Miguel Ángel Merellano: Sin pelos en la lengua
Crisis en los medios de comunicación. ¿Existe la cultura popular? La fabricación de ídolos. La literatura de mal gusto
Miguel Ángel Merellano 
Lo acaban de premiar por su programa televisivo "Generación Espontánea"; sin embargo, se rumorea el levantamiento de ese ciclo. Al respecto, el incisivo periodista, locutor y discjockey apunta su desconcierto y, como era de esperar, se despacha a gusto sobre unos cuantos temas en los que se considera experto a 43 años de su nacimiento en el barrio de Flores, Miguel Ángel Merellano puede enorgullecerse de ser uno de los periodistas más populares de la radio y televisión porteñas. Un ámbito donde supo crear —merced a su estilo reposado, coloquial— una forma muy particular de vincularse con sus oyentes, quienes disfrutan tanto de la dinámica de sus reportajes como de la equilibrada dosificación que logra con los mejores temas musicales. Llegó, además, a convertirse —luego de casi tres décadas de trajinar en el métier— en un verdadero experto en esos medios de comunicación: desde los 17 años, cuando abandonó la casa paterna para comenzar a trabajar en una radio tucumana, no cesó de adentrarse en el agitado mundo de las emisoras.
Por supuesto, ese fervor le redituó no pocas compensaciones: basta recordar la popularidad que recogieron los diversos programas que capitaneó, uno de los cuales —el noctámbulo 'Generación espontánea', inaugurado hace ocho años por Radio Belgrano— marcó una época en materia de radiofonía. "Cuando surgió ese ciclo —recordó ante Siete Días, la semana pasada— todo el mundo se apuró a decir que era absurdo, que los únicos que escuchaban radio de noche eran los camioneros e insomnes, quienes sólo querían escuchar tangos. Pero nosotros no aflojamos y mantuvimos firme nuestro propósito: charlar cuatro horas seguidas con los protagonistas de la realidad, para acercarla a la mayor cantidad de gente posible".
A comienzos de septiembre, ese ciclo se trasladó a la televisión —Canal 7— y, poco tiempo después, conquistó un galardón en la ciudad de Rosario; premio que coincidió, paradójicamente, con un brote de rumores que daban por sentado el inminente levantamiento del programa. "El jurado rosarino, integrado por gente prominente de la ciudad, consideró que el nuestro era el mejor programa cultural de la televisión argentina —explica MAM—. Algo muy gratificante, pues nuestra intención es hacer del medio un vehículo trasmisor de cultura, aunque nuestro espacio sea esencialmente periodístico. El premio constituye un excelente estímulo para seguir en esa dirección".
—Claro que, al mismo tiempo, comenzaron a proliferar versiones que pronostican una vida efímera a Generación espontánea.
—No hubo, en realidad, confirmación oficial de los rumores que en efecto circulan, aunque lo cierto es que ya ha sido levantada una de las cinco emisiones semanales. No me preocuparía que el programa desapareciera si fuera reemplazado por uno mejor; lo que me extraña es que un nuevo director artístico elimine un ciclo sólo porque fue puesto por un director anterior. Eso no hace más que deteriorar la imagen del Estado en cuanto a su capacidad para conducir las emisoras.
—Ese es, precisamente, el motivo de una larga discusión: ¿qué opina usted con respecto al manejo de la radio y la televisión?
—Mire, se polemiza mucho acerca de cuál sistema extranjero debe copiarse: si el francés, el alemán o el español. Yo creo que debemos buscar el modelo de acuerdo a las reales características de nuestro pueblo. Parece que todavía no nos dimos cuenta de que el país es nuestro, y eso se ve en la concepción que tenemos de la palabra "Estado": cuando se dice que se estatiza un medio de comunicación, todo el mundo pone el grito en el cielo. Si bien es cierto que a veces eso significa un manejo antieconómico y no pocos acomodos, no cabe duda de que el Estado debe asumir esa responsabilidad.
—¿Cómo se fundamenta esa afirmación?
—Todo lo que se propale a través de la radio y la televisión produce o destruye cultura: una buena programación musical, por ejemplo, favorece la "formación" del oído, mientras que una mala lo prostituye, produce la "sordera" del público, que termina por convencerse de que esos cantorcitos de moda hacen música. Medios con semejante fuerza de penetración no pueden sino estar administrados por el Estado, pues de lo contrario entran en contradicción con la cultura que el mismo Estado imparte a través de la escuela y la Universidad. En esos lugares, uno permanece horas recibiendo información seleccionada para integrarse en buenas condiciones a la sociedad; pero luego, en casa, al prender la radio o la televisión, uno lo escucha cantar a Sabú, lo ve a Kung Fu, o le proponen un programa de entretenimientos, donde hay que soplar un globo para ganar una docena de platos. . . La administración privada de esos medios, en nuestro país, no tuvo más que objetivos comerciales, nunca artísticos y mucho menos nacionales.
