¿Guerrillas o ligas campesinas?

Ligas Agrarias
Durante una semana, un redactor de Confirmado investigó en el Chaco la aparición de un fenómeno, cuyas características se ignoran aún en Buenos Aires: la existencia de las ligas agrarias, un agrupamiento de pequeños y medianos propietarios rurales que recuerda las experiencias de Francisco Chico Juliáo, en el Nordeste brasileño, con sus ligas campesinas. Para elaborar este completo informe de la situación chaqueña, Norberto Gómez convivió 7 días con los protagonistas de esa historia desoladora y mantuvo prolongadas conversaciones con los principales dirigentes de las ligas agrarias.
—Y no había cosa que comer en casa, ni trabajo pa' arreglarse; el viejo había ido perdiendo su campito, deudas que tenia y problemas con el algodón que ya ni sembraba. Así jué que a los once años me salí de la casa pa' cambiar la suerte; de todo un poco juí haziendo, siempre de peón. Anduve en las cosechas, de mandadero, lustré zapatos también, pero lo pior me pasó en el monte. Andaba voltiando madera, cuando me vine a dar un hachazo en los pies; se me perdió el dedo gordo que naides pudo curarme, porque no habiendo rimedio ni médico pa' estas cosas, tuve que aguantarme nomás. Se me puso gorda la pierna y caliente de dolor; así anduve un tiempo hasta que el carnicero Fernández, de Corzuela, qué sabía e'medicina, me limpió la herida con toda clase de alcohol y dispués me le cosió un pedazito de cuero e' vaca donde me faltaba la pane. Ahora me siento mejor, ando en la cosecha aunque dentro e'poco se va acabar el algodón; dispués ... veremos.
Juan B. Mazza, apenas 15 años; su historia es una minúscula anécdota, que nace a las sombras de una tragedia mayor: la crisis algodonera en el Chaco. Su dedo, remendado con cuero de vaca, resulta un índice acusador.
Durante la campaña 1957/58 fueron sembradas en el Chaco 494 mil hectáreas de algodón, de las cuales se cosecharon 491 mil hectáreas. En el período 1968/69 la superficie sembrada para el mismo producto se había reducido a 249 mil hectáreas; la cosecha, entonces, fue sobre 232 mil hectáreas sembradas. Respecto de la producción de algodón en bruto, el Chaco alcanzaba hacia 1957/58: 384.679 toneladas. En 1966/67 el rubro había descendido a 177.724 toneladas.
Esa contracción —precipitada, principalmente, por el desarrollo de fibras sintéticas—, en parte, obedece a la extensión del área sembrada con trigo: de las 17.666 toneladas que se cosecharon en 1966/67, en la cosecha 67/68 se trepó a 73.000 toneladas: pero la crisis volvió a mostrar sus dientes al año siguiente, cuando la recolección se redujo a 42.750 toneladas. Al mismo tiempo, las rígidas condiciones de comercialización de la ALALC perjudicaron las tradicionales exportaciones chaqueñas en beneficio del algodón peruano, de fibra más larga.
Cálculos aproximados señalan entre 150 y 200 mil chaqueños las cifras de un éxodo con improbable retorno; familias de campesinos de las capas inferiores y obreros rurales de consuetudinaria desocupación, que terminan abarrotándose en las villas de emergencia de Rosario y Buenos Aires.
El legendario oro blanco languidece; para muchos es ya un pálido recuerdo, de los años en que "pa' levantar las cosechas había qu'ir a buscar hombres al Paraguay". Tan sólo la frase ha quedado en la memoria de los más viejos, testimonio melancólico de quienes perduran acodados en la mesa de un truco pueblerino.
¿Quiénes van a poblar el Chaco dentro de algunos años? El enigma rebota desde Resistencia a Villa Ángela, allí donde uno se ponga a escarbar la realidad provincial; porque aún más terror que a la miseria se le tiene a ese fantasma del despueble, el vaciamiento humano de la provincia.
Por eso había que hurgar entre los jóvenes, tantear la adivinanza del futuro, el filo de una navaja boreal que asoma en el Chaco.

LA HISTORIA NUEVA
Durante el último año, la crisis algodonera arrastró detrás suyo a los más disímiles sectores del agro: la Sociedad Rural, la Federación Económica, la Federación Argentina de Cooperativas Agrícolas (FACA,) y la Unión de Cooperativas Algodoneras Limitada (UCAL) juntaron sus firmas para exigir más créditos, menos impuestos, cancelación de deudas, garantías para la colocación del algodón en el mercado. No obstante, la protesta y los reclamos se conservaban en los marcos tradicionales; por la vía muerta de los petitorios se ahogaba el algodón.
