Mujeres solas
 

— ¡Lindo momento para hablar de soledad!
Lo dijo casi en una carcajada. Una carcajada nerviosa. Allí no más, en Callao y Corrientes —eran los días de Santo Domingo— explotaban los gases lacrimógenos, los caballos de la montada remolineaban entre la muchedumbre con un desordenado repiquetear de cascos. Crujió una vidriera, rota en mil pedazos. Y fue como un grito más entre los mil gritos de la multitud, que corría entre banderas y carteles.
—¡ Lindo momento ...! — repitió la mujer.
Yo también pensé: lindo momento han elegido las mujeres para rebelarse. Porque habíamos empezado a hablar de eso. De la Rebelión de las Mujeres Solas. En estos años implacables y violentos, la mujer está haciendo su propia revolución. En todos los países, bajo todos los regímenes. Ministras en Inglaterra, en la URSS, en Israel, en Ceilán. Oficiales de milicia en Cuba. Dirigentes de grandes empresas en Estados Unidos, Y la astronauta, que después de su viaje espacial se casa, tiene un hijo y se saca fotos planchando las camisas del marido.
Pero a las mujeres les faltaba un gesto para darle un hachazo definitivo a sus ataduras con el pasado. Tenían que escabullirse de la famosa protección masculina, de esa caparazón defensiva —y prisión a la vez— en la que dormitaba apaciblemente la tradicional mujercita tímida, frágil.
Tenían que irse a vivir solas. Cruzar la barricada de la soledad para asumirse a sí mismas, confiadas en su capacidad de vivir sin necesidad de muletas.
Y lo están haciendo. Cada día son más las mujeres solas.

Siempre llevaron la peor parte
Durante miles de años los hombres las han tenido en el patio de atrás, criando chicos y gallinas, dando vueltas a la rueca, chismorreando y perdiendo la vida en menudencias. En la Edad Media, una mujer fecunda valía tres veces el precio de un hombre robusto. Pero la "regalaban" cuando ya no podía ser madre.
Y todavía en el siglo pasado escribía Balzac en Fisiología del matrimonio: "No os inquietéis en nada por sus murmullos, sus gritos y sus dolores; la naturaleza la ha hecho para nuestro uso y para soportarlo todo: los sufrimientos, los hijos, los golpes y las penas del hombre."
Así vieron los hombres a la mujer a lo largo de siglos. Y, créase o no, una gran parte todavía las sigue viendo así. Para algunos, es más femenina cuanto más vacía, dócil e inepta se muestra. Para otros es un objeto en subasta. B.B. "vende" sus atractivos físicos y su descaro, mientras le duren. A Ursula Andress le pagan 15 mil dólares por aparecer desnuda en la revista Playboy. ¿ Pero cuántas chicas de buena familia se "venden" al candidato que puede darles departamento, auto, el tapadito de visón y el viaje a Europa?
Son "semivíctimas, semicómplices", como dice Sartre. Muchas vegetan en un mundo de frases hechas, de ideas prefabricadas, hundidas en la rutina y el orden doméstico.
Viven en un desierto mortalmente aburrido y no se dan cuenta. O no quieren darse cuenta.
—¡Quedan pocas mujeres como Dios manda! —me decía una de esas viejas aguerridas, peleadoras, que suelen morirse después de sus nietos—. Ya no hay hembras enérgicas, capaces de jugarse por un amor verdadero, de aguantar en la mala, de plantar a un mal marido y llevarse a los hijos aunque tengan que comer pan duro ... ¡Coraje es lo que hace falta!
Pretendía que las mujeres —algunas, por lo menos— se parecieran a las heroínas de novela del siglo pasado, que escalaban murallas, provocaban incendios y se escapaban de los conventos por puertas falsas.
Pero resulta que también ahora hay mujeres corajudas. Es un coraje anónimo, que no figura en las novelas ni mete ruido.
Es el coraje de las mujeres solas.

