Una hermética casamata de hormigón era el primer
signo de que el valle iba a quebrar su rutina. Pero lo atípico no
terminaba ahí: un bruñido Furgón Telemétrico, el Radar,
Cineteodolitos, medidores de viento a ras de tierra, cámaras
cinematográficas de alta velocidad, globos meteorológicos y, en el
medio, la vedette: la hidráulica y nacional rampa móvil (diseñada y
hecha en DINFIA), con su "pluma" de ocho metros, horizontal y en
reposo. Acostado sobre la pluma, el colorado Orion, un cohete
fabricado en el país, descansaba sus cien kilos, sus dos metros
setenta de largo. Dentro, el propulsante se comprimía, listo para
ser detonado. Trincheras, órdenes nerviosas, un continuo mirar el
reloj, anticipaban el lanzamiento. Todo sucedía en CELPA (Centro de
Experimentación de Lanzamientos de Proyectiles Autopropulsados), una
repartición de la Secretaría de Aeronáutica en donde trabajan tres
centenares de hombres. Centro de operaciones de la Fuerza Aérea (se
la usaba para maniobras y ejercicios de bombardeo), la base adoptó
ahora una personalidad más rutilante: a pesar de que todavía pasa
gran parte del año sin ser visitada, sus períodos de esplendor (los
lanzamientos) la convierten junto a Woomera (Australia) en únicas
bases de lanzamiento de cohetes del hemisferio Sur. Más de treinta
salpican el territorio de Estados Unidos. Cuatro horas antes del
lanzamiento comienza la última fase de la operación. Antes se ha
montado todo el dispositivo, se han tendido incontables metros de
cable. El final empieza con un sondeo de gran altura, a cargo del
meteorologista. Una hora más tarde, el encargado de la cuenta
regresiva ordena el primer sondeo de baja altura y el desplazamiento
del Furgón Telemétrico. Sesenta minutos después se verifica si todo
el personal está en sus puestos, se traslada el cohete a la rampa,
se hace el segundo sondeo. Así comienzan a acortarse plazos. Diez
minutos de silencio y nueva orden por los altavoces: "Personal de
Cineteodolitos, inicie despliegue"; veinte minutos más y el cohete
está en rampa, listo para el tiro; en media hora el aire seco se
estremecerá con el primer Top (indicación de hora). El anuncio sirve
para probar el circuito de disparo, instalar las cámaras de alta
velocidad en su emplazamiento definitivo (junto a una profunda
trinchera, por las dudas); también, para el segundo sondeo de baja
altura. Trescientos segundos y se verifica la comunicación con
todos los puestos: cuatro cineteodolitos con nombre de mujer
—Dorotea, Carolina, Alicia, Beatriz—, la Casamata con el Director
del lanzamiento, los técnicos en Montaje y Lanzamiento, Cálculo de
Trayectoria, Comunicaciones y Telemetría y Seguimiento Óptico; el
Radar; el puesto encargado de seguridad de campo, que prohíbe, desde
una hora antes, todo vuelo sobre el lugar; el Furgón Telemétrico, la
Rampa, el Taller de Montaje Final; Meteorología y cámaras,
finalmente. Faltan tres cuartos de hora. "Colocar iniciador,
controlar tensión en batería de disparo, sondear por tercera vez a
baja altura.". Media hora. "Cargar película, comenzar a erguir la
pluma de la rampa, realizar cuarto sondeo a baja altura." Veintidós
minutos. Se prueba el equipo de lanzamiento; el sol brilla rozando
el mediodía; la zona de lanzamiento está despejada. Ciento veinte
segundos más tarde se nivela, aproximadamente, la rampa; se repliega
parte del personal y, a baja altura, se hace otro sondeo más, el
quinto. "Top de menos quince", anuncia el altavoz. Falta un
cuarto de hora y hay que confirmar si las cámaras de alta velocidad
están listas, si las pruebas del equipo telemétrico llegaron a su
fin. El sistema de comunicaciones vuelve a probarse a escasos doce
minutos del momento cero, se da a la rampa su elevación definitiva.
"Top de menos diez para toda la red." "Conectar iniciador, conectar
balizas, dar basculación de rampa, replegar vehículos." Top de
menos cinco. "Conectar telemetría retirando clavija; verificar
recepción de señal; silencio de radio; retirar llave de línea de
fuego (la voz se ha ido tensando casi insensiblemente, como los
hombres); repliegue de equipos", retumba. "Top de menos tres
minutos." Todos los puestos silencian sus intercomunicaciones y
quedan "en escucha". "Detener motores de todos los vehículos,
entregar llave a Director de Lanzamiento." Faltan ahora ciento
veinte segundos: una inofensiva llave fue colocada en el tablero de
disparo, bastará darle media vuelta; los motores para fotografiar
están en marcha. "Menos un minuto." En la quietud, la orden de
verificar ráfagas y viento de superficie parece un contrasentido. El
puesto telemétrico da su definitivo okey; se inicia la cuenta final.
Llega clara: cinco, cuatro, tres. En ese momento, de acuerdo con
órdenes previas, las cámaras de alta velocidad empiezan a funcionar.
Uno. Silencio radioeléctrico especificaba, para ese instante, la
Orden del Día. Una nube roja, virando al amarillo, abraza la
pluma. De allí emerge, vertical, el Orion. Pega un bramido y se
incrusta en un cielo totalmente azul. Cinco minutos después se
recogen resultados; abajo, sobre la rampa, el humo empieza a
esfumarse. Como si flotaran, entre un aturdido paisaje que recobra
su movimiento, los "servidores" de la rampa, que la abandonaron a la
carrera apenas tres minutos antes del disparo, vuelven hacia ella
(con sus overalls blancos y sus cascos azules) caminando despacio.
