EL RETORNO DE LOS OPOSITORES
A solo un mes de la muerte de Perón, la lucha por la herencia del caudillo dentro del peronismo y la falta de una línea política clara en el Gobierno han vuelto a desatar las críticas duras de una oposición hasta ahora tolerante.

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EN circunstancias especiales, no siempre signadas por el peligro externo, los líderes carismáticos generan "espacios históricos" en los que pueden contar con adversarios pero no con oposición. Basta recordar a Franklin D. Roosevelt, que manejó casi autocráticamente a los Estados Unidos en el período posterior a la depresión económica y que consiguió atraer a importantes miembros del opositor Partido Republicano; a Churchill cuando dirigió a Gran Bretaña durante la Segunda Guerra Mundial o a De Gaulle durante el período final del problema argelino. El caso se repitió en la Argentina durante el último año: nadie ignora que Juan Domingo Perón careció durante su mandato de una real oposición. A su alrededor se nuclearon todos los sectores representativos de la clase media, desde el radicalismo hasta las Fuerzas Armadas, sin olvidar el aporte silencioso de la Iglesia Católica Así pudo contar con el apoyo de la clase obrera organizada —que siempre le fue leal— y hasta con la anuencia de las mismas fuerzas que lo depusieron en 1955.
Será labor del historiador futuro analizar si tal situación se debió a la crisis política que provocó el Gobierno militar surgido en 1966, o a la experiencia recogida por el mismo Perón 18 años antes El hecho es que alrededor de su tácito pacto de no agresión con Ricardo Balbín se polarizó también la clase media argentina, expresada en sus partidos políticos y en organizaciones de distinto tipo. En consecuencia, Perón careció de oposición si por tal se entiende la acción coherente de un sector político con capacidad y posibilidades —así sean algo remotas— de reemplazar al partido o grupo gobernante. Por cierto que en su última etapa política Perón tuvo enemigos serios, como la ultraizquierda, pero ellos no constituyeron en rigor una oposición, sino una subversión.

El peronismo por dentro
En cuanto a oposición propiamente dicha, el problema más grave que afrontó Perón fue el de su movimiento, carente de la necesaria cohesión y, en última instancia, no muy "verticalizado" en función de las instituciones partidarias. Perón era la fuente del peronismo y, consecuentemente, su desaparición pareció marcar el reinicio de la polémica interna. Más allá de sus intenciones patrióticas, era evidente que el radicalismo balbinista apoyaba a grandes rasgos la acción del Gobierno también en la creencia de que una previsible desaparición del líder justicialista conduciría a una fractura del movimiento y que eso podría ser capitalizado por la UCR en las elecciones de 1977.
Un par de meses atrás era posible pensar que la división del peronismo se profundizaría al día siguiente de morir Perón, entre la Tendencia Revolucionaria; el sector ortodoxo gubernamental encabezado por López Rega; el grupo ortodoxo político —cuya confluencia con el anterior se percibía en la persona de Duilio Brunello, vicepresidente del Partido Justicialista—; el sector sindical conducido por la Unión Obrera Metalúrgica y el sector cegetista encabezado entonces por el textil Adelino Romero.
El mes de agosto, en cambio, encuentra bastante modificada aquella situación, pues a la muerte de Perón siguió la de Adelino Romero, quien había sido reelegido —a poco del fallecimiento del Presidente — al frente de la CGT, pero tras una negociación desventajosa para los dirigentes alejados de las 62 Organizaciones. En el proceso de la elección de los miembros del Consejo Directivo de la central obrera pesó la ausencia de Perón, quien parecía dispuesto a bendecir la reelección de la antigua dirección. El chequeo realizado entre los 900 delegados presentes señalaba que así ocurriría. Sin embargo, la situación dio un espectacular vuelco: Lorenzo Miguel, titular de la UOM y jefe de las 62, "atacó" con una conferencia de prensa donde reclamó la dirección de la CGT para las 62 Organizaciones, las cuales —en su opinión— "son el organismo político del movimiento obrero argentino". A estas declaraciones siguieron las negociaciones con otros dirigentes "no comprometidos'' y la obtención del apoyo de la señora de Perón para imponer la lista triunfante, encabezada por un Romero sin la suficiente apoyatura propia dentro del Consejo. La inmediata muerte de Romero y el posterior ascenso a la secretaría general de Segundo Palma —del gremio de la construcción— señalaron la hegemonía total de las 62 dentro de la CGT. Y eso fue sin duda el hecho más importante del mes de julio, después de la desaparición de Perón.
La mayoría de los episodios producidos dentro del ámbito del oficialismo, tanto en el Gobierno como en el movimiento obrero, se dieron como añadidura. En Córdoba, la conducción local de SMATA, que había iniciado en la fábrica de Ika-Renault una huelga para conseguir sustantivos aumentos que hubieran hecho peligrar la misma contextura del Acuerdo Social, desencadenó el inesperado cierre de dos Plantas. En Buenos Aires, el equipo económico comenzaría a tambalear estrepitosamente, amenazando con su renuncia para conjurar la crisis.
Simultáneamente, una serie de asesinatos volverían a ensangrentar el escenario: la muerte por la espalda del ex ministro de Lanusse, Arturo Mor Roig, iniciaría una trágica lista que completarían, en julio, el periodista David Kraiselburd, acribillado en un refugio guerrillero, y el diputado peronista disidente Rodolfo Ortega Peña, baleado a mansalva en la calle. Sin entrar a especular sobre la identidad de los asesinos, y cualesquiera que sean sus autores, el hecho es que tales crímenes enrarecen el comienzo de la etapa post Perón.
Sin embargo, se produjo un hecho sugestivo: el Gobernador Victorio Calabró, de la provincia de Buenos Aires, y en cuya capital se había producido un acto montonero, tuvo que dar cuenta al Ministerio del Interior, cuyo titular Benito Llambí es adicto a la línea López Rega. Calabró es también dirigente metalúrgico y sus relaciones con Miguel no parecen muy buenas, pues se lo considera un rival potencial del jefe de las 62 Organizaciones; además, ha mantenido en el elenco de sus colaboradores a algunos seguidores del defenestrado gobernador Bidegain con el propósito de mantener el equilibrio de fuerzas dentro de la provincia. Pero el hecho concreto fue que a raíz de ese acto producido por los montoneros, Calabró se vio presionado desde la Capital.