Las que se divorciaron
—Cuando termina el día y vuelvo a casa, subo la escalera, abro la puerta y enciendo la luz, y no hay nadie, y todo está en silencio. Eso es la soledad, para mí.
Ya no había más gases. Los estudiantes y los policías peleaban dos cuadras más allá. Y Susana Vallés, una divorciada de 35 años, profesora de dibujo, periodista y traductora, empezó a explicarme su soledad. Una soledad casi heroica: gana 12 mil pesos por mes, que le duran a fuerza de estoicismo y de una administración espartana.
—Pero no hago nada que no quiera hacer.
Ese es su orgullo. Se casó a los 29, se divorció a los 33.
Está sola porque le exige mucho a la vida y a los hombres. El aislamiento es duro, la gente no ve con buenos ojos a la mujer independiente. "Esa hace lo que se le antoja". Y detrás de la frasecita al parecer inocente, un montón de connotaciones malévolas.
—Por supuesto que he conocido hombres después de mi divorcio. Pero le aseguro que no hago ninguna concesión para modificar mi soledad. Si volviera a casarme únicamente por no estar sola, me sentiría muy vieja... Además, ¡a los hombres les gusta tanto ser protectores! Pero la mujer independiente les exige actitudes menos cómodas, más comprometidas. Entonces se van a buscar a las mujercitas convencionales, "femeninas", que necesitan protección.
Otra que no quiere saber de nada con la protección: Nacha Guevara del Mastro, de 24 años, modelo y actriz. Apenas se divorció pintó la casa, cambió los muebles, lo puso todo patas arriba. Era como "oficializar" el cambio de su vida. Se quedó con su hijo Ariel, de dos años y medio. Los padres de Nacha le dijeron que se fuera a vivir con ellos. No quiso: hubiera sido un retroceso, salir de una protección para entrar en otra. Y eso que a veces, cuando come con Ariel siente que "algo" falta en la mesa. Pero no ha pensado en casarse de nuevo. La segunda vuelta sería una doble responsabilidad. Por ella y por el hijo.
—Pienso que elegí una forma difícil de vivir, que implica un desarrollo continuo, algunos encontronazos con el medio. Y yo soy una parte del medio. No me aíslo. Pero tampoco me someto a sus pautas como un mono.

Las que no perdieron el humor
Poupée Blanchard tiene una casa de antigüedades en Barrio Norte. Y dos divorcios. Y un sentido del humor un poco melancólico.
—Hay una ley popular no escrita que dice: cuando una mujer está sola es porque ningún hombre la quiere. De acuerdo con ella, estar sola es una catástrofe... Aunque, le voy a decir, en mi caso se debió a falta de cultura amatoria. Sí, como lo oye. Tiendo a convertir la pareja en una mezcla confusa de individualidades. Para lo cual empiezo por adormecer la mía hasta la catalepsia. Aguanto, aguanto, hago enormes inversiones de tolerancia. Hasta que un buen día me despierto y digo "basta".
Pero, por lo menos, después de comprobar que puede mantenerse a sí misma y vivir sin las famosas protecciones, ¿la mujer sola puede elegir mejor a su futuro compañero?
Poupée Blanchard se ríe.
—¡Selección! Me suena a cuento de hadas ... Solamente las chicas muy lindas y millonarias pueden jugar al mantan-tiru-lirulá. Y no sé con qué resultados... Pero a nivel más bajo —el mío, por ejemplo— el amor no viene por selección sino por azar. Mi selectividad, que es una especie de suegra potencial, tendrá que conformarse con rechazar a los candidatos que no nos convengan ni a mí ni a ella. Eso, sin claudicar ella ni perder yo el buen humor.
Tampoco perdió el humor Blackie, productora y animadora de TV, una empresaria que escucha a Bach, lee poemas de Neruda y está orgullosa de sus piernas, de sus ojos y de su enérgica soledad.
—¿Mujeres solas? —soltó al abrir la puerta, no más—. ¡La pucha, qué tema! Hace quince años que se divorció. Piensa que la vida conyugal es un freno aplastante para la mujer que quiere trascender el marco doméstico.
Hay que tener un equilibrio casi inhumano para dirigir un hogar y al mismo tiempo ser algo en el mundo. Yo no tengo hijos. Y no sé si teniéndolos, hubiera podido hacer lo que he hecho ... Lo más común es oír a las casadas quejarse de que no se han realizado en nada.
—¿Qué piensa la gente de las mujeres solas?
—¡Antes le hacían la vida imposible! Ahora no les queda más remedio que tolerarlas ... El hombre es el que más agredido se siente. ¡Imagínese! Una mujer capaz de vivir sola no es una cazadora de hombres, de esas que aceptan cualquier cosa. La mujer sola elige. Y no hay nada que asuste más a los hombres que una mujer que toma la iniciativa.
Después se dio vuelta, me escrutó a través de sus anteojos oscuros, y señalando la puerta de su dormitorio, rezongó:
—Esa puerta la pasa poca gente.
Pero es la gente que yo quiero que pase. ¿Entendido?

