El pensamiento vivo de Juan Carlos Chiappe
Eternamente bonachón, sensiblero, cursi por
momentos, optimista siempre, Juan Carlos
Chiappe es un personaje tan transparente como
indescifrable, tan simple a sus emociones
como versátil en su tarea profesional. Es que
a los 59 años y tras haber enternecido a tres
generaciones con los lacrimógenos,
melodramáticos radioteatros que él mismo
escribía e interpretaba en calidad de galán,
Chiappe —un petisón, canoso ya, que aún
conserva su melosa, inconfundible entonación—
se define como un observador de la vida, "un
hombre que se para en cada esquina para
entender la magia de lo cotidiano" y destila a
diario su sencilla filosofía en un empecinado,
tal vez inútil intento de "cambiar el alma de
los hombres para que así mejore este mundo
sacudido por el látigo implacable de la maldad
y el dolor". Claro que antes de arribar a ese
sitial tuvo que desandar unos cuantos
senderos: su vida es una aventura —"una lírica
lucha contra el hambre y la miseria", suele
decir él— que se inició a los 11 años cuando
quedó huérfano y dividía su tiempo entre los
partidos de fútbol que jugaba descalzo en los
potreros de Floresta, su barrio, y las
representaciones como cantor aficionado que
realizaba en oscuras orquestas
características. Obligado a ganarse el pan,
ejerció el oficio gráfico hasta que en 1930, a
los 16 años, ganó un concurso floral
organizado por una marca de yerba mate: "había
que presentar un escrito, memora, y yo hice un
fragmento de prosa rimada sobre la ilusión,
decía que la ilusión es un pájaro que canta
eternamente en la intimidad del alma y que
cuando el ser humano se lanza a la conquista
de un sueño y lo logra, sólo le queda el sabor
acre de las ansias, porque las cosas son más
hermosas cuando aún no se las ha alcanzado".
Tras ese éxito inicial comienza a escribir y
logra conectarse, hacia 1935, con el conjunto
Fulgores Camperos, donde debuta como actor. De
allí pasa a Brochazos Camperos y luego al
grupo Clarinadas, donde escribe una novela que
tuvo gran éxito pero que no pudo firmar con su
nombre: el productor no confiaba en él. Eso
motiva su alejamiento de la compañía y su
encuentro con Carlos de la Púa: junto a él
escribe la primera historia radial que lleva
su firma, Sangre en el Río. "Esa novela la
hicimos a medias, —-cuenta JCCH— y cuando la
terminamos le pedí a Don Carlos que
escribiéramos otra, pero entonces él me dijo
que yo era un pichón a quien había querido
entibiarle las alas, pero que ya estaba en el
camino grande y debía volar solo. Con esas
palabras aprendí el sentimiento sagrado que
alimenta el fuego de la amistad". Así se lanzó
a escribir y consiguió los más resonantes
sucesos de su carrera: Amor en Siberia, Amor y
angustia bajo la mazorca, El tren de las 8,
Pobrecito Goyo, Marinera del Rio, Por las
calles de Pompeya va el tango del brazo de
Mireya (obra en la que nace Minguito
Tinguitella, interpretado por Juan Garlos
Altavista, con las mismas características del
personaje actual) y Pablo Garmendia esta solo,
los más destacados de los 700 títulos que
produjo a lo largo de cuatro décadas de autor.
Esa vitalidad no se agotó aún en la actualidad
prepara los libretos de 10 programas cómicos
radiales, un radioteatro y varias charlas que
pre sentó todos los días en El Clan del Aire,
una audición matinal que se presenta por Radio
Mitre. Fue precisamente en los estudios de esa
emisora donde inició su diálogo con Siete
Días, una charla salpicada de metáforas —"me
salen al hablar, sin darme cuenta, como gotas
de lluvia que escapan de las nubes"— y que
continuó luego en las calles porteñas.
—¿Por qué sus novelas son siempre melodramas
con personajes estereotipados; buenos,
demasiados buenos y malos demasiados malos?