En el área económica
La discordia entre los supuestos herederos políticos de Perón fue gravitando cada vez más en la reubicación de las figuras del equipo gubernamental. Y de ese modo, mientras López Rega consolidaba su situación —al obtener la confirmación como secretario privado de la Presidencia—, otros quedaban sumergidos en un cono de sombra que cubre ahora a cuatro figuras que han dejado de ser importantes: Vicente Solano Lima, Julián Licastro y Vicente Damasco, quienes parecían destinados a ocupar posiciones de privilegio.
Hasta el de julio, pese a algunas versiones siempre desmentidas, la única figura ministerial que rivalizaba en influencia con López Rega era la de Gelbard. Después de esa fecha, el clima comenzó a enrarecerse alrededor de su equipo. Uno de los elementos con que contaba para realizar el plan económico proyectado consistía en el mantenimiento del nivel de los salarios; pero la concesión de medio aguinaldo extra en el primer semestre del año ya le produjo cierto escozor. Era previsible —según los cálculos— que a partir del mismo se produzca una escalada de requerimientos de aumentos que, finalmente, termine por desfondar el Acuerdo Social.
Claro que no fue sólo eso: un molestó desabastecimiento de productos esenciales más un paulatino incremento en los precios, serviría también para que la nueva conducción de la CGT iniciara una ofensiva contra el ministro. La situación se va haciendo ahora cada vez más compleja, a medida que los obreros punzan a sus dirigentes para lograr mejoras salariales y amortiguar así la suba de precios.
El hecho concreto fue que Gelbard también se vio jaqueado y para superar la situación modificó su equipo, desplazando a Miguel Revestido y colocando en el fundamental —y actualmente poco apetecible— cargo de Secretario de Estado de Comercio a Antonio Cañero, un peronista ortodoxo con muy buenas relaciones en las encumbradas 62 Organizaciones. Mientras esto ocurría, se conocían las severas críticas de Gómez Morales a la política de precios de Revestido, como un elíptico ataque al equipo gelbardista. Se sabe que el titular del Banco Central no se encuentra en buenas relaciones con Gelbard, a cuyo equipo atribuye la intención de marginarlo de las decisiones fundamentales en el área y —lo que para el presidente de esa institución es fatal— de hacerle emitir moneda constantemente. Tampoco se ignora que entre los sectores más derechistas del oficialismo se considera a Gelbard un no-peronista, afecto al diálogo con los otros sectores políticos y proclive a mantener contactos hasta con miembros de la juventud peronista.
Tales ataques pueden ser interpretados, en consecuencia, no sólo como una ofensiva contra quien ocupa el ministerio más importante. sino también contra la posición dialoguista. Siguiendo ese razonamiento, podríamos estar en presencia de una peligrosa tentación oficialista al cierre de los canales de comunicación política; al aislamiento definitivo.
Ese retraerse a sus antiguas posiciones por parte del oficialismo es producto de su necesidad de homogeneizarse. En tal sentido, poco importa el signo ideológico —de derecha o de izquierda— que los anima. Además, da la sensación de que esa necesidad deviene de la desaparición del eje Perón-Balbín por la muerte del primero de los términos de la ecuación; pues no hay que olvidarse que poco después del 1° de julio, Balbín pareció si no un heredero de Perón, sí como la figura más importante del escenario (basta recordar la repercusión que tuvo su discurso ante los restos del ex Presidente), dispuesta a formalizar una reunión multipartidaria y multisectorial para solidificar la unidad nacional lograda —no sin dificultad— juntamente con Perón durante todo el trayecto recorrido a partir de su regreso definitivo al país. El problema radica en que el oficialismo tiende a aislarse en sí mismo, separándose de la clase media cuyo más importante representante, más allá de las intenciones subjetivas, es el radicalismo balbinista.