—¿Cuál fue, hasta ahora, el resultado de la gestión del Estado en las emisoras?
—En general, puede verse que faltó coherencia al planificar las programaciones, pero ése es un fenómeno explicable. Cualquiera que mire los diarios, verá que desde el 25 de mayo de 1973 hasta ahora, las emisoras administradas por el Estado sufrieron demasiados cambios a nivel directivo. Creo que es fundamental que tengamos bien claro cuáles son las reales necesidades del país. Si, por ejemplo, Radio Belgrano puede operar normalmente con un total de 100 personas, habría que ver por qué hace un año y medio había 274 empleados, mientras que en este momento tiene más de 300. Paradójicamente pese a ese aumento desmesurado de su dotación, cada vez produce menos y cuenta con menor audiencia. Es un fenómeno similar al que registra Canal 7: en 23 años de vida tuvo 57 directores. Así, no hay manera de lograr una programación medianamente coherente.

"ARTE Y PORQUERIAS"
—Usted aludió recién a los ídolos fabricados por la radio y la televisión. Esos "cantorcitos", como los llama, ¿qué realidad reflejan?
—Una muy especial. La televisión, particularmente, suele producir el rápido consumo y deterioro de los productos que ofrece; un buen ejemplo de eso fue el famoso Club del Clan, que apareció en la década pasada, proponiendo cada semana un supuesto nuevo astro de la canción. Pero la verdad es que esos supuestos ídolos, amparados por generosas promociones, reflejan exclusivamente las necesidades de expansión del mercado de las empresas grabadoras; nunca expresan reales necesidades de una sociedad.
—Sin embargo, a una década de su lanzamiento, Palito Ortega sigue siendo un ídolo vendedor
—Es que él no es sólo un mal cantante, un habilidoso melodista o un letrista de fórmula simple. Es, fundamentalmente, un fenómeno social, la encarnación en vivo y en directo del provinciano que vino a triunfar a Buenos Aires. Pero la industria del disco que lo propone y que en doce años le hizo grabar unos 30 longplays, jamás repone éxitos anteriores, pues no podría vendérselos a nadie. Cada año, Palito debe elaborar nuevas canciones para asegurar la venta. En cambio, lo que grabó Troilo, Yupanqui, Falú o Frank Sinatra hace mucho tiempo, se vende hoy y se venderá mañana, pues, por ser arte, trasciende la barrera del desgaste.
—El hecho de que en sus programas jamás emita temas de "cantorcitos", podría interpretarse como un cierto desprecio al público que los sigue, por cierto numeroso.
—Es cierto que hay que respetar el gusto del público, pero ese gusto está actualmente malversado por una tendenciosa utilización de los medios. La mejor muestra de mi respeto hacia la audiencia es dar lo que yo considero que vale la pena; no para imponer mis preferencias a nadie sino para ofrecer alternativas, para que la gente pueda elegir.
—¿Considera que el público argentino está incapacitado para decidir sobre la calidad de lo que se le ofrece?
—Todo lo contrario. Nuestro pueblo no necesita, por ejemplo, que venga a "salvarlo" Waldo de los Ríos con sus abominables arreglos y le diga que si toma a Mozart con soda le va a gustar mejor que puro. La mejor prueba de eso es que, en junio de este año, la Sinfónica Nacional ofreció la Novena, de Beethoven, un domingo a la mañana y llenó el Luna Park a pesar de que hacía menos de 9 grados de temperatura. Lo que ocurre es que, en este momento, el 90 por ciento de la programación musical de las radios está manejado por los intereses de las grabadoras, que hacen escuchar porquerías como Córtate el pelo cabezón, y eso es deformante.
—¿Cuál es su propuesta para evitar esa deformación?
—Me parece fundamental que los medios rescaten los elementos que forman la cultura de cada zona, que hagan verdadero federalismo. Hace poco, cerca de Tucumán, unos monjes benedictinos organizaron una muestra de folklore y artesanía de alta montaña. Los artesanos viven en los valles calchaquíes y tuvieron que andar 8 horas a lomo de mula para llevar su violincito, su caja o sus dulces; pero resulta que cuando se ponían a cantar interpretaban temas de Aldo Monges o de Los del Suquía. Es doloroso, pero el transistor los está destrozando. Por supuesto que la radio tiene que llegar a cubrir todo el país, pero con mensajes auténticos, que respeten las particularidades de cada región. Desde la Colonia hasta ahora, hemos bastardeado los elementos culturales de nuestro país, de acuerdo a quien nos dominara económica o políticamente. Yo creo que es más importante tratar de saber cómo funcionaban las instituciones incaicas que entender la revolución francesa o la rusa.