¿Por qué están solas?
Casi un 70 por ciento de las solteras se emancipa cuando la familia les coarta una vida afectiva satisfactoria. Más de un 15 por ciento lo hace para realizar una vocación. Y unas pocas por conquistar, simplemente, el mínimo de soledad indispensable para un ser humano normal.
Entre las separadas de sus maridos, algunas son irresponsables que, sencillamente, se niegan a afrontar las realidades del matrimonio: dificultades económicas, carácter o debilidades del marido, el trabajo doméstico, la infaltable suegra (que tiene mucho más poder del que se supone). Graciela S. se separó porque "mi marido quiere ser actor, ¿se imagina? Los actores no ganan nada, él estaba siempre pensando en sus papeles ..." Susana M. es un típico caso de arribismo. El éxito es, para ella, como el aire que respira. Necesita triunfar. Y como el marido vive en las nubes, lo plantó.
Pero está la mayoría. Las mujeres valerosas que hacen frente a la realidad sin miedo, sin vacilaciones. Las que, cuando el matrimonio no marcha, cuando no hay verdadero amor, optan por el camino de la verdad. Y se quedan solas.
Y están, por fin, las abandonadas, las solitarias contra su voluntad.
Todas, casi sin excepción, hacen de su soledad una bandera insurgente.
Pero muchas les echan la culpa a los hombres, a la familia, a las otras mujeres "que admiten cualquier cosa por estar acompañadas". Son pocas las que advierten sus propios defectos, aquellos que les impiden convivir con el prójimo. Es una autodefensa agresiva, llena de aristas.
Son escasas las que están solas porque piensan como la doctora Selva Morón, vicedirectora de la Escuela Diferencial de Morón.
—Hace diez años, la frase '"el matrimonio es la tumba del amor" me parecía justa. Creía que casarse era una forma de deteriorar, manchar, quitar espontaneidad al amor. Era un exceso de romanticismo. La experiencia me ha demostrado lo contrario. Ahora comprendo que la única posibilidad de crear una relación adecuada entre hombre y mujer es el matrimonio.

Las que no aguantan y las que disimulan
Contra la soledad, un contraveneno: planificar el tiempo minuto a minuto. Sobre todo los fatídicos fines de semana. "Cuando ya no aguanto más llamo por teléfono a alguna amiga, a la primera que encuentro, y le comento, de paso, que no tengo nada que hacer. Entonces armamos programa, o nos visitamos."
Pero están las estoicas, las orgullosas. Las que ponen buena cara al mal tiempo. Si el teléfono llama, no contestan. Si tocan el timbre, no abren. Prefieren aparentar que están siempre en algún lado, siempre ocupadas o paseando con "alguien". Aunque, en realidad, se lo pasen dando vueltas por el departamento, o se metan de cabeza en un libro, o se pongan crema y los ruleros, o cambien los muebles de lugar.
Corren menos peligro las que tienen una vocación definida, o estudian, o investigan o crean algo. Aunque también para ellas hay un momento en que, mirándose en el espejo, se dicen, con silenciosa desesperación: "Estoy sola".

