Nélida de Miguel
LA RAZON DE MI VIDA
   
Habla de política como si estuviera en la puerta de su casa parloteando con sus vecinas. Por eso, su primera virtud es la franqueza. En 1955 tuvo una aventura secreta con el camarero del expreso Buenos Aires-Tucumán. Eran las "gloriosas" épocas de la resistencia contra la Libertadora: el camarero trasportaba desde la Capital grandes manojos de panfletos peronistas, que ella recibía en un rincón oscuro de la estación y desparramaba después por todo Tucumán. Una época difícil porque la persecución era implacable. 'Pero eran estúpidos, vea. Una vez fueron al local del Consejo Coordinador, en la Diagonal Norte, aquí en Buenos Aires. Yo estaba parada en la esquina, sufriendo no se imagina cómo; creo que ya estaba gruesa de la chiquita. Allí adentro había un montón de papeles comprometedores, informes al general, instrucciones, qué sé yo; todos firmados por mí. Y ellos, en lugar de mirarlos con lupa, no, los rompieron, los quemaron, los tiraron a la calle como papel picado. Ah, cómo respiré.' Concede una tregua, suspira y luego escruta en su vestimenta: '¿Ustedes me van a sacar fotos con esta blusa? Cada vez que la uso, las compañeras me cargan: dicen que me puse un tigre en el tanque'. Salvajemente cambia otra vez de tema, olvidándose de su blusa color de león: 'Hubo mucho revuelo con la entrevista nuestra con Levingston. Pero le aseguro que no había una segunda intención de parte nuestra: pura y exclusivamente, entiéndanme bien, pura y exclusivamente nosotras queríamos saber dónde estaban los restos de la señora. Claro que se habló de otras cosas. Pero eso sí: en ningún momento se tocó el tema del retorno del general. No era la oportunidad para eso.'
Quién sabe. Para muchos resultó altamente sugestivo que el presidente abriera las puertas de su despacho a una legión de damas justicialistas, para hablar —tema urticante cromo pocos— sobre el secuestro y desaparición del cadáver de Evita. Ningún jefe de Estado anterior había incurrido antes en semejante atrevimiento; y Levingston lo consumó públicamente el miércoles 2. Hasta Nélida Domínguez de Miguel, portavoz de aquella delegación, quedó sorprendida por el gesto presidencial. 'No, no lo esperábamos. Cuando entregamos la nota pidiendo la audiencia, pensamos que nadie nos iba a llevar el apunte, como siempre ocurrió', dijo el martes pasado, ante un grabador de SIETE DIAS. Enfáticamente, esta miliciana del peronismo, elegida diputada nacional en 1954 y presidenta de la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara, se negó a precisar intimidades: 'Evita era tan inteligente que cuando nos dio el voto a las mujeres hizo que no constara en los padrones femeninos la clase a la que pertenecemos; así que yo, mi edad, no se la digo'. No hacía falta este dato prosaico para mostrar a una mujer movediza y fresca, madre de dos hijas, increíblemente próxima a ser abuela. Pero a veces sucumbe a la nostalgia: 'Yo vengo de una de esas familias grandes, ruidosas, de barrio. Somos seis hermanos, calcule, estábamos siempre correteando; mis padres eran sanos y alegres. Hoy están muertos, pero yo tuve la suerte de ser muy feliz con mi marido'.
—Usted da la impresión de manejarse en todos los niveles con métodos de entrecasa.
—Sí, yo soy así. Me acuerdo que pocos días antes del derrocamiento del general, las integrantes del Consejo Superior Femenino tuvimos una entrevista con Perón y yo le dije: "Vea, general, las mujeres nos informan que algo se está preparando. Ellas escuchan comentarios en las colas, en los mercados, en los tranvías y después vienen y nos cuentan a nosotras. En la calle hay muchos rumores, general, y usted tiene que hacer algo". Claro que la actitud que tomó Perón entonces fue una lección: al retirarse, evitó un derramamiento de sangre entre hermanos.
—¿Usted cree que el derrocamiento se habría frustrado sí Evita hubiera vivido en aquel momento?
—Ah, bueno, ella hubiera enfrentado las cosas de otra manera. Con esa fortaleza, con eso revolucionario que tenía, nos hubiera impulsado a cualquier cosa. Yo no quiero ridiculizar a los hombres, pero Evita fue muy importante en el país; su desaparición fue un golpe terrible para nosotros.
—¿Ella hubiera jugado un papel decisivo en el 55?
—Habría actuado de manera más impulsiva y las consecuencias habrían sido otras. Cuando todavía vivía y se produjo aquella revolución del 51, ella constantemente, a pesar de lo mal que estaba, constantemente nos decía: "Cuidado, que el peligro no ha pasado, hay que cuidarlo al general". Y si Perón el 16 de septiembre hace que el pueblo salga a la calle, puede estar seguro de que todavía estaba en la Casa de Gobierno. Pero el pueblo no ha dejado de quererlo: cada vez hay más peronistas.
—¿De eso hablaron con Levingston?