"EL TONY" Y TAMBIEN BORGES
—Tal como está planteada en la actualidad, la televisión es absorbente, deja poco tiempo libre al espectador para preocuparse por otros asuntos. ¿Sería beneficioso modificar esa pretensión de exclusividad?
—Por supuesto. Yo no creo que sea muy saludable que un hombre gaste sus horas libres frente a una pantalla o junto a un receptor de radio. En mi opinión, la televisión no tiene por qué estar las 24 horas funcionando; su mensaje debería ser más selectivo y corto. Tal vez, lo ideal sería que los canales trabajaran 6 horas cada uno, alternándose en la programación, con contenidos perfectamente claros y definidos. En resumen, yo propongo que se planteen todas las alternativas: el que quiera comprar El Tony, que lo compre; pero que también pueda acceder a Borges cuando lo desee.
—Ya que habla de literatura, ¿cuáles son las posibilidades de elección real que tiene el pueblo en esa materia?
—Creo que, en nuestro país, la industria gráfica ofrece un espectro amplísimo. Cada vez tenemos más posibilidades de leer a mejores autores argentinos. Y si dentro de la avalancha de libros que se producen en el país vienen algunas botellas vacías, es cuestión de seleccionarlas. Yo diría que la única literatura de mal gusto que se vende es la de Poldy Bird.
—¿Cuáles son las mejores botellas llenas?
—No leo demasiado, pero sé que en 15 días se agotó la primera edición de las Obras completas de Borges, y que Abaddon el exterminador, de Sábato, tuvo una muy buena acogida. Claro, por ahí aparece Dalmiro Sáenz tirándose un petardo, pero eso no es más que una moda. Dalmiro no va a quedar en la historia de los escritores importantes, a lo sumo perdurarán dos o tres frases de él, pero no una obra.
—¿Es igualmente optimista el panorama que ofrecen los espectáculos presentados últimamente en Buenos Aires?
—Cuando voy a ver espectáculos, cada vez con mayor frecuencia salgo mufado. Parece, por ejemplo, que para alguna gente el café concert supone necesariamente malas palabras, gestos obscenos, musiquita más o menos, dudosa definición hormonal de algunos personajes, escatología al alcance de la mano y punto. Es impresionante ver hasta qué punto el talento de un Perciavalle o de un Gasalla pueden ser luego prostituidos por un montón de tipos que copian nada más que lo que impacta, sin tener siquiera humor para tocar esos temas.
—Por lo visto, no le falta agresividad para criticar a otros. ¿Es igualmente virulento para juzgarse a sí mismo?
—Por supuesto. Creo que podría definirme por mi ambición, que es capacitarme profesionalmente cada día más para utilizar mejor la radio y la televisión, pues en los cuatro hijos que tengo veo reflejado lo que pueden hacer de malo esos medios. Creo que esta pregunta podría responderla mejor dentro de diez años, cuando pueda ver qué clase de hijos tuve. Finalmente, es por ellos por los que uno trabaja; eso lo comencé a sentir a partir del último, que ahora tiene 4 años. Es que las obras profesionales pueden no ser más que medios de vida, pero los críos son lo que realmente importa, el reflejo de lo que uno hizo durante toda la vida.
—¿Se preocupa por cuidar su aspecto personal en las emisiones televisivas?
—No, aunque nunca me gusto cuando me veo ni cuando me oigo. Pero no me preocupo por cambiar. A pesar de que me siento naturalmente mejor formado para la radio, me gustaría tener, por ejemplo, la voz del negro Edgardo Suárez. Pero no me molesta la mía: al fin y al cabo, yo soy como soy, a pesar de mí. Estamos siempre tratando de copiar modelos, y por eso no terminamos nunca de producir el nuestro. ¿Por qué no nos conformaremos con ser lo que somos, pero a fondo?
—¿Usted se conformaría con ser pedante?
—Creo que todo tipo que diga lo que siente puede ser calificado de pedante. Cuando me preguntan de algo sobre lo que sé un poco, digo lo que sé; cuando me convenzo de algo, lo afirmo hasta que la realidad me demuestra que estoy equivocado. Si actuar de esa manera es ser pedante, lo acepto. Pero cuando se está en un medio como éste, el calificativo de pedante puede ser lo más suave que digan de uno.
Juan José Calzetta
Revista Siete Días Ilustrados
18/11/1974

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Miguel Ángel Merellano