—¿Desea usted que el actual gobierno termine su
mandato de seis años? —Si, claro. Pero, ¡por el amor de Dios,
cuanto antes!
Esta fue una de las más originales respuestas a
la pregunta número siete del cuestionario que un grupo de
encuestadores sometió a 1.498 componentes de la clase media porteña
en el curso de una semana de ocho días que concluyó el miércoles
último. PRIMERA PLANA intentó así una difícil empresa: medir la
popularidad del gobierno doce meses después de su instalación en el
poder, entre el núcleo de opinión más diverso e imprevisible y el
que presuntamente llevó al poder con sus votos a la administración
de Illia. Es decir, la clase media. El fallo no fue demasiado
favorable para el gobierno, salvo en una circunstancia: pese a todo,
la gran mayoría de los encuestados (un 94 por ciento) manifestó
preferir que las autoridades actuales terminen su mandato
constitucional. Un piadoso y más amplio plazo de expectativa pareció
brindarse para que el gobierno recupere, en los cinco años que le
restan, el prestigio que deterioró a lo largo de sus primeros doce
meses de actuación.
Entradas y salidas El cuestionario
comenzaba por referirse al nivel de ingresos y gastos de la
población en los últimos doce meses. El 48 por ciento de los
entrevistados dijo que en ese lapso había ganado más que en el
anterior, y el 48 por ciento aseguró que sus ingresos no se habían
incrementado. En el análisis de las contestaciones se observó que
el 49 por ciento del sector femenino manifestaba un incremento en
los ingresos, mientras que el sector masculino tenía una versión más
optimista de sus propias ganancias: el 55 por ciento consideró que
se habían incrementado. En cuanto al nivel de egresos, fue mayor
la proporción de encuestados que consideraban que habían aumentado
sensiblemente en los últimos doce meses: el 93 por ciento. Se
observó que entre el 7 por ciento de personas que aseguraban no
haber gastado más figuraban grupos como el de los jubilados, cuyos
ingresos son fijos y obligan a un ejercicio constante de la
moderación. También se contaron algunas personas que estaban fuera
del país y arribaron recientemente. Entre el sector femenino y el
masculino las contestaciones mantuvieron un índice similar (94 y 92
por ciento, respectivamente). Las posibilidades de ahorro o de
inversión en bienes durables fue igualmente sondeada. El 90 por
ciento de las respuestas recogidas coincidía en señalar que no
habían realizado ningún ahorro ni inversión en los últimos doce
meses. En algunos casos dijeron que, por el contrario, habían tenido
que retirar ahorros para hacer frente a los mayores gastos. Las
mujeres marcaron con más énfasis que los hombres (91 contra 89 por
ciento) la imposibilidad de ahorrar.
Bienestar y libertades
Seguidamente se preguntó acerca de las otras formas de bienestar en
que puede mensurarse la acción del gobierno, fundamentalmente la
recepción de servicios públicos adecuados que el ciudadano paga, de
todas maneras, en su condición de contribuyente. No se pidió opinión
sobre realizaciones que requieren, forzosamente, un tiempo más
prolongado para arrojar frutos, como los programas de construcción
de viviendas. De todas maneras, la gama de temas considerados dio
lugar a resultados de una amplia variedad. Del total de
encuestados, el 54 por ciento manifestó que el servicio de
transportes urbanos había mejorado, aunque mostró, paralelamente,
contrariedad por los últimos aumentos de tarifas. En esta
apreciación, el sector femenino fue menos optimista (49 por ciento)
que el masculino (59 por ciento). Otro servicio en el que se
advirtieron mejoras durante el último año: el suministro de energía
eléctrica. El 69 por ciento de los visitados consideró que el sector
no registraba ahora inconvenientes, y la magnitud de esta impresión
se identificó entre hombres y mujeres. Respecto del suministro de
gas natural, la muestra opina que en los últimos doce meses se tornó
un tanto deficiente; casi la mitad de encuestados (el 48 por ciento)
expresó que, al menos, no ha sido tan regular y eficiente como en
los años anteriores. Los hombres (44 por ciento) parecían menos
advertidos de este cambio que el sector femenino (54 por ciento),
