Efectivamente, parecería que, para casi todos los
funcionarios, el éxito o el fracaso del gobierno depende de unas
pocas claves, que hay que saber leer, sobre lo que ocurre en otro
lado: durante toda la semana pasada, por ejemplo, se produjo la
curiosa situación que desde todos los ministerios se bombardeó a
preguntas a la secretaría de Comercio para saber cómo marchaba el
plan de lucha contra la carestía de la vida; y, desde la secretaría
de Comercio, a la vez, se interrogaba telefónicamente al ministerio
de Trabajo para conocer cómo evolucionaba el plan de lucha de la
CGT. Entre tanto, seguía sin definirse una política concreta del
gobierno sobre las cuestiones de fondo. Cuando Arturo Frondizi
asumió la presidencia, el 1º de mayo de 1958, se encontró con el
panorama más desfavorable posible para iniciar una acción de
gobierno. Las Fuerzas Armadas, bajo la conducción de sectores
golpistas, le habían entregado el poder a regañadientes y se
aprestaban a descubrir justificativos para desalojarlo del gobierno;
la situación económica era francamente desfavorable; gran parte de
la opinión pública veía como inminente la restauración del peronismo
y desconfiaba del gobierno. En el mundo se vivía un clima de
guerra fría que facilitaba la instauración de gobiernos militares;
surgían las teorías de guerra contrarrevolucionaria; el catolicismo
no había llegado a la política de apertura que luego inició Juan
XXIII; los partidos opositores creían inevitable un golpe de estado
y, en muchos casos, se aprestaban a sacar partido de él haciendo una
oposición implacable al gobierno. Los conflictos se sucedían:
huelgas de abogados, de médicos, de obreros ferroviarios; planteos
militares, llamados a la insurrección, reuniones castrenses. Una
violenta agitación estudiantil —con grandes manifestaciones donde se
quemaban muñecos con la efigie del presidente por la sanción de la
ley de enseñanza libre— transmitía el clima de inquietud a las
calles de las principales ciudades. Finalmente, el 8 de julio de
1958 —es decir, dos meses después de la asunción del gobierno por
Frondizi— debía estallar una revolución militar que se congeló a
último momento, pero sin que sus mecanismos fueran desmantelados.
Ventajas del verano El clima bajo el cual llegó Arturo Illia
a la presidencia fue exactamente el contrarío: la situación
internacional había evolucionado en tal forma que las posibilidades
comerciales de la Argentina aparecieron como óptimas. Illia pudo así
concretar ventas de cereales a China comunista y anunciar
operaciones similares con otros países socialistas, inclusive Cuba,
actitud que a Frondizi le hubiera costado un tiro en la cabeza. En
lo militar, el golpismo había sido destruido y las interferencias al
poder civil ya no existían. Numerosos partidos políticos —desde los
conservadores hasta los comunistas— se ubicaron en una posición
oficialista o semioficialista; los otros, por su parte, adoptaron
una línea de oposición constructiva. Y no hubo un solo dirigente
político que preconizara el golpe de estado. Una larga tregua
sindical y la ausencia de conflictos gremiales completaban el
panorama. Si las circunstancias eran distintas, también el
calendario indicaba una época del año tradicionalmente tranquila en
materia política: el verano, las vacaciones. Todo el país parecía
así estar en receso, esperando que el gobierno concretara soluciones
a sus problemas de fondo. Ante ese cuadro, la reacción del
gobierno fue reiterar una vieja actitud radical: darse a sí mismo
demasiado tiempo para la solución de los problemas. Aparentemente,
todo el plan oficial se redujo a solucionar las cuestiones de
urgencia con una terapia de emergencia. El procedimiento se siguió
por primera vez cuando se anularon los contratos de petróleo
—obligación pre-electoral para el radicalismo del Pueblo—, pero se
postergó la iniciación de una política energética propia y, luego,
cuando se reformó la carta orgánica del Banco Central para dar
alivio a las necesidades de pago de la administración pública con la
emisión de 70.000 millones de pesos. La sanción de la ley de
Abastecimiento fue una de las últimas demostraciones de dilación en
materia de soluciones de fondo. Otra es la no designación de
embajadores en países como los Estados Unidos, la Unión Soviética y
Gran Bretaña. En realidad, los equipos oficiales parecen estar
esperando que las soluciones deriven de tres hechos: • Que el
doctor Roque Carranza, secretario técnico del Consejo Nacional de
Desarrollo, finalice sus estudios y presente al gobierno un plan
económico de prioridades para los próximos cinco años. Este plan
sería presentado en junio. • Que se obtenga la refinanciación de
la deuda exterior, considerada como muy posible. • Que se
comiencen a recibir los beneficios directos de la óptima cosecha de
este año. Esos beneficios serían más visibles en cuanto se concrete
la refinanciación de la deuda exterior. Por lo demás, la mayoría
de los funcionarios del gobierno entienden que no hay problemas
excesivamente graves y que, mediante el otorgamiento de créditos a
los industriales, la parálisis económica se disipará
automáticamente. Quizá esa sensación se deba en gran parte, a la
peculiar manera de trabajar del presidente Illia, convencido,
aparentemente, de que ningún hecho exige una solución inmediata.
