LEOPOLDO TORRE NILSSON Y SU ULTIMA INCURSION CINEMATOGRAFICA
EL TURNO DE LOS MAFIOSOS
Una vez más, episodios de la historia argentina motivan al discutido realizador. La trama de su última película -La Mafia- ronda en torno a las actividades del grupo delictivo que asoló al país entre 1925 y 1935

Chicho Chico
El convertible Cadillac modelo 1931 apareció al fondo del camino dejando tras de sí una nube de polvo. El rostro de Chicho Chico, su piloto, se endurecía a medida que se acercaba a los dos ciclistas que, sobriamente vestidos con traje y sombrero, avanzaban delante del automóvil. De pronto, el recio conductor clavó los frenos, y saltando del vehículo, se abalanzó sobre los hombres. La escena no hacía más que refirmar un hecho: Chicho Chico era así, despiadado con los traidores. Sin embargo, la lucha no tuvo el fin sangriento que esperaban quienes la presenciaban: el coche, que con el apuro del conductor había quedado en velocidad, con la palanca de cambios colocada en primera, siguió avanzando, saliendo del camino y enfilando directamente hacia un robusto árbol. Luego de unos titubeos, la ferocidad que endurecía el rostro de Chicho y el terror de sus ocasionales víctimas dejaron paso a un gesto común de estupor e impotencia. En esos momentos, pocos entendían lo que pasaba. Mientras algunos técnicos iniciaban una desesperada carrera detrás del rodado sin control, el director de la filmación, Torre Nilsson sólo atinó a ordenar un corte.
El incidente, uno de los tantos ocurridos durante la filmación, finalizó cuando un asistente logró subir al auto y, por centímetros, evitó el choque con un golpe de volante. A pesar de que la escena debió repetirse otras tres veces, el contratiempo no alteró el humor del grupo de artistas, extras y técnicos que, desde mediados de octubre, rueda 'La mafia': un film que —basado en una investigación |periodística realizada por José Dominiani (ver recuadro) y Osvaldo Bayer— intenta recrear la vida del grupo de delincuentes que conmovió al país desde 1925 hasta 1935. En realidad la película, más que histórica, es de neto corte policial, ofreciendo una síntesis del complejo tema. Así, si bien se representarán las principales acciones consumadas por los mafiosos argentinos —secuestro del hijo de una aristocrática familia, corrupción de funcionarios, protección rentada a pequeños comerciantes, asalto a bancos del interior, venganzas sangrientas, persecución de pos enemigos de la organización . . .—, la trama se centra en el odio que enfrentó a Juan Galiffi (Chicho Grande), el capomafia, y Alí Ben Amar de Sharpe (Chicho Chico), su lugarteniente. Esa competitiva relación llega a su momento crítico cuando el jefe descubre que su hija mantiene relaciones amorosas con su subordinado.
Para desarrollar la trama argumental hubo que modificar ciertos detalles de la difundida historia de la mafia argentina. Por ejemplo, el Chicho Chico de la ficción resume, en
realidad, dos papeles históricos: el asignado por las crónicas policiales a Alí Ben Amar de Sharpe (quien no mantenía relaciones amorosas con la hija de Galiffi) y el de un actorzuelo español, que sí las mantenía. De esa manera se llega al celoso enfrentamiento. También otros personajes que murieron en acciones anteriores son mantenidos vivos en el film para que puedan morir juntos en el asalto final al Banco de Tucumán. Los que en realidad se llamaban Juan, Alí y Agata (esta última, hija de Galiffi) pasan a ser Donato, Luciano y Ada. Como último detalle conviene señalar que de los diez años de gran actividad delictiva del grupo, sólo se utilizan dos, los que van de 1930 a 1932.
Salvando las diferencias anteriormente comentadas, la película interesará por sus acciones de continua violencia que llegan, muchas veces, a exponer el físico de los actores. De esa manera no extraña la explicación de Alfredo Alcón —Chicho Chico en la obra— quien, acariciándose el cuello con una de sus manos, relató a SIETE DIAS la escena que más esfuerzos le costó: "Cuando Chicho Grande descubre mis relaciones con Ada, de acuerdo con las normas de la mafia, debía matarme tres veces. O sea, me apretaba el cuello con mi propia corbata hasta que desfallecía. Entonces dejaba que me reanimara y volvía a empezar todo de nuevo. Yo me había tratado de imaginar todas las reacciones que puede tener una persona cuando está al borde de la muerte, pero resulta que en la escena definitiva me apretaron en serio. Por esa razón, muchos de los gestos de desesperación que se verán en la pantalla son verdaderos: llegué a pensar que me mataban".