probablemente más enterado de la materia. Un servicio que obtuvo
severas críticas fue el de barrido y limpieza: el 66 por ciento de
las personas entrevistadas observaron su desmejoramiento. Las
mujeres (67 por ciento contra 65 por ciento de los hombres) hicieron
oír, además de su respuesta, ácidas quejas; "esta obligación se
cumple pésimamente —dijeron—, y no guarda relación con la tasa que
cobra la Municipalidad". Críticas todavía más numerosas se
recogieron contra la educación pública. El grupo encuestado señaló
en un 66 por ciento de los casos el deterioro que se habría
observado en los últimos doce meses. El sector masculino (72 por
ciento) fue, en este renglón, más vehemente que el femenino (60 por
ciento). El tercer campo de opiniones sondeado en la encuesta se
refirió a las libertades públicas. Se preguntó acerca de si se
habían ampliado en el último año o no y, frente a las respuestas
negativas, se indagaron los presuntos motivos. La encuesta reveló
una creencia generalizada (80 por ciento) de que se había avanzado
en ese sentido. El grupo femenino consideró en un 81 por ciento de
los casos que las libertades se habían ampliado, y el masculino
suscribió esta sensación en un 79 por ciento. Los entrevistados
para quienes no se han ampliado las libertades públicas pertenecen,
en su mayor parte, a los sectores estudiantiles universitarios,
algunos ramos del comercio, empleados públicos y, en menor medida,
profesionales. Ese juicio se apoyaba en uno o más elementos para el
mismo encuestado, y así se verificó que un 27 por ciento observaba
la existencia de persecuciones políticas, ideológicas o gremiales;
un 24 por ciento, objetaba la falta de garantías para las
realizaciones de mítines o actos públicos de cualquier tendencia
política; un 21 por ciento, consideró que los canales de televisión
transmiten sólo los programas que el gobierno permite, y un 13 por
ciento aludió a la falta de libertad en la prensa escrita.
Finalmente, se observó uno de los más gruesos errores de información
del público, a lo largo de toda la encuesta: sólo un 15 por ciento
de los entrevistados recordaba que la mayoría de las emisoras de
radiodifusión están intervenidas por el gobierno.
La
convivencia Seguidamente se indagó la opinión pública acerca del
grado de convivencia alcanzado entre los distintos grupos sociales y
políticos en el lapso considerado. Los campos que se analizaron y
relacionaron entre sí fueron los partidos políticos, las fuerzas
armadas, el gobierno, los sindicatos, los grupos raciales y los
poderes. La tabulación de la encuesta permitió comprobar que sólo
el 34 por ciento de los entrevistados consideraba que habían
mejorado las condiciones de convivencia entre peronistas y
antiperonistas. El resto entiende que este problema sigue siendo
candente; el sector femenino (31 por ciento) es, aquí, el más
pesimista. Son algunos más (41 por ciento) quienes opinan que las
relaciones entre el gobierno y los peronistas han mejorado,
apreciación que los hombres están más dispuestos a aceptar, puesto
que la sostuvieron en un 48 por ciento de los casos. El escepticismo
de las mujeres (sólo el 34 por ciento cree en el deshielo) puede
considerarse premonitorio si se tiene en cuenta que los incidentes
del martes 6 en la ciudad de Córdoba, en oportunidad de la visita
del general de Gaulle, volvieron a ensanchar la brecha. Hay que
destacar que esa fecha coincidió con la víspera del cierre de la
encuesta de PRIMERA PLANA, lo que pudo haber determinado un vuelco
de último momento en una porción minoritaria de entrevistados. En
cambio sí existe una creencia generalizada de que mejoraron las
relaciones entre el gobierno y las Fuerzas Armadas: una demoledora
mayoría de los entrevistados (el 84 por ciento) piensa que estos dos
grupos marchan ahora más de acuerdo. Las mujeres (86 por ciento),
con mayor fervor que los hombres (82 por ciento). En cuanto a las
relaciones entre el gobierno y los sindicatos sólo el 30 por ciento
de la muestra estimó que habían mejorado; el resto consideraba que
el clima, de convivencia no había logrado mayores progresos, y la
magnitud de esta posición resultaba idéntica para hombres y mujeres.
