Boxeadores
Peralta, un hombre obligado a ganar
"Usted tiene que explicar todo esto, sabe, para que la gente entienda por qué me apasiona la política. Aunque reconozco que nunca seré un buen político: sólo soy un fanático."
Gragorio Goyo Peralta
Esta declaración no pertenece a nadie que haya ocupado espacio en alguno de los Diarios de Sesiones que periódicamente se editan en la Argentina. Fue formulada el miércoles último, antes de su viaje a USA, por Gregorio Peralta, un boxeador sanjuanino, ex lustrabotas, ex vendedor de frutas y ex marinero, hijo de un policía provinciano.
El próximo 10 de abril Peralta volverá a pelear en Nueva York contra Willie Pastrano, el campeón mundial de los semipesados. Devotamente, entre rezos y súplicas salvajes ("Matalo, destrózalo aullaban el miércoles en Ezeiza mientras despegaba el jet en que viajaba Peralta), los seguidores de este musculoso fanático de 29 años esperaban que, con él, la Argentina conquiste por segunda vez un título mundial de boxeo: el primero fue ganado en 1954 cuando Pascual Pérez aplastó en Tokio al campeón de los moscas, Yoshio Shirai.

De Goyito a Patoruzú
En la pasada semana, los expertos y la prensa especializada consideraban verdaderamente probable que Peralta pudiera arrancar la corona de entre los puños de Pastrano. Ya en setiembre pasado, sorpresivamente, Peralta derrotó a Pastrano en Miami, en uno de esos encuentros que se organizan para que los campeones puedan machacar algo más que bolsas de arena o cuerpos de sparrings. Por supuesto, no estaba en juego el título en aquel match.
Antes de ganar su derecho a disputar la corona con el sorprendido Willie Pastrano, Peralta tuvo que derrotar dos veces en USA a otro norteamericano, Wayne Thorton, un boxeador bien ubicado en el ranking mundial. Peralta luchó ferozmente contra Thorton: "Era un antipático —explica—. En cambio, Pastrano es un muchacho agradable, un caballero, y merece ser campeón. Da gusto pegarle."
Todo indica ahora que, el 10 de abril, la expectación del público argentino estará encendida al rojo blanco, como la estuvo aquella noche de 1954 mientras Pérez golpeteaba en Tokio sobre los flancos de Shirai, o como la estuvo 31 años antes, en 1923, mientras el campeón mundial de todos los pesos, Jack Dempsey, era sacado del ring de un puñetazo por su rival Luis Ángel Firpo.
Una agresiva multitud despidió el miércoles a Peralta. Hasta Ezeiza habían llegado, inclusive, más de cien aficionados de Azul, provincia de Buenos Aires, el pueblo donde Peralta vive desde los 17 años. Otros tantos habían reservado ya sus pasajes por avión para viajar a USA el día del match. Pero el entusiasmo se hubiera helado en los rostros de los admiradores de Peralta si se hubiera divulgado un anuncio off the record hecho por el boxeador pocas horas antes; Peralta, a quien de niño llamaban "Goyito" y a quien los diarios de Buenos Aires han rebautizado "Patoruzú" anticipó su propósito de colgar los guantes tan pronto como alcance el título mundial.
"Quiero ganar el título, tengo la obligación de ganarlo —dijo Peralta a PRIMERA PLANA— pero no pelearé más, me retiraré inmediatamente. El boxeo destruye al hombre y yo quiero seguir funcionando, servir para otras cosas. Comprarme un criadero de aves y conejos, por ejemplo. Lo que nunca podré abandonar será la política."

Historia de un colchón
La devoción peronista de Peralta es una faceta poco divulgada del aspirante a campeón.
En 1962, Peralta vociferó en todas las esquinas de Azul hasta que resultó elegido concejal por la Unión Popular, pero aquellas elecciones, como se sabe, fueron anuladas. "Tal vez no me beneficie hablar ahora de política —dijo Peralta—, pero si usted piensa publicarlo conviene que le explique bien: yo tenía diez años y mi madre le escribió a Perón porque ya no dábamos más. Llegó la respuesta con una pila de paquetes: fue la primera vez en mi vida que dormí sobre un colchón." Cuando habla de política, las mejillas y las sienes de Peralta se crispan, como si a treinta centímetros de su nariz no estuviera un periodista de anteojos, sino aquel muchacho ítalo-norteamericano tan correcto, sobre cuyas costillas le gustaría pegar.
Casi tan inédita como la historia política de Peralta es, por ahora, la de su vida anterior a los éxitos en el ring. Esta es la síntesis que traza el mismo Peralta: "Éramos doce hermanos, nueve varones. Nos criamos peleándonos entre nosotros. Mi padre era vigilante; era un hombre bueno: nos pegaba sólo una vez por mes, pero nos alcanzaba para el resto. Yo lustraba zapatos, pero lo más divertido era salir a vender la fruta que plantábamos y cosechábamos en el fondo de casa. En casa hacíamos guantes entre hermanos: papá nos hacía pelear regularmente porque de ese modo nos sacábamos la furia."
Cuando por primera vez pisó un ring "para aprender", en un modesto club de Azul (Defensores de Barracas), Julián Lescano, quien después fue su manager durante el amateurismo, lo sacó a los pocos minutos de mala manera: "No te hagás el vivo con los pibes —le dijo—. A vos se te nota que tenés por lo menos cuarenta peleas." Pocos años después, Peralta estaba ya en condiciones de ganar dinero con sus puños: rompió el contrato de marinero enganchado que tenía con la Armada y se echó en brazos de Alfredo Porzio, tal vez el más hábil constructor de ídolos del boxeo argentino.
En 1960, Peralta tuvo su primer revés serio. Fue derrotado en el Perú y volvió enfermo a la Argentina. Durante ocho meses debió guardar reposo absoluto. El se refiere a ese lapso con evasivas, con esa mezcla de repugnancia y terror que aún ahora, en la era de los antibióticos, impide a muchos provincianos pronunciar la palabra tuberculosis. Sin embargo, Peralta pudo volver a boxear en 1961 y, de entonces hasta ahora, permanece invicto.
Entre los íntimos de Peralta, las opiniones están ahora divididas con respecto al futuro del boxeador. Mientras él sueña con retirarse e invierte todo cuanto gana (USA ya le produjo casi dos millones de pesos) en tierras elegidas en Tapalqué, provincia de Buenos Aires, el manager Porzio sonríe comprensiva y escépticamente.
"Quiero ser libre, hacer una vida normal", dice Peralta. Viene queriéndolo desde hace mucho: cuenta que, de niño, lo que más deseaba era llegar a los 22 años para "ser mayor de edad, tener autonomía". Claro que después vinieron su matrimonio con Noemí Canevello, Mimí, quien ahora fue con él a USA "para hacerle la comida"; su hijo; su unión con Porzio; su necesidad de ganar el título mundial ("tengo la obligación") o hacerse resquebrajar la cara a golpes sobre un ring de Nueva York mientras otros amigos, otros fanáticos, en inglés, rugen y rezan "mátalo, destrózalo, matalo".
"Una vida normal —dice Peralta—. Tampoco me interesa la publicidad, le juro. A usted tampoco le interesaría si tuviera que ganarla en el ring con los pulmones."
PRIMERA PLANA
17 de marzo de 1964

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