—¿Y acaso la vida no es un melodrama? Yo no
quiero hacer novelas rosas, me interesa lo
testimonial, no cargo las tintas. Eso sí, yo
hago a mis malvados al estilo de Walt Disney,
son tan malos que ya son cómicos, así no
asustan a la gente que ya bastante tiene con
el drama cotidiano de la vida. Además, en la
realidad hay tipos que son peores que mis
personajes pero también hay algunos que son
mucho más buenos aún. Lo que pasa es que todos
estamos hechos con la misma levadura y
fermentamos al calor de la bondad. A pesar de
que he sido tan discutido, tan combatido y tan
ridiculizado yo hice obra constructiva porque
mis obras tienen una moraleja, siempre triunfa
el bien y esas enseñanzas son como un virus
que se contagia a los oyentes, que así mejoran
su propia vida. —Evidentemente usted cree
en el hombre... —Por supuesto, creo en la
bondad y en el amor, soy un optimista total, y
si tuviera que dar ejemplos para demostrar que
el amor no es ninguna quimera me bastaría
remontar el tiempo para hablar de un hombre
bueno en la cruz y de un rumor de martillos
mientras los soldados juegan al pie de esa
cruz. ¿Cómo no voy a decir todos los días que
el amor existe si es la fuerza que genera
todos los impulsos? Es una diaria poesía
escrita sobre el torno, sobre el yunque, sobre
los altos hornos, sobre la tierra arada, sobre
el fuselaje de los aviones que acercan a las
naciones, sobre el laboratorio de
investigaciones, sobre el pupitre de las
universidades. Yo espero que me crean,
entretanto, déjenme seguir con esta divina
manía mía de predicar desde aquí el amor, la
fe y la esperanza. —Habla corno un hombre
muy religioso; ¿lo es? —Profundamente,
aunque no voy a misa porque mi misa la hago
con vivencias, tendiendo la mano, dando una
palabra de aliento a los desesperados y
desesperanzados. Yo también estuve en muy mala
situación, sé lo que es ir a una quinta,
levantar el alambrado y entrar a arrancar algo
verde para comerlo ahí nomás, con tierra y
todo por el hambre. En una época en que no
tenía trabajo ni nada, estaba en las 10 de
última tomé un taxímetro y me encontraba
ensimismado en mi desesperación cuando advertí
que el chofer había clavado los frenos y
bajaba asustadísimo. Creí que había agarrado a
una persona pero observé que sacaba de abajo
del auto a un pájaro herido que andaba rengo
por la calle. Ese gesto del taxista no se me
olvida nunca porque pensé que si aún había
gente que podía detener su ritmo febril para
atender a un gorrión entonces el mundo no
estaba del todo perdido y todavía la luz de la
felicidad podría alumbrar muchos de los
oscuros rincones en los que ahora ronda el
dolor. Fue un verdadero milagro. —¿Cree en
los milagros? —Por supuesto, yo tengo una
gran intuición y creo que tengo un angelito,
una cosa milagrera que me protege. A la edad
de 6 años me quedé completamente ciego jugando
al fútbol en el patio de la casa de mi abuela;
estuve así más de una semana, y como se
acercaba diciembre decidimos hacer una
peregrinación a Luján. Fuimos con mis
familiares y le rezamos a la virgencita; esa
noche yo estaba al aire libre, de vuelta ya,
cuando de golpe comencé a ver las estrellas y
nuevamente todo el magnífico mundo de la
visión retornó a mis ojos, inocentes aún. Como
para no creer en milagros. —Es curioso que
con esa fe y esas experiencias esté alejado de
la Iglesia. —Porque creo en otro tipo de
milagros, en la fuerza magnética que cada
hombre tiene en su interior y puede usar para
ayudar a los demás. Acá en la radio tenemos un
servicio social: la gente nos llama, nos
cuenta sus problemas y nosotros procuramos
ayudarlos. Los otros días, por ejemplo, llamó
un purrete al que se le había volado su
canarito. Los padres no tenían dinero para
comprarle otro y él se sentía como si le
hubieran cortado sus tiernas alas de pichón y
ya no pudiera remontar vuelo entre esas brisas
exiguas y suntuosas de la vida. Lo más
conmovedor fue que llamaron para ofrecer ocho
pajaritos, ocho seres humanos unieron sus
brazos pana formar un puente vital por el que
el pibe pudo retornar feliz a la alegría de
los juegos, a la fantasía de los colores y a
la musicalidad de los trinos de su amigo más
íntimo, el canario de suave plumaje y canto
arrobador. La radio hace milagros, yo a veces
hablo para dar una palabra de fe y me llaman
para agradecerme. ¡Cuánto puede el amor cuando
se remontan sus hilos con la inocente
intención de subir un barrilete y no con la
maliciosa idea de hacer bailar el títere de la
maldad! —Usted suele hablar como un poeta;
¿le gusta ese género, ha incursionado en él?