Alarmados, algunos hombres de gobierno tratan de hacer reaccionar al
presidente y tratan de presionarlo para que adopte decisiones
inmediatas sobre los problemas de fondo, abandonando su beatifica
imagen de la realidad argentina. Hace pocos días, por ejemplo, el
secretario de Prensa de la presidencia de la Nación regresó por
ferrocarril desde Mar del Plata. En el bar del tren se encontró
sucesivamente con tres dirigentes opositores: Pablo Calabrese, de
la UCRI; Salvador Busacca, de la democracia cristiana, y Alberto
Serú García, neoperonista. Durante todo el resto del viaje se
desarrolló una informal mesa redonda entre los cuatro dirigentes
políticos. Calabrese, como vocero de los contertulios opositores,
estableció —con el apoyo de los otros dirigentes— una definición de
las inquietudes de los partidos: "Todos hemos sido hasta ahora muy
complacientes y tolerantes con Illia (Parodi corrigió diciendo:
«Fueron responsables con el país»), pero no vamos a seguir esperando
más, porque no podemos quedarnos atrás de la gente, que ya no espera
más. Si no hay soluciones de fondo, el tono de la oposición tendrá
que cambiar." Apenas regresó a Buenos Aires, el secretario de Prensa
informó de la conversación al presidente de la República,
entendiendo que — desde el punto de vista de los partidos
opositores— el planteo era justo.
El crudo invierno
Indudablemente, el plan de lucha de la CGT ha tenido la virtud de
reubicar en un plano más real a algunos funcionarios del gobierno,
que ahora comprenden cómo la tregua de vacaciones comienza a ceder
en beneficio de un crudo invierno político. Muchos entienden que el
principio de cualquier plan orgánico debe ser obviar la actual
desconexión existente entre un presidente impenetrable y varios
equipos oficiales que trabajan aisladamente. En apariencia, Illia
solamente cuenta a tres o cuatro personas —que en la Casa de
Gobierno son llamados "los lobeznos del presidente"— sus planes
mediatos: Roque Carranza; el secretario de Hacienda, Carlos Alberto
García Tudero; el subsecretario de Trabajo, Germán López. En cuanto
a sus planes inmediatos, generalmente no los confía a nadie. Es así
habitúa] escuchar en la secretaría de Prensa de la presidencia que
el doctor Illia ni siquiera anticipa cuándo se dispone a hacer
declaraciones a los periodistas, lo cual crea al organismo diversos
problemas técnicos. El hecho, insignificante en sí, es considerado
como un síntoma de los modos de acción presidenciales que tanto
alarman a sus amigos. Otro de los síntomas —más grave— es la
demora inusitada que precede a todas las designaciones. Esa demora
impide hasta ahora una articulación definitiva de la compleja
maquinaria estatal. En la presidencia de la República. por ejemplo,
desde el 12 de octubre hasta ahora, solamente fueren designados
cuatro funcionarios: el secretario de Prensa, Emilio Parodi: el
secretario privado del presidente, Juan Carlos Calderón, y dos
asesores. Todos los demás están actuando interinamente. casi "de
facto", sin siquiera cobrar sus sueldos (lo cual, por supuesto, les
impide dedicarse totalmente a sus ocupaciones). Todo índica hasta
ahora que Illia posterga indefinidamente la iniciación real de su
acción de gobierno. Alguno de sus allegados insinúan la explicación
de que el actual presidente no consideraba demasiado probable su
llegada al poder y que, hasta el 7 de julio de 1963, no se había
comenzado, en su equipo, el estudio concreto de planes oficiales.