Cuando la Luna tape al Sol Fue uno de los últimos eslabones
de una cadena de experiencias. La que se tensará, el 12 de
noviembre, entre las 10 y las 11 de la mañana, cuando durante
insólitos ciento diez segundos y sobre una franja que incluye a
Perú, Brasil y la Argentina, el día y la noche abrevien sus plazos.
Es que sobre Lima, y ciudades de Jujuy, Salta y Corrientes (más
algunas del Sur de Brasil), una oscuridad progresiva, provocada por
la Luna, tapando al Sol, barrerá a la luz por completo. El previsto
eclipse, que no pasará de un ochenta y cinco por ciento de oscuridad
sobre Buenos Aires, hará que Tartagal, en Salta, y diversas zonas de
Jujuy y Corrientes se truequen en oscuros, simultáneos e
internacionales campos de lanzamientos. Porque nadie elucidó
todavía la cantidad exacta de neutrones que envía el Sol, ni el
rango de energía que le corresponde a ese bombardeo constante. La
coordinada medición unirá, en la misma mañana, a expertos de los
Estados Unidos, Francia y la Argentina. Curiosamente, lo que
menos importa es el resultado. El avance tecnológico o teórico —para
la Argentina—; las posibilidades de un operativo sin antecedentes
—para franceses y yanquis—, hará que todos ellos miren al cielo con
optimismo, cualquiera sea ese resultado. El carácter conjunto de la
operación, por otra parte, significa para los argentinos una especie
de sólido brevet espacial, a cinco años de su primer lanzamiento.
Universitarios (de Cuyo, La Plata, Buenos Aires, Tucumán, Córdoba y
el Nordeste); militares (de CITEFA, Escuela Superior Técnica del
Ejército); técnicos y miembros de la Aeronáutica (agrupados en el
IIAE de DINFIA); civiles inquietos reunidos por dos siglas y un
Club; mecenas u organizadores como la Comisión Nacional de
Investigaciones Espaciales (CNIE) o el Consejo Nacional de
Investigaciones Científicas y Técnicas, configuran el colosal
respaldo de un trabajo silencioso. Una labor sin metas
espectaculares (no hay medios ni necesidad) pero cuajada de aportes,
de observaciones científicas y experiencia, hacen de la
investigación espacial argentina una disciplina casi adulta. El
12 de noviembre, mediante un acuerdo suscripto entre la CNIE y el
Centro Nacional de Estudios Espaciales francés, se lanzarán dos
cohetes Titus (franceses) con cargas útiles que van a medir, durante
el eclipse y desde Corrientes, la variación de la intensidad solar.
Otro convenio, firmado con el US Army Electronic Research, de New
México (USA), permitirá, a su vez, que una docena de cohetes
meteorológicos Hasp, desde Tartagal, midan antes, durante y después
del eclipse, la distribución de ozono en la estratosfera, determinen
temperaturas y observen perturbaciones en los vientos. Para la
Argentina, sin embargo, el operativo no se agota allí: once grupos
se enzarzarán en una amable competencia de estruendos e
investigaciones simultáneos. Así el eclipse no será sólo una
inmejorable oportunidad de cita internacional de trabajo sino, sobre
todo, un test de lo que puede hacerse en conjunto y sin dispersar
esfuerzos. La aventura espacial es, desde un punto de vista
sociológico, la piedra libre de una actitud: la de informar,
publicitar los hechos, pero ocultando siempre, o casi siempre, los
fines. Detenerse en la corteza significa creer que el Espacio es,
apenas, el medio para que un hombre flote o el único camino que
lleva a la Luna. Por eso ninguno de los expertos argentinos se
molesta cuando le dicen: "Ah, usted también tira cañitas voladoras";
porque si descubrieran que un simple petardo puede poner en órbita
un laboratorio entero, lo lanzarían sin complejos. No harían más que
imitar el ejemplo de los países más experimentados; la posición
norteamericana que opone, a los espectaculares lanzamientos de Cap
Kennedy, la sigilosa actividad de sus treinta bases, que tiran no
menos de 3 mil pequeños proyectiles al año. Mediciones
atmosféricas, control de vientos y observaciones diversas son las
misiones que llevan esos vehículos. En la "nariz" de todos se
esconde una "carga útil" (el transistorizado aparejo que mide y
retorna después en paracaídas). El Espacio no es solamente un
viaje a la Luna, ni siquiera el estrépito de un cohete subiendo. Es
la atmósfera y la ionosfera, los vientos, la meteorología en total,
las auroras, los quasars (ver Nº 131). La Tierra, además, está
sometida a una directa acción solar. Sus variaciones de actividad
(emisión de partículas energéticas, fluctuaciones del campo
magnético, manchas, explosiones, reacciones nucleares) afectan la
vida en el planeta. Se modifica el campo magnético, se alteran las
capas ionosféricas, varía el flujo de partículas que bombardean la
Tierra. Y las comunicaciones, los viajes aéreos o el geomagnetismo
terrestre están indisolublemente ligados a esas perturbaciones.
Sondeos en la alta y baja atmósfera, por otra parte, permiten
controlar en forma permanente la influencia de las radiaciones
cósmicas sobre la vida humana, los jets y los satélites. Partículas
nucleares (de alta y baja energía) y el cinturón de radiaciones que
abraza a la Tierra, justifican todas esas prospecciones. No se
cierran ahí, tampoco, las razones para curiosear en el Espacio: •
Las explosiones nucleares producen nubes radiactivas que circulan
por las capas de la Alta Atmósfera, y dejan caer elementos
radiactivos. • Determinando la naturaleza, el flujo y la energía
de las partículas, se puede llegar a conocer la estructura de los
procesos solares o galácticos y estudiar las variaciones del campo
magnético. • Las tormentas magnéticas que se registran en la
Tierra tienen un individualizado culpable: la emisión de partículas
solares. El efecto visible son las auroras boreales o australes,
punto de observación, también, de quienes investigan el Espacio.