Además de A.A., el elenco está integrado por Thelma Biral, José Slavin, Héctor Alterio, China Zorrilla, José María Gutiérrez, Carlos Perciavalle, Linda Paretz y Tina Francis. Casi todos ellos debieron movilizarse en la quinta de la familia Laferrére (en González Catán), donde se rodaron las secuencias de exteriores; los interiores se están filmando en una señorial casona porteña de la calle Bolívar al 1000, propiedad de la familia Lanusse. "Allí —secretean algunos miembros del elenco— nació el actual presidente de la Nación". Los vecinos comentan orgullosos que hasta fines de diciembre tendrán la dicha de ver a un engominado Alfredo Alcón pasearse por la soleada vereda, repasando cuidadosamente los libretos. Recién entrada la temporada de 1972, los espectadores porteños podrán juzgar si fue fructífera la inversión de personal, desvelos y, fundamentalmente, dinero: 120 millones de pesos viejos.
Para crear una cierta dosis de suspenso, cuando esta nota ya estaba diagramada, un llamado anónimo a la redacción de SIETE DIAS agregaba una inquietante información: "Desde 1968 La mafia estuvo en los proyectos de varios directores que la dejaron de lado, incluso con trabajos de filmación ya avanzados, ante una serie de temibles amenazas de muerte".

JOSE DOMINIANI: TRAS LA PISTA DE LOS FANTASMAS
A los 53 años ostenta un abultado curriculum: en 1930 ingresó en la redacción de Crítica, donde permaneció hasta que el diario cerró definitivamente. Tres semanas antes de que saliera su primer número a la calle, el diario Clarín lo contrató como critico de cine, puesto que ocupó durante 26 años consecutivos. Además del métier periodístico, se recibió de abogado, aunque nunca ejerció efectivamente esa profesión. En la actualidad es co-director de Gaceta del Espectáculo y se encarga de las relaciones públicas de los teatros Argentino y Ateneo. Pero la faceta más singular de J.D. es, sin duda, su interés por la investigación de la mafia en la Argentina. Una preocupación que le valió afrontar una nueva y reciente actividad: guionista de cine. En tal sentido, sus declaraciones sobre el tema operan como una suerte de introducción al film.
—¿Qué significó la mafia en la Argentina?
—Fue un fantasma que asoló al país desde 1925 a 1935. Nunca tuvo el carácter de organización estructurada, como ocurrió en Italia y EE.UU. De lo que se puede hablar, sin temor a equivocaciones, es de la existencia de mafiosos; vale decir, individuos relacionados, aunque sea indirectamente, con organizaciones del tipo de la Mafia siciliana o la Camorra calabresa.
—¿Por qué dice que fue un fantasma?
—Porque no otra cosa que fantasmas fueron los dos hombres claves a los que se sindica como capo-mafias en la Argentina: Chicho Grande y Chicho Chico. Nunca se supo exactamente quiénes fueron uno y otro, aunque se atribuye a Juan Galiffi la identidad del primero y a su lugarteniente, Alí Ben Amar de Sharpe, la de Chicho Chico. La duda surge de que tanto ellos como sus amigos siempre negaron ese papel.
—¿Cuál fue la evolución de los mafiosos argentinos?
—Originariamente, la mafia era una organización de caballeros que se autoerigieron en especie de Robín Hood que trataban de establecer una justicia social. Luego comenzaron a delinquir y, con el tiempo, estructuraron un organismo aprovechado con espíritu delictivo. En ese sentido es muy significativo compararla con la mafia norteamericana. Era una especie de réplica de aquélla, con la única diferencia de que a falta de Ley Seca, en la Argentina, y más especialmente en Rosario, centraban sus actividades en la prostitución y el juego.
—¿Por qué se interesó por el estudio de la mafia?
—Cuando ingresé en Critica era un adolescente que recién llegaba del interior y estaba impresionado, como todos, por las actividades del grupo. Cuando tenía 14 años, un compañero del diario fue asesinado por tratar de demostrar que el detenido Galiffi era, en realidad, Chicho Grande. Los recuerdos de esos días son, para mí, imborrables.
—¿Qué experiencia personal sacó en sus años dedicados a la investigación?
—Comprendí lo fácil que es corromper y seducir a las instituciones; hasta los fantasmas, cuando éstos manejan grandes cantidades de dinero, pueden tentar fortuna. Mientras se hacía gala de contar con "la mejor policía del mundo", estos señores se paseaban por todo el país, llegando a secuestrar nada menos que a un miembro de una de las familias más acaudaladas y al hijo de un ministro.
—¿Esa amenaza desapareció?
