CURIOSA PROPUESTA DEL INGENIERO MECANICO
JUAN CARLOS LABOURDETTI
ESCRITOR HUMILDE O PSICODELICO SE OFRECE
El ocurrente personaje se propone institucionalizar el viejo artilugio de vender la pluma: mediante un aviso en el diario, se postuló para redactar cartas de amor, necrológicas, testamentos o memorias (¿y balances?)

ingeniero mecánico Labourdette
Pocos días atrás, en los avisos clasifica dos del matutino La Nación, saltaba a la vista una oferta de trabajo más que curiosa: se trataba de un espacio de unos 25 centímetros cuadrados, en los que bajo el grueso título de Escritor se anunciaba la disponibilidad de un profesional "claro, trabajador, florido, profundo, conciso, sutil, brillante y —como si todo esto no bastara— humilde". En el mismo anuncio se pormenorizaba que el muy agraciado escriba "redacta cartas, memorias, avisos, testamentos, etc."; una gama interminable de posibilidades que cualquier interesado podía aprovechar dirigiéndose al sexto piso de la porteña calle San Martín 201.
Por cierto, Siete Días no pudo sustraerse a la tentación de conocer al tan talentoso como polifacético avisador, e inmediatamente acudió a la cita. Allí, en una minúscula oficina de un vetusto edificio ("No es mía: me la prestó un amigo para que pudiera poner una dirección céntrica en el aviso"), se dio a conocer el enigmático personaje: el ingeniero mecánico Juan Carlos Labourdette, un porteño de 37 años cuya vestimenta (blazer azul, camisa blanca, pantalones grises y zapatos marrones) le daban un sorprendente aire de colegial "Puse el aviso para ver si puedo montar una pequeña empresa de redacción general —explicó—. Se me ocurrió que hay mucha gente que quiere escribir sus memorias, cartas comerciales o cualquier otra cosa, y no puede hacerlo como quisiera. Entonces, yo me ofrezco a realizarlo y por ello cobro mis honorarios".
Claro que el espectro de trabajos que Labourdette se propone cubrir es mucho más amplio de lo que muchos imaginan: "En estos días voy a sentarme a escribir tres o cuatro modelos de cartas de amor, y otros tantos mensajes de condolencias —adelantó—. De esta manera, los clientes van a poder elegir el tipo de redacción que prefieren y luego yo haré sus cartas a medida: agregando todos los datos y alocuciones de tipo personal que sean necesarias". Para realizar estos ajustes, por supuesto, los interesados deberán tomar hora con el ingeniero JCL y confiarle todas sus intimidades como si estuvieran ante el más puntilloso de los psicoanalistas: "Es preciso que yo me introduzca muy a fondo dentro de la personalidad de quien quiere enviar la misiva — señaló el emprendedor escriba—, para que nadie pueda dudar de la autenticidad de las cartas. Si la epístola va dirigida a la novia de un cliente, tengo que actuar con la misma intimidad y soltura con que le escribiría a mi propia amiga. Bueno. .., eso de la intimidad es un decir, claro".
En lo que hace al costo de los servicios que Labourdette se propone brindar, éstos dependen pura y exclusivamente de las características del cliente. "Si el que me dicta sus memorias, por ejemplo, es un tipo pesado, al que tengo que tirarle los datos, le doy con el hacha: unos veinte mil nacionales la carilla. En cambio, si la persona es ágil para contarme sus cosas, y no me hace perder demasiado tiempo, le cobro muchísimo menos", comparó. Semejante imprecisión en lo que hace a los honorarios, derivaría de la imposibilidad de exigir remuneraciones por hora: "El cliente siempre pensaría que lo engaño —sospechó JCL, muy malpensadamente—. Por eso tengo la conciencia más limpia cobrando por carilla: yo escribo en páginas de 20 líneas a unos 80 espacios, y suelo corregir y reescribir unas cuatro veces cada una. Soy muy exigente conmigo mismo en ese sentido", remacha.
"Ustedes seguramente se preguntarán cómo es que un ingeniero se postula como escritor —se anticipó a la pregunta el entrevistado—. Bueno, ocurre que yo me especialicé en evaluación de proyectos para inversión, y sucede que en este momento, en Argentina, se da apenas uno de estos trabajos cada tres años. Entonces, eché mano a un antiguo talento mío, la redacción, para ganarme unos pesos". Con todo, no es la primera vez que JCL transita el campo de la redacción a nivel profesional: durante un año tuvo oportunidad de lucir su pluma en el periódico Correo de la Tarde, en la página dedicada a las noticias universitarias, y posteriormente insertó varias colaboraciones sobre el mismo tema en la revista Vea y Lea.
De cualquier manera, no es ésta la única actividad con la que el inspirado Labourdette espera obtener ventajas económicas. "En estos últimos tiempos también pensé en poner un boliche tanguero en la zona de la Recoleta —reseñó—. Quería buscar un viejo conventillo con muchas piezas, de manera que en el local pudiera bailarse el tango, y hubiera varios profesores y profesoras en los cuartos para quien quisiera aprenderse unos pasitos. Pero, lamentablemente, no encontré el lugar que buscaba, y no tengo dinero como para ocupar un local tan amplio en esa zona". Sin embargo, el chispeante hombre orquesta no se amilanó: de inmediato se exprimió el cerebro para inventar un sistema mediante el cual la luz de freno de los autos fuera alternativa (como la del guiño) en lugar de fija, e ideó el auto-golf, un complejo juego para iniciarse en el plácido deporte cuyas características no quiso adelantar "porque recién lo voy a patentar la semana que viene". Una serie de ambiciosos proyectos que no obstan para que Labourdette cifre todas sus esperanzas en su resucitada profesión de redactor: apenas dos días después de publicado su aviso, ya un acaudalado hombre de negocios le encargó que llevara al libro la historia de su vida. "Hoy mismo le mostraré las primeras pruebas —litografió—. Porque las memorias de un hombre pueden ser redactadas en estilo gótico, rococó, clásico o psicodélico. Hay lenguajes para todos los gustos ..."
Revista Siete Días Ilustrados
25.11.1974
 

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