• La medición de vientos y turbulencias (Aeronomía) entre 80 y 200
kilómetros de altura, adquiere inusual precisión recurriendo a
cohetes que eyectan nubes alcalinas o de sodio. Los globos
estratosféricos, los monitores de neutrones o los cohetes con cabeza
detectara de radiaciones, el instrumental de tierra y los cálculos,
son las armas básicas de la investigación espacial. Una cara. La
otra, sí, está hecha de viajes interplanetarios, de
satélites-laboratorio, de hombres "caminando" en el vacío.
Obviamente, en la Argentina no se llegó aún a la segunda etapa. El
doctor en Física Horacio Bosch (39 años, Jefe del Laboratorio de
Radiaciones y Alta Atmósfera del IIAE) es optimista, sin embargo. En
un año, la Argentina estaría en condiciones de rellenar un satélite
(dotarlo de una carga útil para una misión convencional) aunque no
se pueda predecir, todavía, cuánto falta para fabricar aquí el
propio satélite. Y cuánto para ponerlo en órbita. Ese nivel
científico no se advierte sólo en la seguridad del doctor Bosch: la
demanda extranjera, las casi cotidianas proezas que se realizan en
los Centros argentinos, los convierten en líderes sureños de la
Investigación Espacial.
Chaff, protones y vértigo El 28 de
enero de 1960, un Decreto, el 1164, creó la Comisión Nacional de
Investigaciones Espaciales, que desde entonces dirige el Ingeniero
Teófilo Tabanera. Tiene a su cargo coordinar y promover las
investigaciones espaciales en la Argentina. La integran 25 vocales,
y cuatro de ellos, junto al Ingeniero Tabanera, forman el Comité
Ejecutivo. Los miembros son propuestos por la Comisión Nacional de
Energía Atómica, el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas
y Técnicas, el Servicio Meteorológico Nacional, Universidades
Nacionales e Institutos de Investigación. Una veintena de
investigadores activos forman, por su parte, especializados Comités
que asesoran a la CNIE en Electrónica, Tecnología Espacial, Ciencias
Físicas, Biológicas y Jurídicas. Para el ingeniero Tabanera, un
imaginario ranking ubicaría, en la cima, a Estados Unidos y la URSS;
inmediatamente después estarían Alemania, Francia, Gran Bretaña; más
abajo Canadá Italia; luego, a un mismo nivel, Suecia, Japón,
India, Argentina, Pakistán y Australia; un poco más atrás, Brasil.
Este último formó su Comisión Espacial, justamente, a instancias de
un organismo también reciente: el Comité Interamericano de
Investigaciones Espaciales, al que próximamente se integrarían
Canadá y México, y del que participan todos los países
latinoamericanos y USA. Lo preside el mismo Tabanera. La Red
Interamericana de Exploración Meteorológica (REDINEXMET) es la
primera creación concreta del Comité. Cada treinta días, y para
afirmar esa red, Argentina, Brasil y Estados Unidos lanzan cohetes
de exploración meteorológica e intercambian los resultados. Para
medir velocidad o dirección de vientos, en general, se usan los
cohetes sonda Hasp que, a modo de "carga útil", llevan chaff,
minúsculas agujas de cobre. A una determinada altura, se sueltan los
"paquetes" de agujas y el radar las sigue. Veinte millones de
pesos anuales, más los subsidios del exterior (generalmente de
Estados Unidos y Francia), más los que provee el Consejo Nacional de
Investigaciones Científicas y Técnicas o los que derivan de
programas internacionales (Año Geofísico, Año del Sol Quieto)
permiten a la CNIE compensar bajos sueldos, aportar instrumentos o
vehículos, becar expertos, organizar cursos, imprimir publicaciones
específicas (una treintena el último año) o financiar complejas
experiencias de laboratorio. Las relaciones más estrechas son,
tal vez, las que la CNIE mantiene con las Universidades. Todos los
centros que hacen investigación espacial, empero, se han relacionado
alguna vez con la Comisión, que tropieza, a menudo, con una gran
dificultad: la diversidad de tareas. Cada grupo se desenvuelve con
un objetivo prefijado (medir radiación, observar luminiscencia
nocturna, vigilar vientos y turbulencia); la CNIE, en cambio, tiene
que cubrirlos todos. De esa forma, y simultáneamente, está
comprometida en trabajos de Radiación Cósmica, Ionosfera, Aeronomía
o experiencias con nubes de sodio. En el 65, por ejemplo, el balance
de actividad que emprende el Ingeniero Tabanera transita todos los
rincones de la investigación espacial. Por ejemplo, su programa
cooperativo de estudio de vientos y turbulencias (Red
Interamericana) prosiguió por medio de nubes alcalinas eyectadas por
cohetes (450 kilos de peso) en tres lanzamientos verificados en
Chamical (La Rioja) en noviembre del 65. Allí colaboró la Estación
de Rastreo Óptico de Satélites de Villa Dolores (Córdoba), las
Universidades de Cuyo y Buenos Aires y la Secretaría de Aeronáutica.
El observatorio Félix Aguilar, de la Universidad de Cuyo, por su
parte, procesó información de aeronomía que había sido obtenida en
1962, 1964 y 65, a través de lanzamientos (cohetes Centauro,
franceses) desde la base de Chamical. Las nubes de sodio, en
cambio, dieron trabajo al Departamento de Meteorología de la
Facultad de Ciencias Exactas de Buenos Aires, al desprenderse de
otros cohetes para estudiar la turbulencia en la alta atmósfera.