El optimismo renació cuando se consideró la convivencia entre el
gobierno y la oposición: el 63 por ciento de los encuestados afirmó
que esa convivencia mejoró; la creencia es más generalizada en las
mujeres' (65 por ciento) que en los hombres (61 por ciento). Uno
de los terrenos más controvertidos es el de las relaciones entre
distintos núcleos raciales. Aunque la mayoría (54 por ciento)
consideró que esas relaciones mejoraron, una porción muy parecida de
opiniones (48 por ciento) sostuvo que los avances en ese campo
habían sido nulos. El porcentaje se mantuvo sin alteración entre el
núcleo masculino y el femenino. También se procuró conocer la
opinión sobre las relaciones que mantienen entre sí los poderes
Ejecutivo y Legislativo del gobierno. El 80 por ciento de los
entrevistados sostuvo que habían mejorado, y el grupo masculino
fue más allá en su optimismo: un 89 por ciento de componentes
respaldaron esa certidumbre. En cambio, en el sector femenino sólo
se obtuvo un cauteloso 71 por ciento de respuestas afirmativas.
Bondadoso, calmo, paternal La imagen que proyecta la persona del
presidente de la República también fue indagada. No se buscó obtener
un juicio tajante sobre su actuación, sino sobre la modalidad con
que opera y se presenta a los ojos del público. Tampoco se temió
caer en un previsible desequilibrio de respuestas cuando se
ofrecieron dos definiciones a señalar por los encuestados. No hubo
aquí sorpresas, pero sí rotundas confirmaciones: el 98 por ciento de
los interrogados aceptó como definición más adecuada la de "un
mandatario bondadoso, calmo y paternal". Sólo un dos por ciento
aceptó la alternativa: "un estadista con gran poder de conducción y
ejecutividad". La coincidencia fue total entre los sectores
masculino y femenino.
Marzo, adelantado Avanzando más en
la apreciación de las convicciones políticas de los encuestados, se
los enfrentó a una hipótesis: ¿por quién votaría si se adelantaran
para las próximas semanas las elecciones de diputados de marzo de
1965? Se ofreció una disyuntiva: la Unión Cívica Radical del Pueblo
(no se la mencionó expresamente como el partido oficialista) o algún
otro partido (no se pretendió saber cuál). El resultado fue que sólo
el 31 por ciento de los encuestados se inclinaban a votar por la
UCRP, con una proporción ligeramente mayor de hombres (33 por
ciento) que de mujeres (29 por ciento). La mayoría parecía dispuesta
a buscar en el cuarto oscuro listas con otros rótulos.
El
dedo en la llaga Finalmente, se quiso saber si a pesar de las
críticas o en su ausencia, los entrevistados consideraban que el
actual gobierno debía seguir en el poder hasta el término de su
mandato, y por qué razón. Un abrumador 94 por ciento aceptaba la
idea de seguir gobernado por el elenco de Arturo Illia otros cinco
años, y los hombres (96 por ciento) parecían aferrados a esa idea
con mayor pasión que las mujeres (92 por ciento). A esta altura, los
partidarios de la quiebra del orden constitucional concluyeron su
participación en la encuesta y una pregunta más fue dirigida a los
partidarios de la subsistencia del gobierno: ¿por qué? Un 15 por
ciento sostuvo que porque creía en la eficacia del gobierno actual.
