Los argentinos supieron desde temprano —ya el
carácter político de los días que jalonaron el acceso de Perón a la
primera magistratura lo fue poniendo en claro— que la pugna entre
tendencias signaría una buena parte de la marcha justicialista por
el sendero del gobierno. También se aseguró, cuando la posibilidad
de un viaje al exterior del presidente fue puesta en el tapete por
dos de sus colaboradores, que el país estaba en suspenso a la espera
que terminara "su trabajo la brigada de demolición antimontonera"
(ver Panorama, 352, pág. 4). La espera, por lo menos en parte,
parece haber sido satisfecha. Pero los sucesos de Córdoba desataron
una nueva realidad, producto de una acción que pudo provenir o no
del propio gobierno, pero que si resulta creación indudable del
propio oficialismo. Alrededor de este nuevo resultado, hay un
entorno político trasformado. El diálogo con la oposición verá,
seguramente, restringido su protocolo; el poder central soporta la
duda de alguno de sus aliados; sus relaciones con la izquierda se
han cancelado por tiempo indefinido, y pocos puntos de profunda
amistad pueden existir entre el gobierno y las Juventudes Políticas
Argentinas, cuyo acto de protesta en el Congreso, el jueves 28 por
la noche, fue prohibido e impedido por mano policial. A todo
esto, mientras el conflicto interno vuelve palmaria la arrolladora
primacía de los sectores ortodoxos —cuya filiación ideológica no
guarda ni el más somero parentesco con la izquierda—, la diplomacia
oficial se empeña en afianzar vínculos con las naciones socialistas,
en una aparente búsqueda de un equilibrio que la marcha de los
"acontecimientos nacionales parece empecinado en impedir. CORDOBA.
El enfrentamiento institucional entre el gobernador de Córdoba,
Ricardo Obregón Cano, y su jefe de policía, teniente coronel en
retiro Domingo Navarro, rebasó su carácter inicial en pocas horas,
dibujándose con nitidez primero su cariz político, e impregnándose
más tarde de los matices ideológicos que acompañan las controversias
internas del peronismo. Lo que había comenzado con una solicitud de
renuncia y seguido con una exoneración se trasformó, de esta manera,
en un golpe de Estado liso y llano, en el que no faltaron
prisioneros, tiros, ni sólido respaldo propagandístico. Para
algunos, el jefe de policía provincial desató el conflicto
incurriendo en una exageración o desviación interpretativa de las
instrucciones "depuradoras" que impartió en su momento el Poder
Ejecutivo. Para otros —mucho más suspicaces—, la acción del teniente
coronel Navarro fue premeditada en otros ámbitos. Se arguye, para
apoyar esta tesis, que a esas horas se realizaba en Córdoba el
plenario normalizador de la CGT regional; que estaban presentes en
la ciudad importantes representantes sindicales de la CGT central, y
que hasta el titular de la cartera de Trabajo, Ricardo Otero, estaba
allí. Pero hay quien lleva más lejos sus sospechas, entreviendo
que la semilla de los hechos fue sembrada por labradores más
distantes: afirman, por ejemplo, que Navarro visitó la residencia
presidencial de Olivos pocos días antes de los sucesos, y que el
jefe de la Casa Militar del presidente, coronel Carlos Alberto
Corral, también habría estado en Córdoba no hace mucho tiempo.
Los comentarios no tienen sólido asidero: sólo se basan, en
principio, en una serie de coincidencias de la vida castrense.
Corral y Navarro son oficiales de infantería y compañeros de
promoción; ambos recibieron el sable de subteniente en 1946. Dos
años atrás, Navarro revistó como oficial de inteligencia en el
Comando del Tercer Cuerpo de Ejército. Más tarde, el entonces
gobernador, almirante Helvio Guozden, lo designó jefe de policía.