Un programa conjunto entre la Universidad de Colorado, USA, y la de
Cuyo, permitió que esta última comenzara sus observaciones de
luminiscencia nocturna, por medio de un fotómetro celeste instalado
en San Juan. Los lanzamientos de cohetes meteorológicos del año
pasado en Chamical, tuvieron cómplices: LIARA, el Laboratorio
Ionosférico de la Armada, instaló un sondeador Tria, que realiza
verticales sondajes de la Ionosfera. Esa zona de la atmósfera era
vigilada también, de acuerdo con el programa del IQSY (International
Quiet Sun Year) por la Estación Ionosférica de la Universidad
tucumana y por el Instituto Antártico Argentino, que daba
continuidad, así, a las previas experiencias de las bases Ellsworth
y Belgrano.
Satélites sin intimidad Los técnicos
argentinos hallaron también la manera de aprovechar datos ajenos. El
APT (Automatic Picture Transmission) tucumano, construido a un costo
inverosímil, se dedica a "robarle" pulsos eléctricos a los satélites
meteorológicos Essa y Nimbus, y fotografiar la información que
envían. La Estación Ionosférica de la misma provincia pergeñó una
estación receptora para señales —en onda continua— de satélites
baliza, efectuando dos registros diarios. En la Estación de
Rastreo Óptico de Satélites de Villa Dolores, cumpliendo un convenio
(CNIE-Observatorio Astrofísico Smithsoniano), se fotografió el paso
de satélites. Desde esa estación se obtuvo, precisamente, la
"primicia" gráfica de la cita entre las Géminis 6 y 7 en el Espacio.
La pericia fotográfica de sus expertos, por otra parte, se puso a
prueba en lanzamientos de cohetes que sueltan nubes de sodio: la
exacta cámara Baker-Nun registró la dispersa nube multicolor. De la
localidad cordobesa emigrará ahora una de esas cámaras: irá a
Comodoro Rivadavia para acechar satélites. Desde que el Early
Bird. (cuya construcción fue ordenada por COMSAT, Comunications
Satellite Corporation, una empresa privada de USA) comenzó a
operar, se advirtió que las comunicaciones vivían en revolución.
Antes, otros engendros, como los dos Telstar, el Relay, el Syncom o
el Ecco, imitaron a la Ionosfera actuando a modo de espejos. Ese
comportamiento, imprevisible teóricamente, permitirá obviar, en el
futuro, los caprichos de la naturaleza. Es que la Ionosfera auxilió
a Marconi reflejando sus ondas radiales a través del Atlántico y
evitando que agonizaran ante la curvatura terrestre; pero, a la vez,
en 1958 interrumpió (desorganizándose ante las "llamaradas" solares)
todas las radiocomunicaciones a través del Atlántico norte.
Sustitutos casi perfectos —pueden irradiar televisión a distancia,
algo vedado para la Ionosfera— los satélites se convertirían en
"espejos" más manejables, y simplificarían la comunicación
internacional. En la Argentina, la Secretaría de Comunicaciones,
para automatizar la comunicación del país, creó COTESA (Comisión de
Telecomunicaciones por Satélites), un ente que en noviembre del 64
se reunió con miembros del COMSAT para incorporarse a la Red
Internacional de Comunicaciones por Satélites. De las charlas surgió
un plan: se escalona con vistas a una meta (1968) e incluye una
partida de 2.100 millones de pesos. El apoyo "logístico" de ese
intento tenía que recaer, evidentemente, en los técnicos locales que
vigilan el Espacio. Mientras por un lado se planea investigar la
Estratosfera —de acuerdo con el Servicio Meteorológico Nacional—, la
Estación Ionosférica de Tucumán lanzará desde Chamical dos pares de
Nike-Apache (uno de día, otro de noche) para medir la densidad
iónica y electrónica y la temperatura de electrones. Los disparos de
cohetes Hasp recrudecerán (a uno por semana) entre el 15 de
setiembre e igual fecha de octubre, en mérito a las condiciones
atmosféricas particulares que se dan en ese período. El año próximo,
no sólo se mantendrá esa innovación; se agregarán también mensuales
lanzamientos de Hasps desde Comodoro Rivadavia. La época de
"calentamientos repentinos" (fines de 1968) de la Antártida, será
acribillada por los mismos cohetes que partirían, entonces, de la
base Matienzo. Granadas y nubes alcalinas, entre los 45 y 85
kilómetros de altura, se abalanzarán sobre los vientos para predecir
su comportamiento y establecer temperaturas. Una coordinada y
constante previsión de alteraciones meteorológicas sería, tal vez,
el primer hito. Basta advertir cómo se enciende el Ingeniero
Tabanera cuando se le habla de satélites y otros planes, para
comprender que si los sueños son soslayados en la programación
anual, no por eso dejan de estar ahí, como acicate, esperando la
oportunidad de convertirse en hechos. En ese aspecto, todos los
temores son meramente económicos, de desarrollo; para quienes tienen
algo que ver con el Espacio, un solo renglón no admite dudas: la
capacidad técnica de los argentinos, su imaginación. Aparentemente,
un campo sin fisuras ni fronteras.