Una proporción sensiblemente mayor (79 por ciento) asentó su
afirmativa en un cansancio por el desprestigiado ejercicio del golpe
de Estado: desean que el gobierno continúe solo para que no se rompa
el régimen constitucional.
La encuesta Un señor de edad,
parado a la puerta de su casa en una calle de Caballito, preguntó
extrañado: "¿Cómo; otra vez vienen a hacerme preguntas de PRIMERA
PLANA? No sabía que yo era tan importante. Ya me entrevistaron
ayer." Esto sucedió el viernes 2 y evidenció que en la encuesta se
había cometido un error porque dos encuestadores superpusieron sus
caminos. En realidad fue un error aislado, porque las áreas fueron
delimitadas de antemano y correspondían a los barrios porteños donde
predomina la clase media: Centro, Once, Almagro, Caballito, Flores,
Villa Luro, Versailles, Floresta, Liniers, Chacarita, Villa Crespo,
Belgrano, Colegiales, Villa Devoto, Agronomía, Núñez, Saavedra,
Villa Urquiza, Boedo Parque Patricios, Recoleta y Palermo. Además de
la ubicación geográfica se tomaron en cuenta para la calificación de
clase media otros dos aspectos: profesión y nivel de ingresos.
Las preguntas fueron formuladas por miembros de la redacción de
PRIMERA PLANA o por encuestadores profesionales que habitualmente
trabajan para firmas comerciales, agencias de publicidad o
reparticiones públicas. Tuvieron una mecánica especial, ya que
además de la afirmación rotunda se buscaba el matiz, y cada
interrogatorio demandó, en promedio, 25 minutos. Se registraron los
datos domiciliarios, de edad, profesión, educación y nivel de
ingresos, pero se omitieron los nombres y apellidos previendo —como
ocurrió— que la mayoría sólo iba a responder las preguntas políticas
si se le garantizaba un total anonimato. El producto de esa
paciencia es el que se analiza en la información adjunta. Es
preciso decir que la encuesta de PRIMERA PLANA tiene un alcance
limitado y que no pretende representar con exactitud el pensamiento
de la clase media argentina. Para ello hubiera sido preciso, según
las normas ortodoxas, entrevistar a otras 502 personas, con el fin
de completar una muestra de 2.000 encuestados y después proyectar
esos resultados de acuerdo a los porcentajes de participación de
cada rubro profesional en el total de la clase media porteña. O, de
otra manera, empezar por una muestra ya diversificada con las
ponderaciones introducidas de antemano. En ambos casos era preciso
recurrir a estudios de composición social algo envejecidos y a
censos de población de dudosa veracidad. Este trabajo fue obviado,
pero es posible que de haberse realizado no condujera a resultados
opuestos ni muy distintos de los obtenidos. En todo caso, queda
dicho que las opiniones que se tabularon corresponden sin otra
precisión, a 1498 componentes de la clase media porteña, de muy
diversas edades, niveles de educación e ingresos, profesiones y
domicilios. En el próximo número se dará a conocer el desglose de
estos rubros. _____________________ Balbín La grisácea
eminencia Se quitó los anteojos con armazón de metal, sin aros.