Iban a ser los jóvenes, precisamente, quienes intentarían una embestida audaz contra la crisis. El Movimiento Rural Católico chaqueño, apadrinado por monseñor Ítalo Severino Distéfano, obispo de Sáenz Peña, y los centros juveniles de la UCAL comenzaron a tejer una trama generacional que no muchos observaron en perspectiva. Ese movimiento, acaso pensado como un desacelerador ante la posible radicalización izquierdista de los campesinos, parecía destinado a desbordar esa valla de control.
Antonio Di Rocco, caudillo nacional de la Federación Agraria, un dirigente muchas veces marcado con el estigma de burócrata, pareció advertir el viboreo de disconformidad que serpenteaba entre los colonos. No tardó en aventurarse a lanzar un plan de movilización pueblera, que iría jalonando de concentraciones las colonias de los agricultores. Ducho en las maniobras, a Di Rocco le interesaba poner bajo su control a los dirigentes jóvenes que despuntaban en el interior de la provincia. Lo consiguió: Osvaldo Lovey, del Movimiento Rural Católico, y Carlos Diego Ballesta, de los Centros Juveniles de la UCAL, se convirtieron en los oradores de barricada, para cada una de las asambleas que comenzaron a salpicar el mapa provincial.
Claro que Di Rocco se arriesgaba a ser desbordado por la verba de los jóvenes. Durante el peregrinaje por las poblaciones de colonos, Lovey y Ballesta iban adquiriendo estatura de dirigentes, cuyas sombras comenzaron a inquietar con razón a las instituciones tradicionales del agro chaqueño.
Las aguas comenzaron a dividirse: por un lado apretaban filas los nucleamientos clásicos; por el otro, confusa, alborotadamente, los medianos y pequeños campesinos tanteaban una alternativa propia.
Falta de decisiones a nivel de las gestiones que se realizaban posibilitó que los sectores endurecidos del Movimiento Rural Católico y los Centros Juveniles de la UCAL se animaran a promover por su cuenta una marcha de protesta sobre Resistencia. Alrededor de mil quinientos colonos encabezados por monseñor Distéfano irrumpieron en la capital provincial en una demostración como nunca antes se había producido. Durante la movilización, jalonada de bocinazos y de consignas aún moderadas, se lanzó la propuesta de realizar lo que luego tomaría el nombre de Cabildo Abierto del Agro Chaqueño.
El 14 de noviembre de 1970, un conglomerado de cuatro mil campesinos ocupó tácitamente la ciudad de Sáenz Peña, corazón agrario de la provincia, en una asamblea preparatoria para el Cabildo Abierto. Las instituciones tradicionales habían sido prácticamente desplazadas. Eso fue lo que se advirtió poco después; durante el desarrollo del Cabildo se adoptó una resolución: constituir las Ligas Agrarias del Chaco. Entonces, no pocos alentaron una fantasía: ¿Tendremos un Francisco Chico Juliáo en la provincia?, se preguntaron algunos, recordando al líder campesino brasileño, ahora refugiado en México.

LOS DUEÑOS DE LA TIERRA
Apoyadas en sectores de medianos campesinos, las Ligas comenzaron a extenderse por Quitilipi, Plaza Machagay, San Martín, Corzuela, Tres Isletas y allí donde la crisis algodonera golpeaba con mayor fuerza. Pronto hubo de realizarse su primer congreso; en un caluroso debate se resolvió: exigir al gobierno que sancione a los acopiadores que especulan con el algodón; solicitar créditos y suspensión de todo juicio por deudas; hacer cumplir por todos los medios los precios mínimos para las cosechas. Osvaldo Lovey, un agricultor de la capa media, dueño de 100 hectáreas en Machagay, con sus jóvenes 24 años fue elegido presidente de las Ligas.
A esta altura, los vasos comunicantes que mantenían la alianza con los Centros Juveniles de la UCAL tendían a obstruirse por la acción que desarrollaban los dirigentes mayores de las poderosas cooperativas —dueños de una hilandería de Resistencia—, casi todas representativas de los sectores superiores del campesinado algodonero. Los jóvenes de la UCAL, en definitiva, tuvieron que someterse al rigor de la institución madre, que observaba con desconfianza el desarrollo de las Ligas. El día 8 de febrero Sáenz Peña volvió a ser ocupada por más de 1.500 campesinos; un acto gigante de ocho horas de discursos agitativos finalizó con una severa represión a manos del escuadrón de perros y compañía de lanzagases. Alberto Muchutti, el rico estanciero presidente de la UCAL, encontró el mejor pretexto para confirmar sus dudas.