—Me gusta como me gustan las obras de los
verdaderos intelectuales. Yo comprendo que e!
género en el que trabajo es un tanto menor y
admiro el talento de un Borges o un Sábato en
literatura o de Antonioni o Bergman en cine.
Alguna vez hice poesías, recuerdo una que
decía: Tengo un viejo dolor que me acompaña /
es como un perro que crié de cachorro y que me
ladra / para hacerme sentir que no estoy
solo... También en mis novelas incluía a veces
poesía bajo formas de canciones, recuerdo una
de Nazareno Cruz y el lobo que decía: Si a un
bagual se doma a fuerza de cabestro / y a
rigor de lonja de su domador / ¿por qué no se
amansa este potro cariño / retobado en llagas
que me abrió tu amor? / Una noche de éstas le
tiro a los perros / lo poco que queda de mi
corazón. / Quiero morirme y seguir viviendo /
a ver si ella llora porque he muerto yo. Es
muy lindo, ¿verdad? —¿Por qué hace
constantes referencias a los pájaros y los
perros en sus metáforas? —Es que en mi vida
tuve dos animalitos a los que adoré: un
pajarito que se llamaba Juan y una perra de
nombre Chicha. Juancito se me murió un día de
un paro cardíaco y sufrí mucho al verlo al
pobrecito tirado en el piso de la jaula. La
historia de Chicha es increíble: yo la tenía
cuando era chico y un día llegaren ladrones,
ella fue y le mordió el pantalón a uno, pero
el tipo sacó el revólver y le disparó. Murió
en mis manos. Pero lo sensacional es que 15
años más tarde iba yo caminando una noche por
una oscura calle de Dock Sud cuando de pronto
aparecieron unos tipos para robarme y
golpearme. En el preciso momento en que uno da
ellos da la orden para que los demás se me
vengan encima surge de una casa en
construcción una collie que los pone en fuga y
me salva. Cuando quiero ver a la perra,
desaparece de golpe y entonces yo comprendo la
verdad ¡era mi perra, era la Chicha que volvía
15 años después para ayudarme, tras haber dado
el último suspiro en medio de mis brazos
infantiles! —En cierto sentido lo ayudó
también en su producción como autor, pues
parece que al público le gustan ese tipo de
imágenes... —Bueno, yo he sido uno de los
autores que más dinero ha ganado en la
Argentina, a pesar de que para nada soy rico,
puesto que apenas tuve unos pesos tomé mis
pequeñas venganzas. —¿Qué venganzas? —Lo
digo en un sentido genérico, porque yo jamás
agredo a nadie y soy un constante predicador
de la pacificación del amor y de la
solidaridad. Me refiero a los gustos que me di
con el dinero; jugué mucho, por ejemplo me
gustaban las carreras de caballos y perdí
mucho en eso, pero me di unos cuantos
gustazos. —¿Por qué necesitaba esas
'venganzas'? —Por lo mucho que había
sufrido de pichón. Cuando el padecimiento ha
hincado sus dientes en las tiernas carnes de
la infancia, la angustia trepa desde los más
profundos abismos del ser. Voy a contar algo
que jamás le dije a nadie; mis labios se van a
abrir para dejar paso a este resentido
secreto: tal vez aprendí a asimilar el dolor,
sin preguntar el porqué, el día en que por
primera vez vi llorar a mi madre. Yo no tuve
dónde dormir, pasé noches enteras en tranvías,
en garajes. Una vez que no tenía dónde
aposentar mi cansada osamenta fui invitado por
un amigo, que era un verdadero filósofo, a ir
a vivir a su casa. Pasé allí seis meses en los
que él fue hermano, guía, consejero, padre y
madre, seis meses en los que me enseñó la
vida. Yo a veces de madrugada oía voces en esa
casa mientras dormía; pensaba que eran sus
amigos bohemios que se reunían allí, pero un
día este señor, cuyo nombre prefiero guardar
en los intocables anaqueles del olvido, me
dijo: Pibe, agarra tus cosas y andate
tempranito del bulín. Me explicó que se iba en
un barco carbonero a Inglaterra; yo sabía que
eso no era cierto, pero igual nos dimos un
abrazo y nos despedimos, no le pregunté nada.