—Con Levingston hablamos, principalmente, del motivo que nos llevó: apareció en el diario que si queríamos saber dónde estaban los restos de la señora, teníamos que dirigirnos al Servicio de Informaciones de la Casa de Gobierno. Entonces, sobre la marcha, cuando fuimos a rendirle homenaje a Evita el día del aniversario de su muerte, decidimos elevar una nota al presidente para que nos esclareciera dónde estaban los restos.
—¿Se sorprendieron cuando Levingston les concedió la audiencia?
—La verdad que sí. Nosotras suponíamos que nos iba a ocurrir lo mismo que otras veces.
—¿Y entonces qué pensaron, qué conjeturas hicieron?
—Nosotras nos hicimos la conjetura de que nos iba a escuchar, pero no a decirnos dónde está el cadáver de la señora. A nosotras, justamente a nosotras, no va a venir Levingston y decirnos el paradero. Para qué nos vamos a engañar.
—¿Por qué pensaron eso?
—Porque hay gente que un buen día aparece diciendo que los restos están en el Vaticano; de pronto dicen que están en el río y finalmente nadie dice nada. Nadie dice nada, ésa es la verdad: el propio Levingston nos manifestó que desconocía dónde estaban los restos, que no sabía nada, pero que se iba a ocupar. Lo dijo con un tono de voz especial, no sé cómo explicarlo, como tajante y rotundo.
—Se dice que todos los presidentes, cuando asumen, reciben información confidencial sobre el paradero del cadáver.
—Bueno, yo no sé; pero hace poco tuvimos una entrevista con Frondizi, una reunión accidental, usted sabe, y tocamos el tema. Frondizi nos contó que poco antes de asumir habló con Aramburu sobro el asunto, y que él le dijo: "General, usted sabe que yo tengo un gran respeto por la muerte". Entonces, Aramburu le quiso entregar unos documentos a Frondizi, pero éste no quiso aceptarlos: le pidió que solamente le dijera dónde está el cadáver para disponer después dónde se depositaba. Entonces, como Aramburu no quiso, no volvieron a hablar más del asunto. Contó también que Aramburu le dijo: "Doctor, si usted respeta la muerte, yo también, y debo decirle que los restos de Eva Perón tienen sepultura cristiana". Pero no dijo dónde. Eso de la sepultura cristiana a nosotras nos parece muy bien, pero queremos que sea acá, en nuestro país. Porque Evita es una cosa nuestra, un pedazo de historia nuestra, y no se puede borrar así porque sí.
—La madre de Evita también pidió que le entregaran los restos de su hija.
—Yo creo, con todo el respeto que me merece la familia de Eva Perón, que sus restos son un poco patrimonio de todo el pueblo. Ahora, claro, la madre tiene derecho, porque le dio el ser. Pero los restos son de todos nosotros, de ese pueblo que quiso tanto a la señora, Aparte, la madre quiere darle sepultura cristiana en la Recoleta, pero nosotros ya no pensamos, por ahora, en hacerle un monumento allí, porque ¿qué mejor monumento que el alma de su pueblo?
—¿Levingston estuvo de acuerdo en que hay que traer a la Argentina los restos de Evita?
—Creo que sí. El dijo que se iba a ocupar. Yo le dije que queríamos que estuviera sepultada en nuestro país y él me corrigió: en este país, dijo. No entiendo qué quiso decir: siempre que yo decía nuestro país, él me corregía y decía este país.
—¿Usted no le preguntó por qué le hacía esas correcciones?
—No; imagínese, nosotros lo tratamos con todo el respeto que merece su investidura. La conversación fue llevada por él, habló del primer gobierno de Perón.
—¿Qué dijo del primer gobierno de Perón?
—Dijo que entonces se pudo alcanzar un poco más de justicia social y otras cosas que determinaron que el primer gobierno de Perón fuera positivo. No habló de la segunda presidencia y me llamó la atención que no dijera absolutamente nada del gobierno de Aramburu. En un momento dado preguntó si la pacificación del país se iba a lograr solamente dándole sepultura cristiana a Evita. Nosotras le dijimos que no, pero que así como por el secuestro de Aramburu se había movilizado toda la policía del país, queríamos que todos los sectores tuvieran igual trato y que nosotros hace 14 años que estamos reclamando el cadáver. Lo que pasa es que la figura de la señora es tan enorme que seguramente piensan que el día que la tengamos aquí puede pasar cualquier cosa. Y si eso ocurre con Evita, que es una ¡lustre muerta, ¿qué pasa entonces con Perón, que todavía está vivo y bien vivo? ¿Perón no volverá nunca entonces?
—¿Eso es lo que usted cree?
—Yo creo que se van a dar las condiciones para que el general regrese.
—¿Esa presunción suya surge de la entrevista con Levingston?
—No, no es un optimismo general, de antes y después de ir a la Casa de Gobierno. Ahora, por ejemplo, van a llamar a todos los presidentes, menos a Perón. ¿Cómo puede ser eso? ¿Por qué no le permiten regresar y que él también diga sus opiniones?