Cuando Obregón Cano asumió la gobernación, dejó a Navarro en su
puesto; se sabe que fue en esos días cuando algunos de los asesores
inmediatos del comandante general del Ejército, teniente general
Jorge Raúl Carcagno, indicaron que ese jefe debía pasar a retiro,
por cuanto no podía ser bien visto que un militar en actividad
ocupara un cargo político. Carcagno no habría seguido el consejo,
pero el mismo Navarro solicitó su pase a retiro en diciembre de
1973. La conexión entre Corral y Navarro es lo que habría dado
pie, también, a otras conjeturas: las que se arriesgan al adivinar
alguna conexión entre los sucesos de Córdoba y el eventual nuevo
grupo de poder incluido dentro del aparato gubernamental que
contaría, como último y más importante engranaje, al actual
secretario de Gobierno, coronel Vicente Damasco, y del cual
formarían parte el mismo Corral, el coronel Jorge Felipe Sosa Molina
(jefe de Granaderos), el coronel César Díaz (jefe de Policía de la
provincia de Buenos Aires), el coronel Carlos Alberto Ramírez (jefe
de Seguridad e Inteligencia de la Presidencia) y el edecán
presidencial, teniente coronel Alfredo Mario Díaz. Historias
aparte, el quieto horizonte castrense corría también el riesgo de
ser rozado por el acontecer cordobés. Para algunos jefes militares,
la presencia del general de brigada Ernesto Della Crocce —con cargo
divisionario, comandante del Tercer Cuerpo de Ejército—, en el
juramento como gobernador provisional del presidente de la Cámara de
Diputados, Mario Agodino, fue un acto imprudente, porque en ese
momento —dicen— "las cosas no estaban ni claras ni definidas".
Existe, además, expectativa en los cuadros porque si la Policía
provincial prosigue alejada temerariamente de sus funciones
normales, la Gendarmería Nacional, encargada ahora de la custodia de
ciertos centros estratégicos, como la refinería de YPF en Córdoba,
debería hacerse cargo de la vigilancia; y tropas militares ocupar su
lugar. ¡Y sobre la participación en un proceso político tan
ajetreado existen cautelas.
UN DIALOGO PERTURBADO. El viernes
1°, Ricardo Balbín solicitó al secretario general de la Presidencia,
Vicente Solano Lima, una entrevista con el caudillo justicialista.
Lima consultó la posibilidad a la residencia de Olivos; y desde allí
le habrían informado que debería ser la reunión el lunes 4, porque
el primer mandatario estaba "muy ocupado ese fin de semana". Así se
lo comunicaron a Balbín. Pero, en la tarde del sábado 2, el jefe
radical recibió una invitación directa de Perón. A esas horas,
ciertos dirigentes del Comité Nacional de la UCR consideraban
peligrosa la entrevista: el primer mensaje del Poder Ejecutivo
solicitando la intervención de Córdoba ya había sido cursado, y los
radicales —muy desconcertados por su estilo— lo estaban aún más por
el hecho de su envío sin amago de consulta. El resultado de la
entrevista fue el desacuerdo; y éste se tradujo más tarde en las
sesiones del Senado. A la intervención pura y simple, el radicalismo
opuso el proyecto de decretarla para reponer a los gobernantes
depuestos. Pero no fue el desacuerdo lo que hizo crecer las
sospechas de la conducción radical. Por de pronto, se atribuyó la
demora del primer momento a "interferencias obstaculizadoras";
luego, la rápida circulación de un comunicado de prensa —que no fue
cursado por la agencia oficial Télam—, pocos minutos después de la
reunión, y de cuyo texto podía desprenderse que entre el presidente
y el jefe radical existía acuerdo sobre la intervención, colmó el
enojo. Para muchos, había existido una audaz tentativa de
"embolsamiento". Algunos observadores se extrañaron del accionar un
tanto apresurado de Balbín, sobre todo después que a través de unas
declaraciones a un matutino platense, días pasados, había advertido
la existencia de una "línea del gobierno que dificulta la marcha del
proceso"; y porque se sabía que a través de esa elipsis, el jefe
radical se había quejado veladamente de algunos movimientos
políticos del titular de Bienestar Social, José López Rega. Por
otra parte, también se supo que Balbín se reuniría con el presidente
rumano, Nicolai Ceausescu, por expresa solicitud de la delegación
diplomática de Bucarest en Buenos Aires; el jefe radical también
usaba, en la medida de sus posibilidades, de la maniobra exterior.