Los hombres las prefieren modositas
—Mire, no me hable del desprejuicio de los hombres —protestó Elba del M.— Hace un año conocí a uno. Inteligente, bastante buen mozo, con la boca siempre llena de ideas desprejuiciadas. Apenas supo que yo vivía sola, el primer día no más, quiso venir a mi departamento. Le dije que para mí las cosas no podían ir tan rápido, que necesitaba tiempo, tenerle confianza. Y sobre todo, cariño. Empezó a rezongar. Pasaron tres meses, y bueno ..., empezó a venir. Hace medio año descubrí que era casado. Cuando se lo dije, créame, se puso colorado como un chico. Claro, le resultaba muy cómodo trabajar a dos puntas. Venía de a ratos; un fin de semana le dijo a la mujer que tenía que hacer un viaje de negocios a Montevideo y me llevó. Le aseguro que no le saqué ningún gusto al paseo. Por fin, le exigí una definición. ¡Lo hubiera visto! "No, nena; yo no quiero líos. Mi hogar es mi hogar, y mi mujer es mi mujer". Y que los hijos, y que la familia, y que patatín y que patatán. .. La mayoría son así. Para ellos, una mujer sola es candidata segura a la aventura fácil, sin compromiso. Como creen que pueden obtener todo a cambio de nada, ni se les ocurre proponer matrimonio.
Muchas solteras solas piensan así. Las divorciadas, de las cuales algunas escarmentadas por su anterior experiencia tardan años en entablar nuevamente una relación amorosa estable, no tienen tantos reparos. O simplemente se mantienen al margen de una clandestinidad que termina por deprimir y desgastar este tipo de relaciones.

Las solteras tienen sus teorías
Solitaria no por razonamiento sino por sentimiento, con un agudo sentido de la aventura, capaz de cometer "grandes disparates", Anita Larronde, actriz y soltera convencida, no se ha casado nunca.
—¿Para qué? ¿Por estar casada, no más? No, gracias. Me gustaría casarme, pero busco un hombre con dos condiciones muy difíciles de encontrar: inteligente y divertido. No hay nada peor que un hombre aburrido, incapaz de mantener el interés de su mujer.
Puede afirmarse que el 90 por ciento de las mujeres solas solteras piensan en forma más o menos parecida. Quieren casarse, pero con condiciones. Sin impaciencias peligrosas, sin ese apuro que empuja a soluciones calamitosas. Quieren formar una pareja de iguales, fundada en el compañerismo, en la verdad. De lo contrario, prefieren seguir solteras.
—Soy capaz de vivir sola porque tengo vida propia. Porque me gusta estar conmigo misma. Tal vez esto que parece soledad sea el resultado de haber mirado siempre las cosas con los ojos bien abiertos.
Marcela Cortés, una aplomada cosmetóloga de 36 años, que hace seis años se separó de sus padres, con los cuales peleaba continuamente, "también ellos son más felices desde que están solos", sostiene que los peores momentos de soledad son aquellos en que falta el hombre.
—Hasta me siento más atractiva cuando estoy acompañada.
—¿Qué piensa del matrimonio?
—Que quiero casarme.
—Económicamente, ¿prefiere ser libre o depender del hombre?
—No me interesa ser libre. Ya he sido libre demasiado tiempo.
Otras, en cambio, como Amalia Lomana Sarmiento, estudiante de arquitectura, de 28 años, se sumergen en un trabajo intenso o en el círculo de amigos cuando sienten que la soledad se les viene encima. Está sola desde los diez años; primero vivió con un tutor, pero a los 18 años decidió quedarse sola. Piensa que la soledad es dura, pero no se lamenta. Es una muchacha fuerte, que fuma mucho y sonríe; pero también un poco ansiosa y melancólica. La soledad ha dejado su marca en ella. Tanto, que muchas veces siente un aislamiento total en medio de la gente.
—¿Es difícil estar solo?
—Depende de la madurez de cada uno. Cuando uno se siente parte de la humanidad y puede comunicarse con sus semejantes, no hay soledad que valga. Todo consiste en salirse de uno mismo. Donde hay amor no hay soledad.