Bebió un sorbo de té. "Yo no trabajo para ser presidente. No concibo
que se trabaje para ser presidente. Lo importante es trabajar por el
país, no por los cargos." Las palabras de Ricardo Balbín sonaron
entre las paredes del comité nacional de la UCRP, en la calle
Alsina, de Buenos Aires. Parecían una mera disculpa en labios de
quien pasa por ser la eminencia gris del régimen de Arturo Illia, el
inapelable movedor de los hilos. Una disculpa, también, para un
hombre que en 44 años de vida política sólo ocupó un cargo electivo
nacional: dos años, como diputado, bajo el gobierno de Juan Domingo
Perón. Una disculpa, en suma, para quien se eternizó en las
candidaturas: a gobernador de Buenos Aires (1951), a presidente de
la República (1951, junto a Arturo Frondizi), al mismo cargo en
1958. Cuando el juego político, que hasta entonces sólo le había
provocado frustraciones (y también cárcel y procesos por desacato),
apartó su figura para encumbrar la de Arturo Illia, una pregunta
martilló a los radicales del Pueblo y a muchos electores: ¿qué
hubiera sucedido, en julio de 1963, si en vez de Illia hubiera sido
Balbín la cabeza de la fórmula? De todos modos, ya en los
alrededores del 12 de octubre, se perfilaba una respuesta. La dio,
inclusive, un veterano afiliado del partido: "Quizá no ganaba
Balbín, como no ganó antes, ni siquiera en el 58, cuando mantuvo su
idilio con el régimen saliente. Pero con Illia subió al poder la
UCRP, y Ricardo podía darse, por fin, el placer, de gobernar."
PRIMERA PLANA interrogó concretamente a Balbín sobre la media docena
de episodios importantes en los que hasta algunos radicales del
Pueblo admiten su poderoso influjo, sus decisiones: designación de
ministros antes y después del 12 de octubre (el último caso: Juan
Carlos Pugliese), manejo de las radios y la televisión,
abastecimiento y carestía de la vida, nombramiento de embajadores,
intervención en Jujuy, ofensiva contra el gobernador sabattinista de
Santa Cruz. Balbín —cuyo yerno, Oscar Ferrer, es ahora diplomático
destinado en Roma—, sin inmutarse demasiado, replicó: "Son leyendas,
puras leyendas." "Considero que mi deber es ayudar al gobierno,
no molestarlo", añadió. Sin embargo, dejó entrever sus concepciones:
"En cuanto a la renovación de funcionarios de la administración,
sigo pensando que se han quedado muchos que debieron irse.
Lamentablemente, reglamentos y leyes hacen imposible una rápida
modernización de la burocracia. Con respecto a las radios y la
televisión, siempre consideré que su deber es informar lealmente. El
Presidente tenía tanta confianza en sí mismo que se despreocupó del
tema, y así hubo radios oficiales que desfiguraron la verdad y hasta
llegaron a defender los contratos petroleros." —¿Tampoco en esos
casos hubo presión o intervención suya? —No, nunca fui convocado
especialmente por el Presidente para tratar ningún tema especifico.
Tampoco yo lo he pedido. A cualquier espectador le sería difícil
creer en las macizas aseveraciones de Balbín; más fácil le será, sin
duda, entender que no tiene otro remedio que formular esas
aseveraciones, que está obligado a destruir lo que él llama leyenda
y otros, realidad. Como jefe del partido oficialista (ocupa esas
funciones desde 1959), necesita cubrir las apariencias, quizá en la
misma medida que Illia, a quien se adjudican increíbles sutilezas
para escapar de la injerencia de su correligionario. Se
conocieron hace casi cuatro décadas, cuando los dos estudiaban
Medicina. Después, Balbín se inclinó por el Derecho, y perdió de
vista al futuro presidente. "Mi amistad con Illia —explica
Balbín—
es una amistad seria, ese tipo de amistades que no se cultivan, pero
que existen." No obstante, se entrevista con él, especialmente en la
residencia de Olivos; a la Casa Rosada ha ido, se señala, apenas
seis veces. Las afirmaciones de Balbín no convencen demasiado,
tal vez porque van impregnadas de la superficialidad característica
de quien las pronuncia, y quien las pronuncia es un radical
ortodoxo, más preocupado por la disciplina del partido que por el
progreso de su ideología. El destruye las suspicacias,
calificándolas de leyenda, pero un poco de leyenda no vendría mal a
Balbín, frente al cual parece imposible sentirse atraído por algo
más que su ejercicio del sentimentalismo y las frases ampulosas.