Por fin, el martes 6, la Juventud Peronista delimitó una vez más su
postura ante los acontecimientos: para ese sector peronista, los
sucesos de Córdoba eran un "golpe de la burocracia". Sobre el
frustrado acto juvenil del viernes 1°, sólo formulaban un
interrogante: "¿Qué pasa, general?". Fernando Lascano
_____________________________ El Cordobazo de los
Ortodoxos En la madrugada del lunes pasado, cinco
estruendos de bombas hicieron temblar los vidrios de la ciudad de
Córdoba. Quienes esperaban que los acontecimientos entraran en una
faz definitiva, dudaron de sus cálculos y temieron que la seria
crisis planteada a partir de la destitución del gobernador Obregón
Cano por parte del teniente coronel Antonio Domingo Navarro, jefe de
la policía local, no encontrara su normalización. Durante cinco
días, por lo menos, Córdoba se convirtió en una ciudad prohibida, a
la que fustigó tanto la ansiedad política como el desazón y
desconcierto civil. En esas jornadas que empezaron el miércoles 27
de febrero con el levantamiento del jefe de policía local, teniente
coronel en retiro Antonio Domingo Navarro, contra el gobernador
Ricardo Obregón Cano, y que culminaron el lunes último con las
discusiones sobre la intervención federal, Córdoba reprodujo, con
bastante proximidad, el cuadro de una plaza tomada en las primeras
escaramuzas de una guerra incierta y de curiosas características.
Desabastecida en los rubros habituales de consumo —aunque no
desprovista de un turismo anonadado—, cerrados sus bancos y casi la
totalidad de los comercios, se hizo corriente el regateo obsesivo
por mercaderías de primera necesidad; aparecieron las colas de
automóviles frente a los surtidores de nafta y, naturalmente, los
inevitables y sigilosos especuladores. La falta total de cigarrillos
y el menú monótono que ofrecieron los hoteles céntricos y los pocos
restaurantes que permanecieron abiertos, redondearon el clima de
ansiedad. Con cien pesos viejos podían conseguirse, en algunos
quioscos de Nueva Córdoba —uno de los barrios elegantes de la
ciudad— tres cigarrillos como si se tratara de objetos preciosos.
Otra variante, puesta en práctica por fumadores empedernidos,
consistió en viajar" a la próxima localidad de Villa Carlos Paz,
donde el stock de tabaco colmó la avidez de los turistas hasta el
domingo pasado. Pero a la escasez, cuya presencia justifica desde
ya cualquier estado de zozobra, se sumó la angustia nocturna por los
enfrentamientos armados. Disparos de ametralladoras, fusiles y
pistolas anunciaban la noche de Córdoba mientras en la Casa de
Gobierno, en el Departamento de Policía y en las sedes gremiales se
trataba de manejar una crisis cuyos extremos parecían a veces
chocarse peligrosamente. En medio de un confuso aquelarre de
aullidos de sirenas y explosiones de considerable alcance, nadie
podía, sin embargo, visualizar a las víctimas: ¿Había
francotiradores en los edificios próximos a la plaza San Martín,
sede de la policía local y cuartel de Navarro? ¿Cuántos eran los
caídos y dónde estaban? Los hospitales no registraban nóminas de
heridos, a excepción de las dos muertes de la noche del jueves,
víctimas sí, del primer enfrentamiento entre hombres de la policía y
desconocidos fuertemente pertrechados. Ellas habían sido una mujer
de 24 años y un cabo en servicio de patrulla. Los días que siguieron
vieron aumentar los tiroteos y los atentados nocturnos, pero no el
número de caídos. Alguien escondía los muertos o fracasaba la
puntería. La peculiaridad de la situación, en su faz bélica,
concuerda con la confusa trama en el plano político. En tanto juraba
su cargo de gobernador el vicepresidente de la Cámara de Diputados
provincial, Mario Dante Agodino, Obregón Cano se negaba a reconocer
la situación de hecho en su improvisada prisión del Comando
Radioeléctrico. Al parecer, no sólo tenía razones institucionales
para permanecer en su investidura: Agodino, en una visita efectuada
el jueves por la tarde a las dependencias del Comando, donde Obregón
Cano y 75 personas de la gobernación estaban detenidos, había
prometido reponer al gobernador defenestrado entendiendo que su paso
por el gobierno era meramente transitorio. En un primer momento,
todos los esfuerzos parecían tender hacia el restablecimiento
constitucional a fin de evitar la medida intervencionista, y Agodino
debió ensayar una táctica diversa, acaso precipitada: la de pedirle
a Obregón Cano y al vicegobernador Atilio López la renuncia que
zanjaría el conflicto institucional. No estaba en el temperamento de
los cautivos virar sus posiciones y la presunta entente marcó los
primeros ripios en el seno mismo de la crisis.