—Los mafiosos fueron símbolo de una época de la que el país todavía no salió. Policialmente, la mafia terminó, pero muchas de sus consecuencias seguirán vigentes aún hasta dentro de varias décadas.

Torre Nilsson: un salto al vacío
Enfrascado en cada escena, estudiando a! detalle todos los movimientos de la cámara, Torre Nilsson accedió a una entrecortada entrevista con SIETE DIAS. No fue una tarea fácil: efectuada entre toma y toma, L.T.N. muchas veces interrumpía una respuesta para dar alguna indicación a un actor o maquillador.
De todas maneras, el saldo resultó positivo: en los pocos minutos de descanso, mientras paseaba por los jardines de la coqueta quinta que Marcelo de Laferrére facilitó para la filmación de la mayoría cíe las escenas de exteriores, Torre Nilsson no sólo reveló entretelones del film, sino que profundizó en algunos aspectos polémicos de su trayectoria profesional y personal.
—¿Qué representa La Mafia en la carrera profesional de Torre Nilsson?
—Creo que no se aparta mucho del cine que siempre he realizado: es una forma de indagación que asocia lo individual con lo social, colocando al personaje en situaciones límites.
—¿Qué relación tiene con sus últimas dos producciones, de carácter netamente histórico?
—Yo no las asociaría con esas dos películas mías: más bien la asociaría con 'Fin de fiesta', en la que también se mezclaba la ficción con la realidad.
—¿Juega más con la ficción en este film?
—Claro. Cuando uno hace un género biográfico, tiene un cúmulo de limitaciones y termina restringiendo su imaginación En La Mafia tengo menos trabas.
—Si es una película en la que juega con su imaginación, ¿por qué eligió como libretistas a dos periodistas?
—Lo que pasa es que esta película empezó en realidad hace cuatro años, cuando Dominiani y Bayer me hicieron llegar una investigación periodística, redactada en forma de cuento, sobre ese tema apasionante que es la mafia argentina de los años 30. Sobre ese material, de tipo biográfico, hicimos un libro cinematográfico.
—¿Cómo definiría al film?
—Es un film estrictamente de acción, vertebrado sobre un entorno político y social.
—Si bien no es histórica, la acción de esta película se desarrolla en 1930-32. Muchos se preguntan si alguna vez Torre Nilsson filmará (a realidad contemporánea.
—Yo filmo las cosas que me interesan, y la realidad actual me preocupa, como a todos. Entonces puedo afirmar que sí, que algún día filmaré las cosas que pasan en ese momento.
—Eso es muy indefinido. ¿Dentro de poco o mucho tiempo?
—Mire, ese tipo de preguntas lo podemos contestar en igualdad de condiciones usted, yo o cualquiera.
—¿Cómo logra una continuidad en el trabajo? Su caso es bastante excepcional.
—¿Le parece? Yo creo que no.
—Yo creo que sí.
—Mire, yo trato de trabajar. No bien termino una película, pienso en la siguiente, trato de realizarla y, por lo general, la realizo.
—En el medio cinematográfico argentino que un productor pueda realizar las películas que se le ocurren es un caso raro, ¿no le parece?
—Existe un hecho financiero indudable: mis películas dejan un beneficio que me permite hacer la siguiente. Así, paso de una película a la otra y puedo seguir adelante. En general, las principales dificultades por las que atraviesan los productores son económicas.
—¿No existen dificultades de otro tipo? ¿Por ejemplo, la censura?
—Yo pienso que no hay censura más grande que tener un mercado difícil, con muy pocos habitantes, que crea, permanentemente un problema de costos. Con esto no quiero negar los problemas crónicos de censura política y sexual.
—¿Cómo define el momento actual de su trayectoria personal?
—Este es un momento en mi vida en que he alcanzado cierta madurez, aunque debo reconocer que tengo algunas ganas de pegar un salto en el vacío. Evidentemente, estoy condicionado por una realidad concreta. De eso soy muy consciente, pero a veces me gustaría actuar en forma más inconsciente...
—¿Alguna vez se tiró realmente al vacío?
—Eso lo tendría que saber usted o el público, más que yo. Si usted formula esa pregunta es porque no me conoce, o porque nunca me tiré.
Y ya no se pudo hablar más con él: faltaban filmar dos escenas de exteriores y la luz del día se terminaba rápidamente. Torre Nilsson ya no podía alejarse de lo que constituye su máxima preocupación hasta fines de diciembre. Volvería a gritar, a aconsejar paternalmente a un actor o, simplemente, a tocar suavemente la espalda del cameraman, para indicarle que debe cambiar de plano. Así, minuciosamente, L.T.N. sigue estructurando su propia visión de la mafia.
Revista Siete Días Ilustrados
13.12.1971

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