Sus amigos y sus enemigos coinciden en una básica descripción de
Ricardo Balbín: "común y normal". No contradicen esa imagen su
biografía y su frugal existencia actual, su afición por los trajes
cruzados, de tonos grises, cuyos sacos siempre abrocha con el botón
inferior. Un intento de PRIMERA PLANA por conocer las lecturas de
Balbín, fracasó. "Me gusta lo informativo", expresó, pero sin
mencionar títulos ni autores. En su biblioteca abundan gruesos
libros de derecho y polvorientos diarios de sesiones. En cambio,
el antiguo jugador de pelota-paleta se apasiona de tanto en tanto
por el fútbol; en otras épocas solía frecuentar el hipódromo de La
Plata, con Anselmo Marini; también, la taba y la ruleta. Aunque más
allá de estas inclinaciones, no muy marcadas, pocas aristas hay en
el jefe de la UCRP, que fuma entre un paquete y un paquete y medio
de cigarrillos nacionales, sin filtro, por día, y goza de excelente
salud. Va al cine una o dos veces al año (lo último que vio:
Saqueo en la ciudad, llevado por su amigo Eleodoro Cortázar; y Morir
en Madrid, en la residencia de Olivos), y eso que sus padres,
Cipriano y Encarnación Balbín, inmigrantes asturianos, estremecían a
los parroquianos de su confitería de Laprida, Buenos Aires, con
funciones dominicales de cine, a comienzos del siglo. Hoy, Balbín se
lamenta de no poder seguir con más asiduidad la serie policial de
televisión Los intocables, del Canal 7. La jornada de este
porteño, nacido el 29 de julio de 1904, alumno de las escuelas
públicas, de los padres agustinos y del Colegio San José, comienza
en La Plata, hacia las nueve y media de la mañana, en una casa de
dos plantas que compró veinte años atrás "con el préstamo de un
amigo solícito y una hipoteca". A esa hora, su mujer, Indalia Elena
Ponzzetti, a quien él llama "madre", le sirve el desayuno, una taza
de té, y le alcanza El Día y La Nación. Luego atiende sus asuntos
jurídicos, conversa con sus dos hijos varones (Osvaldo, médico
cirujano, de 27 años; y Enrique, estudiante de abogacía, de 23; la
hija Lía vive ahora en Roma), almuerza con la familia. Después monta
en su Valiant y enfila hacia la Capital, hacia su mohoso despacho de
la calle Alsina, donde recibe alrededor da 3.000 personas por mes.
El día, casi sin excepción, concluye en el restaurante del Centro
Lucense, a unos pasos de Belgrano y Entre Ríos, donde se tiende una
amplia mesa radical; allí lo rodean sus amanuenses José Peret y
Jaime Gerchunoff y otros correligionarios: Arturo Mor Roig, Rubén
Blanco, Juan Carlos Pugliese, Raúl Alfonsín, Pedro Duhalde, Enrique
Vanoli, Cortázar. Generalmente, Balbín elige entre una gama de
platos preferidos, que incluye tortillas, bifes, pescado hervido,
costilla de cerdo. En el Lucense, nuevamente aflora su sentido de
la disciplina: le molesta que alguien pida platos o vinos fuera de
lo común. Como el pago de la cuenta se prorratea, sostiene que puede
haber gente en la mesa que no está en condiciones de sufragar el
"lujo" de los demás. Los fines de semana opone una tregua a esta
rutinaria agenda: entonces suele hacer algunos arreglos en su casa
platense, pintar macetas. "Me gustan las flores radiantes, las que
tienen mucho colorido", opina. La rutina se adueñó de Balbín
hacia la década del 40; antes, cuando joven, fue un reformista
activo, un agitador estudiantil que conoció expulsiones; en 1828,
dos años después de recibirse de abogado y de trabajar en la
biblioteca de la Legislatura de La Plata por 120 pesos mensuales,
fue a Mendoza como fiscal del Crimen, y de entonces datan decenas de
historias sobre supuestas crueldades de Balbín. El lencinismo le
imputó la destrucción de libretas de enrolamiento, apremios
ilegales; el peronismo recogió esas acusaciones para
desprestigiarlo. Hoy, el jefe de la UCRP las desmiente con una
sonrisa: "Infames calumnias." El peronismo, sin embargo, lo envió
siete meses a la cárcel de Olmos. Ahora piensa que el anunciado
retorno de Perón —a quien vio circunstancialmente una sola vez, en
1943— es una nueva tentativa para menoscabar la estabilidad del
gobierno. "La primera fue el plan de lucha de la CGT, que fracasó.