—¿También es optimista con respecto a los restos de Evita?
—Yo creo que Evita es algo tan grande, tan grande, que la van a hacer aparecer cuando se prepare algo espectacular, elecciones o una cosa semejante.
—¿El presidente les habló de las elecciones?
—Sí. Dijo que por el momento el país no estaba en condiciones de ir a elecciones.
—¿No dijo por qué?
—No, solamente dijo eso, como al pasar. Yo, por supuesto, no estoy de acuerdo. ¿Por qué razón —me pregunto— no podemos elegir a nuestros gobernantes?
—¿Usted no cree que el gobierno tiene en su poder esos documentos que Aramburu le quiso entregar a Frondizi?
—¡Pero por favor, cómo no va a tenerlos! Todos los gobernantes posteriores al 55 saben dónde están los restos de Evita. Todos. Incluso pienso que Perón, bueno... alguna vez habrá preguntado dónde están los restos. A nosotras nadie nos va a decir nada, como ya dije, porque ¿quiénes somos nosotras para ellos? Pero vamos a seguir, vamos a ir a la Curia y también a hablar con Manrique ...
—¿Por qué con Manrique?
—Bueno, dicen que Manrique sabe algo.
—¿Y usted qué piensa?
—Vea, nosotros, aparte de lo que dijeron las revistas en aquel momento, palpamos la cosa de cerca. Claro, no teníamos a nadie que nos defendiera y... Pero no somos revanchistas. Nosotros practicamos una doctrina que es humana, de amor, y no somos revanchistas para nada. Pero vamos a ir a hablar con Manrique.
—¿El tema de las elecciones se lo plantearon ustedes a Levingston?
—No, fue él quien lo sacó. También habló de otras cosas, de Alonso y de Vandor, por ejemplo. Ponderó mucho a Vandor, dijo que había sido un líder de los trabajadores y lo comparó con Alonso. Yo le dije entonces que Vandor y Alonso eran dos cosas totalmente distintas y él me contestó que Vandor había tenido la valentía de enfrentarlo a Perón. Ahí yo casi me enojé: "Perdóneme, señor presidente —le dije, siempre respetuosamente—, pero ésa es una opinión muy particular suya: Vandor nunca se enfrentó con Perón".
—¿No se habló sobre el probable paradero del cadáver de Evita?
—Casi nada. En un momento dado, cuando el presidente dijo que no sabía dónde estaban los restos, la compañera Marta Curone le dijo: "Bueno, si usted no los tiene acá, a lo mejor están en un destacamento militar". Eso no le gustó al presidente. Le preguntó a la compañera por qué tenía esa imagen de los militares y dijo que los militares son personas humanizadas como cualquiera, que no hay que tener esa imagen de ellos.
—¿Cómo le impresionó Levingston?
—Da la impresión de que quiere un entendimiento con el pueblo, pero esperamos los hechos. Creo que está bien informado, sobre todo teniendo en cuenta sus antecedentes, porque estuvo en los servicios de informaciones y después en Estados Unidos y eso le da posibilidades de estar más informado.
—¿No hablaron de la política económica?
—Muy superficialmente. El dijo que no podía aumentar los sueldos por decreto, pero reconoció que la plata no alcanza, que la gente no puede subsistir. Tampoco le gustó que dijéramos la compañera Evita.
—¿Por qué no?
—Dijo que eso era volver al pasado, que en este país todos somos señoras o señores, no compañeros. Yo no estoy de acuerdo. Ese es un modo muy nuestro de decir las cosas, no podemos permitir que desde afuera nos digan cómo tenemos que hablar. ¿Sabe lo que habría que hacer para arreglar este país?
—No.
—Habría que alambrarlo. Bien alambradito todo, para que todos los argentinos nos quedemos adentro, sin injerencias de afuera, que son las que nos perturban. Pero todos adentro, e incluso Perón.
—Por ahora, para ver a Perón hay que salir. ¿No piensa ir a Madrid?
—Sí, claro. ¿No sabe que hay una compañía aérea que organiza un viaje para el mes que viene, conmemorando el 25º aniversario del 17 de octubre? Me dijeron que es muy barato: creo que hay que pagar 25 mil pesos de entrada, y después en cuotas. Puede ser que yo me anote.
—Hay otros viajeros que pagan al contado, por ejemplo los sindicalistas de las 62: los dos sectores enviaron delegaciones para disputarse el aval de Perón: están peleados. ¿Qué piensa usted?
—Que todo se va a arreglar. El peronismo es tan grande, tan grande, que a veces es difícil manejarlo. Somos como un mastodonte. Pero no hay que preocuparse: el general va a solucionar esto.
RICARDO CAMARA
Revista Siete Días Ilustrados
17.09.1970

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 La tempestuosa ex diputada peronista Nélida de Miguel, reciente interlocutora del presidente Levingston, relata sus afanes por encontrar los restos de Eva Perón. "A nosotros nadie nos va a decir dónde estén -afirma-, pero igual seguiremos buscando"

Nélida de Miguel