil y la Unión Soviética como al norte argentino, a los Estados Unidos como a Italia.
'Aunque es chica, cuando canta / Dora Davis se agiganta', se lee en el álbum de recortes de esta diva con físico menudo. El versito lo adosó "Caras y Caretas", hace más de 30 años, a una caricatura dibujada por Valdivia; tal vez siga siendo válido, a juzgar por el adelanto —desde un grabador— de aislados fragmentos del longplay de su reaparición. "A lo mejor grabo otro, ¿quién se anima a decir lo contrario?", reflexiona. Y sigue, delicadamente lenguaraz, en las alternancias de pasado y presente. De la última admiración por Mercedes Sosa salta a la veneración por el desaparecido Ignacio Corsini: "No se imaginan el caballero que era; yo tenía 20 años cuando él, que estaba en un pedestal de gloria, me pidió una foto firmada y, naturalmente, me dejó muda". O recuerda que actuó en el Colón en 1934 y que en 1944, al lado de Iris Marga y de Eva Duarte ("un ángel, pobrecita, que se puso nerviosísima en esa emergencia"), participó de una primera emisión de televisión en circuito cerrado, preparada por el pionero Grinberg para una exposición aeronáutica. Y sigue, casi sin solución de continuidad, también así como el pájaro —la calandria— con que la parangonó Discepolín. Jorge Couselo
PANORAMA, SEPTIEMBRE 20, 1973

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