Moraleja de esta historia
No hay una sola que lo niegue. Divorciadas, solteras, solitarias por circunstancias o por vocación, todas las mujeres aspiran a la normal relación de pareja. Muchas, en su fuero interno, deben de decirse: "¡Qué desgracia ser mujer!" Y la verdadera desgracia es que lo piensen. Hasta ahora, la mujer ha sido la víctima propiciatoria del pecado original. Eva le mostró la manzana a Adán. Y en castigo, estuvo esclavizada hasta hoy. El resultado ha sido una eterna, solapada hostilidad entre hombres y mujeres. La mujer, obligada a mostrarse "femenina", frágil, inerme. El hombre, forzado a ser el Macho, a conquistar, seducir y, en el fondo, a desconfiar de ellas. A defenderse encerrándolas en su aparente debilidad. Algunos sociólogos todavía proclaman con toda seriedad la teoría de low-class-gain, es decir, "los beneficios de las castas inferiores". Vamos, eso de que "el dinero no hace la felicidad". A las mujeres les han ido siempre con un cuento parecido: "ustedes disfrutan de una dulce irresponsabilidad, sin las penas, las cargas y las ansiedades que oprimen al hombre. Se llevan la mejor parte".
Las mujeres solas han decidido no creer más en la fábula de marras. Van a comprobar por cuenta propia cómo es ese mundo de la calle, el ganarse el pan duramente, hacerle frente a la vida tal cual es.
Ahora son una minoría. Las precursoras. Y como todos los que empiezan algo importante y nuevo, reciben mayoría de palos y se quedan con la mala fama.
"No importa, no se preocupe", rezongó una de ellas. Era uno de esos días en que hasta el más corajudo se cansa. Un día de pagarés que vencen, de peleas en el trabajo, de apretujones en el subte y malas noticias en los diarios. Pero la mujer se encogió de hombros, sonrió y encendió un cigarrillo. "No me gusta ser patética; pero nos va a pasar como al soldado desconocido : primero a pelear, después el monumento."
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Opina un sacerdote
Monseñor Jerónimo José Podestá, obispo de Avellaneda, sale al paso con sus propias preguntas.
—¿Cuándo usted dice "mujeres solas" se refiere a las monjas? ¿Viene a pedirme opinión sobre la vida de las monjas?
—No. Quiero saber lo que piensa usted de la mujer sola, así, a secas. Pero si le parece mejor incluir a las monjas ...
—El principal problema de la mujer sola es el motivo de su soledad. Actualmente las mujeres tienen una activa participación social: trabajan, conducen, organizan, opinan. Pero toda esta actividad no sustituye a la importante tarea que implica ser esposa y madre. Ser parte de una familia es estar integrado social, económica y afectivamente. Las mujeres que por autodeterminación se separan de su familia o no quieren formar un hogar, están eludiendo una responsabilidad. Y las que están solas porque no tienen familia y no han podido casarse, indudablemente sufren esa situación ...
—¿Y las monjas?
—Con las monjas ocurre otro fenómeno. La monja no está sola. Tiene una comunidad, una comunicación directa con la sociedad. Su vida está plena de comunicación.

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¿La soledad es una neurosis?

Susana Lustig de Ferrer, psicoanalista: "Que una mujer viva sola no quiere decir que sea independiente. Una mujer que está sola se ha quedado a mitad de camino, no ha llegado a una buena integración adulta".

Oscar Masota, filósofo y escritor: "Más que enfermedad la considero un lúcido acto de repudio. Respeto más a la mujer sola que a la acompañada. ¿Por qué? Porque es una rebelde. La mujer, o acepta su rol —el rol que le imponen— cómplice de los mitos de la familia y el sexo, o los rechaza. La manifestación más clara de ese rechazo es la soledad. De hecho, la mujer es, en esta sociedad, un valor de cambio: dinero, prestigio, mujeres. Parece que la mujer no tuviera otra alternativa que rechazar este orden mediante su autosegregación".

Alberto Fontana, psicoanalista: "Es indudable que la soledad produce estados patológicos característicos. Pero hay que diferenciar dos aspectos: la capacidad de estar sola y la incapacidad de estar acompañada. El último caso puede considerarse patológico. El aislamiento produce siempre estados de neurosis. Y a una cierta edad, entre los 30 y los 40, cuando la mayoría de las mujeres tiene constituida una familia, la mujer sola vive una permanente crisis afectiva".

Catalina Farber, ginecóloga: "Cuando la soledad genera abstinencia sexual, se produce un estado anormal que deteriora la salud de la mujer, especialmente si es joven. En los casos de no abstinencia, la imposibilidad de ser madre trae como consecuencia el aborto o la frustración".

Revista Panorama
Agosto 1965

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Rebeldes e inconformistas, las mujeres asumen la soledad antes de resignarse a una vida sin atractivos, rutinaria y llena de frustraciones
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