Las Ligas habían ganado el prestigio de las rebeldías, pero también perdían a un aliado de peso. Con un desarrollo profuso en los niveles medios del campesinado, caracterizados por su vacilación, alejadas de los sectores fuertes que reniegan a ser confundidos con la subversión y con escasa repercusión en el campesinado pobre —que progresivamente desaparece en el Chaco—, tampoco se animaban a desarrollar una alianza con los obreros rurales, acaso temerosas de ser superadas por el peso organizado de los cosecheros.
El segundo congreso que realizan las Ligas, entre el 22 y 23 de mayo último, resultó ser una rectificación o al menos una nueva táctica de su política, aún no demasiado definida. Lo cierto es que los jerarcas de la UCAL fueron especialmente invitados al foro y se suavizaron las relaciones intercampesinas. Las coincidencias consolidaron un programa: por el cumplimiento de los precios mínimos bajo el control de los productores; pago de las deudas bancarias en un plazo no menor de 5 años; anulación de las deudas provinciales y otorgamiento de créditos sin requisitos en los aportes; fijación de un tope máximo de un 3 % como aporte al Fondo Algodonero; fijación del precio de la tierra por comisiones integradas por agricultores y su inmediata mensura y entrega a
los ocupantes, son algunos de sus tópicos más salientes.
Una nueva andanada agraria se avecina; las Ligas, medianamente robustecidas por la complacencia de la UCAL, parecieron prepararse para ejercer su hegemonía. Eso es lo que trasuntaba el plan de acción que se ha puesto en movimiento la semana pasada desde Tres Isletas, repitiendo el proceso de las concentraciones zonales. Al volante de su Citroën, Lovey suele alternar las mateadas, que no abandona ni siquiera cuando conduce, con un latiguillo que se le ha hecho tic en su idioma: "Se va a poner linda la cosa".
Hacia setiembre, el Primer Encuentro de Juventudes del Chaco puede encender una mecha imprevista.

LOS CONDENADOS DE LA TIERRA
Pero no son los únicos; viejos y jóvenes, un importante contingente de obreros rurales, parecen también resistirse a la inercia de abandonar el pago. Luego de casi 15 años de silencio, intentan ahora reconstruir su sindicato, abandonado por la Federación Argentina de Trabajadores Rurales. Máximo Herland, un viejo y duro dirigente sindical de la provincia, ha tomado en sus manos la tarea de armar el rompecabezas de una organización tan dispersa como nueva. "Nada de arrecostarse en el palenque
de los burócratas", suele anatematizar a los dirigentes cegetistas locales; con apariencia de obrero en casi todos los quehaceres chaqueños, Herland ha preferido rodearse de la inexperiencia y la fogosidad de los más jóvenes: "Pa'conocer las maniobras ya estoy yo; hombres de pelea es lo que hace falta".
El Sindicato de Obreros Rurales Chaqueño ya está en marcha. Una comisión provisoria gestiona su legalización y se instrumentan los preparativos para una asamblea constitutiva. Como una segunda línea, los más jóvenes han construido su propio nucleamiento; entre bailongos y discusiones, le van dando forma a ese embrión clasista. Y si bien apuntan hacia la unidad con el campesinado, tienen sus otras propias razones.
"Es cierto que la crisis nos alcanza a todos, es cierto que los campesinos la sufren; pero mucho más cierto es que los principales afectados somos los obreros rurales, que ni un pedazo de tierra tenemos para vender", afirma Julio Mendiolar, 21 años, presidente de la comisión juvenil del Sindicato. "Es más —completa Herland—, cuando vamos a trabajar a las colonias nos dan unas viviendas como taperas, llenas de ratas y vinchucas; nos pagan a 16 pesos el kilo de algodón cosechado, y de sol a sol andamos sacando 800 pesos por día; 600 se nos van nomás en las comidas. Uno se vuelve fakir sin querer. Que los campesinos no nos pueden pagar lo que nos corresponde, podemos llegar a comprenderlo, porque son los monopolios los que fijan los precios bajos; pero no vamos a dejar que descarguen toda la miseria sobre nuestras espaldas."
No obstante, aún permanecen abiertos los conductos para el entendimiento: "Como primera cosa —acota Mendiolar— les exigimos que respeten las leyes salariales y que mejoren las condiciones de trabajo, así los vamos a ayudar para sacarles a los monopolios 80 y hasta 90 mil pesos por tonelada de algodón". Una mano que sin embargo tiene su revés, al menos en términos políticos: "Vamos a unirnos, ¡cómo no! —enfatiza Herland—; pero va a ser sobre la base del programa obrero y no sobre el de ellos, En sus manifiestos ni siquiera nos nombran. A la hora de pelear vamos a ver quién ejerce la dirección; a nosotros nos pueden intervenir el sindicato, pero eso no es nada más que un sello, ya buscaremos otras formas para no perder nuestra fuerza".
