Fotógrafos: Actores en el anónimo
   

OSVALDO FERNANDEZ BURGOS, 45 años, casado, dos hijos, 25 que alterna la pluma del periodismo con la "máquina" de reportero gráfico. En 1957 obtuvo el primer premio en el concurso fotográfico Semana Internacional de la Aviación. En el presente, "Crónica" y la revista "ASI" cuentan con sus servicios.
Su recuerdo, su máxima emoción, en cuarto a peligro, lo sitúa en el "cordobazo":

"Previendo «la que se venia», el diario nos mandó un día antes a la docta. El ambiente se prestaba para cualquier cosa: los obreros, los universitarios y la misma gente de la ciudad, demostraban en sus rostros el nerviosismo, la angustia, la irritación que en esos días se vivía. No era difícil imaginar lo que más tarde fue una triste realidad. En la mañana del 29 de mayo de 1969 el redactor, que me acompañó en toda la aventura, y yo nos largamos por el centro de la ciudad. Cerca del medio día vimos avanzar por el centro de la plaza Vélez Sarsfield una numerosa caravana de obreros de IKA; por el otro extremo de la plaza venía cargando un piquete de la policía montada. Lo que ocurrió más tarde no tiene una clara traducción para mí. Se produce el choque, comienza la pedrea, le siguen los tiros, que pasaban a milímetros de nosotros. Corría el tiempo y corríamos nosotros. Ya se divisaba el fuego de algunos comercios de la zona; la batalla estaba en su máxima expresión. Los gases lacrimógenos no nos permitían ver ni respirar. En esa «selva» de barricadas, palos, piedras y balazos, me quedé solo. Mi compañero había tomado otro camino de escape. Sentí pánico, la sangre no me circulaba en el cuerpo, tenía los ojos irritados y un corazón a todo galope. Después de muchas horas renació la calma, transitoria, por supuesto. Me acomodé el saco, bastante sucio por los revolcones, y me dirigí a un grupo de soldados. En un jeep del Ejército, tirado boca abajo, pasé por una cortina de balas que los francotiradores «me regalaban» desde los edificios. A los pocos minutos llegaba a mi «adorado» hotel".

HUMBERTO SPERANZA, 38 años, casado, dos hijos, 17 años en la profesión. Otro integrante del "staff" de Editorial ATLANTIDA.
He aquí su singular historia de una experiencia vivida en la selva misionera, que compartió con un audaz joven periodista que pagó con la muerte el precio de su espíritu aventurero: Ignacio Ezcurra, desaparecido misteriosamente en el Vietcong.

"Una tibia mañana de setiembre de 1966 partimos con Ignacio rumbo a Misiones, al Parque Nacional Iguazú precisamente. El motivo central de la nota era introducirse en ese insólito mundo de la caza y la naturaleza aún virgen, para observar el movimiento de los guardabosques sobre aquellos que no respetaban... «Prohibido cazar y cortar árboles». Dentro de esa selva apasionante y tropical encontramos una asombrosa variedad de pájaros, animales y árboles. La geografía daba para todo, inclusive para rozarnos con la muerte. ¿Cómo se explica esto? Muy simple. Nosotros fuimos los testigos presenciales en el enfrentamiento de los guardianes del parque con «los intrusos cazadores». El sol se ocultó tras las nubes, el sofocante calor dejó de abrazarnos un poco, el clima parecía adaptarse al momento que pronto tendríamos que enfrentar: disparos, corridas de los perros «oficialistas» y un andar agitado, nervioso, nos hacia dificultosa la respiración. Me veía en el África y me imaginaba una serie de TV; todo me parecía extraño, increíble. Pero fue cierto; el sueño se cayó conmigo cuando un desnivel del camino me hizo trastabillar.
"Del otro lado del río veíamos cómo los guardianes «atrapaban a sus fieras»; la función había concluido. Yo la titulé «El cazador cazado». ¿El susto que pasé? ¿Los cortes de las ramas sobre mi cuerpo? Ya pasó. Ahora sólo queda para el recuerdo, y aprovecho además par evocar a Ignacio...".

MARIO CARLOS PAGANETTI, 28 años, soltero, dos lustros en la profesión. Hace tres años que trabaja para la revista "Gente"
Laguna Blanca fue una de sus notas más "jugosas", una experiencia que jamás se borrará de sus retinas.
La soledad, el hambre, la sed y un escenario catamarqueño "fuera de foco" son las características más impactantes de esta insólita aventura que vivenció el personaje anónimo que hoy, ante los ojos de nuestros lectores, es primera figura.

"La pasé fea: Laguna Blanca (laguna seca de sal) tiene los matices necesarios como para que así haya sido. Para fines de diciembre del 69 fuimos con un redactor de la revista rumbo a Catamarca. Sabíamos lo que nos esperaba y en ningún momento nos arrepentimos por el mal trato que nos «regalaba» la naturaleza.
"Nuestro punto de referencia era Villa Vill, un pueblecito situado a 140 kilómetros de la laguna. Al partir de allí nos encontramos con un clima cambiante, una soledad tétrica, que nos hacían retroceder en el tiempo. La civilización ya no existía.
"Un guía de la zona y un maestro rural fueron nuestros compañeros de viaje. Caballos derrotados por la fatiga; un calor insoportable nos aplastaba la cabeza. Mi cara era una «tostada» pero al llegar la noche los labios se me partían. Largas cabalgatas y constantes nubes de polvo quedan fotografiadas en mi memoria.
"Lo que nunca olvidaré fue la Noche Buena que pasamos. La sidra que habíamos comprado antes de la partida refrescó nuestra garganta y motivó un brindis muy poco común. ¿Se imaginan una Navidad en el desierto? ¡Fue único! Y como si todo lo que nos rodeaba fuera poco, nos perdimos. El guía, un colla de la zona, se nos «mamó». Por suerte el maestro rural tomó la batuta, si no estábamos en Laguna Blanca hasta hoy. Pero la mala suerte no nos quiso abandonar, y al desaparecer la Luna perdimos la senda. Otra «noche de perros», otra experiencia fuera de serie, que, no obstante, repetiría".

Revista Extra
mayo 1971

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Ellos usan solamente la imagen para darnos su testimonio sobre los acontecimientos. Nunca dan opiniones, dejan que la placa describa o descubra coincidencias y contradicciones. Pero, por esta vez, las cámaras hablan. Tres fotógrafos-periodistas nos cuentan su gran "experiencia".

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