Arquitectura
De sala de teatro, en 1920,
a sede del Instituto Di Tella, en 1963
Instituto Di Tella
Florida 940. Alguna vez fue casa de decoración, alguna vez fue salón de venta de automóviles y motonetas. Pocos recuerdan que, cuatro décadas atrás, la Wagneriana instaló allí un teatro. Tampoco se advierte, al pasar frente al edificio, que se trata de uno de los locales más vastos de Buenos Aires, ocupando una superficie de 3.500 metros cuadrados.
Desde febrero de este año, el Instituto Torcuato Di Tella realiza allí trabajos de refacción para instalar su sede central y varias de sus dependencias. Ayer —increíble record de rapidez en una ciudad donde las obras, públicas y privadas, suelen demorar años—, el Instituto abrió al público las puertas de su local, coincidiendo con la inauguración del premio nacional e internacional de pintura que lleva su nombre.
La primera impresión que espera al visitante es la de vastedad. Grandes espacios, superficies descubiertas, enormes muros. Todo modulado según una concepción espacial que, lejos de disminuir al público por su grandiosidad, lo incorpora a la estructura, lo invita a seguir adelante en la exploración de este inmenso dominio. Cuatro grandes salas, tres en la planta baja y una en el primer piso, constituyen el Museo del Instituto donde en este momento se expone el Premio Di Tella y que habitualmente albergarán, además de muestras temporarias, la colección de pintura y escultura formada por el ingeniero Torcuato Di Tella con el asesoramiento del ilustre crítico italiano Lionello Venturi. El Museo estará abierto diariamente al público de 12 a 20, y cuenta con una cafetería, en el primer piso, cuya atención ha sido otorgada a dos entidades benéficas: FLENI y LALCEC. El ingeniero Enrique Oteiza (34 años, casado, una hija), director ejecutivo del Instituto, dice: "Queremos captar, con ese horario, al público de las primeras horas de la tarde, ya sea el que viene al centro por sus compras y diligencias, ya sea el de empleados que tienen un par de horas libres al mediodía y almuerzan por acá".
La sala del Museo que ocupa el primer piso está alojada en lo que fue, precisamente, la sala del primitivo teatro, del que conserva aun en parte el friso decorativo con elementos característicos de la década del 20. En lo que fueron las bambalinas —que parcialmente subsisten— se ha instalado la biblioteca especializada en artes plásticas y música. En el salón rectangular que ocupa lo que resta del fondo del escenario se instalará un microcine, cuyos equipos serán diseñados especialmente para funciones cinematográficas y espectáculos audiovisuales.
Atravesando laberínticos pasillos y retorcidas escaleras —restos, también, de un pasado escénico que se resiste a desaparecer— se accede a oficinas del Instituto, que hacen pendant con la cafetería, al otro lado. Ambas dependencias son como jaulas de vidrio suspendidas sobre la primera sala del Museo; para unificar su apariencia exterior y no distraer al público que visite la muestra, se ha concebido una suerte de enrejado de listones verticales, paralelos, que cubre sus ventanales y modula el espacio en la parte alta de la sala. En el centro de ésta, el pozo de aire del edificio ha sido rodeado de cristales para exhibir un verdadero jardín que introducirá, insólitamente, un trozo de naturaleza entre el cemento, los mármoles y el hierro.
Los transformadores del antiguo local son los arquitectos Francisco Bullrich y su esposa, Alicia Cazzaniga (33 años cada uno), y Clorindo Testa (38 años), quienes han aprovechado todas las ventajas que podía ofrecer la primitiva estructura y han mantenido las vastas dimensiones originales, adaptándolas a sus nuevas funciones. Así por ejemplo, en el techo del palier del primer piso, donde convergen las oficinas administrativas de la entidad, Clorindo Testa conservó una vieja claraboya muy elaborada, pero la ha incorporado a la decoración, rigurosamente contemporánea, haciendo pintar sus losanges de blanco, azul y rojo, alternadamente. En total, el edificio alberga la sede central del Instituto, su Centro de Artes Visuales (incluyendo el Museo), el Centro Latinoamericano de Altos Estudios Musicales y la editorial.