Sin embargo, un elemental balance indica que —de todos modos— desde
el 7 de julio hasta el 12 de octubre transcurrieron más de tres
meses y que desde el 12 de octubre hasta ahora casi cinco: los
equipos económicos que venían asesorando desde hace años al
radicalismo del Pueblo podían, con una conducción más ejecutiva por
parte del presidente, haber finalizado —en ocho meses— los estudios
previos a la iniciación de una acción de gobierno.
Difíciles
previsiones El problema planteado por el plan de lucha de la CGT,
por otra parte, mostró cómo tanto las organizaciones empresarias
como los sindicatos obreros coinciden en que el gobierno no sale,
hasta ahora, de su esquema de postergar definiciones mediante
salidas de emergencia. El hecho presenta dos perspectivas: que
Illia reaccione, ponga en marcha a la administración pública y trate
de formar un gobierno equilibrado y no dependiente de los vaivenes
de la política interna del radicalismo del Pueblo, o que el actual
estado de indefinición y demora persista como hasta ahora. Si no
hay una reacción positiva por parte del presidente, comenzará
inevitablemente un proceso de deterioro de la autoridad del
gobierno. Y, después de algunas crisis políticas, sociales y
económicas, es posible que las Fuerzas Armadas comiencen a preguntar
qué ocurre. Durante todo el lapso comprendido desde la iniciación
del actual período constitucional, los militares se mostraron
extremadamente cuidadosos de no perturbar las decisiones del poder
civil. E, inclusive, cuando el gobierno intentó alterar el status
mediante la designación de secretarios colorados, antes del 12 de
octubre, o sosteniendo al comodoro Martín Cairo, que estaba en favor
de los colorados, las Fuerzas Armadas no realizaron los típicos
planteamientos que convulsionaron al país durante los últimos años,
sino que se limitaron a tratar de explicar a los representantes del
poder civil los errores que cometían. El ministro de Defensa
Nacional, Leopoldo Suarez, adoptó en esa oportunidad una posición
realista que facilitó la enmienda de esos errores sin conmociones.
Si la autoridad del gobierno nacional comienza a debilitarse como
consecuencia de una postergación indefinida de las soluciones de
fondo, los militares —que no tienen ahora ningún problema interno en
sus cuadros— no recurrirán por eso a la clásica táctica «toranzista»
de los planteos espectaculares sino que, a través de sus mandos
naturales, empezarán a hacer algunas preguntas concretas al
presidente: ¿Qué pasa con la desocupación? ¿Qué medidas se toman
para crear fuentes de trabajo? ¿Cómo se orientarán los créditos de
promoción industrial? ¿Qué se está estudiando con respecto al
problema de la vivienda? Después, si la parálisis continúa,
comenzarán a exigir respuestas. En la Casa de Gobierno se dice que
les atemoriza la primera pregunta de los militares, y hay
especulaciones sobre el momento en que se producirá. A partir de
allí, si no hay soluciones, será difícil prever qué ocurrirá.
PRIMERA PLANA 3 de marzo de 1964
Ir Arriba
|
|
"Esta es una final de campeonato donde todos los
jugadores se preocupan más de leer el Alumni que de
atender a su propio juego." La frase, que fue
pronunciada por un funcionario del equipo económico en
la Casa de Gobierno, resume exactamente el clima de los
círculos oficiales: el Alumni es una clave que permite
leer en un tablero colocado en las canchas de fútbol los
resultados de los otros partidos. Cuando se acerca el
final de un campeonato, esos resultados hacen útil o
inútil una victoria o una derrota.
|
|
|
|