CONFUSION. De
acuerdo a versiones cordobesas, Agodino sería medio pariente de
Obregón Cano y, fuera de toda duda, un gran amigo del gobernador
caído. Esas mismas versiones aseguraban que la relación afectiva
pesaba en los juicios del nuevo mandatario tanto como las razones
políticas. El hecho de que dijera a los periodistas que Obregón Cano
y Atilio López podrían, una vez recuperada la libertad, volver a
ocupar sus puestos de gobernador y vice, parecería confirmar tales
sospecháis parentales. Pero, además, sirvieron esas declaraciones
para agitar las aguas en torno al conflicto. En principio, las 700
personas que vitoreaban a los gobernadores elegidos el 11 de marzo
de 1973, cuando fueron trasladados a la Delegación de la Policía
Federal —a pasos de la casa de Gobierno cordobesa—, incitaban a la
lucha directa a quienes, a su juicio, debían tomar la primera
magistratura avanzando sobre el palacio gubernamental.
Simultáneamente, el juez federal Zamboni Ledesma dejaba en libertad
a Obregón Cano y López, el primero de los cuales intentó comunicarse
telefónicamente, sin suerte, con el ministro de Interior, Benito
Llambí. De acuerdo a la nueva situación, las autoridades federales
aclararon que el señor Obregón Cano "en su carácter de ciudadano y
por derecho propio, si lo deseaba, podía allegarse a la casa de
Gobierno y reclamar la gobernación, derecho que nadie le podría
negar". La desprendida actitud, acorde con la letra de la ley,
contrariaba sin embargo a la realidad. Tanto para las 62
Organizaciones ortodoxas como para el comando Unido Justicialista,
dos organizaciones declaradamente antiobregonistas, los hechos eran
irreversibles. Por otro lado, el teniente coronel Navarro había
emplazado un aparato de resistencia a cualquier tipo de reposición
que, hasta el momento, no recibía cuestionamientos ni críticas por
parte de organismos como la Mesa Redonda Peronista que orienta Julio
Antún, ni por parte del grupo directamente ligado al delegado
normalizador en el Justicialismo, Luis Longhi, centros de decisión
estos dos últimos que, con el correr de las horas, fueron
polarizando las fricciones dentro de la ortodoxia. El respaldo
que prestaban a Navarro los dirigentes de las 62 Organizaciones que
asumieron la dirección de la Regional de la CGT y, en general, las
agrupaciones nacionalistas ubicadas a la derecha, debilitaron la
posición del gobernador paralelo hasta el punto de plantear, sobre
el fin del viernes, la existencia compleja de tres poderes en
Córdoba: por su lado, Obregón Cano, en torno a quien se agrupaban
los sectores de la Tendencia y los gremios legalistas y combativos
liderados por los dirigentes Agustín Tosco y René Salamanca; por
otro, Julio Antún sosteniendo, a través de la Mesa Redonda, al
gobernador Agodino y, al fin, el propio Navarro, hombre fuerte de
esta historia, y sus policías.
LA INTERVENCION. Difícilmente
la historia registre casos donde los detonantes de una crisis
política —en el caso cordobés, Navarro y Agodino— se instalen en el
poder tendiendo las líneas de continuismo. Es por eso que la idea de
la intervención federal no debió ser, a juicio de observadores
próximos al delegado Longhi, una improvisación de última hora. La
propuesta del poder central al Congreso de la Nación con un informe
que caracteriza la situación cordobesa historiando la trayectoria
histórica de la provincia, coincide con la visita que el líder
radical Ricardo Balbín hace al presidente Perón en Olivos, en
demanda del respeto institucional. Al mismo tiempo, un día antes, el
ministro de gobierno de Mario Dante Agodino, José Alejandro
Mosquera, viajaba precipitadamente a Buenos Aires a los efectos de
sostener una reunión secreta con las cúpulas peronistas. Voceros
próximos a Mosquera aseguran en Córdoba que ese viaje tenía como
objeto tratar el tema de la intervención federal. Lo cierto, en
todo caso es que quien gobierne ahora la convulsionada provincia
deberá enfrentar problemas que afectarán, sin duda, el orden interno
de la conducción nacional. Las esperanzas esbozadas por sectores de
la izquierda sobre la probabilidad de un segundo cordobazo
constituyen una manifestación de deseo que puede o no concretarse,
pero que sí existe como un brote potencial. Esa visión del mundo,