Frente al Chaco que huye hacia el Sur, parece asomar otro Chaco que —a pesar de sus diferencias— prefiere quedarse para recuperar esa imagen de sabana al pie de los montes; los algodonales que lo hicieron famoso "Hay dos caminos, irse o luchar; yo antes iba a Buenos Aires a emplearme de doméstica, ahora, aunque sea largo el camino, prefiero quedarme porque tengo esperanzas en que la vamos a ganar. Somos muchos todavía, y si nos vamos ¿quién arregla esto?" A mitad de la tarde, en ronda de mateadores, Elsa Caamaño, 21 años, cosechera, deja un interrogante como un estilete clavado en el corazón de la crisis.
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Osvaldo Lovey: ¿Juliáo entre nosotros?
Delgado, de aspecto casi deportivo, enfundado en unos apretados jeans desteñidos, Osvaldo Lovey, descendiente de una lejana generación de italianos instalados en el Chaco, se ha convertido en uno de los más populares transeúntes de Resistencia o Sáenz Peña. De pronto se ha encontrado con una responsabilidad, que sin embargo no excede los límites de sus 24 años de hombre de campo. Presidente de las vertiginosas Ligas Agrarias, una entidad que se jacta de dirigir a tres mil campesinos, a través de 60 nucleamientos, el joven agricultor de Machagay parece haber aceptado el reto que la crisis algodonera le ha hecho a su generación. En una especie de despacho desordenado, a mitad de camino entre pieza de soltero y biblioteca, con la única decoración de un afiche de la reforma agraria peruana, Lovey recibió a Confirmado.
CONFIRMADO: ¿Qué se proponen las Ligas Agrarias?
OSVALDO LOVEY: Queremos romper con las organizaciones tradicionales del agro y avanzar hacia la construcción de estructuras gremiales que surjan desde las bases, lo suficientemente democráticas para que representen los diferentes intereses del campesinado y que nos inmunicen contra el mal de la burocratización.
C.: ¿Cuáles serían los rasgos predominantes en esas nuevas organizaciones?
O. L.: La combatividad que exprese el nivel de conciencia del conjunto de los colonos y una profunda democracia de masas para que no se anquilose el sistema de participación en las decisiones.
C.: ¿De dónde parte la idea de construir las Ligas Agrarias?
O. L.: Esto no fue un invento de un grupo reducido de visionarios, sino resultado de la necesidad que teníamos los campesinos frente a la larga experiencia de traiciones cometidas por los dirigentes tradicionales, siempre ligados a los gobernantes de turno. Ha llegado el momento de que los campesinos digamos basta, se acabó, y levantemos nuestra propia y nueva organización.
C.: ¿Qué relación existe entre el Movimiento Rural Católico y las Ligas?
O. L.: El Movimiento propició la creación de las Ligas, impulsó ese proceso, pero repito que la raíz la tenemos que buscar en el escepticismo que tenían los agricultores hacia los dirigentes clásicos, en esa necesidad de darse su propia organización. Hoy muchos miembros del Movimiento pertenecemos a la dirección de las Ligas.
C-: ¿Cuáles fueron las diferencias que entorpecieron la unidad con la juventud de UCAL?
O. L.: Marchábamos juntos en una buena perspectiva, hasta que se terminó el bla bla y se hizo necesario organizarse para la lucha antimonopólica.
C.: ¿Qué tipo de lucha piensan encarar?
O. L.: Como punto de partida tomamos las reivindicaciones específicas del campesinado, pero a poco de andar nos damos cuenta que la realidad supera los límites de lo reivindicativo y nos exige avanzar hacia un verdadero cambio de estructuras. Los monopolios son tan fuertes aquí y en el resto del país, que sólo la conducción política, económica y social en manos de los sectores populares puede acabar con ellos. Claro que el conjunto de los campesinos aún no ha tomado conciencia de esto, pero ya llegará el día.
C.: ¿Quiénes son sus aliados más directos?
O. L.: Creemos que tenemos que forjar una unidad estrecha con los obreros rurales, con los empleados, los pequeños comerciantes, con todos los que sufren de una u otra manera la crisis que está arrasando nuestros campos.
C.: ¿Y con la CGT?
O. L.: No, sus dirigentes están aislados de los problemas de las bases.
C.: ¿Es es válido para todos los dirigentes sindicales?
O. I,.: No, hay excepciones, Raimundo Ongaro puede ser una de ellas, o ciertos dirigentes de Córdoba.
N. G.
16 de junio de 1971 - CONFIRMADO

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