Esta también fracasará", exclama. Balbín, católico creyente,
aunque oye misa sólo excepción al mente, vio mejorar su posición
económica después de 1958, cuando su bufete de abogado comenzó a
inundarse con juicios sucesorios importantes, sobre todo de familias
de la zona bonaerense de Lamadrid. Sin embargo, ni la serenidad de
su hogar ni la de sus finanzas parecen frenar su vocación por el
poder, que las circunstancias propias (fue elegido diputado en 1942,
y renunció a la banca) y las ajenas (fue elegido diputado en 1931,
pero el gobierno anuló los comicios) han mellado constantemente. Por
eso, quizá, en 1963 no se esforzó por postularse para la
presidencia: estimaba poco posible la realización de elecciones, o
creía en la derrota de la UCRP, explican algunos allegados. La
victoria lo sorprendió. Hosco, serio, desaliñado (en la década
del 50, la juventud no frondicista que lo encumbró lo llamaba "el
hombre de los pantalones arrugados"), un aire de tristeza flota
sobre sus gestos; de ninguna manera, el empuje y la brillantez, la
finura y la agudeza de los grandes políticos. Sin embargo, no son
pocos los que estiman que aspira a presentarse, en 1969, como
candidato a presidente de la República. La semana pasada,
mientras el Comité Nacional de la UCRP preparaba su reunión, la
hegemonía balbinista seguía advirtiéndose con claridad dentro del
partido. El balbinismo tiene entre sus manos la casi totalidad de
los distritos, excepto en Entre Ríos y Mendoza, donde impera por
medio de alianzas con el unionismo; en Córdoba, Catamarca y
Tucumán, donde predomina el sabattinismo; y en la Capital Federal,
en la que una paridad de rabanalistas y unionistas permite a Balbín
ser árbitro. Ciertos datos llevan a sospechar, no obstante, que
una corriente popular crece dentro de la UCRP, sobre la base del
viejo sabattinismo y con el auspicio embozado o no de los
colaboradores del jefe del Estado. La crisis de Santa Cruz hizo
enfrentarse ásperamente a los balbinistas con sus antiguos y nuevos
rivales. Los diputados que responden al presidente del partido,
sumados a los de por lo menos cinco minorías, se inclinaron por la
defenestración del gobernador Martinovic y por la entrega del poder,
en esa provincia, al vicegobernador Varela, adicto a Balbín.
Mario Roberto, diputado de la UCRP, defensor de Martinovic, que
logró demorar un mes la sanción del bloque, no tuvo apoyo dentro de
su sector. Nadie lo acompañó el miércoles 7, al tratarse el tema en
la Cámara de Diputados, por la tarde (por la mañana, Balbín y Arturo
Mor Roig habían visitado al doctor Illia, en la Casa Rosada).
Tampoco lo acompañaron el jueves, al volverse a debatir el espinoso
conflicto. Al fin de la semana, los delegados el Comité Nacional
empezaban a congregarse en la casa de Alsina y Entre Ríos, a una
cuadra del Congreso. Lo hacían por última vez, porque esta semana el
caserón será demolido y dará paso a una moderna sede. Balbín también
quiere construir. PRIMERA PLANA 13 de octubre de 1964
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—¿Desea usted que el actual gobierno termine
su mandato de seis años? —Si, claro. Pero, ¡por el
amor de Dios, cuanto antes!
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