Vuelve la oposición
Ese peligro intentó ser neutralizado ahora por Duilio Brunello, quien convocó a la gigantesca reunión multipartidaria del Plaza Hotel con la participación de la CGT, la CGE y las 62 Organizaciones. Los resultados del encuentro no fueron particularmente espectaculares: antes demostró que en varios partidos había latente un gran malestar. La proposición del demo-progresista Rafael Martínez Raymonda, de convocar a elecciones para elegir un nuevo Vicepresidente, puede interpretarse como el deseo de conseguir un reaseguro institucional. y también como una pulseada electoral sin Perón en el escenario. También mostró la asamblea que los radicales mantienen su decisión de continuar el diálogo, pues en los cabildeos previos tanto Balbín como su más importante colaborador, el diputado Antonio Tróccoli, mantuvieron conversaciones en diversos planos del oficialismo con el fin de lograr acuerdos. En la reunión Balbín volvió a repetir su guión colaboracionista; pero fuera de allí, los radicales renovaron sus críticas a la gestión del Gobierno.
Hubo también otros hechos que ahondaron las diferencias entre el oficialismo y la oposición: el proyecto de intervención plena a Mendoza y la ocupación de los canales de televisión constituyen las arremetidas más vigorosas del nuevo Gobierno presidido por la señora de Perón, a pesar que sobre esto Perón y Balbín habían convenido en buscar una salida intermedia.
Por otra parte, las declaraciones balbinistas más opositoras se refirieron a la política agraria del Gobierno, enunciadas en una inusual visita del presidente del comité nacional de la UCR a la exposición rural, donde el clima es poco propicio al oficialismo.
Otras manifestaciones sensibles del retorno de las fuerzas opositoras al escenario político fueron, desde luego, los funerales de las dos víctimas más notorias de la escalada de violencia. En San Nicolás, al despedir los restos de Mor Roig —su más fiel colaborador en el Gobierno— Lanusse aprovechó para deslizar una alusión directa al problema de la juventud dentro del peronismo. En el entierro de Ortega Peña, justamente un peronista, la situación fue mucho más problemática: no pudieron evitarse los estribillos contra altos funcionarios, la proliferación de banderas y gritos de guerra, y el fastidioso despliegue policial que terminó por detener a casi 400 personas.
Hasta Álvaro Alsogaray, que se había mantenido silencioso desde hace un año, se animó a asomar la cabeza y produjo dos episodios: logró que Nueva Fuerza fuera el único ausente en la reunión del Plaza y coronó esa actitud con un violento artículo publicado en La Prensa donde acusó al Gobierno poco menos que de estar destruyendo las bases económicas y sociales del país.
Simultáneamente, Francisco Manrique volvió a recorrer el país cargado de ánimo para recuperar terreno perdido y aprovechó para criticar duramente todos los puntos débiles del Gobierno. Hasta tuvo un público cambio de agresividades verbales —a la distancia— con el dirigente montonero Roberto Quieto, pero que sirvió para comprobar que, aun desde ángulos muy diferentes, ambos también están en contra de este Gobierno.

Un síntoma: la Universidad
En primera instancia, los pasos que decidirán el futuro inmediato del oficialismo en su relación interna, tal vez se den en la Universidad de Buenos Aires.
La renuncia de Lima a la rectoría abrió una instancia en la UNBA. Mantener al rector interino Lagguzzi a su frente puede señalar el indicio de una actitud de captación de los jóvenes peronistas universitarios; reemplazarlo por un peronista ortodoxo, sería el comienzo de la aplicación de la mano dura. Si se cumple la segunda posibilidad. muchos miembros de la Tendencia tomarán más decisivamente en cuenta la proposición del montonero Roberto Quieto, según la cual la verticalidad murió con Perón. De todos modos, si el Gobierno, o su sector más derechista, utiliza una mano dura —con lo que no estarían de acuerdo Brunello y Taiana— significa que se considera suficientemente poderoso como para asumir un rol independiente. En ese caso, la presencia de una oposición real y efectiva va a ser cada vez más intensa.
Revista Redacción
08/1974
REDACCION

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