radicalmente opuesta a los sectores oficiales que hoy se debaten en
Córdoba por reencontrar la seguridad institucional sin arriesgar el
poder político, actuará como elemento de desgaste frente a quien
asuma la difícil responsabilidad de gobernar. El domingo 3, reunido
en agitados cónclaves, integrantes de la Mesa Redonda barajaban
nombres de candidatos posibles. Entre ellos figuraron dos coroneles,
Corral, el primero, y De Rosas el segundo; un tercer nombre que
apareció para componer la terna fue el del mismo Navarro, jefe de la
policía. Para la gente de Jorge Antún, ningún civil sería
recomendable, puesto que "sólo un militar tendría aquí
representatividad y autoridad suficientes como para detener la mano
de los bolches". Un cuarto nombre nació en Buenos Aires con firmes
probabilidades de diluir la terna de la Mesa. Se trata del teniente
coronel en retiro Jorge Osinde, a quien se había requerido
anteriormente para cumplir una función diplomática. En tanto,
Córdoba esperaba la reapertura de los bancos, donde se almacenan
todavía los salarios de febrero. Dentro de algunas semanas se
cumplirá el quinto aniversario del cordobazo que marcó el principio
del fin del gobierno de Juan Carlos Onganía. Hace una semana, se
vieron las aguas del reflujo.
__________________________________
Arturo Illia: "El sedicioso Navarro" En la clínica de su
amigo personal y correligionario, Eugenio Conde, en Villa Carlos
Paz, el doctor Arturo Umberto Illia, ex presidente de la Nación y
actual figura consultada del radicalismo, habló con Panorama sobre
la situación política del distrito cordobés. "Suponiendo que haya
intervención —dijo—, la tarea que el interventor tendrá va a ser
seguramente difícil, ya que su gestión seguirá dependiendo del
gobierno central y aun de las cámaras legislativas que sin duda
funcionarán de modo autónomo". Sobre la crisis, expresó que hay en
ella fenómenos de curiosos contornos: "¿Cómo puede admitirse que en
el momento de la toma de juramento del gobernador Agodino, el
Tribunal Superior de Justicia admita la presencia del teniente
coronel Navarro? ¿No es acaso un sedicioso?". "Pienso, por otro
lado, que hubiera sido sumamente asombroso que los militares
hubieran abandonado los cuarteles para reponer a un gobernador
constitucional; esa actitud hubiera quebrado la regla dorada de los
militares argentinos, que sólo salen del cuartel para deponer
gobiernos. En verdad, perdieron esta vez la oportunidad de
establecer una excepción extraordinaria". "Córdoba —siguió
diciendo Illia—, es particularmente una provincia de carácter
autónomo. Véase, por ejemplo, la actitud del General Paz cuando
decide levantarse para reorganizar el país. Esa actitud, que puede
tener visos de excepcionalidad, no es casual, sino que obedece a
cierto sentido cordobés de la institucionalidad. En 1923 se
reforma la Constitución Provincial para afianzar la autonomía de los
municipios frente a la misma autoridad gubernamental; esta posición
confirma lo que decíamos. Por eso me parece arriesgado y simplista
encuadrar a Córdoba en una semblanza como la que se ha dado a
conocer hoy en los diarios, emanada del gobierno central, donde se
dice que los cordobeses son unos ultramontanos; esta provincia es
coherente. No digo que sea más coherente que otra, pero lo es, sin
duda." "Ante los hechos actuales se me ocurre que los
gobernadores argentinos tienen una visión demasiado personal de las
instituciones, y las instituciones son absolutamente impersonales,
no dependen de quien las maneje ni se prestan —porque no han sido
creadas para ello— a interpretaciones caprichosamente subjetivas.
"Nosotros, los radicales, fuera y dentro del gobierno, hemos
sostenido siempre que tenemos que vivir dentro de un orden jurídico,
que no significa abogar por la represión ni por el conformismo, sino
aplicar conscientemente el derecho. Los radicales creemos que la
aplicación del derecho es de por sí un acto revolucionario, cuando
se lo hace de forma dinámica, adaptándola a la realidad cuando es
necesario y no temiendo ser flexibles. La aplicación del derecho es
justamente la defensa más clara de las situaciones sociales y la
aplicación de la ley no puede estar sujeta a la voluntad personal de
un individuo".
Revista Panorama 07.03.1974
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