Al otro día al leer el diario vi que en la
nota sobre un tiroteo en puente Avellaneda
aparecía la foto de mi amigo, ultimado por la
policía. No era en delincuente sino un hombre
de acción de la política brava entre
conservadores y radicales. Cayó en su ley.
Esos años de mi vida fueron lindos, muy
lindos, pues yo estaba independiente como un
gorrión, libre como una hoja que se ha
desprendido del árbol maternal y pude vagar
feliz merced a los vientos arrobadores que la
acarician. —Esa juventud suya fue muy
distinta de la que viven los jóvenes de hoy en
día. —Claro, pero yo creo mucho en los
jóvenes de hoy, son la semilla que ha de
madurar alumbrada por el sol del futuro. Y
cuando los diarios nos arrojan retratos de
jóvenes en la crónica policial no hay que
pensar en esos pocos malos sino en que por
cada uno de ellos hay millares y millares de
chicos buenos que entienden que aunque es
dramática, dura y peleada esta aventura diaria
de la vida, es a la vez una maravillosa
sinfonía de colores y formas. Yo valoro cada
cosa, por pequeña que sea, como un pedacito de
pan, me pueden llevar al lugar más terrible, a
una villa miseria, y yo valoro allí un
matecito, una palabra, el apretón de manos de
un amigo, todo. Mucha gente es infeliz porque
ha perdido eso y los padres de esta generación
les dan todo a sus hijos porque creen que no
deben privar a sus chicos de las cosas que a
ellos les faltaron. Así los pibes a veces
pierden la capacidad de saber apreciar y ésa
tal vez es la causa del enfrentamiento
generacional que tantos problemas le trae al
mundo. —¿Cree que la política, por ejemplo,
puede solucionar algunos de esos problemas que
usted menciona? —-Una de las cosas de las
que no quiero hablar es de política: durante
toda mi carrera jamás lo hice y es una norma
que no quiero romper. Yo no tengo ideología y
en el terreno político mi único antecedente es
una aventura que me llevó a tirarme tres veces
debajo del coche presidencial. Fue en el año
54; a mí me habían suspendido la licencia para
trabajar y como evidentemente era algo
injusto, motivado por el espíritu vanidoso de
un funcionario, yo escribí un montón de cartas
dirigidas al presidente —en ese entonces era
Juan Domingo Perón, claro— y cargadas de
angustia en las que pedía la revisión de la
medida. Como era muy difícil hacérselas llegar
opté por tirarme debajo del coche para
llamarle la atención. No me pasó nada debido a
que los motociclistas y los choferes eran muy
diestros y lograron sortear el obstáculo que
representaba mi cuerpo ubicado en medio del
camino, cual tronco adusto que en la tierra se
erige para marcar su presencia. Finalmente la
tercera vez alguien agarró la carta, se la
hizo llegar a Perón y pocos días después se
levantó la medida sin que quedara ninguna
mácula sobre mi honrado nombre. —¿Y usted
jamás cometió una injusticia?