Las dependencias abarcan, además de la biblioteca y la discoteca, salas individuales con piano (en número de seis) y aulas para los alumnos del Centro de Música, y un auditórium. El costo de as refacciones ha alcanzado a 4 millones de pesos, y el amueblamiento y la decoración insumieron un millón y medio más. Los muebles y accesorios fueron cuidadosamente seleccionados por los arquitectos entre diseños que se encuentran a la venta en cualquier casa de decoración moderna, pero partiendo del principio de que nada en el Instituto, ni un tintero, puede estar fuera de la línea de la más rigurosa contemporaneidad. Finalmente, los enormes sótanos servirán de depósito de obras de arte.
Una preocupación muy seria fue la ventilación y calefacción de las salas. Para la primera se contaba con equipos de aire acondicionado; para la segunda, dado que se trata de un Museo y las pinturas son particularmente sensibles a los cambios de temperatura, hubo que diseñar radiadores especiales, a la manera de pequeñas cajas que sobresalen de la pared a dos metros de altura.
Lo que está definitivamente instalado es el Centro de Altos Estudios Musicales, que imparte cursos de enseñanza superior a un número rigurosamente seleccionado de jóvenes compositores latinoamericanos. A ambos lados de un corredor decorado con pinturas de Sakai y Fernández Muro están las salas individuales de estudio, cada una con un piano vertical de moderno diseño. El Centro cuenta con el apoyo de la Fundación Rockefeller, a la que se debe la donación de los instrumentos y de 10 mil dólares para instalar la biblioteca especializada en música. La misma Fundación ha aportado recientemente otros 20 mil dólares para adquirir un clavicordio —muy utilizado por los nuevos compositores— y un equipo grabador especial, electromagnético, que formará parte del laboratorio de música electrónica. Los despachos de Alberto Ginastera, director del Centro, y del profesor Riccardo Malipiero (notorio músico italiano a cuyo cargo están los cursos de "Textura musical en el siglo XX" y "Nuevos principios de orquestación"), son amplios y confortables, decorados con sobriedad. En el primero, cuadros de Sakai, Testa y Torres García; en el segundo, una admirable naturaleza muerta de Giorgio Morandi y unas arpilleras quemadas de Alberto Burri. Todas las obras de arte que decoran la casa pertenecen a la colección Di Tella.
La noción fundamental que informa al edificio entero es la de constituir un centro irradiante de cultura que no solamente sea accesible a todo el público sino que, asimismo, introduzca a ese público dentro de estructuras propias del mundo contemporáneo, tal como la técnica y el arte lo proponen. La iluminación, la disposición de tabiques y escaleras, la utilización de cristal y mármol en cantidad y, sobre todo, el aprovechamiento del espacio como una continuidad fluida, sin transiciones bruscas de un sector a otro (ni siquiera de un piso a otro), demuestran una concepción totalmente renovada en un medio donde los tabúes arquitectónicos subsisten desmedidamente. Lo importante es que este inusitado despliegue obedece a una estricta funcionalidad concebida a partir del complejo museo - escuela - oficinas, homogéneo aunque diversificado. También se responde así a los propósitos que guiaron la fundación del Instituto, el 22 de julio de 1958: "Que sea una entidad nueva en el país. Nueva no por su poca antigüedad, sino por la forma en que está organizada, el espíritu que la anima y la manera de encarar los problemas. Deseamos una institución ágil, que no sea afectada por los vaivenes de las crisis políticas; desprejuiciada, objetiva y alerta".
Desde ayer, en Florida 940, el mundo moderno está al alcance de todos. Basta atravesar estos umbrales para comprender que, con los mismos títulos que la política y la economía, las artes visuales forman parte de la vida del hombre, la integran y la explican.
PRIMERA PLANA
13 de agosto de 1963

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