CONGRESO DEL FEMINISMO JUSTICIALISTA PRESIDIDO POR ISABEL PERON
«SE VIENE, SE VIENE, SE VIENE EL ALUVION..."
Más de un millar de mujeres peronistas se reunió para exaltar emotivamente al "Líder" bajo la mirada de Isabel Martínez. El Segundo Congreso del Partido Peronista Femenino no encerró temidos enfrentamientos ni claves políticas

Feminismo justicialista
Bienvenida Isabelita, embajadora de paz, rezaba el cartel colocado en la cabecera del Salón Azul del Club Atlético Boca Juniors. Bajo su advocación —y la de grandes murales de Perón, Evita y la propia Chabela— al rededor de 1.500 mujeres protagonizaron, el martes 14, el Segundo Congreso Nacional del Partido Peronista Femenino.
La consigna pacifista del letrero peligró, sin embargo a lo largo de buena parte de las ocho horas que duró el cónclave. Es que versiones incesantemente alimentadas a lo largo del día aseguraban que el aguerrido sector acaudillado por Haydée Pesce aprestaba sus tropas para irrumpir en el local y repudiar una vez más a Juanita Larrauri, conductora oficial de la Rama Femenina del Justicialismo. El recuerdo del tiroteo de la calle Chile sobrevoló el amplio y caluroso recinto, a cuyo influjo se paseaba un nutrido y no siempre discreto cuerpo de vigilancia compuesto, eclécticamente, por aplomados cincuentones y por muchachos que llevaban brazaletes con las siglas JP, correspondientes a la Juventud Peronista.
Los temores se evaporaron definitivamente a las 19, cuando el Congreso se cerró sin que las insurrectas, que por otra parte no habían sido invitadas, intentaran el asalto. De cualquier manera, Larrauri fue objeto de ciertas críticas veladas, que recibió con una invariable, irónica sonrisa. Así reaccionó ante algunas representantes de la Juventud Peronista que, como en el caso de la delegada pampeana, sugirieron que "si alguien tiene que renunciar para que haya unidad en la Rama Femenina, es preciso que renuncie".
Fueron justamente algunas representantes de la Juventud quienes consiguieron, pese a estar en minoría, elevar el voltaje del ambiente. Por ejemplo, cuando algunas fogosas jóvenes dispararon sus anatemas sobre "los monopolios yanquis", "la oligarquía nativa" o "los traidores que se desgarran las vestiduras nombrando la doctrina peronista pero luego colaboran con el régimen en su afán de convertimos en un partido liberal más". A esta altura, ciertas consignas tomaron carácter vindicativo (Perón, mazorca, traidores a la horca) o amenazante (Perón presidente, Lanusse que reviente). También el mismo grupo se encargó de recordar a las "formaciones especiales", señalando que "han dejado muchos mártires en el camino de la liberación". Sin embargo, no lograron que sus coros (FAP, FAR, Montoneros, son nuestros compañeros o Si Evita viviera seria montonera) alcanzaran masividad; antes bien, fueron rápidamente superados por los cánticos conciliadores.
Antes de que hablaran las muchachas de la JP, el Congreso avanzó a través de los discursos de las delegadas de la Rama Femenina de cada provincia. Fue una maratón retórica que se desarrolló invariablemente en términos afectivos, juramentos de adhesión incondicional, respetuosas exaltaciones de Isabel Martínez y trasmisión de cariños al Líder, siempre en la esperanza de "verlo pronto en la Argentina". Los parlamentos concluían con una rendición de cuentas: el número de afiliadas cosechadas en cada provincia. En algunos casos, como en el de la delegada tucumana, María Luisa Díaz de Soria, no bastaron las palabras: un jarrón de rosas, esmeradamente preparado, fue puesto en manos de Isabelita para testimoniar el "cariño al General".
Tras un indomable acceso de llanto en el inicio del cónclave —cuando un minuto de silencio recordó a Evita—, Isabel Martínez asistió imperturbable a la andanada y sólo abandonó su asiento en los breves segundos que le demandaba depositar cariñosos besos en las mejillas de las oradoras. Juanita Larrauri, en cambio, intercambió incesantes guiños y sonrisas con ignotas interlocutoras ubicadas en la platea; se esforzó por poner orden cuando los estribillos excedían un tiempo prudencial; cruzó comentarios en voz baja con Emma Tacta de Romero, apoderada del Partido Justicia-lista, y con el resplandeciente José López Rega; lloró emocionada cuantas veces se recordó la ardua historia de la Rama Femenina y, por fin, impulsó a voz en cuello la entonación de la Marcha Peronista.
El discurso final correspondió a Isabelita. Antes de pedir la libertad de los presos políticos, estudiantiles y gremiales, hizo un prudente recuerdo de Evita, como punto de referencia para la labor de la Rama Femenina. Pero ni de sus labios ni de los del resto de las oradoras partieron ataques que pudieran hacer tambalear el Gran Acuerdo Nacional. En todo caso las participantes —que consumieron 3.000 sandwiches de jamón y queso e igual número de gaseosas, costeados por el Consejo Superior Justicialista— prefirieron retirarse al son de un esperanzado estribillo: "Se viene, se viene, se viene el aluvión, / hoy viene Isabelita, mañana Juan Perón."
Revista Siete Días Ilustrados
20.12.1971

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