—Conscientemente, nunca, porque tengo una
poderosa intuición y gracias a ella comprendí
que lo que no me gusta que me hagan a mí, lo
que me va a doler, lo que yo considero que es
una infamia, no se lo debo hacer a los demás.
Yo siempre sé qué es lo bueno y qué es lo malo
y dónde se anida la torcida intención del que
quiere hacer daño. Conozco perfectamente la
cara y la cruz y sé cuál es la sombra y cuál
es la luz. —Acaba de hacer una frase que
rima... —Sí, tengo mi trabajo metido en la
sangre, por eso yo no escribo con la cabeza
sino con el corazón, me canso, siento, sufro,
lloro al escribir. Mis muñecos me acompañan y
son una permanente obsesión; mis creaciones y
mis fantasmas comparten mi mesa y mi lecho.
Por eso a veces hablo en prosa rimada, que es
un estilo que sale sin querer, una prosa que
sin llegar a ser poesía tiene una cierta
musicalidad. Claro que si bien es cierto que
gracias al trabajo tuve grandes alegrías, a él
también le debo la incomunicación que hubo en
mi pareja y que me obligó a separarme. Pero no
hay que pensar por eso que hubo algo trágico,
violento o grosero en mi matrimonio, nada de
eso, simplemente nos separó el trabajo. Salvo
ese pequeño incidente yo no puedo hablar de
infamias porque tuve mucha suerte con los
hombres que se acercaron a mi vida. —¿Con
su público también? —Por supuesto, con
ellos por sobre todas las cosas. Hay que ver
que al teatro no venían porque yo fuera un
galán apolíneo o un buen mozo capaz de seducir
a las mujeres. Iban porque yo era un amigo. Yo
en el interior antes de empezar cada función
le daba la mano a todos los espectadores;
hasta a 1.300 hombres y mujeres les estreché
la diestra en fraternal gesto en una noche.
Eso quedó grabado cual huella honda y
verdadera en el corazón de esa gente y yo
siempre tuve una palabra de aliento para el
chacarero que miraba el cielo esperando la
lluvia, para el trabajador que abonaba con su
sudor los fértiles e incomparables campos de
la patria, de esta patria a la que amo.
—Usted habló en varias ocasiones del amor,
pero en un sentido genérico; ¿qué piensa del
amor concreto, de la pareja? —Me parece que
en el matrimonio se debe ser compañero, amigo,
que hay que entender lo que le pasa al otro.
También creo que el sexo contribuye al fortalecimiento de la pareja cuando en él hay
armonía, porque de lo contrario la relación
puede convertirse en un alarido sin respuesta
que les hace mal a ambos. Creo que un hombre y
una mujer en el inmenso o pequeño escenario en
que se mueven solos, íntimos y encerrados
pueden dar rienda suelta al potro bravío del
sexo, que resulta entonces embellecido por los
sutiles acordes del sentimiento. Y cuando el
hombre, rama verde todavía, busca el amor,
siempre tiene derecho a encontrarlo en el
inmenso teatro de la vida. —Sus
pensamientos se refieren a la vida y a las
emociones de los hombres ¿Cree que es un
filósofo? —No, tanto no. Soy un forjador
de ilusiones, un fabricante de sueños que
martilla en el yunque de la esperanza, en
busca de las herramientas que sirvan para la
serenidad de las almas y la tranquilidad de
los espíritus. Mis crónicas humanas destilan
la miel de la comprensión y de la ternura
Tanto cariño he sembrado, tanta esperanza he
lanzado a los cuatro vientos que tengo
confianza que eso ha de volver a mí como en el
correr de los años el polvo vuelve al polvo.
Revista Siete Días Ilustrados 5/11/1973
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El famoso, pionero, autor y actor
de radioteatros cuenta -en su retórico
y particular lenguaje- sus más
picantes anécdotas. Los milagros que
le tocó vivir, sus aventuras de
adolescente, la magia que le permite
distinguir siempre entre el bien y el
mal
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