Globos en las Nubes El
balón de neoprene, jadeando, se ubicó en su nivel de altura, los 35
kilómetros. Allí se tensó un hilo cuya longitud es igual al máximo
diámetro permitido al globo; unos centímetros menos —apenas— que el
diámetro explosivo. Al colmarse de hidrógeno la capacidad del
artefacto, el hilo tira de una válvula, la abre, deja escapar
hidrógeno y "nivela". Al irse el excedente de gas, el balón se
instala al nivel exacto. A escasos kilómetros del vetusto
edificio que alberga en Buenos Aires a la Facultad de Ciencias
Exactas, su prolongación, la estructura de Núñez, es una inmensa y
sorprendente Babel. Sus múltiples actividades incluyen
pre-ponderantemente al Espacio. Emma Pérez Ferreyra, en
representación de la CNEA (Comisión Nacional de Energía Atómica),
Carlos Varsavsky, por la Facultad de Ciencias Exactas, y Juan
Roederer, que responde ante el Consejo Nacional de Investigaciones
Científicas y Técnicas, forman allí el Directorio del Centro
Nacional de Radiación Cósmica (CNRC). Un fructífero (y prolongado)
viaje de estudios e investigación emprendido por Juan Hans Roederer,
dejó como Director Interino a Horacio Ghielmetti. Ghielmetti, junto
al Licenciado Nelson Becerra, descubrió, hace dos años, que los
electrones del Cinturón de Van Alien, al chocar con átomos en la
atmósfera, generan rayos X. Para eso hicieron la primera
observación, remontando un globo con detectores de Rayos X, hasta
los 30 mil metros. Esas investigaciones, en la zona de la Anomalía,
prosiguen aún (ver recuadro). Paralelamente, un abanico de
actividades mantiene a los 25 técnicos (Físicos, Ingenieros,
Matemáticos) del Centro de Radiación Cósmica. Tres Monitores de
Neutrones, en Mina Aguilar (Jujuy), Buenos Aires y Ushuaia, operan
actualmente estudiando una de las componentes de la Radiación
Cósmica Secundaria, que se produce por la interacción entre la
Radiación Cósmica Primaria (formada por un 90 por ciento de protones
y un 10 por ciento de electrones y núcleos pesados) y la atmósfera
terrestre. Hasta 1963, el rosario de monitores se completaba con
uno, sumamente austral, emplazado en la Estación Científica
Ellsworth, de la Antártida. En estos días, por fin, comienza a
operar un Supermonitor (que, en cuanto a contaje, equivale a 22 de
los comunes). La inspección a cargo de los monitores se
intercambia con la realizada por una red mundial, una organización
que comenzó a modo de Club durante el IGY (Año Geofísico
Internacional) y ahora canaliza la misión observadora de Francia,
Gran Bretaña. Alemania, Suecia. Se trata de SPARMO (Solar Particle
And Radiation Monitoring Organization), cuyo plan de vuelos
mundiales de Globos es simultáneo en todo el mundo. En noviembre de
1965, en Chamical, el CNRC lanzó un par de cohetes sonda nacionales,
munidos con dos versiones de equipos detectores, construidos por el
Centro. Fue la única experiencia que marginó a los globos (o
balones, como prefieren llamarlos ellos). Los balones transportan,
en general, livianos equipos detectores. Al ser de goma
—neoprene— su precio es mínimo (40 dólares). Juntando los
resultados a los datos que envían periódicamente los
"corresponsales" de SPARMO, puede obtenerse información sobre las
variaciones de espectro primario de la Radiación Cósmica. En
noviembre, desde Tartagal y Corrientes, el CNRC lanzará globos de
plástico, de 15 mil metros cúbicos y una carga útil de 30 kilos.
Mientras se prepara esa experiencia, continúan con otro tipo de
vuelos, con detectores de Radiaciones X, que en plena Anomalía
estudian la precipitación de electrones en la Zona Interior del
Cinturón de radiaciones. Cuando los equipos que se vuelan no son
muy costosos, se deja una tarjeta en el globo indicando que se
devuelva lo encontrado a la autoridad más próxima. Recompensas en
efectivo (mil a dos mil pesos) han sido abonadas casi siempre; lo
común es que la carga útil y el globo vuelvan al remitente. "Lo
que nunca devuelven, en cambio —sonrió un Físico—, es el
paracaídas."
La Cohetería domada El 2 de febrero de 1961,
en Pampa de Achala (Córdoba) se disparó el primer cohete fabricado
en DINFIA, por su Instituto de Investigaciones Aeronáuticas y
Espaciales. Era un Alfa Centauro de 28 kilos, con tres y medio de
carga útil en su diminuta nariz, y cuyas intenciones de "altura" no
pasaban de los 20 mil metros. El Canopus, que se lanzará
posiblemente en diciembre, desde Chamical, pesa 170 kilos, ya pasó
por el banco de pruebas y su carga útil (diez kilos) va a llegar a
los 110 kilómetros de altura. La experiencia que hizo posible el
salto incluye un período de trabajo de cinco años y tres vehículos.
En el mismo año que el Alfa, se lanzó el Beta Centauro (47,3 kilos y
3,3 de carga útil), proyectil de dos etapas —se le antepone un
buster o acelerador, al cohete— que iba a llegar a 25 kilómetros.
Después fue el Gamma Centauro, en 1962, con una anatomía de 27,2
kilos, cinco de carga útil, de dos etapas y un límite de 59 mil
metros para el modelo II. El Orion, a cuyo ajuste final (7 de junio
del 66) asistió Primera Plana en Chamical, se multiplicará ahora por
veinte para satisfacer encargos, y volverá a subir, en noviembre,
para el Operativo Eclipse. En medio de esas creaciones, se
infiltró un cohete meteorológico de casi 25 kilos, el DIM, cuya
carga útil son paquetes de chaff (imantadas agujas de cobre) y que
se eleva a 7X) kilómetros. El Instituto de Investigaciones existe en
DINFIA, como dependencia de la Secretaría de Aeronáutica, desde
1936. Claro que con otro nombre (Instituto Aerotécnico) y distintos
fines, ya que estaba a su cargo, apenas, el estudio de diseño y
realización de aviones. De esa época le quedaron dos túneles de
prueba, uno de ellos supersónico. En 1958, cuando el Comodoro
Aldo Zeoli tomó a su cargo el IIAE y a 384 personas (entre técnicos
y obreros) que lo componen, se estaba poniendo al frente de un
verdadero complejo industrial. En las varias hectáreas que ocupa
DINFIA, a pocos minutos de la ciudad de Córdoba, Primera Plana pudo
visitar dos direcciones (Administración y Desarrollos), un par de
Departamentos (Planificación y Control, Materiales), dos grupos
(Desarrollos Aeroespaciales y Desarrollos Electrónicos) y un
Laboratorio (Computación y Control) que, desde allí, investigan el
Espacio. En Buenos Aires se levanta la última pieza del vasto
organigrama: el laboratorio de Radiaciones y Alta Atmósfera.
