Teatro
Mario Soffici
Una barba, una pipa y un pasado: El telón sube después de 30 años
   
El 5 de julio, la cortina del Odeón se alzará sobre un actor argentino que dejó el teatro hace 30 años. En ese lapso, su nombre pasó de las carteleras de Corrientes angosta a las de los cines de Lavalle. Ese hombre es Mario Soffici, en cuyo haber figuran por lo menos dos de las películas nacionales más importantes de todos los tiempos: Viento norte (1937) y Prisioneros de la tierra (1939). Amable, pero de difícil acceso a la intimidad, el hipersensible y tímido Soffici se escuda detrás de una barba áspera y de una pipa infatigable: "No soy un teórico, ni en cine ni en teatro; tengo el pudor de no dar nunca explicaciones sobre lo que hago: la obra debe hablar por su creador. Me niego a las definiciones".
Declara no haber abandonado el teatro durante esas tres décadas; sólo que "'buscaba obra y no la encontraba; cuando la encontraba, no tenía fecha disponible". Ahora eligió 'Tres veces un día', de Claude Spaak (padre de Catherine y autor de 'El pan blanco', hace dos años representada por la Comedia Nacional), porque Alberto Closas, que asistió a su estreno en Paris, se la recomendó. "La pieza me gusta; compré los derechos, fui viendo gente, encontré sala..." Entre la gente que vio y contrató está, curiosamente, otra figura de renombre cinematográfico, María Vaner, quien desde 1957, cuando hizo 'El bosque petrificado' en el Candilejas, no pisaba un escenario.
Soffici no cree en los "métodos" para el trabajo con el actor, ni siquiera en el del casi bíblico Stanislavsky. "Las fórmulas son: para el teatro, sinceridad, más misterio o magia; para el actor, intuición y cultura, donde lo más importante es la intuición". En treinta años, reconoce que el teatro ha evolucionado: le gusta Ionesco (El asesino sin sueldo), Ghelderode (Escorial), Dürrenmatt, Anouilh (Beckett o el honor de Dios).

En busca del tiempo perdido
"Hace treinta años, usted estaba considerado el mejor actor argentino del momento". Soffici da un respingo: "No sé, no recuerdo. Los críticos fueron siempre muy generosos conmigo". Recuerda, en cambio, que a los 8 años llegó a la Argentina ("Nací en Florencia. ¿Cuándo? Hace mucho tiempo"), que en sus primeros intentos escénicos tropezó con el idioma ("Entonces hice juegos de prestidigitación, ilusionismo"), que en Mendoza, donde residía, integró y dirigió varios conjuntos de aficionados. Llamado a reemplazar a un actor de una "troupe" en gira por la zona andina, en 1920, se desempeñó tan bien, que el empresario le ofreció un puesto en la compañía. "Por razones de físico hice «La Pasión»: fui muy elogiado, y Enrique de Rosas me llevó a España. De regreso, formé en el Uruguay una cooperativa, con Luisa Vehil y Santiago Arrieta, entre otros, que terminó llamándose ION y de la que también participaron Orestes Caviglia, Carlos Perelli, Milagros de la Vega, Francisco Petrone, Sebastián Chiola. Fanny Breña. Éramos los vanguardistas del momento: hicimos desde 'Las aves', de Aristófanes, hasta 'Escena callejera', de Elmer Rice; nosotros mismos pintábamos los decorados, cosíamos la ropa, poníamos las luces y manteníamos una especie de academia".
La máxima creación interpretativa de Mario Soffici se produjo en 'El cadáver viviente', donde debió competir con el recuerdo de Alejandro Moisi y Jacobo Ben Ami. La única influencia de teatro sobre su obra cinematográfica es de tal importancia que constituye el antecedente inmediato —dice— de su concepción de Viento norte y Prisioneros de la tierra: es el drama de Henri Lenormand El simún, por él estrenado aquí en 1932, en el Teatro Nuevo.
"Si usted piensa, se dará cuenta que en ese drama y en mis películas el factor desencadenante es el mismo: los elementos de la naturaleza —el viento, el calor, la humedad— actuando sobre el hombre".

Tres actos, tres personajes
"La obra que pongo en escena en el Odeón nos exige, a los personajes principales (María Vaner, Fernando Vegal y yo), componer los mismos papeles en cada acto, pero con distintas psicologías y en distintas situaciones, aunque el tema fundamental es uno: el de la intolerancia. La acción del primer acto es en Inglaterra, siglo XVII; la del segundo, durante la Revolución Francesa; la del tercero, los Estados Unidos, hoy". Ultimas reflexiones: "Huyo de la imitación y del snobismo. Si el hombre de teatro o de cine vive su época, recoge elementos de la vida que lo rodea y es sincero, siempre será moderno".
Revista Primera Plana
02.07.1963

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