Strip-tease de radiaciones A un par de kilómetros del IIAE, el
Banco de Pruebas, oficialmente llamado Departamento de Ensayo de
Estructuras, amarra los cohetes a un banco, los dispara, mide la
velocidad, la variación del voltaje; en su casamata, donde todo se
ha automatizado, se analizan los datos y se prevén las performances
del cohete probado. El Capitán Edgardo Stahl (casado, tres hijos)
está a cargo de un Departamento de Diseño (del Grupo de Desarrollos
Aeroespaciales), responsable también de ciertas performances
teóricas, programas de cómputos y túneles sub y supersónicos. En el
Laboratorio de Servomecanismos, Computación y Matemáticas,
entretanto, un joven Ingeniero, Walter Monsberger, escudriña
computaciones digitales y analógicas, se inclina sobre curvas de
solución. Las infinitas partes del IIAE rechinan desde las 7 de la
mañana intentando nuevas audacias. El trabajo hay que alternarlo, a
veces, con servicios de rutina (y no espaciales) para el resto de la
fábrica. Los 45 técnicos de Electrónica, sobre todo, tienen que
saltar de una carga útil a un avión y de la Ionosfera a la baja
atmósfera. Las cosas cambian en el Laboratorio de Radiaciones y
Alta Atmósfera. La exclusiva dedicación al Espacio hace que su
director, el físico Horacio Borch, hable de una carga útil y de las
experiencias teóricas de tierra como de una obra artística, una
singular obra de creación. No es para menos: imagineros en un
terreno que no admite ensoñaciones, todos los expertos del
Laboratorio disponen siempre de una pizca de libertad creadora, de
un margen inabordable a partir del cual construyen los circuitos
impresos, los envuelven en potting (un plástico especial que va a
protegerlo) y, finalmente, construyen el cartílago para la nariz de
los cohetes. Un staff de dos doctores (Sara M. Abecasis y Carlos
A. Heras), tres Ingenieros (José R. Lorenzetti, Tomás Sandor, Oscar
M. Hanza) es auxiliado por cinco Licenciados y seis Técnicos; entre
todos, se vuelcan sobre los estudios básicos de Física Nuclear que
les permitirán conocer la estructura y composición de los planetas y
las estrellas; del Sol. Con esos estudios a cuestas, el Laboratorio
se larga a detectar radiaciones nucleares, plantando cargas útiles
en el Espacio. Bosch (comenzó su carrera de investigador en la
CNEA en 1950, estudió e investigó en Francia y los Estados Unidos,
habla correctamente inglés, francés e italiano) divide el trabajo en
seis pasos "insoslayables": Experiencias en el Laboratorio;
Desarrollo electrónico en banco; Miniaturización; Ensayos en cohete;
Reajustes; Lanzamiento final y análisis de resultados. En la
segunda semana de noviembre, la cita de Tartagal los obligará a tres
lanzamientos. Uno, tres horas antes del eclipse. En plena oscuridad
se dispararía el segundo. El tercero debe subir en la fase final de
la penumbra. El propósito confeso del Grupo es medir el flujo de
neutrones, pero para cada uno de ellos hay una inquietud fundamental
relacionada con el trío de disparos: lo consideran casi un examen de
aptitud tecnológica. El incremento de carga útil con que intentarán
apresar simultáneamente varios fenómenos podría ser, ni más ni
menos, el paso previo. Si no falla, la construcción de una carga
para satélite estaría ahí no más, al alcance de la mano. ¿Y qué
es, al final, la carga útil? Cristales de ioduro de sodio y
foto-multiplicadores, son instrumentos para detectar radiaciones.
Después es necesario añadir circuitos electrónicos que operan con
los pulsos eléctricos (que es el idioma usado por la radiación para
comunicarse con el hombre). En el cohete, durante los tres
minutos promedio que dura un vuelo, viaja un equipo de complejidad
insospechable. Un cristal centelleador, un fotomultiplicador, un
preamplificador, un amplificador y un conformador de pulsos. De esa
forma, cada energía que penetra en el cristal es "acusada" de
acuerdo con un pulso patrón. Baterías para alimentar al sistema
electrónico y, en especial, a una fuente de alta tensión, hacen que
ésta, a su vez, haga andar al fotomultiplicador (requiere mil
voltios). El equipaje del proyectil tiene que ser pequeño y
sólido. En el corto tiempo que le insuma el viaje va a soportar
vibraciones y choques brutales. Todo se encapsula herméticamente; el
potting, resistente cobertura plástica, es una previsión más. Los
pulsos que produce el conformador, cuando la energía se mete en el
cristal, son transmitidos a Tierra por un sistema de Telemetría
(información), construido por el Grupo cordobés de Desarrollos
Electrónicos. Un receptor apresa la señal, que es grabada en una
cinta magnética. El 6 de noviembre de 1964, un Gamma Centauro se
encargó de llevar, por primera vez, un equipo de detección de
radiaciones. Dos años y seis días después, el próximo 12 de
noviembre, se comprobará si dentro del estrecho margen que brindan
24 meses puede caber tanto éxito. Si el flujo de radiaciones del Sol
es individualizado y medido, el IIAE aportará datos no
profundizados, hasta ahora, por ningún país.
Tucumán:
Operativo Ion La modesta casona se levanta en la calle Ayacucho
al 400. La Universidad de Tucumán, a despecho de esos signos, está
ubicada en una vanguardia que reconoce tres grupos líderes, todos
científicos. El de Electrónica, el Grupo Ionosfera y el de Radiación
Cósmica. Este, como su homónimo de Buenos Aires, "vuela" también
balones. Boquete, Thomae, Radiciella, son algunos de los apellidos
que apuntalan un triunfo, reconocido por primera vez en 1983, cuando
el Instituto de Ingeniería Eléctrica de la Facultad de Ciencias
organizó, en Tucumán, las Primeras Jornadas Argentinas de Enseñanza
e Investigación de esa especialidad. Después, el Simposio de
Tecnología Aeroespacial (1965, Ascochinga, Córdoba), las Segundas
jornadas, que se realizaron en La Plata y el COSPAR marplatense
sirvieron para testimoniar un trabajo sin pausas y una virtud: el
éxito les sonríe casi siempre. El primero y el tercer día de
diciembre, en 1964, Chamical volvió a ser conmovida por las
detonaciones: dos cohetes Nike-Cajun sostuvieron verticalmente a la
Experiencia Ion 64. El decisivo aporte de la CNIE y del Goddard
Space Flight Center, de la NASA, lizo posible un operativo para el
que los expertos de la Universidad armaron largas útiles y
estaciones de tierra. Fue el anticipo del Ion 67, que se llevará a
cabo el año próximo, y de un proyecto de estación para seguimiento
de cohetes, que empezó a construirse a mediados de junio. Unos
pocos días antes, en mayo, Nimbus II y Essa II, dos satélites de
"uso práctico" norteamericanos fueron desnudando, sin música, con
pulsos eléctricos y frente a un tubo de Rayos Catódicos (APT,
Automatic Pictures Transmission), sus meteorológicas predicciones.
De esa manera, y a un costo del cuarto de millón (contra los 6 ó 7
millones que hubiera tenido que invertir) la Argentina se ubicaba
junto a les 23 países que realizan observación meteorológica
mediante satélites. El sistema norteamericano de facsimilado se
sustituyó por un humilde y televisivo tubo catódico, que hizo
posible la economía. "Claro que a los norteamericanos —declara el
ingeniero Mauricio Thomae, Jefe de Orientación Electrónica del
Instituto—, nuestro método les insumiría un costoso mes de trabajo;
y para qué, si tienen dinero y máquinas de facsimilado en
funcionamiento." El dinero es, obviamente, el más hondo
leit-motiv en toda empresa universitaria. Las quejas también: Thomae
(37 años, dos hijos, 80 mil pesos por mes) afirma que "el Instituto
carece de presupuesto fijo; el límite de gastos no está encuadrado
por una planificación previa, lo que permitiría establecer en qué
forma se lo afecta a la investigación, sino librado al azar de una
distribución más o menos arbitraria, sobre un monto normalmente
escaso"; para suscribir convenios con cualquier entidad, la
propuesta del Instituto debe transitar una lenta vía que pasa por el
Decano, por el Consejo Directivo de la Facultad y el Consejo
Universitario. Cuando el ya abultado dossier llega al Rector, han
pasado no menos de ocho meses". Ese depresivo cuadro proviene, según
Thomae, de una "mala organización administrativa, un factor negativo
para nuestra tarea"; instalaciones, instrumental, ciertos técnicos y
algunos buenos sueldos, conforman el haber de la Universidad.
Puesto a elegir mecenas del desarrollo espacial alcanzado por los
grupos universitarios tucumanos, Thomae opta por la CNIE, el Consejo
Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas y el Goddard
Space Flight Center, en ese orden. Cuarenta y tres millones de pesos
gastados en tres años por la Universidad, a expensas de esos tres
organismos, dan la razón a Thomae. "Sólo la estación de tierra
instalada en Chamical —advierte— costó 105 mil dólares; el Ion '67
saldrá quince mil más; la CNIE destinó también más de medio millón
de pesos para la primera etapa del proyecto de determinación de
trayectoria de cohetes; 150 mil pesos para montar, en Río Gallegos,
una réplica del artefacto que recibe fotografías de satélites, y
para desarrollar telemetría completa, otros 250.000." El Goddard
Space Flight Center, en USA, aloja actualmente al ingeniero Carlos
Boquete y a los estudiantes Acuña y Novotny, quienes viajaron con
apoyo de la CNIE para trabajar en diseño, armado y pruebas de cargas
útiles para cohetes Nike-Apache, los mismos que serán usados en la
Ion 67 (medirán densidad electrónica y iónica, y temperatura de
electrones, a doscientos kilómetros de altura).
Entre la
Técnica y el Juego ICTE, OTIE, Primer Club Científico de
Investigaciones Espaciales. Son tres organismos civiles. El primero,
el más efectivo, agrupa a jóvenes entre los 16 y 24 años y "vive" en
Avellaneda. En la otra punta se coloca el inexperto OTIE, escisión
del Club, cuyos integrantes no pasan de los 18 años. El ICTE
(Instituto Civil de Tecnología Espacial) se inició lanzando —como
parte de su "Programa Felino"— El Gato Negro, cohete que subía un
kilómetro con una carga útil de cuarto kilo. El propio certificado
de aptitud se lo expidieron el 20 de junio último, cuando el
Leopardo A-4, un proyectil fabricado por ellos (con material
nacional, alimentado por un potente propulsante sólido que idearon;
con dos etapas, dos metros y medio de largo, 26 kilos de peso y un
kilo de carga útil), pudo ser seguido, con un cañón sónico (que
también inventaron y que persigue por sonido) hasta los diez
kilómetros de altura. Considerando que el costo, incluyendo el
"Lanzador", no excedió los 30 mil pesos (contra los 450 mil que
cuesta un Orion ya industrializado), el hecho abarca límites de
hazaña. Los integrantes del ICTE quieren instalar ahora un
Observatorio en el Parque Dominico, de Avellaneda. Dotarlo con sala
de conferencias, gabinete de diseños, una pequeña oficina y una
torre, donde se emplazará el telescopio. Paralelamente, sus
"expertos" dictan un seminario, que auspicia la Secretaría de
Cultura de Avellaneda, con materias tales como Historia y Desarrollo
de la Astronáutica, Historia de la Cohetería, Satélites y Sondas
Espaciales, Seguimiento y Rastreo de Cohetes, Elementos Propulsores
e Introducción a la Electrónica. Ochenta jóvenes universitarios
siguen ya los cursos, que tienen un epílogo previsible: los más
aptos o, aunque sea, los más entusiastas, ingresarían al Instituto
Civil de Tecnología Espacial. La preparación de un cohete
antigranizo y de lluvia artificial, que se podría —según ellos—
fabricar en serie; el lanzamiento —a veinte kilómetros de altura— de
un aterrorizado ratón; un insólito "cohete correo", son las
confesadas ambiciones del grupo. Epítome del trabajo realizado en
tres años seria el Pantera A-5, un cohete que ya se sienten en
condiciones de experimentar en vuelo, y que llevaría cinco kilos de
carga útil hasta los 80 mil metros de altitud. La solemnemente
bautizada Organización Tecnológica de Investigación Espacial (OTIE)
estrella, contra la seriedad y la organización del ICTE, el ruidoso
carácter, casi de juego, de sus minúsculas experiencias. Creada en
noviembre del 65, tiraron en González Catán un cohete de 20
centímetros, accionado a bujía y con base de yeso: era el Sigma I,
cuya combustión —pólvora— lo elevó a veinte metros, "después que
prendimos la mecha, que era muy larga". Antes de lanzar en Pilar
su Sigma II, saltaron ruidosamente a la fama. Mientras tanteaban
experimentalmente en el balcón de la casa de uno de los integrantes,
en Santa Fe al 1600, en Buenos Aires, la cantidad de pólvora que
deberían usar, fueron envueltos por una densa humareda, al tiempo
que la explosión, brutal, sacudía al vecindario. El sumario lo
labró la Comisaria 17a, el Comisario los "amonestó" y los padres
tronaron: "¡Basta de estas cosas; cuántas veces les dijimos!" Esos
padres hubieran frustrado, tal vez, a Werner Von Braun, que en 1920,
a los 16 años, lanzó su primer cohete, de lata, desde un pacífico
invernadero alemán.
RECUADRO CITADO La Anomalía
Guglielmo Marconi, Premio Nobel de Física en 1909, envió, a través
del Atlántico, ondas radioeléctricas. Esas ondas vencieron la
oposición de la curvatura terrestre. La pregunta lógica (¿cómo
pudieron?) se abrió a una sola respuesta: con el apoyo, tácito, de
alguna zona —desconocida, entonces— de la atmósfera, eléctricamente
conductora. Entre los 85 y los 1.000 kilómetros de la superficie
terrestre, en la zona menos densa de la atmósfera, los átomos son
bombardeados por radiaciones que provienen del Sol: así, pierden sus
electrones, que se "liberan" y se truecan en partículas de carga
eléctrica (positiva o negativa) dentro de un medio totalmente
ionizado; es decir, cargado eléctricamente. Ese medio, la Ionosfera,
fue el cómplice del éxito de Marconi; es también el responsable de
casi todos los fenómenos anómalos que ocurren en esas altas
regiones. Uno de ellos fue bautizado Anomalía Sudamericana o, más
sencillamente, Anomalía. Es como si la Tierra se hubiera tragado un
gigantesco imán de dos puntas, un dipolo cuyas "patas" circunscriben
ese campo magnético, la Ionosfera. Las partículas cargadas y luego
liberadas por las radiaciones solares no flotan a su antojo: la
Ionosfera las dispone alrededor de la Tierra como un monstruoso
anillo. Es el Cinturón de Van Alien, descubierto por el investigador
norteamericano James Van Alien. Nada es absolutamente rígido: ese
aparente imán terrestre no ha sido bien centrado por quien lo puso,
y está desplazado unos 342 kilómetros respecto del centro del
planeta. El desfasaje lo aleja del latinoamericano Vértice Sur y lo
vuelca hacia el Japón, en las antípodas. Como resultado de ese
error, toda una zona que incluye a la Argentina, Uruguay y el Sur
del Brasil soporta un geomagnetismo más débil que el de cualquier
otra parte del mundo (a igual latitud). Los bordes del Cinturón de
Van Alien —volcados hacia la superficie a la manera de una media
luna— son la culminación de un furioso y constante viaje de las
partículas: al llegar a los bordes se "reflejan" y vuelven arriba;
en la zona de Anomalía, el escaso magnetismo hace que las
partículas, en busca de esos "trampolines", tengan que bajar
muchísimo. Tanto, que se meten en las capas más densas de la
atmósfera. Tienen, así, una probabilidad de abandonar el cinturón:
la de chocar contra núcleos atómicos. Si chocan, se liberan y caen.
En esa pileta geomagnética, que incluye a la Argentina, se sumergen
los protones disconformes.
OSCAR CABALLERO
Revista
Primera Plana 2 de agosto de 1966 PRIMERA PLANA
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A las 3 y media de la madrugada del 7 de junio, un redactor
de Primera Plana llegó a General Gordillo, un perdido
caserío riojano cuyo nombre oficial convive con otro, el que
le dio una mediana celebridad: Chamical. En la desolada
posta, iluminada precariamente por un sol de noche, dos
conscriptos se cuadraron y señalaron el Jeep. Al otro día,
desde el Casino de Oficiales, el vehículo recorrió un par de
kilómetros, atravesando un páramo, hasta el pedazo calcinado
de sol donde la mansedumbre riojana se transforma en
vértigo.
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